Stefan Zweig fue uno de los personajes más irrepetibles del siglo XX.
Escritor, biógrafo y activista social, este intelectual austríaco y judío se vio obligado a huir de su país debido al régimen nazi.
En su huída hacia adelante, se refugió en París primero y, más tarde, en Londres, pero Zweig acabó huyendo de Europa junto a su esposa a Sudamérica, instalándose finalmente en Brasil, donde acabará suicidándose en 1942 debido a su miedo a que el nazismo se extendiera por todo el mundo.
Sinopsis larga
PRÓLOGO
Río de Janeiro, Agosto de 1936. Stefan Zweig (Josef Hader) es recibido en el exclusivo Jockey Club por la alta sociedad brasileña con todos los honores, como si fuera un estadista. El austriaco de 54 años es un escritor con prestigio mundial y junto con Thomas Mann, el escritor de lengua alemana más leído. De hecho, a la lectura pública de la velada anterior habían asistido más de 2.000 personas.
El Ministro de Asuntos Exteriores brasileño, Macedo Soarez (Virgilio Castelo) presenta al famoso invitado a los notables del país. Los reunidos se agrupan alrededor de una enorme mesa cuya exuberante decoración de flores tropicales quiere ofrecer al autor europeo en un solo vistazo toda la variedad y belleza de Brasil. Pero además del exotismo seductor del país y de sus habitantes y del extraordinario recibimiento que está viviendo desde su llegada hace tres días, Stefan Zweig percibe una impresión aún más fuerte que le motiva a un discurso: él, que por su condición de judío ya no puede publicar en la Alemania nacionalsocialista y que desde 1934 vive en Londres un exilio temporal, se siente sobrecogido por una sociedad que al parecer ha logrado la convivencia pacífica de distintas razas y diversos colores de piel: Brasil, un país del futuro, es un ejemplo para el resto del mundo. Y a partir de ese momento, para Zweig estará unido para siempre a su esperanza personal de encontrar un nuevo hogar.
I.Buenos Aires, Septiembre 1936. El Congreso de escritores es el acontecimiento estrella en Buenos Aires. 80 escritores de 50 países se reúnen ante la opinión pública para debatir sobre “la posición del escritor en la sociedad” y como tema central, el fascismo emergente en Centroeuropa. Stefan Zweig es el invitado de honor de ese año.
El secretario del congreso, Antonio Aita (Arthur Igual), conduce a Stefan Zweig a través de una multitud de curiosos y visitantes. Una mesa redonda de prestigiosos periodistas internacionales lo espera para entrevistarle. Entre ellos se encuentra el periodista judío Joseph Brainin (André Szymanski) que insiste en pedir al famoso exiliado Zweig una condena del régimen hitleriano, lista para imprenta. Cuando Zweig se niega a satisfacer esa exigencia, la entrevista desemboca en un interrogatorio político. Zweig mantiene que un artista tiene la obligación de defender la diversidad intelectual y de comunicación y debe ejercer una influencia sólo a través de su obra. Como pacifista e intelectual no puede enfrentarse al radicalismo de sus adversarios con otro radicalismo. “No me pronunciaré en contra de Alemania. Nunca me pronunciaré en contra de ningún país. Y no haré excepciones”.
A su lado, Emil Ludwig (Charly Hübner), menos conocido, ya ha comenzado un encendido discurso contra la Alemania nazi. Y mientras Ludwig no tiene escrúpulos en atacar de forma provocativa y dramática la censura y la arbitrariedad, Zweig, sentado junto a él en el podio, observa al público que aplaude y se entusiasma con el discurso de Ludwig. A continuación, el escritor belga Louis Pierard (Vincent Nemeth) da lectura a los nombres de autores perseguidos y exiliados, y el público se levanta como si estuviera en misa. Zweig rechaza ese gesto patético, gratuito e inútil. Cuando todo el público le aplaude en pie como al único escritor exiliado presente, le resulta difícil disimular su rechazo.
II.Bahía, enero 1941. Hace meses que Stefan Zweig viaja por América del Sur con su segunda mujer Lotte (Aenne Schwarz) dando conferencias. Tras el estallido de la Segunda Guerra Mundial tuvieron que abandonar su casa de Londres y desde entonces viajan sin tener un hogar propio.
Zweig está escribiendo un libro sobre Brasil, y para realizar sus investigaciones visita el norte, una zona muy poco habitada del país. En medio de una enorme plantación de caña de azúcar, piden que les expliquen el sistema de ese cultivo. El sol calienta, el sudor empapa la ropa. Y el tiempo apremia ya que en pocas horas tienen que volar a Nueva York. La sobrina pequeña de Lotte ha emigrado sola a Estados Unidos. Sin embargo, su agenda les obliga a visitar al alcalde de la capital de la provincia; será otra recepción más como ocurre casi a diario durante este viaje. De camino, Zweig redacta telegramas y aprovecha sus conexiones con los embajadores sudamericanos para obtener visados para amigos y compañeros que se ven obligados a salir de Europa. La idea de la guerra y de la destrucción de su país no le abandona nunca.
Cuando finalmente llegan a una finca en el campo, encuentran al alcalde Bernardo dos Santos. El alcalde había logrado trasladar la recepción del ayuntamiento a aquel lugar para acortar el viaje de su famoso invitado, y ahora se avergüenza del entorno improvisado. Zweig intenta quitarle importancia a este hecho para que no resulte embarazoso hasta que el alcalde –ya recuperado- lanza ante los representantes de su municipio un discurso ofensivo: según él, el hecho de que Stefan Zweig escriba un libro sobre esa región brasileña es en realidad una consecuencia positiva de los horrores que está viviendo Europa. Lo absurdo de la situación culmina cuando, para obsequiar a Zweig, la banda del pueblo toca el vals del Danubio Azul en homenaje a su patria chica que para él ha dejado de existir.
III.Nueva York, enero 1941. Es pleno invierno y los cristales de las ventanas del piso de Greenwich Village están cubiertos de hielo. Por primera vez en nueve meses Stefan Zweig se reúne con su primera mujer Friderike (Barbara Sukowa), de la que se divorció después de veinte años de convivencia. A diferencia de Lotte, joven y totalmente entregada a él, la energía vital y el espíritu independiente de Friderike siempre le habían aportado apoyo y protección, y de pronto se da dolorosamente cuenta de que lo echa en falta.
Unas semanas antes, Friderike y sus dos hijas de un primer matrimonio habían conseguido huir a Estados Unidos y ahora se alojan en Nueva York en el piso de una amiga. Friderike entrega a Zweig un montón de cartas de peticiones de Europa. Confrontado al sufrimiento, al número cada vez mayor de personas que se dirigen a él por la precariedad de sus situaciones personales, así como a sus muchos amigos fallecidos, Zweig siente desesperación y también impotencia. “Si pudiera, medio continente se refugiaría en el otro medio”. Es imposible ayudar a todos, y hace tiempo que ya no le queda dinero para avales; casi toda su fortuna se ha perdido en Inglaterra.
Cuando Lotte, la nueva mujer de Zweig, llega al piso, Friderike la recibe con respeto y generosidad, sobre todo porque el clima debilita a Lotte que sufre asma y ataques de tos. Casi al mismo tiempo, llega el editor americano de Zweig, Ben Huebsch (Stephen Singer). Sugiere a Zweig y Lotte que se trasladen a la cercana localidad de New Haven para trabajar y vivir provisionalmente hasta que decidan cuál será su futuro lugar de residencia. La idea de trabajar sin interrupciones anima a Zweig y con el apoyo de las dos mujeres pone en marcha un ambicioso plan: por un lado quiere publicar el libro sobre Brasil simultáneamente en cinco idiomas, y por otro terminar en las próximas semanas su obra biográfica El mundo de ayer.
IV.Petrópolis, noviembre 1941. Stefan y Lotte Zweig han vuelto a abandonar Estados Unidos. Hace unas semanas que se han mudado de Río a Petrópolis, a dos horas en coche de Río y en medio de una vegetación tropical. El mundo de ayer está terminado y el libro sobre Brasil se publicó en cinco idiomas al mismo tiempo. Pero en Brasil le han recibido de forma ambigua. La izquierda le reprocha un enfoque poco crítico con la dictadura blanda de Getúlio Vargas y los nacionalistas lo encuentran tibio y poco entusiasta.
En la mañana de su 60 cumpleaños, Stefan Zweig recibe la visita sorpresa de un viejo conocido. Se trata de Ernst Feder (Matthias Brandt), escritor judío alemán y antiguo jefe de sección del Berliner Tageblatt, que también se aloja con su mujer en Petrópolis. Al reconocer Zweig a Feder, su semblante se ilumina con la ilusión de ver una cara conocida en un país extranjero. Acompaña a Feder a su nueva y sencilla vivienda y subraya las supuestas ventajas de una vida lejos de todo. Sin embargo, ante el paisaje paradisíaco que se extiende ante ellos, Zweig no puede ocultar su auténtico estado de ánimo: una profunda desesperación se ha apoderado de él. Solo le queda observar con impotencia y desde muy lejos lo que ocurre en el mundo, y ante el abrumador desastre europeo, su propia seguridad le parece una impertinencia. Ya no confía en la paz. En ningún lugar del mundo existe oposición alguna contra las guerras. Feder se esfuerza en aliviar la depresión de Zweig y le promete jugar al ajedrez con él, como aportación a la obra que planea escribir Zweig: Novela de ajedrez.
Al regresar a su domicilio, a Stefan Zweig lo esperan Lotte, su editor brasileño Abrahão Koogan (Abraham Belaga) y su mujer Paulina (Irina Potapenko) que le regalan por su cumpleaños un pequeño terrier llamado Plucky. Entusiasmado, Stefan Zweig juega con el perro. Es un último instante de alegría desenfrenada, casi inquietante…
EPÍLOGO
Petrópolis, febrero 1942. El dormitorio en penumbra de los Zweig. Sobre la cama, Stefan y Lotte Zweig, en un abrazo inmóvil, yacen sin vida. Los jardineros han encontrado los cadáveres y hace tiempo que han llegado la policía y los médicos. Se está registrando la habitación. Se impide la entrada a vecinos y curiosos, pero la noticia del doble suicidio se va extendiendo como un reguero de pólvora. Abrahão y Paulina Koogan, y Ernst y Erna Feder se presentan en la casa de Zweig extremadamente preocupados. El teléfono no para de sonar, hay que informar a la prensa. Todos están inmersos en una actividad triste y frenética hasta que piden a Ernst Feder que lea en voz alta a los presentes la carta de despedida de Zweig redactada en alemán:
"(...) ¡Quiero saludar a todos mis amigos! ¡Les deseo que lleguen a ver la aurora al final de esta noche tan larga!
Yo, demasiado impaciente, me adelanto a ustedes".