El flojo y gris octavo álbum de Taylor Swift
Mucho talento en 'Folklore' poniendo la música al servicio del ego como prioridad
Lo acabamos de contar en la noticia habitual de los sábados sobre nuestra lista de canciones favoritas, la unión de talento suele dar buenos resultados... pero también hay excepciones que confirman la regla. El lanzamiento inesperado del álbum Folklore de Taylor Swift ha acabado eclipsando la actualidad musical estos días. Ella es una artista con unas aptitudes extraordinarias: creadora de grandes temas y buena cantante; muy lista además a la hora de elegir colaboradores, parece una ambiciosa mujer de negocios, y además tiene buena presencia física, algo que en el mundo mainstream -aunque nos pese- es importante. Siempre he tenido la sensación de que maneja cierta impostura con el objetivo principal del éxito global, que es bienqueda, y que maneja los tiempos, incluso estos tristes y complicados para la humanidad.
Estamos ante un disco flojo, triste, como la portada, creado en el aislamiento por la Covid-19, pero acompañada de gente de mucho nivel. Para la ocasión eligió a Aaron Dessner de The National y a Justin Vernon de Bon Iver, que juntos colaboraron años atrás en Big Red Machine, proyecto que ha vuelto hace poco sin Vernon, pero con Michael Stipe. Volvió a contar con Jack Antonoff, un tipo mucho más jovial en su trabajo como demuestra en Bleachers, pero que también se lució en el álbum Norman fucking Rockwell de Lana del Rey, un poco del rollo melancólico que debía buscar Taylor, que se ha quedado sin embargo muy lejos de esa calidad, porque en el fondo no es lo suyo. Por separado van sobrados y en conjunto hay puntuales muestras de talento, pero no hay cohesión, no hay pasión, y no hay grandes canciones. Al menos en mi opinión y tras varias escuchas no lo parece. Quizá el mejor tema sea Cardigan, el single.
Resumiendo, música al servicio del ego.