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Vampir-Cuadecuc cartel reducidoVampir-CuadecucDirigida por Pere Portabella

Presentación Vampir en Moma (1972)
Por Pere Portabella

El hecho de que yo no esté hoy entre Uds., muy en contra de mi voluntad, me obliga a escribir estas líneas de presentación de mi filme.

Vampir es un esfuerzo de reflexión sobre el lenguaje cinematográfico. Es quizás, también, un intento de desentrañar lo fantástico reducido al género de terror; una travesía a través del género cinematográfico, un discurso sobre un discurso, un filme-vampiro pues ha sido realizado durante el rodaje de la producción El Conde Drácula dirigida por Jess Franco. Pero fundamentalmente lo que deseo señalar es que Vampir es uno de los primeros filmes marginados hechos en mi país. Advirtiendo que la marginación, en nuestro caso, no es el resultado de una opción voluntaria, sino forzada por nuestro contexto político, social y cultural. Es la única respuesta posible, la única salida para un cine independiente en España, que empieza por la renuncia definitiva a la "protección" del Estado y a la tutela de las grandes distribuidoras, de la censura y del control oficial e industrial y a la necesidad de arraigo con nuestra realidad concreta, con una política de producción ideológicamente coherente con nuestras necesidades; rechazando de plano las vías de la Administración, que en el mejor de los casos no son otra cosa que una manifestación más del aparato de poder.

Con unos medios de financiación reducidísimos, pero propios y métodos de trabajo desligados del sistema que deben transformar el concepto tradicional de producción-calidad-artística, en un proceso de mutación ideológica de la práctica cinematográfica (del medio). Único camino o alternativa que nos permite asumir la búsqueda de un lenguaje, específicamente cinematográfico, que corresponda a una visión consciente y profunda de la realidad española. Hecho desde dentro, desde su propia raíz y por lo tanto vinculado a la misma vanguardia revolucionaria que no exime al realizador de su compromiso (histórico) en la acción cotidiana. Desenmascarando la noción de vanguardia (política y artística) que descarta a las masas y se construye "fuera" de su lucha misma. Esta actitud activa se desenvuelve y sólo es posible fuera de los límites de la legalidad de un sistema que ni tan siquiera se muestra capacitado para mantener abierto un mínimo proceso de integración o asimilación pseudodemocrático o simplemente crítico, a la vez que, como resultado de su impotencia para ofrecer una salida o solución en si mismo, toma la iniciativa de la regresión política en que se ve comprometido actualmente. Asumiendo por lo tanto las consecuencias de marginarse en un país donde no existen las mínimas libertades. Donde reunirse más de 19 personas sin previo permiso gubernativo es un delito de reunión ilegal. Donde la huelga puede ser un delito de sedición militar. Donde la censura se ejerce impunemente sin ningún respeto a la personalidad. Donde no ha sido posible celebrar un homenaje legal a Picasso y en cambio, si ha sido posible el encarcelamiento de un crítico de arte y de varios estudiantes, por el hecho de presidir un acto dedicado al pintor español en la Universidad de Madrid. En este terreno estrictamente cultural, seria interminable la lista de libros secuestrados, revistas retiradas, editoriales paralizadas, obras de teatro y películas prohibidas, profesores expulsados de las universidades, estudiantes e intelectuales detenidos.

Sobre el movimiento obrero la represión es todavía mucho más dura. Mientras el régimen actual intenta con su política exterior una cierta apertura (para ser admitido en el Mercado Común Europeo) y fortalecer así su economía, en el plano interior, el inmovilismo y el temor a las expresiones concretas del movimiento democrático, cada vez más fuertes, llevan al sistema a acentuar todavía más sus contradicciones en todos los terrenos.

Si tienen Uds. en cuenta ese contexto, el hecho de la denegación reiterada de pasaporte que recae sobre mi y tantos otros compañeros dedicados a trabajos intelectuales, y que explica mi ausencia de hoy en Nueva York, y la represión sobre el medio de comunicación que hacen posible que Vampir carezca de existencia legal en mi país, no deben ser interpretados nunca como hechos aislados, ya que expresan mejor la realidad española que todas las representaciones oficiales de España en los festivales internacionales, al margen del interés que pueda merecerles el filme.

Aquí está pues Vampir, no a pesar de todo, sino como resultado de todo.


Un instante de verdad
De editarse en formato digital una edición especial de El Conde Drácula (1979), la película del prolífico director español Jesús Franco que Vampir-cuadecuc a su vez somete y vampiriza, sería inestimable la inclusión como extra de esta última. No estaríamos ante una primera vez: muchos documentos sobre el rodaje de determinados films encarnan mayores virtudes cinematográficas que la estrella central. De todas formas, en este caso no se trata sencillamente de eso. Pere Portabella reinventa el "making of" antes de que este existiera como pseudogénero audiovisual. Y lo hace con una libertad creativa absoluta, alimentándose del material puesto delante del lente como bases para la construcción de imágenes únicas y proteicas, contrapuestas a la tradicional idea de la reproducción imparcial de lo que "está ocurriendo"; tomando prestados elementos del vanguardismo y el cine underground de la época, montando a destajo con la elipsis como recurso rector, trabajando el sonido de manera atípica (se trata esencialmente de un film mudo, en el que el sonido directo ha sido reemplazado por los más dispares ruidos y sonoridades, creados y yuxtapuestos por el compositor Carles Santos, a quien Portabella le dedica por completo dos cortometrajes). El resultado con setenta minutos de genial inventiva y una envidiable capacidad par captar ciertas esencias intangibles en cada una de las imágenes que los componen.

Que el conde Drácula es apenas un clon de inferior calidad de los films de la Hammer no es materia de discusión (a propósito los títulos de apertura de Vampir informan que la película de Franco es una producción del famoso sello británico, error que seguramente tiene su origen en el hecho de estar protagonizada por Christopher Lee, actor regular de la productora). Lo sorprendente es que Portabella no sólo narra el proceso de gestación de ese relato cinematográfico que se desarrolla delante de él (el film de Franco), sino que se las ingenia para contar nuevamente la historia de Drácula: a su manera, Vampir es una particular versión del clásico de Bram Stoker elaborada alrededor de la deconstrucción del imaginario visual del famoso vampiro, creado y sostenido a lo largo de decenas de versiones anteriores. Las cámaras del catalán siguen a las cámaras del madrileño durante el rodaje, pero también, como si se tratara de vampiros fílmicos al acecho de sus victimas se entrometen en los ensayos del reparto de donde se succionan algunos de los momentos más inolvidables, tomas y repeticiones de tomas QUE NUNCA QUEDARÁN IMPRESAS en la emulsión en colores y pantalla ancha de Franco sino en los 16mm en blanco y negro de Portabella. En ese juego entre realidad y ficción, en los resquicios abiertos entre la mampostería de cartón y el maquillaje teatral, asomando detrás de la guardarropía y los colmillos descartables, se adivinan los alcances reales de una operación cinematográfica que se presenta lúdica pero se sabe profunda.

Hay en Vampir un plano de una belleza tan fugaz como fulgurante que ilustra a la perfección esta idea. Soledad Miranda, la actriz favorita de Franco por aquellos años -quién moriría apenas unos meses después del estreno de esta película en un accidente automovilístico-, ensaya algunas líneas del guión, por completo absorta en su papel, cuando de pronto, en un instante que no debe durar más de un segundo, gira el rostro a cámara y guiña un ojo. La sorpresa es tan grande, en particular si el espectador está realmente concentrado en el drama que se está desarrollando, que el efecto realista irrumpiendo desde la pantalla tiene la capacidad de perturbar momentáneamente el estado contemplativo de quien observa, aparentemente seguro de sus sentidos, desde la butaca. Una capa de realidad irrumpe con fuerza desde el fondo de esa otra realidad en construcción que es el ensayo antes del rodaje, un impagable instante de Verdad. Luego Christopher Lee se dedica a la lectura del último párrafo de la novela de Stoker, y el sonido extemporáneo le cede el lugar a la inconfundible tonalidad de voz del actor británico. Vampir es, desde todo punto de vista, una experiencia inolvidable.

Diego Brodersen


Ficha artística
Christopher Lee - Él Mismo / Conde Drácula
Herbert Lom - Él Mismo / Profesor Van Helsing
Soledad Miranda - Ella Misma / Lucy Westenra
Jack Taylor - Él Mismo / Quincey Morris