Pitch
Ferran, a sus veinte años, no encuentra su sitio en la Valencia tardofranquista de los setenta. Todo cambia cuando conoce al Chino, un jugador de cartas que le descubre como sobrevivir fugazmente en el abismo.
Sinopsis
Fin de año de 1980. Nos situamos en un principado centroeuropeo, en una mansión muy lujosa. Los invitados, vestidos de gala, celebran el cambio de milenio. A la hora del café, se trasladan al salón. Un hombre vestido muy elegante se sitúa bajo la atenta mirada de todos. Sus gestos son calculados, lentos, para deleitar a los miembros del club. Le ofrecen una pistola. Mete una bala en la ruleta. La hace girar. Mira al techo. Pasea la mirada por todos los rostros inexpresivos que le observan. Reposa el cañón en su boca. Cierra los ojos.
Valencia, 1972. Ferran es un joven de veintiún años sin perspectivas en la vida. Está obligado a vivir con sus padres, pero exige un espacio propio al margen de la mediocridad familiar. Así que se instala en un antiguo gallinero de la casa. Su vida gris consiste en malvivir de algunos trabajos esporádicos como limpiar acequias de marjal.
Ferran juega al póquer en el casino del pueblo. Las partidas al copo, en cambio, se hacen en un domicilio privado. Ahí es donde conoce al Chino, un jugador profesional con una presencia física impresionante. Durante una partida Ferran se arriesga y pierde. Tiene que poner nueve mil pesetas sobre la mesa y no las tiene. Ningún jugador puede ayudarle. Después de acusarles de estar jugando una partida falaz, el Chino entra en la partida y los deja a todos desplumados. Ferran queda en deuda con él.
El Chino invita al chico a tomar una copa en un local de prostitutas. Le explica su preferencia por el póquer, ya que da más margen a la creatividad del jugador. Mientras conduce su deportivo como un loco, le dice que ha perdido por jugar con miedo. Debe arriesgarse y hacer como Cassius Clay, que ganaba mentalmente los combates antes de subir al ring. Ferran se compromete a pagarle la deuda poco a poco. Van al Cartago. Ferran se queda impresionado por el trato que recibe de todo el mundo. El Chino le presenta a Rosa, su princesa, una prostituta de veinte años de Jaén. Quedan al cabo de tres días en el casino del pueblo. Son las cinco de la mañana y la madre de Ferran, autoritaria como pocas, le recibe con una bronca. Él la deja con la palabra en la boca y se va a trabajar a la acequia. No soporta tener cuentas pendientes.
El Chino y Ferran se hacen amigos pero casi nunca hablan de la deuda. El Chino juega a todo, pero prefiere las partidas privadas por la cantidad de dinero que puede ganar en ellas. A esas reuniones sólo pueden acceder los jugadores y sus respectivos talismanes, que tienen la habilidad de quemar a los rivales. Las partidas se hacen tan frecuentes que Ferran tiene que dejar de limpiar acequias. Además, el Chino ha tenido una idea comercial que sin duda les beneficiará: constituir dos sociedades empresariales fantasma y girarse letras falsas a noventa días para poder disponer de dinero.
Ver jugar al Chino se convierte en un suplicio para Ferran. Muchas veces su carácter orgulloso hace que, en diversas ruedas de gracia, pierda todo lo que gana durante la noche. Siempre acaban en el Cartago, donde el Chino demuestra una extraña humanidad con Rosa, su princesa. Ferran ve la pelota bancaria cada vez más grande y el plazo para devolver el dinero cada vez más pequeño.
Ferran se convierte en un jornalero del Chino en timbas de baja intensidad. Es un hombre nuevo: no tiene que trabajar, tiene dinero, frecuenta los mejores restaurantes, las mejores timbas
y la noche en toda su extensión. Siente el impulso de conocer al Chino con profundidad, pero éste lo único que le explica es que su vida ha sido un error desde el principio.
Después de desaparecer durante un fin de semana en Cullera, un pueblo de la costa, con dos francesas que le presenta el Chino, Ferran se va solo al Cartago. Allí ve a Rosa, que lo mira desde la barra, misteriosa. El chico la saluda, va al baño y cuando sale ella ya no está.
La noche siguiente se celebra una partida histórica. Hay mucho dinero en juego y Nicasio, el quemador de un empresario, hace de las suyas. A media noche el Chino tiene acumulado mucho dinero después de haber avasallado a todo el mundo apostando a todas las jugadas. Ferran ve movimientos raros y le pide al Chino que se modere. Un jugador le tiende una trampa (el pase de la muerte) y el Chino, movido por su orgullo, cae en ella. La jugada no es limpia pero es legal. El hombre se lo lleva todo.
Durante los seis días siguientes el Chino desaparece. Cuando Ferran da con él, le explica que no ha parado hasta dejar al empresario arruinado a base de partidas. El Chino tiene un nuevo proyecto: jugar tres o cuatro partidas fuertes y con lo que ganen entrar en casinos ilegales, donde se mueve mucho dinero.
El Chino y Ferran vuelven a jugar como locos. La presencia del Chino da lustre a todas las partidas. Juega a todo y contra todos, y todos quieren ganarle. Siempre sigue el mismo sistema: provocar al jugador con sangre fría y dejarle desplumado con un golpe de genio (o de suerte) inesperado. Ferran le pide que salden la deuda con el banco.
En una partida, un labrador se arruina jugando con el Chino. Al día siguiente él y Ferran van a cobrar. La familia no tiene dinero y el labrador, hundido, les ofrece un cargamento de mierda de gallina, muy cara en el mercado. El Chino se enfada y le hace jurar, delante de su familia, que no jugará nunca más a cartas.
Pese al sufrimiento, Ferran quiere seguir acompañando al Chino en todas las partidas. A menudo él le habla de Madrid, donde hay jugadores de todas partes, y de Las Vegas, el paraíso del juego. En un casino ilegal se celebra una partida muy importante. Entre jugada y jugada, el Chino sorprende a todo el mundo recitando un poema sobre su princesa. Acto seguido, empieza a acumular beneficios frenéticamente. La policía interrumpe la partida. Detiene a los asistentes y requisa todo el dinero. Ferran no aguanta más.
Al día siguiente van a un banco. El Chino se gana la confianza del director y éste le adelanta dinero sin pedir la conformidad de unos talones y le da al chico la cantidad necesaria para pagar las pelotas bancarias. Después de varias trifulcas financieras, el Chino desaparece. Ferran lo busca, pero no lo encuentra en ninguna parte, y en el Cartago tampoco encuentra a Rosa. El Chino la ha enviado de vuelta a su tierra con dinero suficiente para que pueda empezar una nueva vida. Cuando finalmente se encuentran, el Chino le dice que en Valencia ya no tienen nada que hacer. Quiere irse a Madrid, donde se celebran las mejores timbas con los jugadores más adinerados. Le invita a acompañarle durante un fin de semana.
Se van para Madrid en coche. El Chino le vuelve a hablar de las Vegas, y le explica las particularidades de Madrid, los juegos, las supersticiones, los gafes
Llegan a un chalet. Disputan una partida de un valor incalculable. El Chino se las apaña solo y no necesita que Ferran le ayude. Durante tres noches consecutivas gana mucho dinero.
De vuelta a Valencia, el Chino le dice que el jueves próximo sería un buen día para volver a la capital. Quedan en un bar, pero el Chino no aparece. El chico vuelve al mismo bar todos los jueves. Sigue sin aparecer.
Verano de 2005. Ferran, recordando viejos tiempos, interviene en una timba de profesionales. Se hace amigo de un hombre poderoso a quien el juego le ha arruinado la vida. El hombre lo cita en una sociedad de capitostes agrícolas y entre mil vivencias y nombres, acaban hablando de la figura del Chino. En pocos meses se convirtió en un personaje popular en Madrid. Reunió una gran fortuna pero el hombre no cree que llegase a ir a Las Vegas. Le explica su pasado: nunca conoció a su padre y su madre era prostituta. Fue adoptado dos veces y en ambos casos lo devolvieron al orfanato....
La vida abismalDirigida por Ventura Pons