Doblemente premiada en el Festival de Cannes 2006 (Premio Mejor actor -premio colectivo al conjunto de intérpretes- y Premio a los Valores Humanos).
Notas del director
El momento oportuno
Llega un momento en el que las cosas maduran y encajan. Para mí ese momento llegó cuando acabé Little Senegal.
Desde siempre me ha interesado la historia de la inmigración. Es el pasado de mi familia. Uno de mis tíos luchó en la Guerra de Indochina. Vivimos la Guerra de Argelia, y tengo un bisabuelo que participó en la Primera Guerra Mundial. Siempre he vivido marcado por la colonización, la descolonización, la inmigración y todos estos hombres que han escrito la historia de Francia.
Olivier Lorelle, con quien hice el guión, y yo estuvimos informándonos durante más de un año. Empezamos por el Departamento de Documentación del ejército. En el Ministerio de Defensa encontramos documentos sobre Naceri y Debbouze, que fueron los antepasados de los actores que hoy conocemos. También nos documentamos en bibliotecas, pero sobre todo contactamos con personas que vivieron aquella época. Queríamos oír sus testimonios. Fuimos a Burdeos, Marsella y Nantes, así como a Senegal, Marruecos y Argelia. Nos empapamos de sus experiencias y emociones. Entonces fue cuando me di cuenta de que la película no podía reflejar la historia de un solo hombre, sino que tenía que incluir a todo el continente africano.
Luego tuvimos que digerir todos los datos que habíamos recabado. Yo quería hacer una película, no un documental. Un documental dramatizado también habría sido una trampa. El cine tiene que tener en cuenta al espectador. Tiene que tener una dimensión que vaya más allá del contexto histórico y que ahonde en el sentimiento humano para encontrar lo que nos conmueve a todos dejando al margen las diferencias.
Para mí, el cine transmite encuentros y emociones. Por encima de todo es algo que te hace sentir, incluso aunque tenga un mensaje. Ésa era la única forma que tenía de desarrollar la historia y conectar con el espectador. No quería ser didáctico. No hace falta. Tardamos en desarrollar el guión más de dos años y medio. Tuvimos que hacer 25 versiones para transcender la historia y concentrarnos en el contenido humano, en los detalles pequeños, cotidianos, que reproducen la vida mejor que ningún mensaje.
Durante la fase de documentación, encontré un artículo de hacía cinco años sobre un pueblo de Alsacia que acababa de erigir un monumento a los cientos de soldados de infantería que murieron protegiendo a sus habitantes. Defendieron su tierra hasta el final, y sufrieron gravísimas pérdidas. Este suceso me incitó a contar la historia de un grupo heterogéneo que se une frente a la adversidad. Tenía muy claro que sólo recurriría a hechos reales. Escribí sobre la misión de aquellos hombres que se encontraron en un pueblo perdido y sacrificaron sus vidas en el nombre de la metrópoli.
Los actores y los personajes
Desde el principio hablé con los actores, ya que no podía imaginar la película como algo que no fuera colectivo. Escogí a los actores por su sensibilidad. A algunos ya los conocía en persona, pero a todos los valoraba profesionalmente. Fui a verlos y hablarles sobre mi proyecto. Todos se mostraron interesados. Les dije que volveríamos a vernos... ¡cuando tuviera el guión! Ellos fueron los primeros en mostrar entusiasmo por el proyecto, que se salió de los límites de la cinematografía. Cobró una dimensión especial.
Para crear los personajes, me inspiré sobre todo en los veteranos que conocía. Yassir, el goumier, nació de uno de aquellos encuentros: conocí a Yassir en una pensión de Nantes. Saïd, el cabrero, también existe. Otros personajes son una mezcla de varias personalidades. Abdelkader está inspirado en personajes como Ben Bella, que combatió en la Segunda Guerra Mundial, se desilusionó y se hizo nacionalista. También me entrevisté con tres personas que conocieron a mujeres francesas, se trasladaron a Francia e hicieron allí sus vidas.
Al principio, el guión duraba tres horas y media y comenzaba en África. Tuvimos que recortarlo y reducirlo a los países del norte de África. No escribí un personaje concreto para cada actor. Quería sentirme libre al escribir. Jamel podría haber interpretado a Abdelkader. No quería limitaciones. Los papeles eran intercambiables.
Como Jamel iba a triunfar o hundirse con nosotros y a llevar todo el peso como actor, le ofrecí ser uno de los coproductores. Y así comenzó la aventura. Nos reunimos con los productores uno por uno, y luego fuimos a la Asamblea Nacional de Francia, al Senado, a los gobiernos regionales, incluso a los de algunos sitios donde no rodamos. También nos entrevistamos con ministros de Argelia y Marruecos. Fue un proceso largo, y todos tuvimos que arrimar el hombro, pero nunca tuve dudas de que la película se haría. La necesidad de contar la historia era tan acuciante que no había otra alternativa. A veces la energía de un proyecto sale de ti y te arrastra. Así fue esta película para mí. Esa certeza me llevó hacia delante. El tema que trata es tan importante que sentí la obligación moral de sacarlo adelante.
Una epopeya íntima: el rodaje en exteriores
Para mí, la película era diferente porque combinaba muchas escenas que requerían una gran logística con momentos íntimos entre los actores. Ambas variantes están estrechamente vinculadas, e incluso en las complejas escenas de batallas mi objetivo fue permanecer lo más cerca posible de los personajes.
Antes del rodaje, hicimos el storyboard de las 900 escenas que tiene el guión durante un periodo de cuatro meses. El rodaje duró 18 semanas y se repartió entre Ouarzazate, Marruecos, un lugar perfecto para las escenas marítimas, el sur de Francia (Beaucaire y Tarascón) para las escenas de la liberación, y los Vosgos y el entorno de la frontera entre Alsacia y Lorena. Las escenas en las que aparecen montañas nevadas, que en la película son los Vosgos, se rodaron, curiosamente, en Marruecos.
También había muchas escenas de combate que abarcaban varias hectáreas, con explosiones por todas partes, así como efectos especiales para simular aviones en el cielo y flotas de buques de la Marina. Quería dar a la película una dimensión épica, para que pudiéramos sentir las batallas, el cambio de estaciones, el paso por los distintos países y los cambios en los hombres. Quería estar en todos los frentes. Hasta el decorado del pueblo de los Vosgos requirió nada menos que el trabajo de cincuenta personas que, en cinco meses, transformaron una aldea en ruinas: reconstruyeron un grupo de casas y añadieron una iglesia y una cafetería. Todo tenía que servir como telón de fondo histórico.
La primera gran impresión me la llevé cuando se hicieron los trajes para los actores. Ver a Jamel, Samy, Roschdy y Sami vestidos de sus personajes me hizo sentir de repente la realidad de la película. Una chaqueta de soldado, una gorra o una chilaba dieron de pronto a los personajes un aire de veracidad. ¡Habían ocupado el lugar de sus antepasados! Desde el principio, sentimos que ninguno de ellos iba de héroe. Eran un grupo de hombres.
La segunda gran impresión me la llevé el primer día de rodaje. Por razones organizativas, tuvimos que empezar por la escena en que los soldados están en formación frente al campo de Sicilia y a Jamel lo golpean con la culata de un rifle. Habíamos entrado directamente en el meollo del asunto. Como llevaba tres años sin hacer ninguna película, hubiera preferido empezar rodando el paso de camiones, pero las cosas salieron así, y fue para bien.
Todos los días fueron difíciles. Yo estaba muerto de miedo, pero no lo podía demostrar. Frente a 500 extras y 220 técnicos, no puedes parecer inseguro. Me enfrentaba a mis temores cuando estaba solo en mi habitación, por la noche. Pero me fui sintiendo seguro al ir trabajando.