Antonio Banderas habla de su segunda película como director El camino de los ingleses...
P: ¿Qué significa para ti El camino de los ingleses además del título de tu segunda película?
Antonio Banderas (A.B.): En la novela se trata de algo menos concreto, pero en la película es un lugar específico que se ve desde el bar González Cortés, donde se reúnen los protagonistas. En Málaga lo llaman el Camino de Antequera. Después se abre a otras cosas, según explican los propios personajes. El camino de los ingleses es un proceso que hay que recorrer obligadamente y que todos los que han llegado a la edad que tengo yo hemos recorrido. Es el paso de la adolescencia a la madurez. Por El camino de los ingleses se puede llegar al mundo entero, le dice Luli a Miguelito.
P: Los personajes avanzan por El camino de los ingleses buscando sus sueños. ¿Cuál era el tuyo?
A.B.: Mi sueño era mucho más pequeño que la realidad que estoy viviendo. Yo simplemente quería ser un profesional del teatro, ni siquiera del cine. Con una lanza y una quinta fila en el Teatro de la Zarzuela de Madrid hubiera sido feliz. Simplemente quería ser profesional. Afortunadamente, muchos años después no creo haber perdido aun el motor que me llevó, un 3 de agosto de 1980, a salir de Málaga. Recuerdo perfectamente el momento en el que echó a andar aquel tren. Y a la gente que me acompañó. Y lo que me trajeron: paquetes de cigarrillos, comida, hasta dinero… Salí de Málaga con quince mil pesetas y cuando el tren echó a andar supe que yo me había convertido ya en otro. Que pasara lo que pasara, volvería a Málaga como otra persona. Y esa vuelta se produce ahora, veintiséis años después. De una manera u otra, yo estoy recorriendo El camino de los ingleses al revés. Esta película no es sólo mi segunda película, es volver a Málaga, volver a los 70 y al estado en el que me encontraba entonces. Y eso es lo que estoy tratando de explorar. Por eso la película se desenvuelve en muchos terrenos, eludiendo los tópicos. Hurga en los setenta, unos años en los que el ambiente político era muy denso en España, pero los acontecimientos políticos no aparecen. Tampoco hay guateques. La película aísla a los personajes en una burbuja atemporal.
P: ¿Es una película de personajes más que de reflexión generacional?
A.B.: Eso está no sólo en el contenido de la película, sino también en la manera en la que hemos tratado de rodarla. Muchos teles, para abstraer de los fondos, convirtiendo las escenas casi en cuadros abstractos. No he tratado de hacer una película costumbrista o neorrealista. Es un cine que me gusta mucho ver pero no practicar. Ya en Locos en Alabama siendo algo más realista, tenía ese carácter excéntrico, porque me interesan más esos terrenos que el mundo del realismo. Hemos preferido plantear una reflexión sobre cosas como la muerte, no tanto la muerte física -que también tiene su lugar en la película- como la muerte de las etapas, y sobre como uno se va abriendo a otras cosas. El ser humano es como un gusano que se mete dentro del capullo para salir convertido en mariposa. Lo reconozco en mí mismo, y lo veo en las personas que tengo cerca. Es un tema que me ha interesado siempre. Esa ha sido la excusa que me ha permitido volver a mi tierra y a aquellos años.
P: Aquí no hay anuncios de detergente de la época ni colores sacados de un rollo de Súper 8. ¿Cuáles han sido las claves que has manejado con el director de fotografía, Xavi Giménez, para realizar ese viaje en el tiempo sin caer en la nostalgia?
A.B.: El mundo real debe ser el mundo real y un poquito más. Tampoco mucho más. Desde el principio le dije a Xavi que teníamos que fotografiar los recuerdos y los pensamientos. Y lo hemos conseguido. Que los fondos se vuelvan manchas de colores, para descomponer un poquito la realidad. Que el cielo azul sea un poco más azul. Que se parezca a eso que cuenta la gente que vuelven a un lugar que han visitado de niños, y cuando llegan lo encuentran más pálido, más pequeño. No es tanto que tú hayas crecido como que tu cabeza juega un papel fundamental en el proceso.
P: ¿Qué destacarías de la colaboración con Antonio Soler, guionista y autor de la novela?
A.B.: Hablamos mucho. Primero de las sensaciones, de lo que me había llegado de la novela al leerla, de la esencia que había encontrado en ella. Después de estructura. Propuso algo que me pareció muy inteligente: hacer una especie de prolongación de la novela, en lugar de repetir todo el proceso de escritura. Empezamos a trabajar a partir de algo ya hecho, con la intención de crear un animal nuevo. Eso lo ha convertido casi en un guión original. La gente que haya leído la novela se llevará grandes sorpresas. Porque El camino de los ingleses era y es una historia muy literaria pero con una gran carga de imágenes. Las ensoñaciones de Miguelito son muy importantes, así como las fiestas de Don Alfredo; la película entra en las cabezas de los personajes y viaja a esos mundos interiores.
P: ¿Cuál era el reto de El camino de los ingleses para ti?
A.B.: Todo lo que se está rodando ahora mismo en el cine norteamericano es muy rítmico. El público exige ritmo porque la generación que va al cine es la generación de MTV, los que se han criado dentro de un videoclip. Es un espectador que demanda una información muy rápida y muy directa. No tenemos tiempo que perder; queremos recibir tu historia pero en el menor tiempo posible. Yo creo que a finales de los setenta murió la melodía. Antes íbamos a las discotecas y bailábamos los lentos y los rápidos. Eso se acabó. En términos de imagen también ocurre algo parecido. EL CAMINO apuesta por una narrativa distinta. Más que acelerar el ritmo de las líneas argumentales, busca la melodía. Y es una película coral que no se mueve en ningún género determinado.
P: ¿Por qué crees que no se puede asociar con ningún género?
A.B.: Creo que tanto en la novela como en la película estamos tratando de hacer poesía de la fatalidad, del destino, de lo oscuro, de lo que no se puede controlar pero que al mismo tiempo forma parte de la vida. Tratamos de hacerlo sin meternos demasiado en el drama, sino conservando cierta distancia con las historias. Toda la estructura de la película está montada de esa manera. Hay lo que yo llamo cinco unidades, relatadas por un personaje muy importante que es El Garganta, un miembro adyacente del grupo, un satélite que navega a su alrededor. Es una película en la que yo no le pido una lágrima a nadie. Tenemos un montón de momentos en los que podríamos haber manipulado un poquito al espectador con la emoción. Por ejemplo en toda la zona final de la película pasan cosas dramáticas, muy dramáticas, de melodrama puro. Sin embargo, la música que planteamos ahí, una música constante, representa a la vida. Y a la vida le importa un carajo que uno se muera, que el otro vaya a la cárcel… la vida sigue. Sigue por encima de todas estas cosas, y no llora. Las cosas pasan y ya está.
P: Locos en Alabama y El camino de los ingleses comparten numerosos símbolos: piscinas, cárceles… ¿Te atreves a compararlas?
A.B.: Es pronto para hacer algo así. Creo que ésta tiene un carácter muy afrancesado. Un estilo frío, distante, bello. Unas atmósferas de rareza en las que puedes descubrir siempre cosas. La Nouvelle Vague era así, desde Truffaut a Godard. Sólo hay una escena en mi película que a mí me produce una emoción especial, pero porque está planteada casi como una sesión fotográfica: la lluvia de verano. Lo que siente Miguelito en esa escena me ha pasado a mí y me sigue pasando. Cuando estoy disfrutando con intensidad de una cosa quiero fotografiarla mentalmente. Me ocurrió a menudo mientras trabajaba en NINE en Nueva York, y en especial durante la última semana. Además, el teatro es presente absoluto, no queda grabado, sólo queda el recuerdo tanto para el espectador como para nosotros. Cada noche mientras trabajaba, pensaba: me voy a empapar del olor, de lo que me va a decir ella, del color de ese foco... Quiero guardarlo fotográficamente como parte de mi acervo, de mi vida, voy a hacer un esfuerzo por mantener todo eso en la cabeza. Y soy capaz de describir momentos de ese tipo con todo detalle. Ese es el juego de Miguelito en la lluvia de verano, intenta recordarles a todos para siempre; por eso se difumina un poco todo, y quizá por eso la escena atenta un poquito contra la emoción.
P: ¿Te has implicado mucho en el montaje?
A.B.: Es una película que ha necesitado reposar antes de llegar a su montaje definitivo. La estructura estaba clara pero con el primer montaje profundizamos en los personajes, y a medida que trabajábamos en él hemos hecho más hincapié en el conjunto de las historias. Es lo que yo llamo recoger velas, dejar madurar la película. Si estás en una película de género –con su a,b,c,d,e habituales- eso no pasa. Todo se mueve según unos patrones. Y siendo un cine que me gusta mucho ver, hacerlo me aburriría. Además, para hacer género me quedo en EEUU. Hago El Zorro, que son historias que se entienden muy bien porque son proyectos que no tienen ninguna complicación. Pero si vengo a rodar aquí no quiero eso. Quiero arriesgar. Y no por una necesidad de jugármela, lo que sería absurdo. Es por la vida en sí misma. Porque con esta película vuelvo al momento en el que me marché. El camino de los ingleses me ha hecho reflexionar mucho sobre mí mismo.
P: ¿Es un relato iniciático o un retrato generacional?
A.B.: Es una película protagonizada por chavales muy jóvenes, sí, pero una película madura que reflexiona sobre la muerte de las etapas.
P: A pesar de tu carrera en el cine norteamericano, ¿te sientes un cineasta europeo?
A.B.: Admiro mucho la obra de Truffaut, y la cultura cinematográfica de Godard. Elem Klimov siempre me ha interesado, así como Andrei Tarkovsky y Emir Kusturica. Pero, sin duda, Fellini es el supermaestro. Y Buñuel, que siendo aragonés tiene un sentido del humor muy andaluz. Otro director del que siempre quiero ver más es Víctor Erice. Por supuesto, es un gran perogrullo decir todo esto.
P: ¿Significa esta película que tu futuro está detrás de las cámaras?
A.B.: Poco a poco quiero decantarme hacia la dirección. Porque no está todo inventado. Todavía se hacen cosas que no tienes más remedio que decir: qué buena idea. Lo que ocurre es que la mayoría de las nuevas buenas ideas vienen de la sencillez, siempre son simples.
P: ¿Es más complicado interpretar los textos de otro o sacar adelante un proyecto propio?
A.B.: Conocí a Woody Allen en Nueva York. Él acababa de rodar CELEBRITY, y mi mujer había participado en la película. Nos encontramos en un restaurante y nos acercamos a saludarle. Le llamé maestro, y me preguntó por Locos en Alabama, que en ese momento estaba montando. Y me dijo: ¿No te parece que es muchísimo, infinitamente más fácil dirigir que actuar? Le contesté: No lo sé todavía. Y hoy tampoco tengo una respuesta para eso. |