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Roma cartel reducidoRomaDirigida por Adolfo Aristaráin
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Notas del director
La esencia o la médula de la historia que se cuenta es absolutamente primitiva, ancestral y conocida: el amor de una madre por su hijo.

No hay grandes acontecimientos sino hechos menores que sólo tienen importancia para los protagonistas y modifican sus vidas de gente común. Amores realizados, amores frustrados, traiciones, lealtades, sacrificio, rencillas familiares, muertes repentinas, apremios económicos, viajes, fugas, y el eterno temor al futuro, a la aventura de sobrevivir con dignidad.

Una madre que se descubre poco convencional cuando se ve obligada a elegir entre aceptar el derrumbe o luchar por la supervivencia de su prole. Joaquín, el hijo de Roma, también llamado Joaco, es hijo único.

La familia tiene la mezcla típicamente porteña de italianos y españoles (vascos): Góñez por el padre, Di Toro por la madre.

La vida plácida de la clase media argentina del '54, con un futuro estable y seguro por delante, termina abruptamente cuando muere el padre. A partir de ese momento la madre se impone un único objetivo que es, además, su razón para seguir viviendo aunque haya perdido al hombre que le daba sentido a su vida.

En una época de moral rígida y convenciones aceptadas sin discusión, rompe con todo, se enfrenta a las dos familias pero hace lo que sea necesario, elimina barreras a fuerza de sentido común e inteligencia y capacidad para borrar límites. Se ha propuesto darle un futuro a su hijo, darle armas para defenderse en la vida. Para eso es necesario hacer que no pierda lo que un status de clase media le permitía tener. Nada debe cambiar, aunque eso signifique su propio sacrificio. Puede vivir por su hijo una vida ficticia para así protegerlo, sin culpa, sin lamentos. Su vida ya la ha vivido. Ahora es el turno de Joaquín.

Su hijo no responde como debería a todo lo que se le ofrece: es mal estudiante, indisciplinado, soñador y vago. No le interesan las carreras rentables. Quiere escribir, se mete de lleno en la bohemia porteña de los '60. No sabe qué hará de su vida. Quiere recorrer mundo, ser libre, vivir aventuras. Es la oveja negra, el que echa por la borda el esfuerzo de su madre. Lo que le da culpa es sentir la obligación de cumplir el mandato materno aunque su madre no le haga ningún reproche. Acepta que su hijo elija ser libre, a pesar del temor que eso le genera.

Joaquín ejercerá su libertad por un tiempo, pero finalmente volverá a su ciudad para cumplir con lo que siente que es su misión, o su deuda, aunque su madre ya no pueda saberlo.

Notas de Mario Camus
Un día de primavera, al atardecer, recibo una llamada de Adolfo, desde Buenos Aires. "¿Tienes tiempo para trabajar conmigo en una historia?", me dice. "Todo el tiempo del mundo", le contesto... "¿qué historia?, cuéntame". Me habla de una escena concreta: "Una mujer entra con su hijo de diez años en la oscuridad de un cine. Le coloca en una butaca. Pone en una de sus manos un bocadillo y en la otra un pequeño termo con café con leche caliente. Le dice al oído que le estará esperando cuando termine la película y se aleja hacia la salida dejándole embebido en las imágenes". "¿Roma?", le pregunto. "Roma", me contesta.

Después de aquella breve conversación, nos pusimos a trabajar. Fueron unos meses duros, dinámicos, creativos, llenos de hallazgos, de decisiones complicadas y de ajustes interminables. Adolfo encontró la fórmula para contar lo que quería contar y yo intenté ayudarle a dar coherencia a tanto material.

Cuando se terminó de escribir la historia, en un período de tiempo muy corto, Adolfo ya estaba rodando. La película empezó a crecer y las páginas del guión, ya usado, llenaron las papeleras. Así ocurre siempre. El libro cinematográfico es una guía que sirve, como preciso manual de instrucciones, para armar, levantar y exhibir la narración. Lo contiene "todo" pero a ese "todo" hay que visualizarle, ponerle tiempos y espacios, rostros, vestidos, maneras y en definitiva, darle la vida. De ahí que la característica más acusada de un guión es la transitoriedad. Una vez usado carece de valor. Sin embargo, una gran parte de la creación está en sus páginas... Se escribe, se rueda y se monta. Al relatar los hechos y ponerlos en el papel se piensa en dar entrada e indicaciones a todos los profesionales que concurren en el hecho cinematográfico y, a continuación, de forma segmentada, filmar, consiguiendo las imágenes de lo que ya es representación y apariencia de vida. El montaje concluirá dándonos la dimensión exacta de lo que se ha logrado.

La empresa es ardua y, como decía Conrad, "la vida corta y la verdad muy lejana". "Así", insiste el escritor polaco, "sorprender y captar, en un momento de audacia, sobre el curso del tiempo, una fase efímera de la vida, no es sino el comienzo del trabajo. La tarea, emprendida con ternura y con fe, estriba en mantener resueltamente, sin vacilación ni temores, en presencia de todos y a la luz de una actitud sincera, este fragmento de vida. Consiste en mostrar su color, su forma, su vibración, su movilidad, revelando la esencia misma de su verdad. Con un poco de destreza y de suerte se puede a veces alcanzar una sinceridad tan perfecta que, a la postre, la visión de dolor o de piedad, de miedo o de júbilo, acabará despertando en el corazón de los espectadores el sentimiento de una inquebrantable solidaridad, de esa solidaridad en los orígenes misteriosos, en el trabajo, en la alegría, en el destino incierto, que une a todos los hombres entre sí y a la humanidad entera con el mundo visible que la habita..."

Un día de primavera, al atardecer, recibí una llamada de Adolfo, desde Buenos Aires...

La banda sonora
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