Olmo tiene 23 años. Vive con su padre. Desde que tiene memoria, trabaja bajo sus directivas ordenando un descomunal archivo que ocupa todos los espacios libres de la casa en la que viven: son objetos familiares, diarios, libros, fotos, juguetes, adornos, cartas, recuerdos de tres generaciones. Mediante el obsesivo y caprichoso ordenamiento de todos esos objetos, el padre de Olmo está intentando encontrar la respuesta que explique por qué su mujer lo abandonó cuando Olmo era apenas un niño, a comienzos de la década del 80. Despechado, ha decidido darla por muerta y no ha vuelto a nombrarla ante su hijo. Desde ese día ha embarcado a Olmo en la demente y minuciosa reconstrucción de ese pasado.

Olmo, sin embargo, trabaja en el archivo ajeno a la densa obsesión de su padre. El cumple sus indicaciones al pie de la letra, como si trata de un juego, pero nada de lo que hay ahí le evoca algo que le resulte propio. Olmo parece todavía pegado a las urgencias de su padre y no ha recibido el impacto de un suceso que le confiera vida propia.

Un día como otro cualquiera, durante una discusión menor el padre de Olmo sufre un infarto que le cuesta la vida. Obligado por los acontecimientos, Olmo debe comenzar a tomar decisiones por sí mismo. Un hallazgo accidental revisando el archivo le descubre una parte de la verdad sobre su madre: no está muerta sino en España, en un lugar de Galicia.

Mientras madura una decisión, Olmo se siente solo y esa soledad, en lugar de hundirlo en la melancolía, enciende su mirada con un fervor desconocido. Va a lo de su amigo Javier y lo sorprende una fiesta. Allí conoce a Carmen, una joven española que está buscando nuevos aires.

Los acontecimientos que Olmo acaba de vivir tiñen todos sus actitudes con una intensidad que lo diferencia profundamente del resto de los invitados a la fiesta. Esto atrae a Carmen. Olmo se deja cortejar y al poco tiempo, de forma natural y sin que ninguno de los dos se lo proponga, el encuentro entre Olmo y Carmen toma la forma de una certeza que los sorprende a ambos: los dos sienten que al menos una parte de sus vidas deberán transitarla juntos. Olmo manifiesta entonces su decisión de irse a España y convence a Carmen para que lo acompañe. Ya en España, Olmo y Carmen inician una travesía que los va uniendo en más de un acontecimiento aparentemente casual.

Para Olmo, el viaje es todavía más intenso. El recuerdo fantasmal de su padre se le hace presente constantemente para intentar que esta travesía respete la misma dirección que él le impuso en vida. Se entabla entre ellos una batalla que culmina en una revelación: Olmo encuentra a su madre y tiene la oportunidad de cancelar las viejas batallas de una memoria que le es ajena para empezar, en soledad, a hacer su propia historia.

En un nuevo punto de inicio Olmo y Carmen decidirán separarse sintiendo que ellos mismos, y no otros, ensayan el nuevo destino a seguir.