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  Viaje al cuarto de una madre  Dirigida por Celia Rico Clavellino
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VIAJE AL CUARTO DE UNA MADRE, la ópera prima de CELIA RICO CLAVELLINO (directora del multipremiado cortometraje "Luisa no está en casa" que participó en la Biennale di Venezia, entre otros reconocidos festivales, y formó parte del Short Film Corner del Festival de Cannes).

La película está protagonizada por LOLA DUEÑAS (Premio a Mejor Actriz del Festival de Cannes por "Volver"; Concha de Plata a Mejor Actriz por "Yo también" en el Festival Internacional de Cine de San Sebastián; Premios Goya a Mejor Actriz por "Yo también" y "Mar Adentro" y nominaciones al Goya como Mejor Actriz de Reparto por "No sé decir adiós" y "Volver") y ANNA CASTILLO (Premio Goya a Mejor Actriz Revelación por "El Olivo" y nominación al Goya a Mejor Actriz de Reparto por "La Llamada" ).

Completan el reparto PEDRO CASABLANC (Nominación al Goya a Mejor Actor por "B") en el papel de Miguel, ADELFA CALVO (Premio Goya a Mejor Actriz de Reparto por "El Autor") como Pili y SUSANA ABAITUA ("La Llamada" en cine o "Se quién eres" en TV) interpretando a Laura.

Para Celia Rico Clavellino, considerada por la revista Variety como uno de los nuevos talentos del panorama cinematográfico nacional, "VIAJE AL CUARTO DE UNA MADRE" "es una película sobre el amor materno-filial, sobre los miedos y las esperanzas de dos mujeres de generaciones distintas unidas por un vínculo aparentemente fuerte, aunque enormemente frágil".

VIAJE AL CUARTO DE UNA MADRE, guion que fue seleccionado por el Festival de Cine de Berlín para formar parte del Script Station Lab.


La directora
Considerada por la revista Variety como uno de los nuevos talentos del panorama cinematográfico nacional, CELIA RICO CLAVELLINO (Sevilla, 1982) es licenciada en Comunicación Audiovisual y en Teoría de la literatura y literatura comparada.

Como guionista y directora empezó su carrera con el multipremiado cortometraje "Luisa no está en casa", interpretado por Asunción Balaguer y Fernando Guillén, que fue la única representación española en La Biennale di Venezia en 2012 y que pasó por festivales como La SEMINCI, el Festival de Cine Europeo de Sevilla, el Festival de Cine de Málaga o el Festival de Cine de Gijón. Además, formó parte del Short Film Corner del Festival de Cine de Cannes, ganó el Premio Gaudí a mejor cortometraje y el premio del Col·legi de Directors de Catalunya.

Celia ha sido ayudante de la directora de cine Claudia Llosa y ha dirigido la segunda unidad de su última película "No llores, vuela" (Festival de Berlín, 2014). Además, Celia lleva más de una década trabajando en productoras de cine como Arcadia Motion Pictures ("Blancanieves", "Blackthorn") u Oberon Cinematogràfica ("La teta asustada", "Dictado"), entre otras, y ha co-escrito el largometraje "Quatretondeta" de Pol Rodríguez (Festival de Málaga, 2016).

Celia imparte clases de dirección en la ESCAC (Barcelona) y colabora en el proyecto de pedagogía del cine "Cinema en Curs". Ha publicado el álbum ilustrado "Celia se aburre" (Penguin Random House) y ha escrito la serie de animación infantil "Mironins" basada en la obra de Joan Miró, que co-dirigirá en 2019.

"Viaje al cuarto de una madre" es su ópera prima. El guión, escrito por ella misma, participó en 2015 en el prestigioso Script Station Lab de la Berlinale Talents.


Notas de la directora
Esta historia surge de una sensación física, como hija que se desprende del nido familiar: el confortable calor con el que las faldas de una mesa-camilla me resguardaban del frío. O me aprisionaban. No era fácil salir de aquel brasero. Podría haberme pasado horas durmiendo la siesta bajo su regazo, cómodamente, mientras la vida transcurría en otra parte, lejos del confort de la casa de mis padres.

Ésta es una película íntima, familiar, sobre este paso necesario, aunque no siempre fácil, que se produce en todas las relaciones entre padres e hijos. Los hijos siempre se marchan de casa. Es ley de vida, dice la expresión. Y aún así, no hay ninguna fórmula segura para emprender este viaje.

Pero en este viaje no solo se embarcan los que se van. Cuando nos marchamos, dejamos un vacío enorme entre las cuatro paredes de una casa que nadie sabe cómo rellenar. Es ahí, en ese lugar, donde quise asomarme para pensar en la relación a distancia entre una madre y una hija. Son muchas las películas que han retratado el proceso de emancipación de los jóvenes en búsqueda de independencia, pero muy pocas han explorado la otra cara de este viaje, la de los padres que se quedan atrás.

"Viaje al cuarto de una madre" es una película sobre los lazos familiares que constantemente nos unen y nos separan, nos hacen fuertes y a la vez tan frágiles. Una película sobre los apegos y las distancias entre una madre y una hija que emprenden un doble viaje para descubrir lo complejo que es quererse.

Decía Yasujirô Ozu que la tragedia de la vida comienza con el vínculo afectivo entre padres e hijos. Querer bien, sin coartar al otro ni renunciar a uno mismo, quizá sea una de las tareas más difíciles en las relaciones paterno-filiares. Esta película pretende capturar esos momentos delicados de la vida donde el amor se revela en el saber alejarse, en el dejar ir.

Escribir la película
Después de "Luisa no está en casa" empecé a escribir pequeñas escenas de personajes solos en sus habitaciones, siguiendo la estela de lo que formal y temáticamente había explorado en el cortometraje. Siempre parto de la casa, que para mí es el espacio protegido, amable, donde compartir algo al calor de las personas cercanas. Cuando nada se comparte o no hay un centro de calidez o franqueza, hasta en el espacio protegido uno se siente desorientado, a la intemperie.

Un tiempo después, retomé aquellas escenas íntimas y decidí centrarme solo en una de ellas, la de una madre que llamaba a su hija por teléfono para charlar, buscando esa calidez, ese compartir algo que atenuara un momento de soledad en casa. Su hija, ocupada en otros menesteres, no tenía tiempo para ella.

Como hija, me sentí mal al releerlo. Vivo a casi mil kilómetros de distancia de mis padres y el teléfono forma parte de nuestra relación. A veces, cuesta encontrar el tiempo para devolverles una llamada, a pesar de que ellos siempre están ahí, atentos, para descolgar el teléfono al instante en el que se les necesita. Cómo corresponder algo así.

Fue ese malestar el que me movió a seguir escribiendo, a preguntarme cuáles son las expectativas que, a menudo, solemos depositar en las relaciones con nuestros padres, en las relaciones con nuestros hijos: qué esperamos de ellos o ellos de nosotros; cuánto pensamos en el otro o en nosotros mismos; en qué momento hacemos concesiones o ponemos límites; cuándo somos necesarios o prescindibles.

Retomé la escena de la llamada y metí a aquella madre y a su hija dentro de la casa familiar. Empecé a moverlas por sus habitaciones para que emprendieran un viaje al territorio íntimo y contradictorio de los apegos. Quería mostrar, a través de los actos cotidianos de la convivencia, lo difícil que es encontrar ese frágil equilibrio en el que la independencia no suponga soledad ni la compañía dependencia. Es en la conquista de estos espacios propios y ajenos donde se urden la mayoría de los conflictos en las relaciones materno-filiares. Debemos ser para los hijos -decía Natalia Ginzburg- un simple punto de partida, ofrecerles el trampolín desde el cual darán el salto.

Me gusta colocar a los personajes en encrucijadas cotidianas en las que, sin certezas a las que agarrarse, tengan que decidir -y por tanto, dudar- qué es lo mejor y para quién. En la tesitura de estas (in)decisiones se abren grietas, laberintos y hasta descubrimos que tenemos deseos. A pesar de que los miedos, a menudo, los esconden de nuevo. El amor incondicional no necesariamente le vuelve a uno más fuerte.

Todo el proceso de escritura ha estado atravesado por la pregunta sobre cómo vivir la propia vida y manejar este amor que nos siembra miedos. De nuevo, parafraseo las reflexiones de Natalia Ginzburg sobre la educación de los hijos: como padres, deberíamos tener una relación íntima con los hijos y, sin embargo, no mezclarnos violentamente en su intimidad. Encontrar el justo equilibro entre silencio y palabras.

Hacer la película
Buscar ese justo equilibrio entre silencio y palabras ha sido, precisamente, uno de los trabajos más bonitos y delicados a la hora de hacer y pensar esta película, a la hora de trabajar con las actrices e intentar construir una estrecha -y casi mimética- relación entre sus personajes.

En las lecturas de guión siempre hablamos de los pequeños gestos que acompañan esos silencios y palabras y que contienen nuestras emociones más sinceras, seamos más o menos conscientes de ellas. Pensamos mucho en cuáles eran esos gestos, a la par valientes y cobardes, como lo son las palabras que tantas veces nos guardamos para proteger al otro y que, en otras ocasiones, se escapan hiriendo a quien solo velaba por nuestro cuidado.

Como cineasta, me interesa mostrar a personas normales en entornos cotidianos viviendo situaciones como las que todos vivimos. Por eso me suelen gustar películas sencillas que con argumentos mínimos hablan de la vida en su curso, impredecible.

Desde el principio trabajamos poniendo una especial atención a los detalles más simples, como preparar una cafetera por la mañana o abrocharse el pijama por la noche. Hay tantas maneras de abrir una cafetera y de ponerse un pijama que la vida misma, con sus conquistas y decepciones, sus misterios y contradicciones, podría contenerse entre estos dos gestos.

Pero para conseguir el tono de la película era necesario medir mucho cada uno de estos gestos, ya que tanto a la madre como a la hija les cuesta ser sinceras por miedo a preocupar o defraudar a la otra. Queríamos construir un clima de mucha ternura y complicidad entre ellas y, a la vez, cargarlo de mentiras ingenuas y torpes con las que fracasar en el empeño de sobreprotegerse. Esto ha implicado trabajar

en dos direcciones, por un lado, las actrices tenían que meterse de lleno en las emociones más íntimas de los personajes y explorarlas hasta las últimas consecuencias y, por otro, llevarlas a la mínima expresión para esconderlas como si nada de eso estuviera pasando. Lola y Anna son dos actrices tremendamente sensibles e inteligentes que han conseguido crear algo profundo y delicado moviéndose en el terreno de las sutilezas. Este es un trabajo que precisa de mucha finura, tanto en el dominio de las emociones y sus resortes, como en la precisión de los gestos.

Durante el rodaje, constantemente pasaban de ser dos personajes independientes (Estrella y Leonor) con sus propias personalidades, a fundirse en una única figura madre-hija, como si hubieran creado una especie de escultura conjunta de una materia muy vulnerable, capaz de transformarse con el leve roce de una respiración. Creo que fue muy valioso trabajar la relación materno-filial desde la sensación física de estar atrapadas en el sofá, tapadas por las faldas de una mesa-camilla que bien podrían haber sido la prolongación del espacio uterino: estar bajo la misma falda, ser dos y a la vez una. Cuántas veces decimos una frase que le hemos oído repetir mil veces a nuestra madre y nos sorprende escucharla de nuestra propia boca. Cuántas veces descubrimos en nosotros un gesto habitual de nuestros padres u observamos en los hijos un rasgo que antes solo nos pertenecía a nosotros.

El cuarto de mi madre
Estrella es costurera, como mi madre. La costura forma parte de mi infancia; he crecido rodeada de telas, escuchando el traqueteo incesante de una máquina de coser y los cortes incisivos de una tijera. Así que, de una forma muy natural, el oficio de mi madre ha sido clave a la hora de crear el personaje que interpreta Lola Dueñas. Es su máquina de coser la que aparece en la película y ha sido ella la maestra de costura de Lola durante el proceso de preparación del personaje de Estrella.

Le pedí a mi madre que enseñara a Lola su oficio; un oficio artesanal -casi en extinción- hecho desde casa. Durante un par de meses Lola visitó el cuarto de costura de mi madre a diario y allí aprendió a coser como si lo hubiera estado haciendo toda la vida. Cosieron durante tantas horas que gran parte del vestuario y atrezzo de la película ha salido de aquel cuarto de costura.

A veces, yo entraba en él para compartir este proceso; les hacía de modelo para que me tomaran medidas o para que me probaran lo que estaban diseñando. Otras veces -la mayoría- las espiaba sin que se dieran cuenta y observaba la relación tan especial que se estaba creando entre ellas dos y una máquina de coser. Aquello no estaba siendo un simple curso de costura, fue todo un proceso de transmisión de una vocación, vinculado al amor incondicional de una madre. Lola ponía todo su empeño en coser de la forma en que lo hacía mi madre. Y mi madre ponía todo su empeño en enseñarle para que a su hija le saliera lo mejor posible la película que había imaginado.

Esta ha sido mi primera película y, como toda primera vez, he descubierto muchas cosas mientras la hacía. Decía Chantal Akerman que hay que rodar una película para entender un guion. Estrella es costurera porque para mí la maternidad es indisociable de este oficio, que solo entiendo como un acto de creación y de protección, como un acto de generosidad.

Son muchos los vestidos que a lo largo de los años mi madre me ha cosido con sus propias manos, casi sin necesidad de tomarme medidas. Muchos me los he puesto, orgullosa de lucirlos, pero también hay otros con los que no me he sentido cómoda o no me he identificado y que se han quedado colgados en el armario.

Supongo que hay muchas formas distintas de decir te quiero y, a veces, lo hacemos a nuestra manera, dándole forma a una tela o a una película. Como escribió Xavier de Maistre en "Viaje alrededor de mi cuarto" -el título que, en parte, ha inspirado el de esta película- cuando viajo por mi cuarto, difícilmente sigo una línea recta.