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Séraphine cartel reducidoSéraphineDirigida por Martin Provost
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Del director Martin Provost fue la gran triunfadora en los Premios César entregados en 2009: Mejor Película, Mejor Guión Original, Mejor Música, Mejor Vestuario, Mejor Fotografía, Mejor Dirección Artística y Mejor Actriz para Yolande Moreau.

Cuenta, a través de una biografía sobria, pictórica y minimalista, la vida de Séraphine Louis, una pintora desconocida que vivió en la primera mitad del siglo pasado, y que murió en el anonimato y en la indigencia más absoluta en 1942, después de estar internada diez años en un manicomio.


Entrevista con el realizador Martin Provost

P: ¿Cómo encontró a Séraphine Louis?

R: Un día, una amiga productora de France Culture me dijo, con cierto tono enigmático: “Martin, deberías interesarte por Séraphine Louis...” No sabía quién era y no entendí adónde quería ir a parar, pero ella insistió: “Busca, entenderás por qué te lo digo”.

Encontré muy poca información en Internet, unos detalles biográficos y unos cuadros realmente sorprendentes. Lo suficiente para despertar mi curiosidad.

Así empecé a entrar en el particular universo de Séraphine.

No tardé en darme cuenta de que la conmovedora vida de esta mujer podía ser llevada al cine. Esta primera impresión se hizo cada vez más fuerte hasta convertirse en una convicción al leer la tesis sobre Séraphine de Françoise Cloarec, una psicoanalista que conoció a Anne-Marie, la hermana de Wilhelm Uhde, el descubridor de Séraphine.


P: Muy al principio del trabajo hubo otro encuentro decisivo con Yolande Moreau.

R: Sí, conocer a Yolande fue decisivo. Nunca habría hecho la película sin ella. Al escribir el guión, antes de empezar a buscar un productor, me apoyé en su presencia.
Es una casualidad, pero ambos vivimos en el campo, nuestras casas distan unos tres kilómetros. Nos conocimos al poco de mudarnos. Le conté la historia de Séraphine y aceptó inmediatamente. Luego, cuando encontré en la biblioteca Kandinsky el único retrato conocido de Séraphine, hecho a lápiz por un vecino suyo, me quedé atónito ante el parecido. Era Yolande Moreau.

Le enseñé el retrato y se quedó muda. Luego dijo, como si nada: “No es muy halagador, pero soy yo”. Hablamos mucho de Séraphine, de las cosas a las que se enfrentó, de su infancia.

Durante el rodaje ocurrió una especie de milagro, una auténtica fusión entre un personaje y una actriz. No puede decirse que Yolande interprete a Séraphine, la encarna. Según avanza la película, consigue transmitir a la imagen una carga poética y emocional sumamente intensa a pesar de estar siempre contenida. De hecho, nos esforzamos en quedarnos en el límite, en no entrar en la facilidad, en la sensiblería, en la historia que suele asociarse a la locura en el cine. Intentamos ser fieles a la imagen que teníamos del personaje, a su difícil recorrido, sus debilidades, su valor, a todo lo que nos había impresionado y emocionado de Séraphine.

P: Mientras escribía el guión, conoció a otra persona...

R: El peligro de un guión basado en un personaje real es quedarse en la anécdota, la ilustración, y dejar de lado el misterio, la humanidad, las contradicciones, la vida interior. Es un ejercicio delicado. El guión debe ser fácil de leer para atraer a los productores y encontrar financiación. Después de haber reunido la mayor información posible sobre la vida de Séraphine y de haber conocido a Yolande, tenía muchas ganas de ponerme a trabajar, a pesar de ciertos temores... Aunque muy pronto me di cuenta de que Séraphine era una aliada, que me franqueaba la puerta a su mundo, un mundo áspero, desconcertante, enfrentado a lo invisible.

Marc Abdelnour colaboró en el guión, y desde el principio nos impusimos una regla. No contaríamos la vida de Séraphine como una continuidad de momentos fuertes. Me interesaban sobre todo las naderías, las ausencias, lo que ocurre fuera de cuadro, los pequeños misterios. También decidí concentrarme en la relación totalmente inesperada, ambigua y púdica que unió a Séraphine y a Wilhelm Uhde durante más de 20 años. Es un encuentro poco probable entre dos marginados. Y decisivo para ambos. Séraphine es una marginada, y Uhde, el extranjero homosexual, es el primero en ver lo que es ella realmente. Lo hace sin prejuicios. Es su mentor, su amigo, su marchante, y me parece que casi su novio... Es interesante cómo aparece y reaparece en la vida de la mujer.


P: Volvamos a su interés por Séraphine, ¿qué le conmovió, su personalidad, una sensibilidad personal por la pintura ingenua?

R: A pesar de no haber estudiado bellas artes, hubo una época en la que pinté mucho. Un día, después de horas de concentración y de duro trabajo, me invadió el miedo, un miedo irracional, una intensa sensación de soledad. No he vuelto a tocar un pincel.

A Séraphine me unió una sensación de proximidad, la admiración, la curiosidad que siempre he sentido por lo que es la creación en estado puro, la chispa creativa. Algunos lo llaman arte “ingenuo”, otros, arte “en bruto”, pero no es cuestión de etiquetas. A menudo, personas no eruditas, que no han nacido en medios cercanos a la cultura, llevan dentro una capacidad creativa inaudita, imparable y turbadora. Estos artistas son pescadores de alta mar, ajenos a las evoluciones y a los cambios artísticos, carentes de maestros y de discípulos, y casi nunca consiguen el reconocimiento artístico que se merecen.

Séraphine era una visionaria en el mejor sentido de la palabra. Se dejó llevar por algo más fuerte que ella misma, que no controlaba, y que acabó destruyéndola. Me conmueve profundamente.


P: Queda patente la dimensión casi mítica del trabajo de Séraphine en la película. Pinta como si su vida dependiera de ello, como si cumpliera un ritual religioso. Pintar no es un acto gratuito...

R: Puede serlo para algunos, y no pasa nada.

Pero en el universo de Séraphine pintar es tan vital como comer y beber, quizá más. Después de la marcha de Wilhelm Uhde, renunció a la pequeñísima comodidad material que obtenía limpiando casas para entregarse en cuerpo y alma a la pintura. Picasso decía: “Si no pinto, enfermo, muero”.

Lo mismo le pasaba a Séraphine. Pintar le permitía preservar algo vital. Era una condición de supervivencia. No podía parar, no podía hacer otra cosa sino crear. En un contexto semejante, el ritual es muy importante y quise dejarlo claro siempre que fuera posible. Los numerosos rituales religiosos y de otro tipo, que estructuraban la vida de Séraphine y que podían tacharse de excentricidades, eran en realidad una disciplina. Quise enseñarlo.

Wilhelm Uhde, que no tenía nada de meapilas, decía de Séraphine que era una santa. Estoy de acuerdo con él. Gracias a un trabajo sin tregua y mediante una rebeldía pasiva, Séraphine alcanzó una forma de santidad que se expresaba a través de la pintura.


P: A finales de los años veinte, Séraphine se hizo algo famosa. Luego, con la crisis económica y la crisis personal, Uhde más o menos la abandonó. Después de dárselo todo, parece perder interés por ella.

R: Es la parte oscura del personaje y no he intentado evitarla.

Pero me pareció más interesante para la película no intentar explicar ese extraño comportamiento. El espectador debe sacar sus propias conclusiones. La muerte de Séraphine en el hospital psiquiátrico de Clermont-de-l’Oise durante la II Guerra Mundial fue bastante sórdida. Wilhelm Uhde afirma en su autobiografía que murió en 1934, pero vivió durante 8 años más, hasta 1942.

¿Mentira, negligencia? No hago preguntas.

De hecho, después de la I Guerra Mundial regresó a Francia, donde vivió con su hermana, pero no intentó reanudar su relación con Séraphine, que vivía a unos diez kilómetros de donde estaba. En una secuencia de la película dice que Séraphine ha muerto, pero Ulrich Tukur (que interpreta a Wilhelm Uhde) tuvo cuidado de decirlo como si no lo creyera. La ambigüedad da a entender la complejidad del personaje. A pesar de la integridad y la fuerza moral que demostró durante toda su vida, le persiguió la culpabilidad y la impotencia, incluso la cobardía. Es una dimensión importante del personaje en cuanto a su relación con Séraphine y con lo que le rodea. Uhde tenía demonios interiores y están presentes durante la película. No quería envolverle en el papel del mecenas fiel, bondadoso y cómplice.


P: La puesta en escena es muy respetuosa con los personajes, nunca es exagerada.

R: Esta aparente simplicidad requiere mucho trabajo y una atención constante para que todos los detalles estén en su sitio durante todo el proceso.

Me di cuenta enseguida de que la puesta en escena debía ser sobria y rigurosa, y que Séraphine debía estar en primer plano para que el espectador pudiera caminar a su lado cómodamente. Mi trabajo es ponerme “al servicio” de los personajes, pero no siempre fue fácil. Para conseguirlo, me rodeé de colaboradores talentosos.

En cuanto al vestuario, los decorados y la iluminación, hemos intentado que estén en un segundo plano, usar los menos efectos posibles. Fui muy exigente a la hora de escoger los colores: ningún color cálido fuera de los cuadros de Séraphine, ni en los decorados ni en el vestuario. Verdes, azules, negros, nada de blanco. Pocos movimientos de cámara. No quise que estuviera muy cerca de los actores. Hacer sobresalir algo solo si era absolutamente necesario.


P: En su opinión, ¿qué mensaje contiene la vida y la obra de Séraphine?

R: Ante todo era una mujer libre. Puede parecer contradictorio porque pasó la mayoría de su vida en la más absoluta soledad y castidad, en la más absoluta indigencia física y psicológica, y acabó encerrada en un manicomio. Séraphine era una mujer de la limpieza, peor aún, una mujer para todo, que pintaba en secreto cosas extraordinarias, pero de la que todos se burlaban. En aquella época, pertenecía a lo último del escalafón social. Pero le daba igual, nada podía detenerla. Supo conservar su autonomía, su rica vida interior mientras hacía trabajos de lo más ingrato. Acabó pagando un precio muy alto por esa independencia. A principios de los años treinta había usado todos sus cartuchos y cayó en la locura.

En el corto periodo de floración artística y relativo desahogo que disfrutó a finales de la década de los veinte, Séraphine se convenció de que la gloria estaba cerca. Para mí, significa que se había quedado en el mundo de la infancia, de las maravillas.

Consiguió dar sentido a su vida sin tener nada, a pesar de las dificultades, de las presiones sociales y de las humillaciones diarias. Dejó su huella, lo que me parece extraordinario. Imaginemos a Séraphine actualmente. Le recetarían antidepresivos, estaría sentada delante de la tele y no pintaría.