Su vida dió un vuelco por unas circunstancias que escapaban a su control. Henry Poole (Luke Wilson) regresa al barrio de clase media de Los Ángeles donde se crió con el objetivo de hallar algo de paz y soledad. A través de una irritante agente inmobiliaria (Cheryl Hines), compra una casa mediocre sin discutir el precio y se instala con una caja de vodka y montones de donuts.
Sin embargo el retiro tranquilo y voluntario de Henry se ve interrumpido por un trío de vecinas: una cotilla con buenas intenciones llamada Esperanza (Adriana Barraza), quien se presenta con un plato de tamales caseros y una serie interminable de preguntas; la seria niña de ocho años Millie (Morgan Lily), que no ha abierto la boca desde que sus padres se divorciaron pero que no cesa de grabar las conversaciones de los vecinos para reproducirlas una y otra vez a menudo en los momentos más inoportunos; y su madre, Dawn (Radha Mitchell), la joven y bella divorciada que le coge un cariño inesperado a Henry.
Cuando Esperanza descubre una mancha en la fachada estucada de la casa de Henry se queda fascinada con la posibilidad de que ésta posea poderes milagrosos y empieza a organizar visitas al lugar sagrado. Incluso invita a autoridades eclesiásticas como el pastor de la parroquia, el padre Salazar (George Lopez), para que inspeccione la aparición. Inspirados por sus convicciones, los fieles que se congregan ante la mancha comienzan a reportar unos sucesos inexplicables que ellos atribuyen al poder maravilloso de la pared.
A medida que crece el volumen de gente que le invade el jardín en busca de milagros y la amistad que está creando con la pequeña Millie que le acerca cada vez más a Dawn, el escéptico Henry se ve irrefrenablemente arrastrado de nuevo al mundo que había tratado de dejar atrás. De forma gradual comienza a observar el milagro de la esperanza, para terminar comprobando de primera mano e poder de la curación.