Johann Sebastian Bach llega con su familia a Leipzig para ocupar el puesto de Cantor en la Escuela de Santo Tomás. Trabajador aplicado y devoto, su posición social y laboral dista de ser privilegiada; pero su fama como compositor e intérprete crece exponencialmente a lo largo de su vida y trasciende su muerte, siendo en el presente tanto un referente altocultural como un icono popular.
En Die Stille vor Bach no hay una historia lineal: la película avanza, como siempre en el cine de Portabella, por medio de secuencias sin otra relación "causa-efecto" que la que le atribuya el espectador, último destinatario. Sí hay, en cambio, bastante de Historia, aunque nos encontremos frente al opuesto de una superproducción histórica. Se trata de una película europea. Europa es su nacionalidad, porque Europa es el campo afectivo, simbólico, histórico y político que la sustenta: es el escenario donde tiene lugar. Esta película (filmada en tres idiomas: castellano, italiano y alemán) sostiene que Europa no podrá seguir adelante sin reconocer que bajo su pasado (hoy transmutado en un escenario turístico pateado por jóvenes mochileros) y su incierto presente político (dominado por la tecnocracia y la amnesia) subyace una Historia tensa, conflictiva, dramática (el corazón de la película se sitúa en Dresde). Que el esplendor de su cultura es inseparable del sufrimiento y de la explotación inflingidos durante siglos, que en su base hormiguea una multitud como la del mercado de Leipzig. Que su presente no es menos tumultuoso y ambivalente que su pasado.