1 de Septiembre de 1997. El mundo se despierta con la trágica noticia de que la Princesa Diana, ex-mujer del heredero al trono británico, además de la mujer más famosa en ese momento, ha muerto en un accidente de coche. Al día siguiente, las puertas del Palacio de Buckingham aparecen llenas de flores como tributo a la joven princesa.
Pero Buckingham Palace está vacio. La familia real, aposentada en el Castillo de Balmoral, permanece estoica en su respuesta a la tragedia. El suyo es un mundo de tradición, dónde el protocolo es lo más importante y las muestras públicas de emociones no están bien vistas. La familia llorará en privado, junto a los dos jóvenes hijos de la princesa, William y Harry, protegidos de la voraz curiosidad de la prensa en su residencia escocesa. Es apropiado, razona la Reina, que el asunto sea un tema privado. Diana ya no era parte de la familia real y este no es un asunto de estado. Incluso la familia de Diana ha pedido un funeral privado. El príncipe Carlos está profundamente afectado y viaja a París para traer a casa el cuerpo de su antigua esposa.
La Reina y su familia pueden haberse retirado tras los muros de Balmoral, pero para Tony Blair el evento marcará su consagración como figura política internacional. Solo tres meses después de llegar al cargo tras una amplia victoria laborista en las elecciones de Mayo, el joven primer ministro siente como algo está cambiando entre la opinión pública británica. La famosa reserva británica y su carácter flemático parece estarse derritiendo. En su lugar hay un desbordamiento de emociones por la pérdida de la princesa, de una magnitud nunca antes vista en Gran Bretaña. Es como si toda la nación hubiera perdido una hermana, una madre o una hija. Ella era, como Blair la llamó en la conferencia de prensa televisada que se hizo el día que se anunció su muerte, "la princesa del pueblo".
Estas palabras tuvieron mucho efecto en los residentes de Balmoral. Cuando Blair sugirió que un funeral público sería apropiado, la Reina se enfadó al comentar éste que de esa forma el pueblo podría compartir el duelo. La sola idea le hace rechazarla. Le recuerda al primer ministro que se trata de un funeral familiar y no una atracción de feria.
Para el lunes, los ramos de flores en la entrada de Buckingham Palace forman una pila de enormes proporciones. Alistair Campbell, mano derecha de Blair, le da vueltas a la idea de que la Reina no es capaz de calibrar el estado de ánimo de la opinión pública mientras que Blair está ganando popularidad por sus gestos de simpatía, y se anticipa a los titulares de los periódicos que dijeron "Blair interviene para salvar a la monarquía de ella misma". Pero el primer ministro no puede evitar sentir lealtad. Mientras, Carlos da Blair apoyo total, ansioso por distanciarse de la familia real a quienes la prensa tacha de culpables, para desviar la atención sobre él.
Cuando le dicen a la Reina que se planea un funeral público basado en el de la Reina Madre y en el que intervendrán personalidades públicas que su ex nuera solía frecuentar, siente que se está cuestionando su autoridad. Pero, no será el único: hay más concesiones para acomodar el luto público por Diana, un público que está empezando a airear cada vez más su enfado con la familia real con llamadas ofensivas a Balmoral. A la Reina le parece que Diana está siendo tan problemática tras la muerte como lo fue antes. Se hace evidente que este asunto ha revelado al pueblo una parte que la Reina nunca imaginó que sería posible, una parte que la Reina tiene problemas para entender. Esta disposición para mostrar las emociones en público está también afectando a su hijo, Carlos, quien ha empezado a poner a prueba su paciencia con su falta de carácter en este momento de adversidad. Al menos en mitad de la belleza del campo escocés que rodea Balmoral y en compañía de su fiel perro, puede tener algo de paz. Al menos, este es un mundo que ella comprende y con el que se siente cómoda.
Mientras comienzan los preparativos para el funeral, anticipando la llegada de más de dos millones de personas a Londres, para el martes se plantea un nuevo problema de protocolo. Se produce otra polémica en los periódicos a propósito de la bandera del palacio de Buckingham que no ondea a media asta. Blair sugiere que se haga aunque esto vulnere el protocolo. En Balmoral, la Reina y el Príncipe Felipe se sienten crecientemente frustrados ante el protagonismo del primer ministro y la aquiescencia de su hijo.
Para el miércoles, la prensa afila sus críticas hacia la familia real: "Mostradnos que hay un corazón en la casa de Windsor", dice el titular de un tabloide, "Tiempo de cambiar la Vieja Guardia", proclama otro. La presión sobre la casa real está poco a poco haciendo mella en ésta. Durante un paseo en coche en el campo, el coche de la Reina se estropea y ella al verse sola se colapsa en un ataque de rabia, frustración y tristeza.
Con sus ayudantes, además de su mujer animándole a liderar la corriente reformista, Blair le pide a la Reina que viaje a Londres para enfrentarse al pueblo y compartir su dolor. Ella se opone a satisfacer las presiones de los medios. El pueblo, está convencida de ello, pronto parará la histeria y volverá a asumir un enfoque más digno y "británico" de la tragedia. Pero parece que los británicos ya no hacen las cosas a la vieja usanza y la idea de que quizás pueda estar fuera de onda con lo que ocurre empieza a hacer mella lentamente en ella.
La mañana del jueves trae buenas y malas noticias: la buena noticia es que la popularidad de Blair se ha disparado, la mala son los titulares de la prensa, criticando a la Reina por su comportamiento. Es demasiado para Blair, un hombre cuyas simpatías monárquicas salen a relucir. Al acercarse el día del funeral, urge a la Reina a seguir un plan de acción que sea atractivo para el público y evite una crisis constitucional.