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  El diablo entre las piernas  Dirigida por Arturo Ripstein
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El Viejo, ya retirado, gasta su aburrimiento en deambular por la casa. Beatriz se escabulle en las mañanas a sus clases de baile de salón con pupilos tan rancios como ella. La única persona que accede a su hogar es Dinorah, una criadita que ha llegado hace años a la casona cuya única diversión es husmear la vida de sus patrones. Ella es la única que sabe que sólo hay una cosa que rompe el tedio y aburrimiento de la pareja: los celos. Celos irracionales no sólo por la vida de reclusa casi total de Beatriz, la mujer del Viejo, sino por la edad de la misma. Beatriz es vieja, fuera de la ruleta sexual. Y sin embargo, el Viejo la acecha, más allá de la lógica, más allá del amor. Los celos se han convertido en la gasolina que mantiene ardiendo la mente y el corazón del viejo cascarrabias.

Los pleitos desgastan y el equilibrio se rompe: la mujer, a fuerza de sentirse celada, se siente deseada y sobre todo deseable. Quiere ser deseable. Es más, quiere comprobarlo. Por ello una noche sale de casa sin rumbo alguno y con un solo propósito: sexo.

Su regreso a casa desata la hecatombe: el marido la encara y ella -tantas veces y tantas veces sobajada, insultada, refrenda la traición conyugal llevando la mano del viejo a su entrepierna. Las profundas humedades debajo de su falda dan fe de su aventura. Es una venganza dulce, perfecta que no tendría porque romper el equilibrio perverso de la pareja, de no ser por Dinorah. La muchachita, ahora aliada y vocera del viejo, no puede permitir tal osadía. El viejo se desmorona. Era tanto mejor imaginar que corroborar. Desarmado pide ayuda a Dinorah, que con del arrojo de los 17 años, encara a la mujer y la golpea ferozmente con el bastón del viejo. Beatriz cae en un charco de sangre. La jovencita y el viejo creen que ha muerto. Sin embargo, la mujer respira…