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El último vuelo cartel reducidoEl último vuelo(Le dernier vol)
Dirigida por Karim Dridi
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Adaptación de una novela de Sylvian Estibal - El último vuelo de Lancaster
Abril 1933. El Southern Cross Minor emprende su vuelo desde Lympne (Inglaterra) en dirección al Cabo (África del Sur). El comandante, antiguo piloto de la RAF, el capitán Bill Lancaster, intenta batir el anterior récord de vuelo en solitario establecido en esta travesía.

En el fortín de Reggan situado a las puertas del desierto algeriano, una compañía de meharistas franceses informa del aterrizaje forzoso de un aviador en esos parajes. Enseguida, uno de ellos se apasiona por la trágica desaparición del piloto. En la correspondencia que mantiene con su compañero en Francia, el teniente Chauvet comenta las operaciones de búsqueda para encontrar al infortunado piloto, perdido en pleno Tanezrouft.

Para Bill Lancaster, improbable superviviente en este desierto entre desiertos comienza una espera, con únicamente su pobre estado de fuerza, dos galones de agua y una increíble tenacidad. Haciendo de este “lamento un canto de amor”, él redacta un diario donde describe su lucha cotidiana contra un calor abrasador, noches heladas, la sed, la fiebre, así como sus vínculos con sus allegados.

Pero el piloto arrastrará pronto a otros náufragos, puesto que su antigua esposa y compañera de equipo, Chubbie Miller, vuela a su vez en busca del desaparecido…

Siguiendo la pista del ÚLTIMO VUELO DE LANCASTER, Sylvain Estibal dibuja el retrato del piloto a través de un montaje cautivador de textos donde se mezclan recortes de prensa, cartas, informes oficiales y el diario escrito por Lancaster. El autor sigue el curso inexorable contrarreloj, y nos hace compartir esperanza, inquietud y resurgimiento de una aventura que se basa en la verdad y la leyenda de la conquista del cielo.

Sylvain Estibal, periodista, colaborador de AFP, vive en Uruguay. Es autor de numerosas obras sobre el desierto entre las que hay un libro de entrevistas con Théodore Monod, Terre et Ciel (Actes Sud, 1997). Su primera novela, Él Último Vuelo de Lancaster, fue publicada en 2003. Su segunda novela, Eternel, acaba de ser publicada por Actes Sud en abril 2009.


El Sahara francés de los años 30
La primera expansión europea en África occidental se remonta al siglo XIV. Desde 1885, Portugal, España y Francia se dividieron estos territorios lejanos, lo cual permitió reforzar su proyección y asegurar su supremacía. El prestigio y la bandera! Para tener su lugar en el acuerdo de las grandes naciones, Francia ejerce su influencia exportando sus armas, sus colores, sus costumbres, su idioma, su cultura… Se asegura una misión «civilizadora» aportando instrucción y cuidados a los nómadas, considerados entonces como «primitivos e inferiores».
Verdaderos centinelas del desierto, las compañías meharistas representan a Francia en las zonas menos pobladas y difícilmente accesibles de los confines saharianos. Creadas bajo el impulso del comandante François-Henry Laperrine, en 1901, estas unidades de la armada francesa –que montaban en dromedarios- jugaron durante los años 70 un papel determinante en la conquista y el control del Sahara. Compuestas por oficiales y suboficiales franceses, incluían hombres de tropa indígenas, con la misión entre otras, de instruir, ocuparse y pacificar las poblaciones locales sometidas a las exigencias de Francia: impuesto de capitación, censo, trabajos obligatorios…

En los años 30, la prioridad del gobierno francés es reforzar las posesiones del país. Por un lado, se favorecen las relaciones con las nuevas élites y las autoridades tradicionales. Colaboración forzada que tropieza con la resistencia de poblaciones nómadas, principalmente de los Tuaregs. Por otra, se usa la fuerza militar para mantener el control de los rebeldes. Las operaciones de represalia son entonces delicadas, a veces mortíferas entre meharistas y guerreros saharianos que conocen el desierto y practican el arte del saqueo con brío.


Entrevista con Karim Dridi

P: ¿Cómo nació la idea de hacer esta película?

K.D.: Esta película nació de mi encuentro con el desierto, en 2003, en Timimoun al sur de Argelia. A mi regreso, fui a mi librería para volver a sumergirme en los libros: me propusieron dos obras de Le Clézio, muy conocidas y El Último Vuelo de Lancaster de Sylvain Estibal, una primera novela publicada por Actes Sud. Esta novela se inspiraba en la historia real de Bill Lancaster, porque el avión cayó en pleno Sahara en 1933 cuando intentaba batir un record de travesía, y de su prometida Chubbie Miller que parte en su búsqueda. Una patrulla de militares encontró la carcasa del aparato treinta años más tarde. Encontraron el cuerpo momificado de Lancaster, con una libreta de notas en la mano. Él había pensado en ella durante sus ocho días de agonía.


P: ¿Por qué decidió adaptar la novela de Sylvain Estibal ?

K.D.: El personaje de Bill Lancaster me interesaba menos que el de su prometida. Como en « El Principito », él es más bien un símbolo… Por otra parte, él no aparece nunca físicamente en la pelicula. Con Pascal Arnold, imaginamos que Marie Vallières de Beaumont iba a buscar a su amado en el desierto, pero ella finalmente encuentra otro hombre. Mi deseo era realizar una película histórica y romántica franqueando los clichés habituales que sobrecargan generalmente este género de cine. Por ejemplo, no deseaba estructurar el relato entorno a un flechazo con un montaje dominado por la relación amorosa y un clímax, previsible, donde los dos amantes se unirán en la arena caliente de un sublime desierto. Deseaba hacer una película sobre el abandono, el soltar prenda de estos dos seres que van hasta el agotamiento en busca de Lancaster, para acabar aceptando su encuentro...Ineluctable.

El Último Vuelo es una película novelesca que narra el encuentro de dos seres que no tienen nada en común y que descubren, en el núcleo de un naufragio, que pueden salvarse el uno al otro. Él, encontrando una razón para vivir junto a ella. Y, ella, dándose cuenta de que a pesar de su amor por Bill, ella se engaña… Para mí, la película hace que la cuestión existencial de esto sea la diferencia entre el deseo de amar y el verdadero amor… no hay una respuesta evidente, pero Antoine y Marie se hacen esta pregunta. Las circunstancias hacen que se hagan esta pregunta y espero que con ellos, los espectadores también. Guillaume Canet resume bien el mensaje de la película: es necesario ir siempre tras la esperanza de encontrar algo y si no se encuentra eso que se busca, a pesar de todo se encontrará otra cosa. Siempre avanzar para seguir con vida.


P: El pudor que caracteriza la relación de Antoine y Marie es una audaz decisión. ¿Dudó al hacer esta elección?

K.D.: Hice la elección de no multiplicar los acontecimientos amorosos entre los dos personajes, para justamente conservar el momento crucial de su reencuentro físico y espiritual, como un punto culminante en esta historia. No hay escena de amor, sino sólo un beso, un sólo beso que es vital para Antoine porque Marie le da la vida (agua) antes del abrazo. La película se detiene allí donde su historia comienza… Filmar el amor físico me parecía fuera de lugar porque quería únicamente mostrar el momento, más sensual, pero no sexual, donde los dos seres se encuentran y se rozan… Es orgánico. Marion ha encontrado las palabras justas para calificar la película: «es a puerta cerrada sin los muros» ! Una película intimista en la inmensidad del desierto.
P: Ellos se comprometen solos en el Teneré. ¿Son plenamente conscientes del tremendo compromiso que hacen?

K.D.: ¿Es que el amor absoluto no es un poco suicida? Nunca pensé que Marie quisiera morir. Para mí, ella está convencida de poder encontrar a su amado a riesgo de su vida. Es una actitud extremista… Por su parte, Antoine conoce perfectamente los peligros del Teneré, pero tampoco él puede recular. Nunca será tuareg y su ruptura con el ejército le deja completamente perdido. La búsqueda de Marie da un sentido a su deserción, aunque él tenga que aceptar muchos riesgos.


P: ¿Se impuso inmediatamente Marion Cotillard para el papel de Marie?

K.D.: Hubo tres encuentros importantes: el desierto, la novela de Sylvain Estibal y, uno determinante con Marion Cotillard. Era antes de los Oscars, debíamos vernos diez minutos, y duró una hora y media. No pensé narrarle EL ÚLTIMO VUELO, pero ella parecía estar muy interesada en que yo le explicara la historia. Después de nuestra reunión, ella dijo a su agente que ésta sería la primera su primera película francesa después de La Vie en Rose. No sólo me sentí halagado, sino que su llegada al proyecto le dio una dimensión que no había imaginado. Con Guillaume, lucharon como dos leones para que la película se hiciera. Sin su determinación, nada hubiera sido posible. No es por mi cara hermosa que se hayan entusiasmado, pero creo que en esta historia resonaba alguna cosa de su propia historia… Tienen en común con sus personajes tener esa voluntad que les lleva a ir más allá de lo razonable… Marion ha conseguido un Oscar, eso no se le da a todo el mundo. Ella podría muy bien ir a buscar a su hombre al fin del mundo.


P: ¿Cambió eso la forma de trabajar con una actriz oscarizada?

K.D.: Como actriz, Marion está en la cumbre. ¿Qué más se puede esperar hoy? Igual si es una mujer con sus debilidades, sus fallos, su sensibilidad, ella lo tiene todo... No creo que el Oscar ayudara fundamentalmente a cambiar su forma de trabajar. Marion es una virtuosa, una gran intérprete que conoce perfectamente su instrumento. Es una actriz muy perfeccionista que trabaja muchísimo. Una vez que todo ha sido precisado, ella visualiza la escena y la interpreta de forma prodigiosa. Como para La Vie en Rose, ella ha vivido totalmente el personaje de Marie. Su implicación en la última escena donde ella levanta a Antoine hasta el camello nos ha emocionado a todos.


P: Al confiar el papel de Antoine Chauvet a Guillaume Canet, rehace en la pantalla una pareja en la ciudad. ¿Fue esto algo voluntario?

K.D.: Era justo a la inversa de lo deseado. Rodar con una pareja no es nada sencillo: tú hablas a uno, los dos responden. Marion y Guillaume están totalmente fusionados, estaban juntos todo el tiempo, muy solidarios. Pero, más allá de esta particularidad, vi rápidamente que la cámara mostraba entre ellos las miradas que no engañaban, momentos de verdad que se les escapaban. En el momento, Marion y Guillaume no interpretaban… Se amaban realmente y sus sentimientos auténticos, raros, únicos aparecían en la pantalla.


P: ¿Cómo llegó Guillaume Canet al proyecto?

K.D.: Al principio, no había pensado en Guillaume. Fue al ver Les liens du sang cuando me dije que el papel le podía ir bien. Sabía por Marion que el estaba interesado. Es necesario decir que el personaje de Antoine Chauvet es particularmente rico: es un aventurero, un meharista de una modernidad increíble. Él comprende antes que los demás que la Francia colonial lleva la confusión a las regiones que ocupa. Treinta años después, Francia abandonaba Argelia.


P: ¿Quienes eran esos meharistas franceses?

K.D.: Eran verdaderos aventureros que partían lejos de sus casas para vivir en el desierto otra vida. Se podrían comparar con los exploradores que parten a descubrir territorios desconocidos y misteriosos… Ellos iban al desierto como más tarde se tuvo el deseo de ir a la Luna... La epopeya de estos soldados franceses ha sido muy poco tratada en el cine, excepto en Fort Saganne de Alain Corneau que se desarrolla antes de la primera guerra mundial… Me resultó interesante que se reapropiaran de este patrimonio histórico. Los americanos no pudieron hacerlo con sus cowboys y los indios. Eso dio excelentes westerns. Nosotros también, tenemos nuestros westerns saharianos con quepi y turbante ! Estéticamente, eso tiene mucha elegancia!


P: Intentó que el contexto histórico de esta historia de amor –la colonización francesa en el Sahara de los años 30- fuera tratada con una atención particular…

K.D.: Lawrence de Arabia, Indochina, Un thé au Sahara, Fort Saganne… muchas películas evocan la colonización, pero los africanos o los asiáticos fueron sobre todo figuración. Era inconcebible para mí no dar un verdadero lugar a los berberiscos y los tuaregs, intentando no ser simplista. Oponer a negro bueno al blanco malo hubiera sido también reducido como a la inversa. Nada es simple, según mi opinión, nada justifica la colonización. Todos los personajes de la película tienen convicciones que defienden con honestidad. A lo largo de mis investigaciones, encontré ejemplos de militares franceses que habían aprendido los idiomas locales, que se sentían cercanos a los nómadas para comunicarse mejor con ellos. Otros no quisieron saber nada. Los dos tipos existían. EL ÚLTIMO VUELO no es una película política que denuncie la colonización, habla de ella sin juzgar.


P: Filmó absolutamente con tuaregs reales. ¿En qué era esto importante?

K.D.: Eran nómadas auténticos de Mali que llegaron al lugar de rodaje, después de doce días de viaje en 4X4… Sólo con esa travesía hubiera podido dar lugar a un documental. Era importante para mí estar en esta realidad, como para el vestuario, los accesorios que realmente les corresponden según la época. Estaba al límite del documental. Me encanta reunir en una película lo auténtico, lo real y la ficción. Este mestizaje vale también para la distribución, que mezcla estrellas y actores menos conocidos, profesionales y amateurs.


P: Guillaume Marquet es una de las revelaciones de la película…

K.D.: Guillaume Marquet viene del teatro, es un actor magnífico. Cada vez que le veo, me conmueve. Hizo que se hablara de él… Alain Corneau ya lo ha contratado para su próxima película.


P: ¿Por qué eligió rodar en Marruecos, en Merzouga?

K.D.: Debíamos rodar en Níger, pero no pudo ser por varios motivos. Finalmente, nos instalamos en Merzouga, cerca de la frontera algeriana. Allí había, en un perímetro bastante restringido, dunas inmensas y paisajes desérticos muy variados. La belleza de esos paisajes, sublimado por la luz de Antoine Monod –que no es otro que el sobrino pequeño de Théodore Monod, uno de los mayores saharianos- es una verdadera invitación al viaje, a la evasión...


P: Vd. Quiso que una parte del equipo siguiera allí, en Marruecos, una preparación artística antes del rodaje. ¿Por qué?

K.D.: En Francia, se privilegia la preparación técnica a la preparación artística. No es costumbre que los actores lleguen semanas antes del rodaje, para entrenarse, ir en camello, vivir bajo la tienda… Nosotros hemos tenido la oportunidad de poder hacerlo. Es el 90% del éxito de la película. Y además era necesario que los actores fueran creíbles como meharistas y aventureros del gran desierto.


P: ¿De qué está más contento con esta película?

K.D.: Estoy orgulloso de que esta película sea cercana a mí, afortunado de haber conseguido hacerla.

Estoy encantado también de haber podido rodar una película de este estilo con dos actores muy conocidos y eso justo un año después de haber hecho « Khamsa» con Marco Cortes, un joven gitano de Marsella. Siempre quise hacer un gran intervalo entre películas de pequeños presupuestos, muy comprometidas socialmente y películas novelescas y de aventuras sin traicionar por ello mi única religión: El cine! En Francia donde las etiquetas se resisten a desaparecer, espero poder continuar haciendo las películas que tengo en mi interior, sin preocuparme de saber si hago una película de autor o una película de gran presupuesto.

Y además, la guinda del pastel fue trabajar con la música del trío palestino Joubran y el trío Chkrr, que compuso una música oriental y occidental que tiene la fuerza de una gran orquesta. Es la primera vez que tengo ocasión de trabajar con grandes músicos y de inclinarme seriamente por la música de la película y su misteriosa relación amorosa que mantiene con las imágenes.


Entrevista con Guillaume Canet

P: ¿Cuál fue su primera reacción al descubrir la historia de “El Último Vuelo”?

G.C.: Inmediatamente me pareció muy hermosa y vi que podría ser una formidable película de aventura y amor. No es frecuente poder hablar de amor de forma púdica, sin caer siempre en la demagogia o en el sensacionalismo. Antoine se enamora de Marie mientras ella está obsesionada por la idea de encontrar al hombre que ama y que se ha estrellado en su avión en el desierto. Es una mujer determinada a la vez que perdida, que tiende finalmente a una única cosa: descansar. Como muchas personas, ella quería enamorarse, tiene una necesidad de creer en una historia. Ella se empeña en buscar a su amante sin ver que, quizá, lo que podrá hacerla feliz está justo a su lado. El Último Vuelo es una película sobre el abandono. Tanto que Marie y Antoine no se abandonan el uno al otro, o no se podrían reencontrar. Comparten sus angustias, sus miedos, pero sólo el desapego les permitirá fusionarse. Su camino solitario en el desierto les ayudará a llegar.


P: Para preparar el rodaje, en Merzouga, en Marruecos, pasó varios días en el desierto con Karim Dridi y una parte del equipo. ¿Qué le aportó esa semana de inmersión total?

G.C.: Hay una réplica en la película que dice que «el desierto enseña el olvido». Eso me sucedió a mí cuando, con Karim, hicimos durante muchos días caminatas en las dunas, en los vivaques, travesías a lomos de camellos… No teníamos teléfono móvil, ni ordenador. Eso sucede muy pocas veces, incluso nunca, estar aislado hasta ese punto. Todo ese espacio, ese silencio, me llevó rápidamente a cuestionarme a mí mismo. A vaciar mi mente… Ese cambio radical y benéfico me sirvió también para acercarme a mi personaje.


P: En el seno de la armada francesa, el teniente Antoine Chauvet ocupa un lugar particular. Él se ha adaptado a la mentalidad tuareg, defiende su causa. ¿Cuál ha sido su recorrido?

G.C.: Tenía necesidad de contar su historia. Para mí, Antoine creció en una granja, después se enroló para ir a la guerra 14/18. En las trincheras, vio como morían a su suerte bajo sus ojos. Quizá pasó horas olvidado entre cadáveres… Como todos los supervivientes, vive muy mal el hecho de haber salido con vida mientras sus compañeros se quedaron allí. «¿A qué sirvo, si no muero? », «¿qué sentido tiene mi vida después de todo esto? », «¿A quién soy útil? »… Todas estas preguntas, él se las hace sin encontrar necesariamente respuesta. Haber rodado Joyeux Noel con Christian Carion me había permitido ya tomar la medida de las atrocidades cometidas durante esa guerra. No hay ni un solo soldado de 14/18 que no haya salido totalmente perturbado y herido en su silla. Era necesario que esas heridas invisibles aparecieran en la actitud de Antoine. Cuando empieza la película, hay diez años de Sahara en los ojos. Monta a caballo o a lomos de camello todos los días. Su forma no tiene nada que ver con la forma del capitán que acaba de desembarcar de Saint-Cyr. Apenas hace su saludo, retoma su posición natural, un poco deformado. Como Marie, aunque por motivos diferentes, Antoine es un hombre perdido que duda permanentemente. Incluso mientras no sabe si se quedará en ese país, se ve agitado entre su pertenencia al ejército y su relación privilegiada con los Tuaregs.


P: Para este papel, Vd. sufrió una ligera metamorfosis física…

G.C.: Me endurecí un poco los rasgos, añadí un diente de plata, una cicatriz… Para estar más cerca del personaje que es muy enjuto, me adelgacé un poco. Pero el mayor trabajo fue sobre todo con mi voz, porque quería que fuera más rota, más cavernosa. Antoine es un taciturno que vive en la economía de todo. Esta sin cesar en una exhalación. Además, os nómadas en el desierto hablan muy poco.


P: La acción tiene lugar a principios de los años 30 en el Sahara. ¿Se documentó sobre el contexto colonial de la época?

G.C.: He leído libros sobre militares, sobre los tuaregs de los años 30, en el Sahara. Era muy importante para mí ser lo más justo posible. Para todas mis réplicas en Tamashek, la lengua Tuareg, di clases con un profesor Tuareg, Amana. Con él, hablé mucho de la cultura tuareg, de la historia de esta gente que, todavía hoy, está a menudo privada de sus tierras.


P: La cuestión colonial no es el núcleo de la película, pero ocupa un lugar importante. ¿Cómo la ha aprehendido?

G.C.: Tengo la visión de Karim Dridi que mezcla novela y colonización de forma inteligente. Uno cree a veces saber sin razón lo que es bueno para otro, sin razón. El éxito del guión es no hacer juicios, ni sobre la colonización, ni sobre las revueltas tuaregs. Las cosas son expuestas simplemente. Tomemos al capitán Vincent Brosseau, ciertas convicciones suyas podrían parecer como justas. La voluntad de progreso, el deseo de instruir a un pueblo, de darle acceso a una cultura diferente… Todo es loable! Y, al mismo tiempo, en el mismo ejército francés, está el discurso de Antoine que desarrolla otros argumentos y reclama la importancia de respetar la cultura de los tuaregs, que es tan rica como la nuestra. De no imponerles ese cambio… Me parece que la película expone las cosas claramente sin imponer una visión. Cada uno se hace una opinión.


P: ¿Cómo definiría la relación entre Marie y Antoine ?

G.C.: El Último Vuelo es verdaderamente una película de amor atípica. Ella está enamorada de un hombre casado. Él arriesga su vida para ayudarla a encontrar a su amante. Es esta singularidad, esta complejidad, este pudor entre los dos, lo que encuentro muy bello en la película.


P: ¿Qué conocía del cine de Karim Dridi ?

G.C.: No se trata de ordenar los realizadores en categorías, sino lo que era interesante para la película, eso es lo que hizo que alguien como Karim Dridi la realice. Es una puesta en escena que viene sobre todo del cine de autor, muy cómodo con la cámara al hombro, cercano a sus personajes. Cuando uno ve Khamsa o Pigalle, uno se da cuenta de repente que el domina perfectamente esta relación con la gente y la emoción. Una relación íntima en El Último Vuelo, en la inmensidad de este desierto, que resuena de forma muy singular.


P: ¿Cómo ha vivido sus reencuentros, ante la cámara, con Marion Cotillard ?

G.C.: Después de Jeux d’Enfants, teníamos muchas ganas de volver a hacer una película juntos. Siempre es muy agradable trabajar con gente que aprecias, de tener esa complicidad inmediata en el trabajo. Creo que esto conlleva algo particular. Lo constaté con François Cluzet cuando, después de Ne le dis à personne, nos reencontramos en Les liens du sang. Cuando se conoce a alguien bien, se va a lo esencial.


P: El rodaje ha durado más de dos meses en el desierto. ¿Qué conserva de esta aventura?

G.C.: La aventura humana del rodaje, el encuentro extraordinario con los tuaregs de Mali…El desierto me ha enseñado mucho. Como para Marie y Antoine, me ha recordado la importancia del deber de avanzar en la vida. Por otro lado, es eso lo que muestra la película de una forma magnífica: enseña lo que debe vencerse, continuar y llegar. E igualmente si no se encuentra lo que se quería, quizá nos sorprenda encontrar otra cosa que se esperaba. Para mí, hacer El Último Vuelo es ante todo la imagen de esta mujer y de este hombre que caminan en el desierto: caminan hasta la extenuación porque detenerse, es morir.


Entrevista con Marion Cotillard

P: No duda en hablar de un encuentro determinante con Karim Dridi… ¿Cómo le convenció para convertirse en la heroína de El Último Vuelo?

M.C.: Vi a Karim, por primera vez, hace un año y medio. Habitualmente prefiero leer el guión antes de ver al realizador, pero él sostenía absolutamente que tenía que hablarme de su proyecto. Durante una hora y media, lo escuché narrar la historia de El último Vuelo. Escuchaba y me dije «si se detiene antes del final, usaré todos los medios para obligarle a continuar». Estaba muy emocionada por lo que les sucede a Marie y a Antoine, la forma en la que el destino los une... Creo mucho en las coincidencias… Si somos capaces de verlas, un día u otro, la vida nos conduce a estar allí donde debemos estar. Es esto lo que sucede con esta película: ha sido de repente una evidencia para mí.


P: Obtener un Oscar por La Vie en Rose de Olivier Dahan, rodar en Hollywood no le ha hecho cambiar de opinión. ¿Por qué estas ganas de volver a estar delante de una cámara francesa?

M.C.: Cuando elegí comprometerme, la historia se convirtió en una necesidad para mí. Amo el cine francés y lo necesito. Siempre he sabido que tenía mi lugar en El Último Vuelo, que la relación que me une al personaje de Marie es casi visceral.


P: Marie Vallières de Beaumont es una aviadora, una aventurera, una enamorada apasionada y perdida… ¿Qué aspecto aporta a este personaje del estilo de Isabelle Eberhardt?

M.C.: En los años 30, pilotar un avión era raro… Para las mujeres, esto tenía el mismo éxito. Era necesario luchar para imponerse. Ser, como Marie, una mujer piloto denotaba un gran temperamento, un gusto pronunciado por las emociones fuertes, una necesidad de libertad que, en la época, no era fácil de afirmar. Es su amante, Bill Lancaster, el que, primero, la ve realmente diferente y la trata como su igual: la acompaña en su primer vuelo, él la sostiene, la apoya. Viven una apasionada historia de amor, tumultuosa porque él no dejará nunca a su mujer por ella. A pesar de todo, cuando Marie sabe que el avión del hombre que ama ha desaparecido en el desierto, ella sale en su búsqueda sin dudarlo. Ella está preparada para sacrificarlo todo por él.


P: Durante mucho tiempo, Marie y Antoine avanzan uno a lado del otro, en paralelo. ¿Cómo aprendió que esta relación compleja donde todo pasa por la aceptación…?

M.C.: Marie ha luchado toda su vida, como ha hecho Antoine por su parte… Cada uno está en su mundo. Quizá no es bueno. Ellos no se ven realmente hasta el momento en el que, perdidos en el Sahara, empiezan a descubrirse, a revelarse y sobre todo a enfrentarse a sí mismos. La dureza del desierto, el aislamiento, el miedo, la sed…, revelan todo lo que no pensaban que eran. Esta exposición totalmente desnuda es un sentimiento muy fuerte, muy conmovedor.


P: ¿Cómo se trata el contexto colonial en esta historia de novela?

M.C.: Hay un punto de vista parcial en la película de Karim, pero los personajes fuertes tienen convicciones que son diferentes. Los militares franceses pensaban quizá sinceramente aportar cosas buenas, permitir una cierta «evolución», su idea de evolución. Las poblaciones locales se beneficiaron de ciertas cosas, pero también sufrieron la autoridad francesa, las enfermedades, y fueron desposeídas de sus tierras. Todo esto se mezcla al hilo de la historia sin que sea radicalmente de una parte o de otra.


P: El Último Vuelo es a la vez una pelicula de gran espectáculo y una película intimista… ¿Cómo trabajó con Karim Dridi ?

M.C.: Había visto las películas de Karim. Me impresionó por la vida que se desprendía de Pigalle. Después, estaba Bye bye que me encantó y Khamsa: una verdadera joya. Karim Dridi tiene una forma muy personal de hacer vivir a sus personajes, de captar lo que llevan en su interior. Su sensibilidad le permite captar esta verdad. Para El Último Vuelo que finalmente es una película sobre el camino interior, íntimo, es esta perspectiva la que me interesaba.


P: Siete años después de Jeux d’enfants de Yann Samuell, se reencuentra con Guillaume Canet… ¿Temía rodar con él?

M.C.: Me comprometí en esta aventura antes de que lo estuviera Guillaume. Recuerdo que en esa época, cuando le hablé de El Último Vuelo, compartió mi entusiasmo. Estaba muy conmovido por esta historia… Pronto se convirtió en una evidencia para nosotros hacer esta película juntos.


P: ¿Es una ventaja o una dificultad rodar con alguien que se conoce bien?

M.C.: Jeux d’enfants era una comedia romántica, una primera película donde uno se divertía mucho. El tema de El Último Vuelo es otra cosa diferente. Es apasionante abordar universos diferentes con la misma persona. En el curso del rodaje hablamos mucho, de la historia, los personajes, de su relación. Este intercambio ha sido muy constructivo. Interpretar juntos es simple, muy agradable. Existe una complicidad, naturalidad, una confianza que sin duda es útil para la película.


P: El Último Vuelo le dio la ocasión de pasar más de dos meses en Marruecos. Rodó con familias berebers, con tuaregs llegados especialmente de Mali. ¿Qué recuerdo guarda de estos encuentros?

M.C.: Lo que vivimos con los berebere nómadas y con los tuaregs de Mali fue muy intenso. Ha habido momentos muy fuertes, momentos para compartir... como aquel día en el que, al final de la tarde, las mujeres berebere cantaron para que el ingeniero de sonido las pudiera grabar. Nosotros nos pusimos todos a bailar con los niños. Sus sonrisas es una de las imágenes más preciosas que conservo del rodaje.


P: ¿Qué le ha enseñado el desierto?

M.C.: No conocía el desierto antes de ir a Merzouga. Allí descubrí el silencio, el auténtico silencio. Un silencio que instruye … Es a la vez bello, vivo, duro y tranquilizador. En un rodaje de más de dos meses en el desierto, las condiciones pueden ponerte en situaciones complejas que ponen a prueba tu resistencia, tu capacidad para controlarte. Estás frente a ti misma sin protección… Es necesario saber renunciar. Si, eso es, el desierto me ha enseñado sobre todo el abandono.


Música original del Trío Joubran en colaboración con Chkrrr
La música de EL ÚLTIMO VUELO es la historia de un encuentro entre dos universos: El Trío Joubran, tres hermanos palestinos instrumentistas de Oud reconocidos en el mundo entero por su virtuosismo y la calidad de su música, de una gran modernidad; y Chkrrr, trio electro-acústico que mezclan hábilmente máquinas, violín y violonchelo.

Desde el principio, Karim Dridi deseaba confiar la banda sonora de su película a los Joubran acompañados de su percusionista Yousef Hbeisch, de forma que se respetase musicalmente el decorado natural de su película sin caer en los clichés de la música occidental arabizada. Después tuvo ganas de hacer una colaboración con cuerdas para introducir una dimensión occidental, en la imagen de Marie y Antoine, dos franceses en el Sahara. Fue entonces cuando Eric Michon (Universal Music) nos presentó a los atípicos Chkrrr que parecían responder perfectamente a nuestro exigente pliego de cargos: trabajar en gran parte improvisando directamente sobre la imagen, proponer arreglos y composiciones que respetaran la música de los Joubran y aportar la unión y el espacio de las cuerdas sin sucumbir a la fuerza aplastante de una gran orquesta para preservar la intimidad a «puerta cerrada sin muros».

Con el fin de no forzar esta unión musical, reunimos inmediatamente al Trío Joubran y a Chkrrr en un estudio, sin otro objetivo anunciado que tocar juntos, que aprendieran a conocerse con el telón de fondo de las imágenes de la película que pasaban en la pantalla, y las indicaciones de Karim. Al final de esta primera jornada, tuvo lugar la magia: pronto hubo una larga improvisación a dúo, el violonchelo interpretó un tema del Trío Joubran y después todos los músicos tocaron uno tras otro sus instrumentos para acompañar la caminata de Marie en las dunas yendo hacia un final apoteósico: teníamos nuestros títulos de crédito del final y la certeza de que este mestizaje musical era perfecto para la película.

La banda sonora es el resultado de la lógica prolongación de este encuentro: una música íntima y poderosa a medio camino entre oriente y occidente, dejando un gran lugar a la improvisación, siempre inspirada por las imágenes de la película.