Michael, hijo de un francés nacido al otro lado del mundo, llega a París para rehacer su vida lejos de las crisis económicas de América del Sur. Todo su patrimonio es un cuadro de un pintor conocido heredado de su padre ("Si un día lo necesitas, véndelo en Francia. Vale una fortuna..."). Pero en París descubre que, con el cuadro, ha heredado también un pasado turbio, ocultado por un padre que casi no conoció.

Clara, una mujer de cierta edad encerrada en su profesión y poco segura de ella misma, recibe del otro lado del mundo un rollo de Super-8: una amiga de juventud, gravemente enferma, le manda unas imágenes de un tiempo pasado, rico en esperanzas militantes y en despreocupación sentimental. La película aviva en Clara los recuerdos de una traición que, al igual que una herida no cicatrizada, han sobrevivido al tiempo, a la distancia, a los desencantos. Ella busca al culpable, que vive bajo otro nombre y con otro rostro, para matarle. Este crimen, "sin móvil aparente", gesto loco de fidelidad a la que fue, le trae la paz interior en la que ya no creía.

Otro acto insensato de fidelidad al pasado, es el que permite a David desquitarse. En otros tiempos fue un pintor reconocido, y ahora se ha convertido en falsificador. Cierto día, decide hacer fracasar el complot de unos traficantes que le contratan y revelar a la víctima prevista la trampa que le han tendido para despojarla de su único bien.

Su recompensa será reencontrarse con la mujer a la que amó en el pasado y que perdió al otro lado del mundo, aunque ahora ella sea sólo un fantasma...

Este "otro lado del mundo", que atormenta el presente de los personajes, es la ciudad de Buenos Aires, que les ha marcado a todos de manera distinta en el pasado. Hoy en París, las historias de los tres personajes se cruzan y se anudan, se hacen eco, sin que ellos lo perciban.