Cuento épico postapocalíptico acerca de la supervivencia de un padre (Mortsensen) y su hijo (Smit-McPhee) mientras viajan a lo largo de una Norteamérica yerma que se ha visto destruida por un cataclismo misterioso. The Road es una obra maestra, una aventura que imagina con valentía un futuro en el que los hombres se ven empujados a lo peor y lo mejor de que son capaces, un futuro en el que un padre y su hijo se sostienen gracias al amor que se profesan.
Hace más de diez años que el mundo fue destruido por algo que todos ignoran. Podría haber sido un suceso nuclear, o el choque de la Tierra con otra entidad cósmica. O puede que el sol haya implosionado y afectado el planeta como daño colateral de su propia extinción. Cierto día hubo una gran llamarada luminosa, y luego, la nada. La consecuencia de ese cataclismo, fuera lo que fuera, ha significado la desaparición de la energía, de la autoridad y el orden, de la vegetación, de los alimentos. Millones de personas han fenecido, destruidas por el fuego y las inundaciones, o abrasadas en sus propios vehículos, donde se hallaban sentadas cuando aconteció el desastre, o extinguidas por inanición y desespero en una lenta muerte de la civilización tras el colapso de todo orden concebido.
El Hombre (Viggo Mortensen) y el Chico (Kodi Smit-McPhee) «el uno para el otro, todo cuanto tienen en el mundo,» como el propio McCarthy les describe en su novela, se desplazan con todas sus preciadas posesiones: todo alimento y ropa que puedan garrapiñar, utensilios y herramientas, bolsas de plástico, lonas, mantas y cualquier otra cosa que les mantenga calientes en un exterior gélido, carente de sol y lleno de cenizas por todas partes. Llevan todo eso a sus espaldas y en un carro de la compra equipado con un espejo de bicicleta para poder ver quién se acerca tras ellos. Su desesperado e improvisado equipo de viaje y sus cuerpos sucios y desaliñados les dan todo el aspecto de vagabundos. Y eso es lo que son. Eso es lo que son todos cuantos se hallan en esta frontera inerte.
Mientras avanzan penosamente a pie en dirección al oeste, hacia el océano, recorriendo lo que una vez fue el magnífico sistema de autopistas norteamericano, se ocultan en bosques y en viejas estructuras abandonadas, en cualquier cobijo que puedan improvisar que les mantenga a salvo de los elementos y de las bandas errantes que no pensarían en otra cosa que en despojarles de todo. Se cruzan con toda suerte de gentes desesperadas. Hay una pandilla de carretera, un grupo de hombres duros que de algún modo han logrado hacer funcionar su gran camión articulado. Hay carroñeros y cazadores de todo cuanto se mueve, algunos caníbales bien alimentados que mantienen, en una gran casa encima de una colina, una bodega llena de carne que apenas se identificaría como humana. Y también hay todo tipo de ladrones.
También está el Anciano (Robert Duvall), a quien se encuentran frente a ellos, curvado y arrastrando los pies carretera abajo; camina con la ayuda de un bastón improvisado y calzado con zapatos hechos de trapos y cartones. Aquel hombre le cae bien al chico, que persuade a su padre para que compartan con él algo de la comida y el campamento. El anciano, quien informa llamarse Ely, se muestra igualmente sorprendido con el chico, asombrado de su existencia como padre e hijo lo están de la de él. Les dice que está en la carretera para siempre, y que cuando vio al chico, pensó que había muerto y ascendido al cielo, pues le parecía estar viendo a un ángel.
Incluso en este mundo sombrío, existen momentos de felicidad. En ocasiones, padre e hijo se encuentran con algo de comida largo tiempo olvidada en un armario, o atesorada en un refugio antinuclear. Mientras el padre hurga en un centro comercial abandonado, se topa con una lata de Coca Cola abandonada que ha quedado adherida en las entrañas de una maquina expendedora puesta patas arriba. Cuando el padre le pasa esa delicia al hijo, quien jamás ha podido permitirse algo así, siente alegría ante el asombro del mismo por el sabor dulce y picante de la bebida. Y cuando se encuentran un salto de agua relativamente limpia, ambos se zambullen desnudos sin titubear.
Por otro lado, están los abundantes flashbacks acerca de la vida del padre con su esposa (Charlize Theron) antes del gran desastre, antes de que ella se quitara la vida para no presenciar cómo se la quitaba aquello o aquél que ella sabía estaba a punto de llegar. El hombre se aferra a esos recuerdos, los cuales le alimentan espiritualmente y le ayudan a forzar, más si cabe, su crecientemente frágil cuerpo en su lucha por lograr algo de seguridad para su hijo. El dulce recuerdo de su vida antes del desastre, y de sus días felices en la infancia son algunos de los puntos luminosos que avivan el terreno para él y para el chico.
La bondad innata del muchacho, su compasión, curiosidad y sentido de lo maravilloso, son también focos de luz en esta historia que le recuerdan al hombre por qué debe seguir adelante a pesar de todo, incluso habiendo olvidado el motivo por el que debe hacerlo.
The Road es una historia de aventuras, de terror, una road movie y también una historia de amor entre un padre y su hijo, entre un hombre y su esposa, así como también es la celebración de la inextinguible voluntad de vivir. La cinta resulta una evocación emocionante de la entereza humana, y un examen decidido de las personas en todo lo que tienen de bueno y en todo lo que también tienen de malo.
Para cada mujer y hombre que hayan tenido alguna vez un hijo, para cada hijo, The Road será un viaje dentro del espíritu humano. Se trata de una historia de supervivientes en la que los héroes llevan el fuego de la fuerza vital que mantiene la esperanza viva, a pesar de todo.