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Captivity cartel reducidoCaptivity(Cautivos)
Dirigida por Roland Joffé
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En las puertas de unas taquillas marcadas del uno al cuatro, una breve ducha, unos pies embutidos en unos zapatos rojos de Gucci que se proyectan fuera de un pobre camastro. Lentamente, los zapatos se deslizan hasta el suelo y dejan ver a Jennifer, la misma chica de los pósters de los autobuses y las revistas, ausente e insegura. Oye el graznido de las gaviotas a través de las ventanas y contempla el impresionante manto azul del cielo. La mujer extiende la mano como para tocarlo y al instante desaparece - una simple proyección - igual que las borrosas imágenes del póster.

Se encienden los focos y se puede observar una celda sin puertas ni ventanas. La mujer está prisionera. En la pared del fondo se ve un póster de la chica. Jennifer chilla de pánico y frustración....

Argumento
El ácido se desliza por un tubo y se vierte en la boca de un hombre que se encuentra atado, enfundado en un corsé de escayola y prisionero de un asesino ignoto. El criminal blande un enorme martillo sobre la cabeza del hombre y, con toda su fuerza, golpea... corte.

Oscuridad...aislamiento...soledad...los miedos más íntimos de Jennifer Tree se van convirtiendo en realidad.

Jennifer es una celebridad, un icono de moda, y ahora yace inconsciente en una cama de hierro, con sus elevados tacones colgando del colchón, en una habitación sin ventanas. Se despierta desorientada y confusa. Sus susurros rebotan de las frías paredes desnudas. Su mirada recorre cuatro armarios alineados junto a la pared. Está enjaulada.

En la pared de enfrente hay uno de los muchos pósters que existen de la ella: grande, siniestro y burlón a un tiempo. Jennifer chilla de pánico y frustración. El aparato de televisión del rincón se enciende para mostrar el lujoso apartamento de Jennifer; luego, cambia a otra escena que muestra a Jennifer acurrucada en la parte posterior de una furgoneta, entre recambios, neumáticos y herramientas. Una mano irrumpe en el fotograma y le acaricia el cabello antes de que el televisor se apague de nuevo. El carcelero acaba de hacer su presentación.

Sus antiguos entrevistadores repiten sus intervenciones en la televisión. Jennifer habla de belleza y de glamour, mientras un toque de tristeza se desliza en su mirada. La mujer se acurruca en un rincón de la celda, tratando de imaginar el modo de huir del dolor.

En el mundo exterior, los detectives Bettiger y Disantos inspeccionan el escenario. En el apartamento de Jennifer, descubren una pequeña urna de cristal llena de un misterioso polvo gris blanquecino. Han visto esto antes: son los restos de una cremación. Comprenden al instante que no les queda mucho tiempo.

Jennifer se siente agobiada en la oscuridad, repitiendo una mantra tras otra, en un intento por olvidar su claustrofobia. Se siente un roce en la oscuridad y el aliento de Jennifer se hace frenético. La trampilla se abre de repente y aparece una llave: la llave n1 1. Jennifer se dirige al grupo de cuatro armarios y abre el que lleva el número 1. Allí tiene una ajustada minifalda y una camiseta para ponerse. Enfadada y desafiante, la mujer rehusa enfundarse las prendas. La luz de la celda parpadea con un zumbido agudo y desquiciante que aumenta cada vez más su potencia hasta hacerse insoportable para el oído humano. Jennifer cierra los ojos y se tapa los oídos, pero no logra escapar del ruido. Se desliza bajo la cama, adonde no puede llegar el chirrido. Una pequeña victoria sobre su secuestrador. Allí descubre una lima de uñas olvidada en el somier de la cama, y la guarda, viendo en ella la única forma de escapar.

Vuelven la oscuridad y la tranquilidad. Arriba, Jennifer nota que hay un túnel de ventilación. Se sube encima del televisor y desatornilla cuidadosamente la tapa del ventilador con la lima de uñas. Se introduce trabajosamente en el tubo, la mujer se desliza hacia abajo todo lo que puede. El espacio se estrecha cada vez más. En un costado, descubre restos de una uña pintada de rojo: alguien lo ha intentado antes. Mientras se desliza, oye unos golpes secos sobre su cabeza. Como salida de la nada, una sierra corta la superficie metálica a unos centímetros de su rostro. Tiran de su mano a través del orificio y clavan una larga aguja en sus venas.

Mientras Jennifer yace drogada en la cama, llevando ahora la ceñida minifalda que antes había rehusado ponerse, detrás del póster se aprecia que alguien mira la escena. Su secuestrador la está observando.

La mujer abre lentamente los ojos y es consciente de que está otra vez en la celda. Sola y asustada, contempla el lugar por la que a ella le parece la centésima vez. Se da cuenta de que una de las paredes tiene otro aspecto, está cubierta y, a través de unos trazos de pintura, divisa otra habitación parecida a la suya. Ve un ojo justo frente a ella, observándola. Es de un hombre, Gary, que parece tan confundido como ella. A la luz vacilante que despide la llama de una cerilla, intercambian mensajes, encantados de una compañía, inesperada, pero bienvenida.

Jennifer despierta en una especie de jardinera de vidrio, medio asfixiada por la arena que se vierte sobre ella.

Gary, que lo ve todo a través del cristal, logra introducirse en el sistema de ventilación ayudándose con la lima de uñas de Jennifer. Logra sacarla del recipiente de arena en el último momento. Creen que es su oportunidad de fugarse y recorren la casa para buscar la salida. Pero el secuestrador va siempre un paso por delante de ellos. Les deja que crean que han encontrado una salida, un garaje, a través del sistema de ventilación, pero en seguida descubren que el garaje conduce a una pared falsa. El gas mana del escape del coche y los jóvenes se desvanecen. Cuando despiertan, se ven otra vez en la celda, y son conscientes de que quizás no puedan salir jamás.

Por su lado, Bettiger y DiSantos acuden a los servicios de una psiquiatra, Susan Luden, para que haga un análisis del asesino. Susan les asegura que el criminal está jugando con ellos.

Gary y Jennifer se aproximan emocionalmente cada vez más. La pintura que cubría el tabique de separación de sus celdas está desconchada y no hay espacio para la privacidad. Gary no puede por menos de desear a la hermosa Jennifer, que cada vez se vuelve más dependiente del hombre. La charla de Gary la ayuda a liberarse de sus miedos a la oscuridad, la calma, la va guiando. Se pegan físicamente a la pared, percibiendo el calor del otro. Divertido, el secuestrador pulsa un botón que abre durante un breve instante secciones del tabique de vidrio. Jennifer casi puede sentir el tacto de Gary antes de que el carcelero vuelva a cerrar el panel de cristal.

Los detectives han encontrado finalmente una pista. Van a ver a Ben Dexter, de Dexter Bros., servicio de catering que suministró el catering de la última fiesta a la que había asistido Jennifer. La pista que Ben les ofrece sólo conduce a los detectives a un descampado. Furiosos, regresan a casa de Ben.

Jennifer comprende que empieza a sentir algo por Gary, alguien a quien no se habría dignado a mirar un par de veces en la calle. Cuando la mujer recibe de su carcelero la llave número 4, ambos son conscientes de que es ahora. Ella se viste despacio y de forma ritual, con temor a lo que falta por llegar. Mientras espera la reacción del secuestrador, se abre el cristal y Gary se da prisa en introducir un tubo en la hendidura. Jennifer se abalanza hacia la celda del Gary. ¡Por fin juntos!

De repente, el secuestrador está en la estancia. Suena un disparo! Oscuridad. Un cuerpo es arrastrado fuera de la habitación. En la pantalla del televisor resplandece una imagen mientras Jennifer contempla horrorizada una pistola que apunta a la cabeza de Gary. El televisor se apaga cuando vuelve a resonar otro disparo. Gary es empujado de nuevo dentro de la celda. Cuando Jennifer se inclina sobre él, puede percibir claramente una débil respiración...