Nació en un pueblo llamado Martos, donde con poquito están hartos (ellos mismos lo dicen). A los cuatro años, Cándida vio como su padre se iba a la revolución sin darle cuentas a nadie. Hasta hoy.
Ha trabajado desde que se acuerda, aunque es probable que haya empezado antes, lo cual no le ha impedido dar la luz varias veces y criar una prole que da gloria verla, pero no nos adelantemos. Siendo apenas una niña la admitieron en una pensión en la que hacía los mandados, se encargaba de la compra, hacía las camas, fregaba los cacharros, lavaba la ropa, planchaba y limpiaba la casa. Vamos que no hizo la pensión porque el edificio ya estaba hecho.
Después de dar más vueltas que una noria por Martos, Jaén y alrededores, Cándida aterrizó en Madrid buscando una vida mejor. No la encontró, pero según ella, son cosas que tienen que suceder. En la capital empezó una infatigable carrera como asistenta multitarea que la llevó por casas bajas, media y nobles, aunque las señoras para las que trabajó se parecían en algo: casi todas eran más agarradas que la muleta de un cojo.
Con el tiempo, más bien nuboso, se hizo con una vivienda oficialmente protegida en la que dar cobijo a esos hijos antes mencionados y a no pocos parientes; muchos eran tangenciales y alguno que otro querido. Los años pasaban lentos, aunque no silenciosos; Cándida estaba empezando a comprender que, cuando Dios aprieta, ahoga pero bien. Finalmente, su inquebrantable optimismo para superar todas las adversidades dio sus frutos: Guillermo Fesser le propone convertirse en la más peculiar crítica de cine que haya conocido la radio española y Cándida comienza su colaboración con Gomaespuma. Sus días como asistenta habían terminado. Ya era hora.
Desde entonces, Cándida Villar ha conocido Nueva York, ha visitado festivales de España y ha visto que la biografía escrita por Guillermo Fesser se ha convertido en un éxito de ventas. Lo último ha sido hacer de sí misma en toda una película que lleva su propio nombre. Lo dicho: son cosas que tienen suceder.