Es el año 1952 y mientras Eva Perón agoniza Corvalán, un mediocre detective privado, se ve envuelto en una historia de traición y ambiciones.
Contratado por una hermosa mujer para lo que parece ser un rutinario trabajo de seguimiento descubrirá, poco a poco, un entramado violento donde quien parecía ser la víctima puede revelarse finalmente como el verdugo. Una sola decisión mal tomada puede conducir a Corvalán hacia su destino más trágico.
Argumento
Corvalán, a sus cuarenta y pico, parece estar acomodado ya a una vida bastante previsible. Es dueño junto con Santana, su socio y amigo, de una modesta agencia de detectives a la que solo llegan casos menores. Vive con Lobo, su perro, en la casa que fuera de sus padres y mantiene una relación más o menos estable con Perla, la profesora de piano del barrio. Fuera de la oficina los ámbitos que más suele frecuentar son el Hipódromo y el billar. Con el paso de los años Corvalán ha sabido construir una personalidad en apariencia segura basada en dos o tres certezas incuestionables. Una de ellas es la amistad. La relación con Santana parece ser lo único rescatable en un mundo plagado de especulaciones, traiciones y dobles discursos.
Es el año 1952 y el país está a punto de perder a la que muchos consideran su jefa espiritual. Eva Perón agoniza y junto con ella toda una manera de transitar la Argentina. Códigos, comportamientos, lugares, todo parece estar destinado ya a una inexorable decadencia que Corvalán empieza a sentir como propia aunque no pueda, todavía, comprenderla. Una noche aparece Gloria, escoltada por su chofer. La belleza de la mujer y su enigmático comportamiento sirven para despertar a Corvalán de esa modorra cotidiana. Gloria le ofrece buen dinero, mas de lo habitual, por seguir y fotografiar a un hombre llamado Perturato. Aún intuyendo que la mujer oculta más de lo que dice Corvalán acepta el encargo. Pocos días después y una vez entregado el primer informe del seguimiento Perturato aparece muerto. Corvalán, indignado, exige a Gloria una explicación. Asustada e indefensa la mujer parece abrirse a Corvalán y lentamente lo pone al tanto de una violenta historia de rivalidades y venganzas. Su marido, el noruego Albrechtsen, fue el culpable de la muerte del clan Capuano, pero un sobreviviente de aquella masacre ha vuelto para vengarse del noruego y de todos los que lo rodean. Gloria está en peligro y Corvalán aparece como el único dispuesto a ayudarla.
La vulnerabilidad de Gloria sumada a su atractivo seducen a Corvalán al tiempo que le devuelven una vitalidad que creía perdida. Contra los razonables consejos de Santana, que insiste en abandonar el caso, Corvalán se involucra cada vez mas en la historia descuidando su trabajo y sus relaciones. Las diferencias entre los dos socios se van acentuando cada vez más hasta llegar a una fuerte discusión. Santana intenta hacerle ver que el asunto es demasiado peligroso y le advierte que ni él ni la agencia están dispuestos a acompañarlo. Corvalán plantea entonces la ruptura de la sociedad y su alejamiento definitivo de la agencia de detectives.
Mientras tanto los tiempos se acortan para Gloria que, luego del sangriento asesinato del noruego y sus hombres, busca refugio en casa de Corvalán. Pero el lugar ya no es seguro y los dos deben huir hacia un deslucido hotelucho en Luján. En el camino Gloria insinúa un plan. El noruego guardaba una fortuna en su caja fuerte. Si tan solo Corvalán se decidiera a abrirla podrían empezar una nueva vida. Instalados ya en la habitación de Hotel y luego de haber hecho el amor Gloria y Corvalán son sorprendidos y acorralados por sus perseguidores, pero una oportuna aparición de Santana logra sacarlos con vida del lugar.
Corvalán siente que no le quedan muchas opciones y se decide a entrar en la casa del noruego. Con las precisas indicaciones de Gloria llega hasta donde está la caja fuerte y logra finalmente abrirla. Lo espera una fortuna, pero también la traición de Gloria cuyo único interés fue siempre el dinero. Corvalán descubrirá, tarde quizás, que ha vuelto a equivocarse.
La señalDirigida por Ricardo Darín