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  Un hombre de altura  (Un homme à la hauteur)
  Dirigida por Laurent Tirard
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Remake francés de la comedia argentina Corazón de León.

Protagonizada por el ganador del Oscar Jean Dujardin (The Artist, Conexión Marsella, El lobo de Wall Street) y Virginie Efira (En Solitario, 20 años no importan).


Laurent Tirard (Guionista y director)

P: ¿Cuál es el origen de la idea de Un hombre de altura?

R: Unos días antes del estreno de Les vacances du petit Nicolas, me encontré con Vanessa Van Zuylen, la productora de Corazón de León, una película argentina de Marcos Carnevale que narra la historia del amor de una mujer hermosa por un hombre encantador… que mide metro cuarenta. Fue un éxito atronador en su país en 2013, pero jamás se ha visto fuera. Vanessa quería que hiciera el remake, pero yo ya me hallaba ocupado en otro proyecto. Le dije que me lo miraría sólo por cortesía, aunque convencido de declinar el ofrecimiento. Pero cuando vi el film a la mañana siguiente, me quedé cautivado. Había un auténtico tema, era poderoso, audaz, y sorprendente. Inmediatamente vi el auténtico potencial emocional de la comedia. Dado que la cinta era típicamente “sudamericana”, resultaba muy sentimentaloide, muy tendente a la telenovela, y me pareció una buena idea reescribirla y europeizarla un poco.


P: ¿Recurrió de inmediato a su coguionista Grégoire Vigneron?

R: Sí. Como a mí, le encantó la historia de inmediato y vislumbró su auténtico potencial. Así que comenzamos a escribir en el verano de 2014, la intención puesta en rodar en otoño. Primero, creíamos que todo lo que tendríamos que hacer consistiría en adaptar la historia a la sociedad francesa. Pero cuando veo el original, constato que hemos hecho muchos cambios. A fuerza de detalles, Un hombre de altura no resulta realmente la misma película.


P: ¿Existen grandes diferencias entre escribir un remake y adaptar un cómic, como hizo con Astérix o El pequeño Nicolás?

R: Sí, porque en primer lugar en un cómic no se pretende una película. Adaptar Astérix o El pequeño Nicolás nos dejó básicamente mucha más libertad. Esta vez, ya había una película, y lo que es más, era buena. Eso era intimidante, pues temíamos no alcanzar el nivel del original.


P: ¿Se ha cruzado alguna vez con alguien tan pequeño?

R: No sólo conocimos a algunos, necesitábamos a un suplente de metro cuarenta para Jean. Le usamos para todos los planos de espaldas. Estuvo en los platós cada día, y Jean empleó mucho tiempo con él. Era bueno disponer de su punto de vista sobre el film porque teníamos muchas situaciones por las que él había pasado. Pero la idea no estaba en realizar un documental acerca de la gente pequeña, sino más bien en hablar de cosas serias con un toque ligero. Quisimos mantener cierta distancia poética para que la película siempre se mantuviera como comedia.


P: ¿En qué momento pensó que Jean Dujardin sería idóneo para Un hombre de altura?

R: Una vez con el guión en mano, comenzamos a pensar en el reparto y nos dijimos: “Hagamos una locura, ¡ofrezcámoslo a Jean Dujardin!” Reparamos por el original (protagonizado por una estrella argentina) en que reducir a un actor famoso con cierto sex appeal y carisma a metro cuarenta contribuiría a la sensación alegre de la película. Jean aceptó en veinticuatro horas. Y dado que el guión también le divertía mucho, esperamos a que estuviera libre: pospusimos el rodaje hasta la primavera de 2015. Jean es un adicto al trabajo, muy profesional y riguroso. Cuando le ves en Brice de Nice o en OSS 117, constatas que es capaz de pasarse de rosca, pero mi idea era llevarle hacia una mayor contención y sobriedad, dotar al film de mayor emoción. Descubrí que tiene muy buen instinto. Cuando quiera que comentáramos el guión o aspectos del reparto, llegó a impresionarme de verdad.


P: ¿También dio con rapidez con la actriz que encarnaría a Diane?

R: No, me costó lo suyo visualizar al personaje. Así que opté por lo que en Francia es más bien singular: pedí a varias actrices que asistieran a una audición. Había algunas sobradamente célebres, otras algo menos conocidas, pero todas se avinieron. No conocía muy bien a Virginie Efira, y no había visto muchas de sus películas. Pero durante la audición, se me impuso como la elección obvia. Posee un impresionante don para la comedia, e interpreta sus escenas con una sutileza especial. Virginie también se entrega al trabajo. Comenta que le acomplejan sus orígenes belgas, y su pasado como presentadora de televisión, pero yo vi a una mujer inteligente, lúcida, y extremadamente culta.


P: ¿Cómo eligió a los otros actores?

R: Con mi director de reparto, fue muy rápido. Cédric Kahn, que encarna al exmarido de Diane, no había hecho comedia nunca, pero no dudé de que estaría perfecto en el papel. Lo mismo con César Domboy: confiaba plenamente.


P: Usted hace un cameo en la película. ¿Fue divertido?

R: En absoluto. No me gusta actuar, y no creo que vuelva a hacerlo. Pero creí que divertiría a mis hijos, y en eso no estaba equivocado.


P: ¿Deja margen para la improvisación en el rodaje?

R: Muy poco, pero hay dos o tres momentos en la película en los que dejé que las cámaras rodaran mientras los actores evolucionaban. Por ejemplo, toda la escena de la cena en el restaurante clandestino se improvisó. Habíamos escrito algunos diálogos pero, con la inspiración del momento, quise que Jean y Virginie se sintieran libres. Ahí ocurre algo mágico porque se siente la ligereza. Y lo mismo para la secuencia en la que ella le regala un suéter bastante horrible. La reacción de Jean parece sincera, auténtica. Casi es real.


P: ¿Qué ambiente reinaba en el rodaje?

R: Aplicado, pero animado. Había mucho trabajo, pero Jean y Virginie pudieron aligerar el estado de ánimo. Y además, rodábamos en Marsella, una ciudad que no conocía pero de la que me enamoré inmediatamente.


P: ¿Por qué eligió Marsella como decorado?

R: No quería que la historia aconteciera en una gran megalópolis como París o Londres, porque ahí hay tal variedad de gentes que incluso un hombre de metro cuarenta pasaría desapercibido. Pero necesitábamos una ciudad grande, y quería algo de sol para proveer al relato de una sensación un tanto californiana. Me enamoré de Marsella a primera vista. Tiene ese aspecto caótico del París de los 70. Hay algo romántico en la visión de gente en vespa sin casco. En un mundo crecientemente uniforme y aséptico, Marsella resulta una bocanada de aire fresco.


P: Hay unas escenas que transcurren en la ópera de Lieja. ¿También se pretendía con ello aportar un toque romántico a la historia?

R: En la cinta argentina, el héroe también era un arquitecto, pero nunca vemos lo que hace. Grégoire y yo queríamos mostrarlo trabajando. Y unos meses antes había visto Cathédrales de la Culture en el canal Arte, un espléndido documental producido por Wim Wenders. Uno de los episodios se centraba en la Ópera de Oslo, que rezumaba una atmósfera maravillosa. Ello me inspiró para rodar encuentros con el héroe con bailarines y payasos en segundo plano con que otorgar al film un ambiente poético. Pero por motivo de derechos, rodamos en una vieja estación ferroviaria que transformamos en una ópera para el film.


P: En Un hombre de altura constatamos algunos de los códigos de la comedia romántica. ¿Qué películas le inspiraron?

R: Me inspira Capra porque también él flirtea con los cuentos de hadas, y le asiste una visión amable de la gente. Nunca muestra maldad alguna, sólo mucha humanidad. Pero habiendo crecido con las comedias románticas inglesas y americanas, admito que también hay en la cinta algo de Pretty Woman en lo concerniente al aspecto de un cuento de hadas moderno, y un poco de Bridget Jones en las meteduras de pata en los momentos románticos más intensos.


P: En esta película se han necesitado varios efectos especiales. ¿Forma ello parte del trabajo que le fascina?

R: Tuve bastante con Astérix, y no es necesariamente lo que me divierte más de mi trabajo. Pero eran inevitables en Un hombre de altura, y he de admitir que al fin y al cabo no fueron tan complicados. Aplicamos tantos efectos especiales en el rodaje como en la posproducción. No bastaba con reducir al personaje, porque entonces hubiera tenido una cabeza y unas manos pequeñas, y hubiera sido muy raro en los primeros planos. Y no tenía que tener la morfología de un enano. Las muchas pruebas que efectuamos antes del rodaje, así como la comprobación de cuáles técnicas funcionarían, posibilitaron las proporciones adecuadas.


P: ¿Qué tipo de efectos podían afrontar?

R: Desde algo tan simple como filmar a Jean arrodillado (encuadrándolo a nivel de hombros), pasando por forzar la perspectiva (situándolo muy hacia atrás para que pareciera pequeño), hasta algo más complejo, como la escena en la oficina, cuando Jean se ve interrumpido por Cédric y tiene que saltar de la silla. Para ese plano, tuvimos que alzar el techo 40 centímetros, excepto el punto en que se halla Jean. Lo cierto es que todo eso fue muy artesanal.


P: ¿Sabía desde el principio el tipo de música que quería?

R: Pensé en Emilie Gassin muy pronto, que logró una soberbia versión acústica de Freed from desire durante la primera parte de un concierto de Renan Luce. Dado que todavía no había sacado un álbum, le pedí que me enviara algunas demos, que escuchaba mientras escribía Un hombre de altura. De ahí que pensara que sus canciones podrían puntuar la película, como Aimee Mann en Magnolia.


P: ¿Qué pensó cuando vio la película acabada?

R: Que había logrado ¡mi primera película adulta! En ella hay experiencia personal y bagaje. Y es la primera vez que me he permitido ir algo más allá en lo emocional. Ha sido un reto y es, hasta ahora, de lo que me siento más orgulloso.


Jean Dujardin (en el papel de Alexandre)

P: ¿Qué le atrajo a esta aventura?

R: En teoría, este tipo de comedia no es lo mío, pero me preguntaba cómo lo podría afrontar, técnicamente. Y me dije que ésta bien podía ser la única vez en la vida en que mediría metro cuarenta, y me encantaba la idea de encarnar a un enano más bien perfecto que no inspirara ni burla ni ridículo.


P: ¿Cómo abordó su personaje, Alexandre?

R: Inmediatamente, le pregunté a Laurent cómo iba a proceder. Entendía que esto no iba a ser una comedia sino un romance o un cuento de hadas sobre una mujer bella y una rana pequeña. Así que tenía que interpretar a mi personaje sin ambages, ni como chico listo ni con sarcasmo. Igual que hizo Virginie. De hecho, nuestro trabajo no iba a ser divertido, teníamos que narrar una historia romántica y punto. Tenía que trabajar de rodillas, mirar a Virginie desde abajo, bailar y hablar solo… ha sido duro pero interesante. En el film, la comedia se produce desde los papeles secundarios, como el exmarido, la madre, o la secretaria, quienes nos miran y nos juzgan.


P: ¿Intelectualizó su diferencia para poder encarnarlo?

R: No, porque actué partiendo del principio de que Alexandre no es pequeño en su mente: en realidad es un gran hombre (un pequeño gran hombre) que disfruta de una vida buena, de un buen trabajo y de una gran casa. De hecho, es espectacular. Sin embargo, sí intelectualicé los problemas que ello podía ocasionar a mi suplente, Brice, que efectivamente mide metro cuarenta. Me habló de la dificultad de ser tan distinto. Pero no quería dar vida a un quejica. Quería que mi personaje se presentara optimista. Y cuando tenía que aparecer algo triste, trabajé con Brice que la tristeza de Alexandre no pareciera demasiado falsa, pues tiene cierta reserva, y también su orgullo, y no quería traicionar eso. Pretendía ajustarme a la realidad.


P: ¿Qué le enseñó acerca de usted mismo este personaje?

R: Me hizo sentir la humildad (carcajada). Cuando súbitamente mides metro cuarenta, y actúas de rodillas, o en una silla, devienes modesto. Pero esa altura también modifica el modo en que ves las cosas. Es como volver a ver el mundo desde la altura del niño. Aunque la película no sólo habla a la gente de corta altura, también a todos aquéllos que tienen complejos. Y eso es muy interesante.


P: Existe una relación buena entre Alexandre y su hijo. ¿Le gusta encarnar a padres?

R: Sí, y ello incluso si me recuerda que ¡me estoy haciendo mayor! Pero lo acepto, porque he de encontrar papeles diferentes para mí. Si en la vida real se tienen hijos de quince o dieciséis años, no es difícil de abordar. Y con César Domboy hubo una complicidad instantánea. Igual que muchos otros actores de su generación, es un chico listo. Trabaja con rapidez.


P: ¿Qué le gusta de Laurent Tirard?

R: Su cine es elegante, e impide que exageres. Es estilizado y muy construido: es agradable formar parte de ello. Tirard no habla mucho pero, cuando te da una indicación o te comenta algo, siempre es preciso. Me gusta eso de él: en lugar de proceder como un colega, con golpecitos a la espalda, te arrastra a su universo. Me encantan sus silencios y su reserva. No tiene un ego desmesurado: sabe lo que quiere. Quiere viajar, divertirse, e intentar cosas nuevas. Y así es exactamente como concibo mi carrera.


P: ¿Y su compañera, Virginie Efira?

R: La conozco desde hace un tiempo, por lo que actuar con ella era a un tiempo agradable y obvio. Confío mucho en ella, así que todo cuanto había de hacer era dejarme ir. Virginie nunca finge, está porque le place. Es inteligente, nunca se altera: se ríe de sí misma y piensa contigo, sin jamás dar la impresión de que está trabajando. Es muy agradable actuar con alguien sin tener que preguntarse qué piensa de ti, si va a cansarse o si va a estar realmente metida. Virginie no es el tipo de actriz que arrastra al plató sus problemas personales. Posee la elegancia de estar siempre allí para servir al proyecto. Por lo demás, es la que lleva la película: hay en ella algo radiante. Ya no es la Meg Ryan de cuando estaba comenzando; ha madurado más allá de ser la chica común. Ahora es una mujer bellísima admirada por los hombres y que agrada a las mujeres. Posee ese tipo de aura atractiva que es más evidente de película a película.


P: ¿Le gusta improvisar?

R: Sí, pero no lo puedes hacer con todo el mundo. Una improvisación se hace con un buen colega. Te alegra el día cuando funciona. Pero en esta película me he portado muy bien, porque no quería que mi personaje quedara como un bocazas.


P: ¿Qué atmósfera había en el rodaje?

R: Muy seria y dedicada, y muy técnica. De todos modos, es el tipo de aventura en la que te embarcas siendo consciente de que va a producir una satisfacción de efecto retardado debido a su complejidad de factura. Complejidad para el director, que dirige a los actores contra una pantalla de croma, pero también para los actores, que se sienten aislados, dado que no actúan juntos… de hecho, ha sido duro para todo el mundo. Sea como sea, ha sido una primera incursión en este tipo de película, y me hace feliz haber aportado un grano de arena en terra incognita, porque esto es lo que más me gusta de mi profesión.


P: ¿Qué pensó al ver la película?

R: Me ha parecido muy agradable, muy sensible, y muy elegante. Donde otros directores podrían descontrolarse, Laurent ha evitado los obstáculos y se ha mantenido sobrio. No es pura comedia, pero es la primera vez que siento he contribuido en una película cuyo potencial público familiar es muy manifiesto.


Virginie Efira (en el papel de Diane)

P: ¿Qué le atrajo de este proyecto?

R: Incluso antes de que me ofrecieran participar, ya había oído hablar del mismo, y sentía mucha curiosidad. Me pareció que la idea de una mujer que fantasea sobre un hombre que no conoce, antes de descubrir que mide metro cuarenta, y que se ve en la encrucijada entre el amor que le profesa y una especie de vergüenza social, era una idea extraordinaria para una comedia del todo original. Y el hecho de que Laurent Tirard fuera a dirigir y a encoger a Jean Dujardin, quien encarna al personaje, hacía el proyecto del todo emocionante y especial. Conocía a Laurent Tirard y su trabajo, así que sabía que tiene gusto y un alto nivel tanto en lo concerniente a lo formal como al contenido…; y también a Jean Dujardin, de quien siempre he pensado que interpreta con un desquiciado tipo de libertad. Así que me presenté a una audición, y comenzamos juntos. Conocí a la productora. Era su primera producción. Se mostraba singularmente entusiasmada, y resultaba contagioso. Creo que tenía mucho que hacer con esa energía en el rodaje. Y luego, por supuesto, estaba el guión de Laurent Tirard y Grégoire Vigneron, capaces de preservar un tipo de simplicidad narrativa sin sacrificar la complejidad de los personajes, aun siendo una comedia. El argumento es divertido, pero al tiempo me pareció muy universal e interesante el tema de cómo nos vemos el uno al otro en la más plena intimidad, y la percepción que la sociedad tiene de nosotros. ¿Cuándo somos realmente libres en las decisiones que tomamos? ¿Influye en nuestros sentimientos el modo en que los otros nos miran?.


P: ¿Cómo enfocó el personaje de Diane?

R: No vi la película original porque habría limitado mi interpretación a un estilo particular. Para hacer algo nuevo, necesitaba que mi imaginación volara libre, olvidar los valores morales, entender a esta mujer con sus aciertos y sus defectos. Tenía que olvidarme de los arquetipos de la mujer fuerte, para así proveer a Diane de consistencia humana. Para ello, trabajé mucho el texto, y cada vez que no entendía una de sus reacciones, buscaba una manera de meter algo de mí misma para poseer plenamente la situación. Mi principal reto consistía en ser capaz de aportar una clase de verdad para una proposición más bien extraña mientras se respetaba todavía la comedia. Para creerlo, hay que adentrarse profundamente en la situación y transformar tu personaje en una persona de carne y hueso.


P: ¿Le llevó tiempo domesticar a Jean Dujardin?

R: No sé si es porque nos conocimos un poco antes, pero muy pronto nos sentimos maravillosamente cómplices. He de decir que Jean es muy elegante, y no jerarquiza las relaciones humanas. Porque en muchos aspectos todavía permanece niño, le encanta probar cosas nuevas, lo que contribuye a que una se sienta libre y cómoda muy rápidamente. Pese a todo, una siempre necesita algo de tiempo para entender cómo trabaja su colega. Y especialmente en este film, en el que los elementos fundamentales han sido tan peculiares: lo que yo veía no tenía por qué ser necesariamente lo que el público iba a ver en la película. Me refiero particularmente a esos fondos verdes a los que no estamos acostumbrados en Francia, o escenas en las que estamos derechos pero no podemos mirarnos a los ojos. Yo clavaba la vista en uno de los botones de su camisa, y él en una nube sobre mi cabeza cuando me hablaba. Cuando rodábamos en la calle, era absurdo: los transeúntes debían pensar que estábamos haciendo ¡arte contemporáneo de calle!


P: Al leer el guión, ¿tuvo la impresión de que la película sería romántica?

R: No, porque una película siempre es el resultado de lo que se hace conjuntamente. Pero se podría decir que era una posibilidad. Y para que el proyecto me agradara, tenía que contener ese aspecto. Laurent nos hizo sentir cómodos rápidamente: si no nos sentíamos bien con ciertas palabras, podíamos sugerir algo distinto. En este tipo de gran película, no diría que se deban hacer las cosas más complicadas, pero es necesario evitar que se hagan mecánicas: mediante el respeto a los matices, el seguimiento de los ojos del otro para dar consistencia al intercambio. Luego, el encanto funciona o no: es algo que no puede controlarse.


P: ¿Qué tipo de director es Laurent Tirard?

R: No es la clase de cineasta atenazado de angustia que te atiborra de información o preguntas. Laurent es parco en palabras, y cuando te dice algo nunca es gratuito. Ello te llena enormemente de confianza. Pero es bueno tener modos distintos de funcionar, porque eso es lo que evita que los actores creen un método que les limite. En ocasiones necesito entender algo, en otras no. Sólo necesito permanecer en sincronía con todos los elementos distintos. Siempre procuro evitar las zonas de confort: cuando en un film funciona todo, es preciso crear pequeñas imperfecciones.


P: ¿Le gusta improvisar?

R: No creo demasiado en la improvisación. Los actores pueden acabar escuchándose hablar a sí mismos, y no me gustan los actores haciéndose con el plató. Lo que está bien es improvisar dentro de un acotamiento. En ocasiones, ello revela un subtexto. En la escena de la cena, por ejemplo, Laurent nos dejó muy libres. No me sentía muy cómoda con las historias curiosas que explicaban. Personalmente, odio los chistes, y nos metimos a fondo con ellos en esa escena. Lo mismo ocurre en las escenas de separación, para las que Laurent aceptó sugerencias antes de rodar con el fin de que los actores se sintieran tan próximos como fuera posible a lo que estaban interpretando. También me gusta mucho la reserva de Jean. Siempre mantenía una dignidad para su personaje. En las escenas emocionales, jamás exageraba, y eso también influye en lo que puedes sugerir.


P: Usted tiene auténtico tacto para la comedia. ¿Sabe de dónde le surge?

R: No, no sé en absoluto de dónde puede venir, pero no creo que tenga mucha naturaleza cómica. No soy Valerie Lemercier o Jacqueline Maillant, ni aun deseándolo ser. Cuando era una niña, le pregunté a mi madre si era divertida. Estuvo pensándoselo unos quince segundos, y se limitó a decirme... no. Eso tuvo gracia. Pero hay algo absurdo en tomarse todo seriamente, cuando sabemos cómo vamos a acabar todos... Así que el humor, el ingenio parecen ser ¡la única defensa que funciona! No sé cómo llevarme bien con gente que no tenga sentido del humor, y me encantan las comedias en el cine, esas comedias que alcanzan a combinar ligereza y profundidad. ¡Eso es la elegancia suprema!


P: La comedia romántica le sienta bien. ¿Qué le gusta de este género?

R: Me gusta la gente que se mueve, que cambia, que busca la vida, o cuando menos el élan vital. En el cine, el modo más sencillo, y quizá más bello, de mostrar eso es a través de dos personas que se encuentran y se enamoran. Te hace caer en los códigos de otra persona, te amplía la percepción del mundo, y también te ablanda. Es emocionante interpretarlo... En particular dado que en la vida real no se puede experimentar eso mil veces, de otra manera ¡ya no tendría sentido alguno! Había algo que me gusta en la emancipación tardía de Diane. Y también me gusta subvertir lo establecido. Amar a alguien distinto no es sencillo. Liberarte de las normas establecidas no resulta obvio para todo el mundo. Me gusta la vergüenza que ella pueda sentir, la que podamos sentir por ella, y luego la de haber tenido incluso tal pensamiento. Me gustan todas las cosas por las que la vergüenza le hace pasar.


P: ¿Qué le ha enseñado de usted misma este personaje?

R: Un personaje siempre te enseña algo acerca de una misma de un modo no intelectual sino sensible. Al principio de la película, hay en Diane algo un tanto inflexible; su existencia la percibe constreñida y no sabe cómo abrirse. Es como si quisiera la aprobación de los otros antes de actuar. Esa clase de sumisión me es muy familiar. Me recuerda cosas por las que he pasado y que obviamente usé. Tratar de liberarse no es sencillo. Ni siquiera estoy segura de que nadie alcance a lograrlo realmente, pero intentarlo no es perjudicial.


P: ¿Qué pensó al ver la película?

R: Que la misma posee un tono, un ritmo, y una verdad. Me parece que mis compañeros han estado en sintonía, emotivos. Y ha resultado divertido ver la película con todos los efectos especiales. En el plató, teníamos una idea de cómo luciría la cosa, pero dado que las reducciones no eran siempre definitivas, temía que Jean apareciera con el aspecto de un personaje de Tolkien. Afortunadamente, ofrece una imagen muy real.