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Tímidos anónimos cartel reducidoTímidos anónimos(Les émotifs anonymes)
Dirigida por Jean-Pierre Améris
¿Qué te parece la película?

Entrevista con Jean-Pierre Améris (Director y coguionista)

P: ¿Cómo nació el proyecto?

R: Me da la impresión de que siempre he llevado dentro esta película. Es sin duda mi película más íntima y más autobiográfica. Siempre he sabido que un día contaría una historia alrededor de esa híper emotividad, de la angustia que llevo desde muy joven. Recuerdo que de niño, cuando tenía que salir de casa, miraba antes por el resquicio de la puerta para asegurarme de que no había nadie en la calle. Si llegaba tarde al colegio era incapaz de entrar en clase. En la adolescencia se agravó todavía más y por eso me apasioné por el cine. Al abrigo de las salas oscuras sentí realmente el miedo el suspense, la alegría, la esperanza, podía vivir las emociones más intensas sin preocuparme por la mirada de los demás.


P: Sin embargo, ha hecho varias películas y el lugar del director está muy expuesto.

R: De esa cinefilia afectiva surgieron mis ganas de hacer películas, y es el cine lo que me ha permitido superar mis miedos. A medida que progresaba, intentaba transformar esa angustia en aliada. Se convirtió en un motor. Fue así como me atreví a hacer mis primeros cortometrajes y meterme realmente en la piel de un director, con todo lo que supone. En perspectiva, veo que el miedo siempre ha sido el tema de mis películas: el miedo al compromiso en LE BATEAU DE MARIAGE, el miedo a lanzarse a su pasión de actor en LES AVEUX DE L’INNOCENT, el miedo a la muerte en LA VIDA (C’EST LA VIE), el miedo a la sexualidad en MAUVAISES FRÉQUENTATIONS. Los miedo de mis personajes constituyen el prisma a través del que los observo pero, como soy de naturaleza positiva, también me gusta contar cómo lo superan y tienen éxito.


P: ¿Usted formó parte de Sensibles Anónimos?

R: Cuando sobre el año 2000 descubrí que existían esas asociaciones, fui. También he participado en un grupo de terapia en el Hospital de la Pitié-Salpêtrière. Descubrí a otra gente, otras historias y, sobre todo, tomé consciencia del número increíble de personas que sufren este mal. Lo que más teme un híper emotivo es la presencia, la intimidad. La idea de encontrarse desnudo, tanto en sentido literal como figurado, le da pánico. Me sorprendió mucho oír el testimonio de jóvenes muy hermosas que estaban totalmente angustiadas ante la idea de una cita; he visto a hombres (a los que les podría haber envidiado su seguridad aparente) contar hasta qué punto les aterrorizaba realizar una exposición en público. Me tocaron y me emocionaron estas miserias cotidianas.


P: ¿Cómo definiría el perfil del tipo híper emotivo?

R: Esas personas no son tímidas, es distinto. Son personas que viven en una tensión casi permanente, divididas entre un deseo muy fuerte de amar, de trabajar, de existir, y algo que las retiene y las bloquea siempre. Están llenas de energía y no están deprimidas ni son depresivas. Es ese estado de tensión definitorio lo que me llevó hacia la comedia, porque eso les pone a menudo en situaciones increíbles. En los grupos de terapia oí cosas muy divertidas de las que nos llegábamos a reír todos juntos. Los híper emotivos están tan dispuestos a lo que sea para evitar lo que les da miedo que se encuentran en situaciones inextricables y realmente burlescas. Y cuando se atreven a actuar, pueden realizar locuras. Funcionan como motores de explosión. Es un recurso cómico formidable.


P: ¿Cómo se les reconoce?

R: No es nada evidente. A menudo son, sin saberlo, excelentes actores. Como tienen que asegurarse que no dejan entrever sus miedos, desarrollan una aptitud para replicar, para actuar, que a menudo es impresionante. No es casualidad que muchos actores sean híper emotivos.


P: ¿Su percepción del mundo está desencajada?

R: Esas personas ven el mundo como un pequeño teatro. Están frente al escenario de un espectáculo al que deben subir para interpretar estando convencidos de que no podrán mantener el papel. Para ellos nada es banal. Entrar en un restaurante abarrotado, descolgar el teléfono. Todo les implica extremadamente. De golpe, ven también el mundo con una especie de poesía, un cierto desencaje, extraño, un poco como los niños. Ser emotivo es estar vivo. A pesar de todas la dificultades que a veces provoca, también es una forma de ver la vida con una intensidad excepcional. Paradójicamente, me dan pena los que están hastiados, los que no sienten nada, los que no notan nada, los que lo viven todo sin implicarse. Los emotivos tienen una fantasía, una energía que les hace ver el mundo de otra forma.


P: Sus películas siempre hablan de personajes a los que les cuesta encontrar su lugar...

R: Siempre he contado historias sobre individuos solitarios que intentan integrarse en un grupo. Les da miedo, pero buscan el vínculo. Es lo que me gusta contar en mis películas y es un poco la función del cine: crear un vínculo, reunir. La híper emotividad es una característica que aísla mucho. de pequeño era más bien solitario. Aunque no he llegado a ese extremo, he conocido a gente que no podía ni salir de su casa. Todo se convierte en una dificultad. Ir a buscar el pan o cruzarse con alguien en la escalera supone un esfuerzo. Hay miedo del otro y de su mirada.


P: En su opinión, ¿nació híper emotivo o se convirtió en ello?

R: Creo que la híper emotividad tiene sus raíces en la infancia. Recuerdo que en mi familia, de joven, la ansiedad era omnipresente. No les reprocho nada a mis padres, pero mi padre decía a menudo, como Jean-René en la película, “mientras no nos pase nada...”. Estábamos inmersos en ese estado de ánimo. Otra frase que salía a menudo era “sobre todo, no llamemos la atención”. Si sonaba el teléfono era necesariamente para anunciar la muerte de alguien. Vivíamos con miedo a un golpe duro, haciendo lo posible para no llamar la atención. El hecho de ser alto desafiaba sin duda ese segundo precepto. Resultado: todavía hoy, estar de pie en una sala, en un cóctel, por ejemplo, en medio de mucha gente, es una pesadilla absoluta.


P: ¿Cómo decidió convertirlo en la base de su nueva película?

R: Es un proceso lento, unas ganas que me han crecido con el tiempo. Me atormentaba una pregunta: ¿qué nos da miedo en la vida? ¿El castigo, el ridículo, el fracaso, la mirada de los demás? Cuando realicé LA VIDA (C’EST LA VIE), frecuenté a mucha gente que iba a morir y todos me decían lo mismo: “que idiota he sido, tenía miedo. Habría tenido que hablarle, decirle que le quería. Habría tenido que atreverme. Ahora es demasiado tarde. ¿Qué me da miedo?”. Ese sentimiento es bastante universal. Todos nos arrepentimos de no haberlo intentado, y a menudo es estúpido. Hay que lanzarse, no tener miedo al fracaso, no temer llegar al límite. Lo importante no es tener éxito o fracasar, sino intentarlo. Tenemos demasiado miedo al fracaso. Estamos en una época de carrera por los resultados y eso añade todavía una presión que no aporta nada. Hay que tener éxito, hay que ser guapo, joven, pero eso destruye a la gente. Nadie consigue tener tanto éxito como los modelos que nos ofrecen. Es lo que intento contar en la película. Me apetecía contar una historia sobre esa angustia pero con un enfoque ligero, que pueda dar confianza a la gente que, en varios grados, sufren lo mismo que los personajes.


P: ¿Cómo ha estructurado la historia?

R: He pensado en esta película durante años y la he enriquecido con personas a las que he conocido y con mi propia experiencia. Las cosas cristalizaron cuando me di cuenta de que se podía abordar el tema mediante la perspectiva de la comedia romántica. El potencial de las situaciones posibles entre dos personajes que sufren híper emotividad era enorme. Empecé a tomar notas, a documentarme. También leí mucho, sobre todo la obra de Christophe André y de Patrick Legeron, La peur des autres. Al final reuní más de cien páginas de notas y reflexiones, pero fue conocer a Philippe Blasband, un guionista belga, lo que me ayudó a construir la intriga. Le hice tener ganas de hacer una comedia romántica entre dos híper emotivos que ignoran que el otro también lo es, con la base de todo ese material autobiográfico. Juntos nos enganchamos a la historia. Muchos testigos que había oído en los grupos de terapia tenían que ver con el mundo de la empresa y quería que el encuentro tuviera lugar en un marco de trabajo. Luego, con Philippe, encontramos la idea del chocolate, quizá porque estábamos en Bélgica y trabajábamos en Bruselas, en un salón de té, pero seguramente porque el chocolate no es el alimento más anodino. El chocolate se conoce porque te ayuda a sentirte mejor, tiene un olor y un sabor que van ligados a la infancia, y los que sufren ansiedad abusan de él. De ahí la idea de la chocolatería en la que él sería el jefe y ella la chocolatera.


P: Su película ofrece un entorno muy estilizado, casi atemporal. A veces recuerda una fábula. ¿Cómo ha definido el estilo visual?

R: Ese aspecto se corresponde perfectamente a la percepción que tienen del mundo los híper emotivos. Quería que el espectador se sumergiera en su subjetividad. En mis primeras películas era más partidario de lo real: rodé LES AVEUX DE L’INNOCENT en la cárcel, LA VIDA (C’EST LA VIE) en una unidad de curas paliativas de verdad. Mi enfoque era llevar la ficción a lo real. Desde JE M’APPELLE ELISABETH, me he atrevido a crear mundos. En LES ÉMOTIFS ANONYMES, me rodeé de un equipo artístico que aprecio mucho (Gérard Simon en las luces, Sylvie Olivé en la decoración y Nathalie du Roscoat en el vestuario) y hemos creado ese universo intemporal. Para el personaje de Isabelle la referencia era Ginger Rogers, que es una actriz a la que adoro. Benoît era un poco James Stewart en EL BAZAR DE LAS SORPRESAS, de Ernst Lubitsch. Todo eso pasa por una paleta de colores, el rojo y el verde, un estilo de vestuario que hace pensar en los años cincuenta pero con el dinamismo actual, una arquitectura que recuerda más a Londres que a París, con los ladrillos, las pequeñas vitrinas de luces cálidas. También quería encontrar, transmitir el placer que me hizo adorar el cine, penetrar en otro universo, dejar el mundo real.


P: ¿Cómo eligió a los actores?

R: Ya antes de empezar a escribir le hablé del proyecto a Isabelle Carré. Con ella acababa de rodar MAMAN EST FOLLE para la televisión y teníamos muchos puntos en común. Con Isabelle me sentí cómodo como pocas veces. Me daba la impresión de encontrarme con una especie de alter ego. Hablamos del tema y se interesó enseguida. Colaborando tanto tiempo juntos pudimos enriquecer a su personaje con pequeños detalles que vienen de ella o de mí. Es una actriz con la que tengo mucha afinidad y espero volver a trabajar con ella. También pensé en Benoît Poelvoorde muy pronto. A Benoît se le nota esa tensión. Cuando interpreta se lanza a la escena como un híper emotivo se lanzaría a la vida. Se lanza, sin red. Es un genio de la comedia y, como todos los artistas de ese nivel, el abismo y la emoción nunca están lejos. Puede emocionar y ser divertido a la vez. La idea también era descubrirle con una luz algo distinta, más al límite entre su emoción y su talento cómico. Escribir para él y para Isabelle nos ha aportado mucho.


P: Su película revisita muchos pasajes obligados de la comedia romántica, pero bajo un ángulo inédito, desplazado, y llevándoles más lejos...

R: Me gusta la idea de las películas de género claramente identificado y en esta comedia romántica, me acordé de las películas que me encantaban, a menudo anglosajonas. Me encanta la idea de un universo a parte, coherente, de un pequeño mundo. La metáfora del teatro es realmente perfecta: gente que sube a escena, otros se quedan entre bastidores, la mayoría prefiere ser espectador. Se quedan entre sombras, son los más numerosos, los más modestos, y me emocionan. Son ellos los que me interesan. Jean-René y Angélique son personas de a pie pero pueden encontrar su lugar en el mundo y en una comedia romántica. Son héroes que ganan muchas pequeñas batallas, sobre todo ante ellos mismos. Luchan por encontrar su lugar en el pequeño teatro del mundo.


Entrevista con Benoît Poelvoorde (Actor)

P: ¿Cómo se unió al proyecto?

R: Isabelle Carré, con la que ya había rodado ENTRE SES MAINS, de Anne Fontaine, y a la que aprecio muchísimo, me llamó para hablarme del proyecto de Jean-Pierre. No se atrevía a contactar conmigo. Leí el guión y me gustó mucho. Se lo dije a Isabelle y ella se lo contó a él, pero al cabo de algunas semanas Jean-Pierre aún no había dado señales de vida y me sorprendía. Se lo comenté a mi agente, que también es el suyo, y me dijo que su comportamiento no tenía nada de sorprendente, dado que la historia de la película era en gran parte la suya. Cuando se sabe toda la parte autobiográfica que hay en la película, se entiende mejor la situación. Al final me llamó al cabo de quince días y todo fue bien.


P: ¿Qué le sedujo?

R: No me imaginaba que existiesen los Híper Emotivos Anónimos. Cuando descubrí el guión, de buen principio me pareció una idea excelente. Creo que todo el mundo es más o menos emotivo, pero hasta ese punto supone un obstáculo. Y luego conocí a Jean-Pierre, que me habló de su experiencia, de los grupos de terapia tan útiles para los que sufren. Y todo el proyecto tomó otra dimensión. Además de una historia muy bien escrita, había un fondo que podía ayudar a mucha gente. La película es una comedia que se basa en una realidad poco conocida. Eso hacía el proyecto aún más interesante. La idea de trabajar con Isabelle Carré también me tentaba mucho. Es una mujer excepcional y una gran compañera con la que es muy motivador interpretar.


P: ¿Cómo se acercó al personaje de Jean-René?

R: Me gustaba mucho la idea de interpretar ese tipo de personaje. Jean-René no es tímido, tiene pánico. No tartamudea, no duda, es otra cosa: le retienen sus miedos. Había que interpretarlo siempre a punto de desequilibrarse. No era fácil, pero era apasionante. Habiendo sus otras películas, sabía además que Jean-Pierre lo iba a abordar de forma delicada. Para aproximarse al personaje, me servía a menudo de lo que observaba en Jean-Pierre. No pretendía imitarle pero a veces me inspiraba en él. Afortunadamente Jean-Pierre es mucho más alegre que mi personaje, pero en los momentos de duda, cuando tiene que tomar decisiones, hay puntos en común. Como mi personaje, ese impulso hacia los demás, pero manteniendo una distancia. Incluso ahí hay rupturas ínfimas, un desencaje. Con él hay que fiarse más de los que se siente que de lo que se ve.


P: ¿Cómo explica que alguien híper emotivo pueda encontrarse dirigiendo un plató y haciendo una película?

R: Jean-Pierre está mucho más lejos en el camino que mi personaje. Y más le vale, sino no habría podido asumir el puesto de realizador que, por otra parte, desempeña más que bien. A Jean-René le cuesta dirigir a cuatro personas, mientras que Jean-Pierre domina perfectamente su plató. Pronto me di cuenta de que, a pesar de su emotividad, Jean-Pierre obtiene con más facilidad lo que quiere que un director déspota o histérico que grita y da órdenes sin parar. Ha conseguido convertir su defecto en aliado. Cuando no se atreve, reflexiona. Y cuando se atreve, cuando avanza, está más que preparado. Sabe exactamente lo que quiere, tiene argumentos y te embarca en su visión.


P: ¿Cómo aborda la interpretación?

R: Yo interpreto a todos mis personajes en primer grado. Me lanzo a la escena, al instante. El director me sitúa la escena en su contexto para no perder la coherencia de la historia y luego, si el reparto es adecuado, si el vestuario es bueno y el decorado es pertinente, solo hay que dejarse llevar por el personaje. Jean-René se articula alrededor de una fina línea entre el hecho de que tiene ganas pero no se atreve. Pero en el momento en que se lanza, es como una presa que cede. Aunque no sea malo, a veces eso le hace violento, al límite de la grosería. Es una energía que le define también, y en la que me he apoyado.


P: ¿Había escenas que le impacientaba interpretar?

R: Disfrutaba especialmente todas las escenas de comedia que te llevan más lejos, las que hacen reír pero que revelan algo emotivo. Por ejemplo, cuando Jean-René no descuelga el teléfono tras su primera cita con Angélique. Me gustó mucho interpretar esa escena. Todas las escenas embarazosas, la cena, el callejón donde le da la mano, todas esas situaciones me tentaban mucho. El hecho de interpretarlas con Isabelle suponía un placer adicional. Empezamos rodando las escenas con el psicólogo. Enseguida me encontré en el corazón del personaje. Los tres primeros días de rodaje estuve sentado en un diván, sin mi compañera de historia, con el psicólogo que, aún estando excelente, no dice gran cosa. Y allí se libra el personaje. Se desenvuelve toda su trayectoria psicológica, aunque con el montaje quede repartida en el conjunto de la historia. Es algo difícil, pero ha tenido el mérito de meterme inmediatamente en el personaje. Luego ya le conocía.


P: ¿Qué puntos cree que tiene en común con Jean-René?

R: No nos parecemos. Todos tenemos afinidades con los dos personajes de la película, despiertan empatía, pero de ahí a parecerse hay un margen. Las mujeres no me dan miedo. Me gusta ese tipo de papel porque puedo expresar mi aspecto más vulnerable y otro que hace reír. No creo que sea híper emotivo. A menudo se confunde el pudor con la timidez. Soy pudoroso pero no soy tímido.


P: ¿Cómo preparó la escena en la que canta?

R: Después de PODIUM, me juré que no volvería a cantar nunca más en una película. Por lo tanto, estaba decidido a no hacer esa escena. En ese momento estaba seguro de que podría convencer a Jean-Pierre. Todavía no conocía la tenacidad de los híper emotivos. Hice de todo para librarme. En la vida real me encanta cantar, pero para mí cantar en público o cuando me filman es una verdadera tortura. Podría pasar por un rasgo común con mi personaje, pero no es lo mismo. En realidad es pudor. Admiro a los artistas que deciden expresarse cantando, pero yo soy incapaz. Cuando se canta, la voz revela una parte del alma una intimidad que desborda todas las máscaras que te puedas poner. Hay algo de auténtico en la voz. La gente de los karaokes, no los profesionales, sino los que se ven empujados a su pesar a los focos y que se lanzan, me afectan. Cantar es desnudarse y luché para no hacerlo. Pero no contaba con la obstinación de Jean-Pierre y al final cedí. Felizmente, delante estaba Isabelle, que ponía su mirada.


P: ¿Qué recuerdos guardará de ÉMOTIFS ANONYMES?

R: Hay muchos momentos fuertes, pero creo que la escena en la que Jean-René llega a Híper emotivos Anónimos y habla con Angélique es la que más me marcó. Se atreve a confesar, se atreve a compartir un lazo, una vulnerabilidad. Estuvo muy bien interpretarlo con Isabelle, fue un momento bonito con el equipo y es el momento en el que el personaje por fin supera sus límites. También me gustó rodar en Lyon, durante casi un mes, descubrí la ciudad y a gente formidable. Bajo una superficie distante, son auténticos, acogedores. Entiendo que Jean-Pierre adore su ciudad.


P: ¿Sabe ya lo que representa esta película en su carrera?

R: Esta película es un momento feliz. Me pregunto si debo seguir haciendo cine. No tenía ganas de retomar el camino de los platós y la película de Jean-Pierre me recordó que rodar podía ser un placer. Esta película y las que he hecho después, NADA QUE DECLARAR, de Dany Boon, y MON PIRE CAUCHEMAR, de Anne Fontaine, me han hecho muy feliz. Me sentí como en casa. Y sobre este proyecto, hay un verdadero intercambio, verdaderos encuentros, buenas razones. Es una película sincera y creo que le irá tan bien a la gente que la vea como a la que la ha hecho.


Entrevista a Isabelle Carré (Actriz)

P: ¿Recuerda la primera vez que Jean-Pierre Améris le habló del proyecto?

R: Fue mucho antes de escribirlo. Acabábamos de rodar MAMAN EST FOLLE y me habló de la idea. Me confesó que iba a reuniones de Híper emotivos Anónimos y hablamos mucho de los sentíamos sobre nuestra emotividad. Eso nos unió. Aprecio mucho a Jean-Pierre como hombre y como director. Me gusta su forma de dirigir. La idea de volver a trabajar con él y sobre este tema en concreto me tentó mucho.


P: ¿Cómo definiría su emotividad?

R: Actualmente hablo de ella con más facilidad. Antes me hacía sufrir, pero ahora es mucho más ligera. Es algo que afecta a la vida cotidiana. Por ejemplo, cuando sentía cólera, lloraba. Una parte de mí se volvía contra mí. Es muy complicado de gestionar porque de repente hay algo que te sumerge. No hace mucho, cuando iba a una cena, tenía que dar diez veces la vuelta a la manzana, a veces llorando, antes de atreverme a entrar. Para mí la timidez y la híper emotividad están relacionadas. Creo que no es casualidad que eligiese esta profesión. Interpretar me permite canalizar, valorizar esas emociones. Ejercer una profesión donde se trata de mostrarse y de sentir en público puede parecer paradójico, pero no lo es. En el plató o en escena, estás escondido detrás de un personaje, detrás de una escenificación. Ser actriz me permite viver emociones con una libertad y una intensidad que no siempre se permiten en la vida.


P: ¿Sabe de dónde le viene esa emotividad?

R: No mucho. Quizá sea algo de la adolescencia, de los choques emocionales, de las circunstancias que sin duda ha favorecido esa tendencia. De pequeña estaba bastante segura de mí misma, y fue en la adolescencia cuando eso se hizo más frágil. Por suerte, mi profesión, la gente que he conocido y el hecho de haber podido llevar la vida que soñaba me han ayudado a superarlo. Es exactamente la historia de la película. Hay cosas que te impiden avanzar, hay que rodearlas y encontrar la forma de hacerlas a tu manera.


P: ¿Comparó sus experiencias con las de Jean-Pierre?

R: Sobre todo hablamos. Por ejemplo, le conté que cuando fui a Cannes para la presentación de LA FEMME DÉFENDUE, de Philippe Harel, estaba aterrorizada. Estaba sola y la única forma que encontré para tranquilizarme fue cantar una canción de SONRISAS Y LÁGRIMAS. Cuando me estresaba, como Julie Andrews, me repetía: “Pero confío en mí misma”. Eso me ayudó. Llevaba encima muchas cositas, muchas baratijas. Hoy en día va mucho mejor. A Jean-Pierre le gustó mucho esa anécdota y la usó en la película. Tuvimos muchos intercambios así que contribuyeron sobremanera a enriquecer mi personaje. Tenía muchas ganas de trabajar con Jean-Pierre porque me gustó mucho la experiencia de MAMAN EST FOLLE. Una de las cosas que más me interesa de mi profesión es la posibilidad que ofrece de meterme en universos que no son el mío. No lo hacemos como simples observadores, lo hacemos desde el interior, con los que lo viven. Te encuentras en mundos, en realidades que conoces pero que normalmente te son vetadas. Jean-Pierre me lo había permitido. Esa idea de universo se encontraba en LES ÉMOTIFS ANONYMES. Además, para la película, fui yo misma a terapia de grupo. Al principio me sentía un poco incómoda, me daba la impresión de que me aprovechaba de la fragilidad de esas personas para alimentar mi trabajo, pero nos pusimos a compartir, a hablar, y ello tuvo un efecto sobre mi trabajo y sobre mi vida. Con ellos tomé conciencia de la necesidad de conocer a gente que se te parece.


P: ¿Qué pensó al ver el guión acabado?

R: Jean-Pierre y yo hablamos de las películas que nos gustaban, en un registro muy amplio, comedias americanas de los años cincuenta hasta comedias sentimentales inglesas contemporáneas, de Woody Allen a Judd Apatow. Cuando descubrí el guión terminado, encontré ese espíritu. Jean-Pierre es un romántico y eso me parece muy raro en un director francés. En su película se ve el gusto por las situaciones, por las discusiones, los diálogos pulidos, el tempo. Tiene todos esos ingredientes. La escena de la primera cena en el restaurante es emblemática. Ella con sus fichas para tranquilizarse, él con sus camisas para cambiarse. La situación es excelente pero no se queda ahí. Es todo el ritmo, los detalles, las torpezas, las salidas de tono, lo que hace avanzar la intriga y revela a los personajes. La gran fuerza del proyecto de Jean-Pierre es que descansa sobre un sentimiento íntimo. No ha tomado un tema actual ni ha bastido un discurso. Ha ido a lo más hondo de sí mismo para sacar la materia de una historia que luego ha trasladado a lo universal. Es una comedia que sale de una realidad. Es una historia sin molde que le llegará a todo el mundo.


P: ¿Cómo se aproximó al personaje de Angélique?

R: En Angélique hay cierta tensión. Es uno de mis puntos en común con el personaje. Un poco como ella, más allá de la dulzura que se nota en un principio, tengo mucha energía y soy voluntariosa. No tenía que parecer timorata. No es de las que dudan. Le apetece todo pero se bloquea. Sabiendo eso, si hubiera que definir a Angélique con un solo adjetivo, “valiente” sería el más adecuado. Hace falta mucho valor para sobreponerse a lo que la bloquea. El valor es la clave del personaje. El hecho de que tenga un don también me emociona. Y que, paradójicamente, no les es fácil vivir con eso. Al principio, casi habría querido excusarse, esconderlo. Le hará falta un tiempo para aprender a asumirlo. Es otra gracia de la película: la gente más modesta, en todos los sentidos de la palabra, pueden tener un don, y esta historia cuenta cómo pueden expresarlo y compartirlo. Visualmente, para el personaje, veía a menudo una especie de Mary Poppins, encarnada por Julie Andrews. También pensé a veces en mi madre, una fuente de inspiración inagotable. Me acuerdo, cuando era niña, de su angustia ante las dependientas demasiado autoritarias. Esa fragilidad que surgía de golpe me marcó mucho. Es lo que vive Angélique.


P: ¿Cómo ha trabajado con Jean-Pierre?

R: Es muy preciso, no duda en hacer muchas tomas. Nos ayuda a avanzar y garantiza la coherencia de la película. Jean-Pierre está cerca de nosotros, no nos abandona. Jean-Pierre nos decía hasta dónde llegar en la interpretación. Hay que mojarse pero sin ir hasta la caricatura. Es él el que nos pone los límites. Me emocionó que pusiera cosas personales mías en la película. Ello confirma la necesidad de proximidad que tenemos. Hay muchos aspectos suyos en los que me reconozco.