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12 cartel reducido12Dirigida por Nikita Mikhalkov
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Doce personajes. 12 verdades. Ésta es la historia de 12 miembros de un jurado que deben decidir si un chico checheno de 18 años es culpable del homicidio de su padrastro, un oficial del ejército ruso. La película es una reflexión sobre la vida actual, sobre la necesidad de escuchar al familiar allegado y prestarle ayuda antes de que sea demasiado tarde.

Al igual que en el filme de Sidney Lumet titulado "Doce hombres sin piedad" ("12 angry men"), en al que se basa la película, toda la acción del film se desarrolla dentro de la sala de reuniones del jurado en la que se delibera el veredicto. Pero ambas películas no tienen nada más en común, a excepción de esas características. En 12 se desarrolla una historia típicamente rusa a pesar de que, étnicamente, todos los personajes son diferentes. El discurso que resuena por las paredes de la sala del jurado versa sobre la vida, el alma y el corazón de los presentes, y no únicamente sobre la cuestión de culpabilidad o inocencia del acusado.

En un momento del metraje, la sugerencia de uno de ellos -que en principio había votado contra el procesamiento del joven- de hablar sobre las cosas que les preocupan, induce a todos a sincerarse. Hablan de la situación de un país que atraviesa el momento de efervescencia propio de un período de transición y de las cosas que no se cuentan en la televisión ni en los medios de comunicación escritos pero que son el principal tema de discusión de todas las tertulias.

Se trata de decidir a quién hay que culpar por las cosas que no van como deberían ir en el país. Se trata del ciudadano ruso que no está habituado a observar las reglas, porque cumplir las leyes es algo trivial y aburrido y en Rusia se hace lo que dicta el alma y el corazón, no lo que dice la Ley. Y descubren que el alma y el corazón se encuentran arraigados en todos y cada uno de los presentes en la sala. Se trata de que el tiempo de reacción de todos y cada uno de los presentes es distinto, porque todos arrastran una historia distinta de resentimientos que, al igual que una herida mal cicatrizada, recubre el alma de cada cual.

Entre ellos, el más firme partidario del veredicto de culpabilidad es un hombre de carácter brutal -un taxista con exaltados sentimientos de chauvinismo étnico que piensa que el chico es culpable únicamente por ser checheno, es decir, un "aborigen", lo que le sitúa automáticamente dentro de la categoría de malvados y asesinos- que acabará revelando la historia de la relación con su propio hijo, al que estuvo a punto de empujar al suicidio.

Se tiene a veces la impresión de que los miembros del jurado olvidan el motivo por el que están en la sala: la obligación de emitir un veredicto respecto al joven checheno, tan grandes son las diferencias que existen entre ellos. Ese mismo taxista odia a todos los inmigrantes procedentes de otras ciudades y de otros países, porque le parece que "su" Moscú ya ha dejado de ser Moscú. Por otra parte, el cirujano georgiano, que no habla el ruso demasiado bien, se esfuerza por entender a quién ha clasificado como un aborigen: Pirosmani, Danelia, Paradjanov, Shota Rustaveli... ¿quién?

Y el constructor del metro, que coincidió en un principio con el veredicto del taxista por pensar que todos los extranjeros son bestias por definición, de repente comienza a hablar de su propio tío, un electricista que se vio implicado en una complicada situación a causa de una pérdida sufrida en un casino y estuvo a punto de convertirse en terrorista y tomar rehenes para exigir la devolución del dinero que había perdido. Aunque la cosa finalizó bien, sin que nadie saliese lastimado, porque... (Al constructor del metro le cuesta expresar los pensamientos que bullen torpemente en su cabeza de obrero) ...Y es que hay que ayudar a los buenos y los malos tienen que morir.

Y está, incluso, un cínico actor de variedades a quien se le hace tarde para iniciar su gira y a quien, al principio, le parecía que todo aquello le iba a servir de inspiración para su discurso en el escenario, y que de pronto se ve iniciando un trágico monólogo sobre la única sonrisa que había conseguido arrancar, en una ocasión, cuando trataba de distraer a su abuela moribunda siendo un niño. Porque el hombre siente pánico del público cuando está en el escenario, cuando los espectadores están dispuestos a reírse de cualquier cosa: de los fallecidos en un terremoto, de los milicianos asesinos ... y se ríen únicamente porque tienen miedo.

La película oscila continuamente entre lo extraño y la tragedia. El efecto recuerda al de la interpretación de música sinfónica: hay un momento en que la ejecución capta a todo el mundo por su melodía, en que llega a todos cuantos se encuentran en la casa y les hace sentir que se encuentran al otro lado de la pantalla, en la misma sala en que están los miembros del jurado.

No vamos a dar a conocer el veredicto del jurado. El final es un "crescendo" totalmente inesperado. Hay que ver la película para averiguarlo. Y esperamos que la obra tampoco resulte a nadie indiferente entre los espectadores extranjeros, pues nos parece que, a pesar de que el sistema judicial ruso se encuentra todavía muy alejado del nivel que se considera generalmente aceptado en el mundo democrático, los grandes problemas de la humanidad que el filme plantea no son ajenos a nadie.