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Conversaciones con mi jardinero cartel reducidoConversaciones con mi jardinero(Dialogue avec mon jardinier)
Dirigida por Jean Becker
¿Qué te parece la película?

Entrevista con Jean Becker (Realizador)
P: ¿Qué le atrajo de la novela de Henri Cueco?
R: Me sorprendió la forma de hablar, de expresarse del jardinero, con expresiones muy particulares. Supongo que Henri Cueco se quedó igual de sorprendido cuando conoció a ese hombre y le entraron ganas de escribir un libro, para que quedara algo de él. El jardinero es un ser singular, excepcional. Tiene una visión de la vida totalmente espontánea e ingenua, pero acertada y profunda. No es un hombre corriente. Sus palabras, transcritas por Henri Cueco, son extrañas y llenas de sentido común a la vez.

P: ¿Cuál fue la principal dificultad a la hora de adaptar la novela?
R: Casi hubo que inventar el personaje del pintor. En la novela, solo sirve para devolver la pelota al jardinero. Empecé a escribir el guión solo, pero no tardé en sentir que necesitaba ayuda. Naturalmente pensé en Jean Cosmos, no solo porque trabajamos muy bien cuando desarrollamos el guión de Effroyables jardins/Los jardines de la memoria, sino también porque su hija es pintora y estoy seguro de que le ayudó mucho a la hora de desarrollar el personaje. Era necesario encontrar el equilibrio justo entre los dos sin debilitar al jardinero y dando la vida y la consistencia necesarias al pintor.

P: ¿No le pidió a Henri Cueco que adaptase la novela?
R: No, como tampoco usé sus dibujos o sus cuadros. Creo que eso me permitió entrar más profundamente en el tema. Tampoco le pedí a Michel Quint que participase en la adaptación de Effroyables jardins/Los jardines de la memoria. Si Henri Cueco aparece en los títulos de crédito como autor de los diálogos, es porque hemos usado muchos diálogos del libro sin cambiarlos. Del mismo modo que hemos conservado intacto el personaje de la esposa del jardinero. Después de trabajar con Jean Cosmos, llamé a mi amigo Jacques Monnet y a François D’Epenoux, que ni siquiera figura en los créditos, para que dieran el último toque. En mi opinión, lo más importante es que el guión sea lo mejor posible.

P: Su amistad con Jacques Villeret es conocida. Probablemente pensó en él para el papel del jardinero cuando leyó la novela.
R: De hecho empecé a escribir el guión para él. Casi había acabado la primera versión cuando falleció. Estuve a punto de dejarlo, pero el jardinero me caía demasiado bien. Empecé a buscar a un actor capaz de comunicar la bondad e ingenuidad de Jacques. Siempre había pensado que Jean-Pierre Darroussin, a pesar de ser muy diferente físicamente, tenía algo parecido. Cuando vi Como en las mejores familias, me sorprendió su forma de mirar a los demás, una mirada llena de bondad. Cuando le di el guión, le dije que había sido escrito para Jacques, pero aceptó enseguida. Fue muy diferente trabajar con él. Para empezar, no nos conocíamos. Pero supo aportar naturalidad, simplicidad y auténtica profundidad al personaje.

P: ¿Qué le hizo escoger a Daniel Auteuil para el papel del pintor?
R: Lo hice por intuición. Me atraía la idea de verle en una historia muy sencilla. Estaba convencido, además, de que el personaje del pintor, el de “payaso blanco”, interpretado por él cobraría toda su importancia. Daniel tiene una enorme cualidad: entiende perfectamente las situaciones. Lo capta todo enseguida; le basta con una mirada, un guiño, para comprender. Es un actor muy sobrio y que nunca se equivoca de tono.

P: ¿Por qué cree que los dos actores se complementan?
R: Son a la vez muy cercanos y muy diferentes. De hecho, se complementan muy bien. Cada uno sabe comunicar emociones a su modo. Pero ambos tienen la misma sutileza, su juego es simple y directo. Además, tengo la impresión de que Jean-Pierre y Daniel estaban realmente contentos de trabajar juntos por primera vez y enseguida nació una complicidad entre los dos, lo que ayudó a la relación entre sus personajes. Se nota en sus miradas y en la forma en que se escuchan. Sinceramente, no podía soñar con un dúo mejor. Han ido mucho más allá de lo que esperaba.

P: ¿Cómo definiría la puesta en escena de Conversaciones con mi jardinero?
R: Es muy simple. Ruedo con dos cámaras y con planos diferentes: primeros planos, planos medios, planos más generales. Eso me sirve, por una parte, para tener más posibilidades en el montaje, y porque creo que en una película como esta, la puesta en escena no debe hacerse notar. El espectador debe fijarse en los personajes, estar con ellos, a su lado.

P: Verano asesino, La fortuna de vivir, Effroyables jardins/Los jardines de la memoria, Conversaciones con mi jardinero, en muchas de sus películas parece haber cierta nostalgia de la vida en el campo, pero no se educó en el campo...
R: Bueno, en parte sí, y me viene ahora... Cuando empezó la II Guerra Mundial, mi padre fue hecho prisionero y nos fuimos a vivir al campo. Tenía 7 años entonces. Era una granja y vivía como los hijos de las personas que nos acogieron. Mi padre regresó del cautiverio y rodó Goupi, manos rojas, una historia que transcurría en el campo. Fuimos a vivir a Saint Léonard des Bois, en el campo. Durante la primera parte de mi carrera, oculté esos recuerdos de la provincia. Creo que trabajando en Verano asesino con Sébastien Japrisot me di cuenta de que me gustaba, pensé: “Me siento bien, me gusta contar historias con personas auténticas y sencillas”. Hoy, tengo la sensación de que es importante retomar mis recuerdos de infancia.

Filmografía selecta Jean Becker
1961 - Un Tal La Rocca
1964 - A Escape Libre
1965 - Pas De Caviar Pour Tante Olga
1967 - Dulce Gamberro
1983 - Verano Asesino (César A La Mejor Actriz: Isabelle Adjani, César A La Mejor Actriz Secundaria, Suzanne Flon Y César Al Mejor Montaje)
1995 - Elisa (César A La Mejor Música)
1998 - La Fortuna De Vivir
2000 - Un Crimen En El Paraíso
2003 - Effroyables Jardins/Los Jardines De La Memoria
2007 - Conversaciones Con Mi Jardinero
2008 - Deux Jours À Tuer (En Rodaje)

Entrevista con Daniel Auteuil (El pintor)
P: ¿Conocía a Jean Becker antes de Conversaciones con mi jardinero?
R: No. Sentía mucho cariño por sus primeras películas con Belmondo, Un tal La Rocca, A escape libre, Dulce gamberro, pero nunca habíamos hablado. Por eso me quedé sorprendido cuando me mandó el guión de Conversaciones con mi jardinero. Al leerlo, me conmovió el personaje del jardinero. De hecho, decidí aceptar el papel porque tenía ganas de ser amigo del jardinero. La historia me pareció sencilla, conmovedora y totalmente alejada de lo que hoy se hace en el cine. Era un proyecto atípico, un guión atrevido, ambicioso. Además del importante lugar que ocupa la naturaleza en la historia, contenía también algo armonioso, tranquilo, como si fuera el relato de una reconciliación; me recordaba la película de los hermanos Larrieu, Pintar o hacer el amor.

P: ¿No tuvo ganas de hacer el papel del jardinero?
R: Es verdad que cuando al leer el guión, es el papel más atractivo, pero ya sabía que lo interpretaría Jean-Pierre y me parecía una buena idea. Además, los papeles tipo “payaso blanco” me interesan porque no son obvios. Y reconozco que era más fácil proyectarme en el papel del pintor que en el del jardinero. Su vida, sus interrogantes, sus relaciones amorosas, sus torpezas con su hija eran cosas que me hablaban. Incluso ir a vivir al campo o cerca del mar me encantaría, pero al contrario del pintor mi profesión me obliga a estar en contacto con los demás.

P: ¿Cómo se complementó con Jean-Pierre Darroussin?
R: No sé si nos complementamos, más bien somos bastante parecidos. Los dos somos tranquilos, reservados; sabemos cuál es nuestro lugar y qué debemos hacer para que la historia de esos dos pueda contarse. Si nos complementamos se debe a que ambos somos conscientes de la composición de un personaje y que supimos establecer una relación de trabajo, una complicidad que nos permitió equilibrar nuestras interpretaciones para que todo encajase de forma natural.

P: ¿Qué fue lo más difícil para usted, memorizar el texto, encontrar el tono exacto?
R: Sobre todo, conseguir que lo que nos contamos mutuamente tuviera vida. La película tiene algo muy sencillo, muy fluido, en parte gracias a lo que nos rodea, la naturaleza, la luz y, a la vez, una auténtica construcción intelectual que se basa en los diálogos, tal como indica en título de la película. Pero no fue fácil. Rodamos seis semanas casi en los mismos decorados y la dificultad imaginativa fue encontrar fuentes nuevas, inventarnos cada día. Pero había escenas milagrosas.

P: ¿Cuáles, por ejemplo?
R: Las escenas más emocionales. Cuando el jardinero debe hacer frente a su enfermedad y cuando el pintor tiene graves preocupaciones. Las escenas en las que empiezo a ser más generoso, más adulto... Las escenas en el jardín cuando está enfermo... La escena de pesca fue un auténtico milagro. Llegamos al lago a las 7:00 de la mañana, nos sentamos en la barca y allí nos quedamos hasta la 8:00 de la noche sin bajar, ni siquiera para mear. Ni nos dimos cuenta. Para los dos, para la relación, era un momento muy particular... Me di cuenta enseguida, durante el rodaje, de que Jean-Pierre estaba “habitado”. Es como un motor diesel. Primero tiene que calentarse, pero cuando se pone en marcha, es increíble. No es tan fácil como parece porque el jardinero debe tener ese lado popular, sencillo y, a la vez, ser un filósofo. Es un papel muy grande.

P: El suyo tampoco está mal. Debe quedarse en un segundo plano, escuchar, sin por eso dejar de construir a ese pintor que debe existir ante el jardinero para que sus conversaciones tengan fuerza, cobren vida...
R: En lo que se refiere a escuchar, basta con entender la corriente misteriosa y subterránea de la situación. A partir del momento en que se descubre el sentido de una escena, las miradas, los gestos, las actitudes vienen casi sin pensarlo. Muchas cosas dependen del compañero de interpretación. Es verdad que, en este sentido, Jean-Pierre y yo nos complementamos. Interpretábamos juntos, nos apoyábamos mutuamente, estábamos juntos. Me fue mucho más fácil porque confiaba en el otro actor, no puedo decirlo de otro modo. Tenía ganas de dejarme sorprender, y no me decepcionó. Jean-Pierre ha realizado una composición muy sensible, muy sutil.

P: ¿Tomó lecciones de pintura para hacer el personaje del pintor?
R: Bueno, me presionaron un poco, pero no me apetecía mucho. Pensé: “Si preparé Van Gogh, de Pialat, durante diez meses, no me será tan difícil hacer de pintor actual”. Además, el pintor de los cuadros que salen en la película estaba presente durante el rodaje. Pero es verdad que no es tan fácil pintar y hablar a la vez.

P: ¿Qué le gustó más del pintor?
R: Es el adulto que vuelve a casa de sus padres, la casa de su infancia y que, a pesar de todo, no está tan lejos del niño que fue. Un niño viejo. Me gusta la idea de que descubra los secretos de sus padres, que aprenda que su padre también tenía talento como pintor, pero que no realizó su deseo para seguir con la farmacia de sus padres. Nos conmueven los sueños sacrificados de nuestros padres; la infancia está siempre al acecho. La relación con la infancia me conmueve aún más que la vida de las personas. Otra cosa que me gustó mucho del pintor, y puedo hablar libremente porque no soy un creador, es su discurso sobre la diferencia entre el genio y el talento. Es un pintor de talento, pero no tiene genio y lo sabe. Siendo un creador, y lo es, hace falta mucha humildad para aceptarlo. Luego está la relación con el jardín. Me gusta mucho. Sobre todo porque, para mí, en los jardines siempre está el fantasma de Ugolin y de los claveles flotando. No soy capaz de cuidar de un jardín, pero me parece muy importante. En casa, en Córcega, tengo un jardín muy bonito en el que mi madre ha dejado su huella plantando muchas cosas que crecerán aunque ya no esté entre nosotros. Al igual que el personaje de la película, tengo grandes conversaciones con... el dueño del vivero.

P: ¿Está de acuerdo con el pintor cuando dice que “delante de un cuadro, no hay nada que explicar, basta con sentir”?
R: Sí y no. Recuerdo que cuando tenía 17 años, en el “Théâtre du Chêne noir”, en Avignon, un pintor se encargaba de los decorados y hablábamos de arte contemporáneo. Yo tenía complejo de inculto y le dije: “No entiendo”. Y me contestó: “No hay nada que entender, basta con sentir”. Es verdad, pero también tuve la ocasión, en Florencia, de visitar el palacio de los Oficios con el subdirector del museo y me explicó muchas cosas. Me parece aún más bello saber. Con ciertas claves, la emoción es más fuerte.

P: ¿Por qué cree que el jardinero turba tanto al pintor?
R: Le turba la inteligencia que tiene de la vida, su filosofía natural, su sencillez y su pureza. La vida de ese hombre es casi una obra de arte. Este ex ferroviario con sus sueños de jardines, su mujer, el amor, el respeto... Es muy posible que al pintor no le hubiera apetecido vivir así, pero no puede impedir que le parezca ejemplar. Hay fuerza, autenticidad en el rigor, en un recorrido tan recto...

P: Mientras preparaba el rodaje, ¿sintió la necesidad de leer la novela de Henri Cueco?
R: No. Me bastó el guión, sobre todo porque Jean me dijo que habían desarrollado mucho el personaje del pintor con relación a la novela. Pero no es una regla fija. Por ejemplo, en Unos días conmigo, de Sautet, leí varias veces la novela de Jean-François Josselin a pesar de que la adaptación estaba muy alejada del original. Me ha ocurrido lo mismo con Le deuxième soufflé, que acabo de rodar con Alain Corneau. Trabajé sobre todo con la novela de José Giovanni. Creo que la leí unas quince veces. No hay una regla definida. En este caso, en Conversaciones con mi jardinero, había que trabajar sobre todo los diálogos, el encuentro entre los dos.

P: ¿Cómo describiría a Jean Becker en un plató?
R: En contra de las apariencias, no es un hombre fácil. Debajo de ese aspecto bonachón, tiene un motor lleno de ansiedad que consigue propagar a su alrededor. Sabe muy bien lo que quiere y que lo quiere enseguida. Es una mezcla de brusquedad, impaciencia y ternura. Trabaja menos a través de la palabra y más mediante la puesta en escena, la puesta en situación, la tensión que crea y que obliga al actor a llegar al corazón de la escena, a dar el máximo. Rodar con dos cámaras aumenta la tensión, hace falta mayor concentración y, a la vez, refuerza los lazos con el compañero. Somos como dos trapecistas que dependen el uno del otro. Pero Jean me asombró. Consiguió que hiciéramos lo que quería. Tiene un punto de vista muy definido, es un autor auténtico. Además, se siente muy cómodo en el campo a pesar de ser un hombre de ciudad. Debe tener un campesino en su interior. Al principio fue duro, no dudó en desestabilizarnos, pero sirvió para unirnos. También creo que no era una situación cómoda para él. Estaba con dos actores a los que no conocía, con los que nunca había trabajado. Aunque fuera una película tranquila, no había descanso. Siempre me sorprende, y en este caso aún más, la contradicción entre el ambiente de la historia y la tensión de los actores; la oposición entre lo que comunicamos a los demás y lo que sentimos nosotros; entre la armonía, la elegancia, la emoción que se ve en la pantalla y la tensión en la que vivimos.

Entrevista con Jean-Pierre Darroussin (El jardinero)
P: ¿Cuándo conoció a Daniel Auteuil?
R: Fue para Conversaciones con mi jardinero. Jean Becker nos invitó a comer. Una vez nos cruzamos en el pasillo del Fouquet’s y que nos saludamos con mucha educación. O sea, que no nos conocíamos. Me atrajo mucho la idea de trabajar con él en este proyecto, una historia que se concentra en dos personajes. También me pareció bastante atrevido hacer una película tan minimalista, que trata de dos personajes y de sus conversaciones. Me atraía el jardinero, me hacía pensar en mi padre.

P: ¿En qué sentido?
R: Por su forma de hablar. Las expresiones populares un poco anticuadas y llenas de imágenes, el idioma típico de las personas que siguen atadas a la tierra, despertaban un eco en mi interior. Mi padre era estañador, pero venía del campo. Al igual que el jardinero en la película, hacía de todo.

P: ¿No le hizo dudar un poco que Jean Becker pensara primero en Jacques Villeret para interpretar al jardinero?
R: No. Sentía el personaje, enseguida vi cómo podía interpretarlo. Además me proponía hacer el papel de jardinero, no de Jacques Villeret. Eso sí, Jean tardó casi una semana en darse cuenta de que no trabajaba con Villeret, sino conmigo. Fue una primera semana difícil para todos. Creo que Jean estaba bastante preocupado preguntándose en qué acabaría una película basada en los diálogos de dos personas. Era muy brusco, un poco colérico. Nos desestabilizó a Daniel y a mí. Pero nos llevamos bien enseguida, así que nos aguantamos y ensayamos juntos. Había mucho texto que memorizar, que preparar.

P: ¿Es lo que más le preocupaba?
R: Sí. Es casi como un texto para el teatro. Es un diálogo muy definido, con un vocabulario muy preciso; no se puede cambiar ni una coma, aunque a veces me permití añadir alguna imagen o alguna expresión mía. En el teatro se ensaya cien veces antes de salir al escenario. Hay tiempo para captar los matices, explorar los recovecos. Aquí solo disponíamos de unos cuantos ensayos, pero debíamos asimilar el texto para hablarlo más que interpretarlo.

P: ¿Sintió la necesidad de leer la novela de Henri Cueco?
R: No, no me gusta hacerlo. Lo que debo interpretar no está en el libro, está en el guión. La novela es otra visión, incluso otro punto de vista. En el press-book de la película que dirigí, Le pressentiment, utilicé una frase de Jacques Becker donde decía que al adaptar una novela, por amarla tanto, por trabajarla tanto, se olvida que la escribió otra persona. Solo el adaptador sabe de dónde viene. El actor no tiene por qué saberlo. A veces, mucho después de terminar la película, leo el libro en que se inspiró, pero ya no hay nada en juego.

P: ¿Qué le conmueve más del personaje del jardinero?
R: Es un personaje que no hace trampas, está en contacto directo con la realidad, ha encontrado un sentido a su vida, es lo que busca el personaje del pintor, que se encuentra en un desierto afectivo. El jardinero sabe que ha trazado un surco recto. Puede mirarse en el espejo. Siempre ha sido honrado, leal. No ha hecho daño a nadie. Es un ser profundamente moral. Ha hecho su vida y, a partir de ese momento, su vida ha servido de algo. Desde el punto de vista humano, es lo que más me conmueve. Es la historia de la desaparición de un justo. Por eso es tan turbador, porque la gente como él escasea. Me gusta ese personaje, la forma en que anda, sus zapatos, sus pantalones, su motocicleta... Me gustó disfrazarme de él.

P: ¿Cómo se complementa con Daniel Auteuil?
R: Me parece que vemos nuestra profesión del mismo modo, que pertenecemos a la misma familia de actores. Somos bastante tímidos y reservados. Respetamos nuestro trabajo y al personaje al que damos vida. Ante todo somos camaleones, esponjas de los diferentes arquetipos humanos que uno se cruza en la vida. Luego hay cierta fragilidad, vulnerabilidad, y un lado experimental. Nos preocupa buscar, avanzar siempre, nunca dar nada por hecho. Me veo cuando le miro trabajar.

P: Y como compañero, ¿cuál es su mejor cualidad?
R: La simpleza y la rectitud. Su comprensión de lo que está en juego. La capacidad de saber materializar una cosa inefable y palpable, misteriosa e íntima que nace entre los dos personajes. Su facilidad para entender el objetivo de la escena sin dispersarse en diversos estados anímicos hablando de conseguirlo. El hecho de saber que basta con decir el texto y escuchar a su compañero para que empiece a pasar algo. A eso llamo simpleza y rectitud. El hecho de que no apoya su vulnerabilidad en los demás, no gasta la energía de los demás con sus angustias. Es de agradecer y menos habitual de lo que pueda parecer.

P: Y Jean Becker, ¿cómo le describiría en el rodaje?
R: Es una fuerza de la naturaleza. Su energía circula por el plató, sus entusiasmos, dudas, angustias, su exigencia y voluntad. Lo expone sin más. Es un espectador casi infantil: enseguida se nota su alegría o desilusión. No esconde lo que piensa. Es directo. No me extraña que haya sido boxeador. Aguanta los golpes y los devuelve. Hay un intercambio. De hecho, el rodaje se parecía bastante a un partido de tenis; Daniel y yo formábamos un jugador, una entidad, con él al otro lado de la red. Fue un placer.

P: En su opinión, ¿qué cautivó a Jean Becker del encuentro entre el pintor y su jardinero?
R: Ha conocido a mucha gente. Es alguien muy poroso, muy sensible, siempre está al acecho. Cuando su padre rodó La evasión, hablaba de la vida. Intenta rodar el misterio del encuentro. ¿Por qué esos dos hombres se hacen cómplices? ¿Por qué un artista intelectual, un parisino, un esteta se siente tan cercano a ese otro hombre tan sencillo? Porque algo resuena en su interior. Jean es muy nostálgico, está impregnado del cine que hizo su padre, de las personas que conoció en aquella época, e intenta comprender lo que había en aquella sociedad que no se basaba en el consumo, por qué la gente creía más en el trabajo que en el dinero, por qué estaban más dispuestos a servir a su vida en vez de esperar que su vida les sirviera. Jean está en el cruce de ambas generaciones. Vive con el sentimiento de lo que se ha perdido por los imperativos de la eficiencia. Es un tema universal, los antiguos y los modernos. Hay algo de chejoviano en el interrogante de cómo muere el antiguo mundo.

P: Hoy, mirando hacia atrás, ¿cuáles son sus escenas favoritas?
R: La escena en la que el pintor fuma un canuto y el jardinero le observa. La escena en la que me como un arenque en el jardín. Las escenas en el Louvre, en el hospital. El momento en medio de las judías con música de Mozart. La escena de pesca fue un auténtico placer rodarla. Jean quería todas las luces del día. Estuvimos 12 horas en la barca, de 8:00 a 8:00, no bajamos ni a mear. No pedimos nada, nos tiraban bocatas. Estábamos los dos, Daniel y yo; hablábamos entre toma y toma. Fue un auténtico momento de pescadores. Pero también nos unió algo a partir de ese momento.