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  Teresa  Dirigida por Paula Ortiz
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Teresa espera paciente la llegada del Inquisidor para ser juzgada. De su visita y de sus palabras dependerá su futuro: libertad, cárcel o la hoguera.


Sinopsis larga
Teresa espera paciente. Sabe que ha llegado el momento. Hoy vendrá el Inquisidor. De su visita y su juicio dependerá lo que pase con el Monasterio de San José que tanto le costó fundar con sus hermanas.

Sus preguntas y sus conclusiones decidirán sobre lo que pase con sus hermanas, y lo que pase con ella. Libertad, cárcel o la hoguera.

El Inquisidor entra en la cocina donde le espera Teresa. Es un hombre más joven que ella. Atractivo para tan serio oficio. De gesto severo y mirada esquiva, indescifrable, hasta que decide atacar a su presa. Entonces es diabólico. Es el reverso de Teresa.

El Inquisidor inicia su interrogatorio con el que espera desvelar cómo y quién es Teresa. “Decidme quién sois, Teresa, si es que sabéis quién sois.” Teresa, solícita pero reservada, le cuenta como fue su infancia y juventud. Pero el Inquisidor parece ver más allá de sus palabras... Teresa está llena de fisuras para el tribunal de la Inquisición.

Encuentra sus grietas y sus dobleces y las aprieta demostrando que sabe que su familia era conversa, que tenía lecturas prohibidas en casa, que de joven sintió una atracción demasiado especial por otra novicia, Juana.

Teresa entiende el peligro. Está frente a un contrincante extremadamente audaz, alguien a su altura. Intuye y teme cual será el siguiente paso en el combate con él. No yerra. El interrogatorio abre el gran abismo de Teresa: sus conversaciones y visiones de Dios. Él le insinúa si no estará confundida y quizás a quien ve es más bien el demonio. O si quizás, ella es un fraude.

Teresa entiende que no hay lugar para esconderse, no saldrá sin heridas de este interrogatorio. Decide defenderse activamente de todo cuanto insinúa el Inquisidor con la verdad. Su verdad. Se inicia un combate dialéctico sobre la vida y obra de Teresa en el que se disputa el valor de los libros, de la palabra, la fe, el tamaño de Dios, la arrogancia, la desobediencia y la libertad de la mujer.

Teresa intenta convencer al Inquisidor de que les apoye a ella y sus hermanas para mantener abierto el convento en contra de los deseos del Tribunal Provincial de la Inquisición, pero cuando ve que no hay forma, que jamás podrá convencerle, desiste y deja de discutir. Acepta el destino que le espera. Pero el Inquisidor no está dispuesto a soltar a su presa cuando está tan cerca. Quiere que sea ella la que reconozca su error. Que diga que todo son invenciones. Quiere que confiese su mentira.

Pero Teresa ya no habla con él o, al menos, ya no habla para él. Su discurso se vuelve claro, seguro, sin fisuras. El Inquisidor desespera: ¿de dónde viene tanta seguridad? ¿tanta luz?

Él la amenaza con todas sus armas: arresto, humillación, tortura, hoguera... Arderá viva, como las brujas.

Nada le importa a Teresa, solo no faltar a sí misma ni a Dios. Por eso, pase lo que pase dirá lo que piensa.

Roto, el Inquisidor le hace una última pregunta: “¿Dudáis, Teresa?” y añade: “Dios es conmigo lejano y silencioso, pero jurad que no os envidio. Preguntadme quién soy y sabré decirlo. Vos no sabéis quién sois, Teresa.”

Ella se queda quieta, ensimismada. Por supuesto que duda.

El Inquisidor se va derrotado y deja a Teresa sola, hablando consigo misma, perdida en su eterna duda, esa que no cabe en la palabra, porque: “La lengua está en pedazos y es sólo el amor el que habla. Pero nadie puede hablar de ello. Es mejor no decir más.”