Al amanecer Antonio, un hombre de ochenta años, se despierta en el que será el último día de su vida. No sabemos si él lo sabe. Quizá lo intuye, porque cada momento, cada variación de la luz, le llama la atención. Vive en una antigua casa de campo a orilla de los esteros. Está en cama, enfermo, y lo cuidan con dedicación sus caseros y una empleada. Esperan a su hijo,que vive en el extrajero y no ve hace mucho tiempo y que llegará esa tarde informado del estado de su padre.
Antonio habla poco. Parece ser el único que está dentro del tiempo,mas denso, los demás están desfazados, apurados, o nerviosos. El tiempo es de Antonio, él está en un estado contemplativo, está en el presente. A través de la puerta entreabierta de su habitación, es testigo de lo preparativos para la llegada de su hijo.El médico que lo visita y que conoce desde hace años,es la única persona con la que Antonio pude compartir sus inquietudes, su curiosidad intacta: los mecanismos de la memoria, los ciclos temporales que se repiten con variaciones, la migración de los pájaros. El médico habla con él mientras lo revisa y le recomienda reposo. Sabe que habrá que internarlo.
A la siesta ocurre un hecho casual:un pequeño insecto,una abeja,que queda atrapada entre la cortina y la ventana del cuarto produce un ruido molesto.Antonio,con mucha dificultad,se levanta y abre la ventana para liberarla.Entoces siente en su rostro la intensa brisa que viene del exterior y el murmullo de la naturaleza viva.En ese momento decide escaparse, no para fugarse sino para intentar su último arranque vital, la última fuerza que le queda como hombre sano, vertical, que puede valerse por sus propios medios. Camina a la intemperie, respira, miras las nubes, hace pis parado y lo festeja con alegría. Cuando llega al muelle de la laguna ya no puede seguir y queda acostado, sin poder levantarse. Antes de cerrar los ojos, ve pasar altísimas las bandadas de garzas blancas que migran hacia el norte y el intenso brillo de las aguas movidas por la brisa. El mundo está vivo a su alrededor y él se está apagando. Lo encuentran unas mochileras. Entre todos, junto a los caseros que lo buscaban desesperados, lo llevan a la casa. Está conciente, pero muy cansado.
Al anochecer, el hijo viene en camino junto a su mujer. Son de otra generación, vienen en otra frecuencia distinta, más urbana, están enojados entre sí, irritados. Inevitablemente el encuentro será un desencuentro. Padre e hijo se saludan con cordialidad distante. Como si no se conocieran en realidad. El hijo le presenta su mujer a su padre. El momento es incómodo. Quieren brindar, decirse algo significativo pero suena un celular. No pueden comunicarse entre sí. Tienen cuarenta años de distancia entre uno y otro.
Antonio, sin embargo parece sereno. Habiendo visto finalmente a su hijo, se deja ir. Cierra los ojos en la cama, junto a la mujer de su hijo que se ha quedado conversando con él. El hijo ha huido hacia su cuarto, como huyendo de las emociones. Antonio va entrando en los plácidos recuerdos de la infancia, se aleja. El día llega a su fin. La vida se termina. Los demás personajes, lo vivos, los que quedan de pie, tienen un instante de duda, de vacilación, cada uno por su lado, como una pausa en sus tareas, como si intuyeran la muerte y a la vez el ciclo de la vida que siempre continúa. Afuera cae la noche con todas sus ranas,cigarras y grillos.
La ventanaDirigida por Carlos Sorin