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  Atardecer  (Napszállta)
  Dirigida por László Nemes
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Premiere internacional en el Festival de Venecia, donde competirá en la Sección Oficial por el León de Oro.

Atardecer (Sunset) es una película de László Nemes tras ganar el Oscar y el Globo de Oro a Mejor Película de Habla no Inglesa y el Gran Premio del Jurado en el Festival de Cannes con su opera prima, El Hijo de Saúl. En palabras del propio director, "Atardecer (Sunset) habla del colapso de una civilización. Sin embargo, no cuenta una historia de decadencia, sino de caída. De cómo, de un momento a otro, todo puede caer desde el cenit".


Biografía del director
László Nemes nació en 1977 en Budapest, Hungría. Después de estudiar Historia, Relaciones Internacionales y Guion en París, trabajó como asistente de dirección en Francia y en Hungría en varios cortometrajes y largometrajes. Fue el asistinte de Béla Tarr en El hombre de Londres y posteriormente estudió dirección de cine en la Universidad de Nueva York. Sus cortometrajes han sido galardonados en más de 100 festivales internacionales. Su primer largometraje, El Hijo de Saúl, se estrenó en el Festival de Cannes de 2015, y recibió el Gran Premio del Festival. Su opera prima le llevó a recibir, entre otros muchos reconocimientos, el Globo de Oro y el Oscar a Mejor Película de Habla No Inglesa en 2016. Atardecer, su segunda película, tuvo su premiere internacional en el Festival de Venecia donde se alzó con el Premio FIPRESCI de la Crítica Internacional. Además, es la película candidata para representar a Hungría en los Oscars de 2019.

Cortometrajes
2010 - The Gentleman Takes His Leave (Az úr elköszön)
2008 - The Counterpart
2007 - With a Little Patience (Türelem)
Largometrajes
2018 - Atardecer (Sunset)
2015 - El Hijo de Saúl


Contexto histórico
La monarquía del Imperio austrohúngaro, situado en el centro de Europa, antes del estallido de la Primera Guerra Mundial, se encuentra en medio de la escalada de tensiones europeas, donde coexisten la modernidad y la obsolescencia en distintos niveles. A nivel político, el viejo Francisco José I de Austria, emperador de Austria y rey de Hungría, tiene bajo su mandato, desde Viena, vastos territorios, una docena de países y diversas culturas y religiones. Todas aquellas grandes aspiraciones, tanto políticas como ideológicas, que se extendieron durante el siglo XIX, están presentes y avanzan desenfrenadamente e incluso, a veces, se mezclan: socialismo, anarquismo y nacionalismo. El antisemitismo moderno alcanza su madurez en Viena. Florecen nuevas investigaciones científicas y las primeras formas de estudios psicológicos y de psicoanálisis se desarrollan de manera próspera. Mientras que grupos pseudocientíficos y pseudointelectuales, movimientos sectarios y sectas ocultas que siguen a líderes iluminados parecen intentar calar en la sociedad o la sociedad más apartada. De este modo, en Austria y Hungría coexisten diversos movimientos fundamentalmente marginales, pero entusiastas; mientras toda forma de arte, incluyendo arquitectura, literatura y cine, florece. La crisis identitaria, fruto de la fragmentación de las aspiraciones y del declive del poder central, sumado al sentimiento de decepción en todo el mundo y a una crisis de masculinidad, dieron lugar a un mundo vibrante que podía ir o bien hacia una prosperidad en éxtasis o bien hacia la perdición. De alguna manera, más allá del amor por la tecnología en la sociedad y su optimismo ilimitado, existe un malestar profundo, un sentimiento que está en el aire y que puede ser a veces amenazante o incluso apocalíptico y que está a punto de suceder. Es la época de una expectación casi bíblica.

Esta sociedad, cuyos códigos y sofisticación se basan en la manera de vestir y de comportarse de la gente, los sombreros que diseñan y que llevan, mantiene una fachada de tranquilidad. Pero, bajo el revestimiento de la civilización, existen fuerzas incontrolables que están a punto de meter a todas las personas, tanto las que creen en el progreso como las que no, en una devastación de dimensiones hasta entonces impensables.


Notas del director
Irisz y Atardecer
Incluso antes de empezar mi primer trabajo, El hijo de Saúl, tenía en mente la idea de hacer una película sobre una mujer, solitaria, perdida en su mundo, un mundo que intenta, pero no consigue, entender. Probablemente por la influencia de una innegable tradición literaria y cinematográfica de Europa central, he caído en un personaje principal que está, en parte, rodeado de misterio y que cuyas acciones deben ser analizadas y reanalizadas por el público continuamente, hasta convertirse en una figura de una dimensión inesperada, como una especie de Juana de Arco de Centroeuropa.

A diferencia de El hijo de Saúl, que se trataba de un estilo documental minucioso, Atardecer se asemeja a un cuento, un misterio propiamente dicho, donde se invita al espectador a que, junto al personaje principal, busque un posible camino a través de este laberinto de fachadas y de capas. Desde el inicio, imaginé esta película como una manera de sumergir al espectador en un laberinto personal, acompañando a Irisz en su objetivo de encontrar a su hermano y, a la vez, de encontrar el significado del mundo que quiere descubrir. Detrás de cada pista que parece desvelar, aparece información contradictoria. Tras cada capa, se revela una nueva. Y el personaje principal puede, perfectamente, no ser consciente del proceso que se está llevando a cabo en su interior. Irisz es un personaje atrapado entre la luz y la oscuridad, la belleza y la amenaza, incapaz de lidiar con las zonas grises. En este sentido, Atardecer es también la historia de una chica, el florecimiento de una extraña flor.

Atardecer, desde un principio, intenta seguir de cerca al personaje principal, Irisz, cosa que da un enfoque muy íntimo en una película de época, e intenta romper con los códigos previsibles de la percepción del pasado. Ojalá que el espectador se sumerja en un mundo desconocido, donde las personas hablen lenguas diferentes (el sonido es la piedra angular de la estrategia de inmersión) y así, se fuerce a eliminar algunas barreras. Creo que es muy necesario. Mi principal objetivo es llegar al espectador de una manera diferente, después de hacer que el público sienta y reflexione.

Atardecer, nuestro tiempo y Europa
Atardecer es una película sobre la civilización en sus encrucijadas. En el corazón de Europa, en la cumbre del progreso y la tecnología, sin haber sido escrita, la historia personal de una mujer joven se convierte en el reflejo de un proceso que es, en sí mismo, el nacimiento del siglo XX.

Hace un siglo, desde lo más alto de su propia cúspide, Europa se suicidó. Hasta la fecha, este suicidio sigue siendo un misterio. Es como si la civilización, en su momento álgido, estuviera produciendo el veneno que la destruiría. En el núcleo de la película, yace esta inquietud personal.

Atardecer se sitúa antes de la Primera Guerra Mundial en el Imperio austrohúngaro, un estado aparentemente próspero y plurinacional, con una docena de lenguas y diversas culturas, y cuyas boyantes capitales, Viena y Budapest, eran el centro cultural del mundo. Sin embargo, frente a este trasfondo floreciente, se encuentra la realidad de las fuerzas ocultas que están a punto de destrozarlo todo.

Cuando era niño, mi abuela, que nació en 1914, me contaba historias. Su vida abarcó práticamente todo el siglo, vivió la agitación del continente europeo, pasando por todos los regímenes totalitarios, genocidios, revoluciones fallidas y guerras. Ella fue, en cierto modo, Europa.

Mis profundas raíces europeas me han llevado a preguntarme sobre la época en la que vivimos ahora y las épocas de nuestros antepasados, lo fino que puede llegar a ser el revestimiento de la civilización y qué hay debajo. En nuestro mundo moderno posnacional, parece que hemos olvidado las dinámicas de la historia y, en nuestro infinito amor por la tecnología y la ciencia, también parece que hemos olvidado lo cerca que pueden llevarnos del borde de la destrucción. Creo que vivimos en un mundo que no está muy lejos del anterior a la Gran Guerra de 1914. Un mundo completamente ciego ante las fuerzas de destrucción que se alimentan en su interior. No estamos lejos de los procesos que se llevaron a cabo en la monarquía austrohúngara. Para nosotros, la historia es ahora y está en Europa central.

Subjetividad, civilización y cine
Como director de cine, me siento atraído por el descubrimiento de cómo el alma humana (subjetividad) y el alma colectiva de la civilización pueden encontrarse. Cuando imaginaba Atardecer, intentaba encontrar la unión entre una historia individual y la situación de un mundo en el que existe la figura de la heroína. Hoy en día, la práctica cinematográfica pretende guiar al espectador y reconfortarlo continuamente. Pero yo siempre he querido buscar nuevas formas de presentar al público con experiencias subjetivas de incertidumbre y fragilidad, la corriente subyacente de nuestra condición humana. Igual que en El hijo de Saúl, no quiero presentar al público una obra de época bastante convencional. Creo que podemos conseguir más si nos permitimos mirar el mundo por el rabillo del ojo, y no intentar destaparlo del todo. La imaginación del espectador hará el resto.

Creo que la estandarización del cine y de la televisión actuales es intrigante y estoy determinado a encontrar nuevas formas de representar imágenes e historias, sin depender de métodos que ya están demasiado probados y contextualizados. Esto significa que alguien tiene que asumir los riesgos.

La experiencia del público, al ver las películas de hoy en día, es insatisfactoria y se ha reducido a un lenguaje industrializado para facilitar la comprensión, dejando de lado el viaje que realiza el espectador. Las películas de hoy en día no confían en el público. Yo dirigí Atardecer de una manera que puede resultar extraña para aquellas personas que aceptan la práctica cinematográfica actual. Mi intención fue reconectar al público con la esencia aventurera de las películas.

'Menos es más', nuestro enfoque visual se basa en una estrategia del espacio orgánica, gracias a una cámara en continuo movimiento. Mientras nos sumergimos en el mundo de un personaje aparentemente ingenuo e inocente, con suerte, vamos descubriendo las cosas a la vez que ella de una manera natural. Un flujo de información volátil y subjetivo convierte la historia de una chica joven en un cuento oscuro de decadencia.

En un mundo cinematográfico que confía cada vez menos en localizaciones reales y cada vez más en ordenadores y efectos visuales, quise posicionarme desde un punto de vista donde el cine pueda hacer de todo junto con la magia de la física, la óptica y química. Es un juego de percepciones, de luces y sombras. Por tanto, confiamos en localizaciones ubicadas en ciudades reales, como Budapest, y en el uso de películas y efectos reales expuestos y desarrollados de manera fotoquímica. Realizamos largas escenas complicadas y coreografiadas para llevar Atardecer al mundo físico, aquel en el que el público cree.

Esta película es mi declaración personal de amor por el cine, casi un siglo después del optimismo de Amanecer de Murnau, película a la que rendimos homenaje. Espero que Atardecer tenga algo de los interrogantes que subyacen en la película de Murnau.

Tengo la sensación de que nos encontramos en el nacimiento de una nueva era cinematográfica, pero menos apasionada. Debemos de estar, de nuevo, en una encrucijada y la tentación puede llevarnos a un camino donde el lenguaje cinematográfico es más incuestionable y rígido que nunca, con un amor incondicional a la tecnología digital y la dramaturgia simple, y que se arriesga a perder la magia y la creatividad implacable del cine.

László Nemes,
Director y guionista de Atardecer