En noviembre de 1959, Truman Capote (Philip Seymour Hoffman), el autor de Desayuno en Tiffanys y un icono de lo que pronto se va a conocer como la jet set, lee un artículo en The New York Times. Relata los asesinatos de los cuatro miembros de una conocida familia granjera, los Clutter, en Holcomb, Kansas. Historias similares aparecen en los periódicos casi a diario, pero esta vez algo llama la atención de Capote. Es una oportunidad, según él, de demostrar una teoría que siempre ha sostenido: en las manos del escritor adecuado, la no ficción puede resultar tan apasionante como la ficción. ¿Qué impacto han tenido los asesinatos en ese pequeño pueblo en las llanuras azotadas por el viento? Argumentando que para su propósito era irrelevante el hecho de que cogieran a los asesinos, convence a la revista The New Yorker de que lo mande para cubrir la noticia y se va a Kansas. Le acompaña una amiga de su infancia en Alabama, Harper Lee (Catherine Keener), quien en sólo unos meses va a ganar el premio Pulitzer y se va a hacer famosa, al escribir Matar a un ruiseñor.
Aunque su voz aniñada, su amaneramiento y su peculiar forma de vestir al principio despiertan la hostilidad de una zona del país que sigue considerándose parte del viejo Oeste, Capote rápidamente se gana la confianza de los lugareños, principalmente la de Alvin Dewey (Chris Cooper), el agente de la Oficina de Investigación de Kansas, que dirige la operación de captura de los asesinos. Tras detener en Las Vegas a los asesinos -Perry Smith (Clifton Collins Jr.) y Dick Hickock (Mark Pellegrino)- los llevan a Kansas, donde son juzgados, declarados culpables y condenados a la pena de muerte. Capote va a verlos a la cárcel. Conforme empieza a conocerlos, se da cuenta de que lo que había creído que iba a ser un artículo para una revista se ha convertido en un libro, un libro que podría estar a la altura de las grandes obras de la literatura moderna. El tema es tan profundo como cualquier otro que haya podido tratarse en la literatura norteamericana. Se trata nada más y nada menos que del choque de dos Norteaméricas: el país seguro y protegido que los Clutter conocían y el país amoral y desarraigado en el que vivían los asesinos. Detrás de la fachada a menudo frívola de Capote, se esconde un escritor de gran ambición. Pero incluso él se pregunta si podrá escribir el libro, el gran libro, que cree que el destino ha puesto en sus manos. A veces, cuando pienso en lo bueno que va a ser, le escribe a una amiga, me falta el aire.
Continuación a la sinopsis
Perry sorprende a Truman, al mostrarle un recorte de prensa sobre la presentación de su libro en Nueva York. Aunque es obvio que Truman le ha mentido respecto a lo que llevaba escrito, el escritor consigue que Perry siga confiando en él. Al final, Perry le cuenta lo que tanto ha estado esperando oír, la historia de lo que ocurrió la noche de los asesinatos.
1964. Smith y Hickock obtienen otra suspensión de la sentencia. Capote lleva cuatro años con el libro. Perry le escribe cartas a Truman pidiéndole que les busque un abogado para apelar al Tribunal Supremo. Truman le da la espalda poniendo una mala excusa.
Truman y Jack asisten al estreno de la película Matar a un ruiseñor. Borracho, le dice a Nelle que las continuas suspensiones de la sentencia son una tortura. Como ganen esta apelación, voy a sufrir una crisis nerviosa de la que puede que no me recupere. Sólo espero que todo salga como quiero.
1965. Perry telefonea a Truman. Han desestimado su última apelación y han fijado la fecha de la ejecución para dentro de dos semanas. Truman y Shawn viajan a Kansas City con motivo de los ahorcamientos, que van a tener lugar en los alrededores de Lansing, el 15 de abril. Sin embargo, una vez allí, un angustiado Truman se niega a hablar o a levantarse de la cama, y lo último que se le pasaba por la cabeza era ir a ver a Smith y a Hickock a la cárcel. Esa noche, más tarde, Nelle le llama y le lee un último telegrama de Perry. Al darse cuenta de que tiene que cumplir su promesa y presenciar las ejecuciones, Truman se dirige a la prisión.
A Truman le dan cinco minutos para que vea por última vez a los dos condenados. Ellos están muy enteros, pero él se echa a llorar. He hecho todo lo que he podido. De verdad, les dice.
En el patíbulo, Perry dice: No tendría sentido pedir disculpas por lo que hice. Sería incluso inapropiado. Pero lo hago. El verdugo les pone la soga y les cubre la cabeza con un saco negro. Acciona la palanca y Perry cae. Truman contempla horrorizado.
Por teléfono, Truman le dice a Nelle: Ha sido una experiencia terrible de la cual no me recuperaré jamás. Y no pude hacer nada para salvarlos, a lo que Nelle le replica: Tal vez no. El caso es que tampoco quisiste.
Con todo lo necesario para finalmente acabar su libro, Truman regresa a Nueva York.