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Madrid, 1987 cartel reducidoMadrid, 1987Dirigida por David Trueba
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Verano de 1987
"Después de seis años en el gobierno, las patillas de Felipe González comenzaron a blanquear y la pana fue definitivamente arrumbada. Asentado en el poder con la segunda mayoría absoluta, en vista que el socialismo no le iba a tocar el trigémino a ningún banquero, a ningún obispo, a ningún empresario, salvo al loco carioco de Rumasa, los que habían refugiado el dinero bajo las montañas nevadas de Suiza, perdieron el miedo a los rojos, comenzaron a relajarse, regresaron a casa con las sacas y a partir de ese momento comenzó la cultura del pelotazo.

España estaba todavía estremecida por el atentado de ETA en Hipercor, que causó 21 muertos y decenas de heridos, pero en los bailes de verbena y chiringuito sonaba “Los pajaritos” de María Jesús y su acordeón. Entre el desencanto y el pelotazo, España cambió de piel aquel verano de 1987"
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(Extracto de Manuel Vicent, El País, 14 de agosto de 2011)


Biografía David Trueba
David Trueba nació en Madrid en septiembre de 1969. El menor de ocho hermanos, estudió Periodismo y comenzó a trabajar en prensa, radio y televisión. Su primer crédito como guionista fue en la película de Emilio Martínez-Lázaro "Amo tu cama rica" (1992). Posteriormente estudió cine en el American Film Institute de Los Ángeles y de vuelta a España consolidó su carrera como guionista con "Los peores años de nuestra vida", de nuevo bajo la dirección de Emilio Martínez-Lázaro, uno de lo grandes éxitos de 1994, y en la televisión donde codirigió el show "El peor programa de la semana" junto a El Gran Wyoming (1993-94).

Su participación como guionista se prolonga en películas como "Two Much" (1995, Fernando Trueba), "Perdita Durango" (1997, Álex de la Iglesia), "La niña de tus ojos" (1998, Fernando Trueba), "Vengo" (2000, Tony Gatlif) y en el documental de Carles Bosch "Balseros" (2002), del que fue también coproductor, y que hasta la fecha es el único documental español nominado al Oscar.

En 1996 comenzó su carrera como director de cine con la película "La buena vida", presentada en la Quincena de los Realizadores de Cannes. En 2000 dirigió su segunda película, "Obra Maestra" y en 2003 "Soldados de Salamina", adaptación de la novela de Javier Cercas, presentada en la sección Una cierta mirada del Festival de Cannes. En 2006 dirigió "Bienvenido a casa", premio al Mejor Director en el Festival de Málaga, y la película-conversación sobre Fernando Fernán-Gómez, "La silla de Fernando", codirigida junto al polifacético Luis Alegre. En 2010 dirigió la serie de televisión para Canal + "¿Qué fue de Jorge Sanz?". Su última película escrita y dirigida es "Madrid,1987" (2011).

Paralela a su carrera en el cine ha mantenido una carrera literaria Ha publicado tres novelas, todas ellas en la editorial Anagrama y traducidas a más de diez lenguas: "Abierto toda la noche" (1995), "Cuatro Amigos" (1999) y "Saber Perder" (2008), que le valió el Premio Nacional de la Crítica a la Mejor Novela y ser finalista del prestigio Premio Médicis en su traducción francesa.


Entrevista con David Trueba

P: ¿Cómo surgió el proyecto de Madrid 1987?

R: Por lo general las ideas no llegan un día puntual como si fueran el cartero que te trae un paquete. Hay algo en mi formación, en mi vida, que propone esta película. Al fin y al cabo, como el personaje de María Valverde en la película, yo también era estudiante de Primero de Periodismo en el año 87 y sentía una tremenda deuda y admiración con la generación de grandes escritores de periódicos que entonces capitalizaban las publicaciones. En esos días la admiración tenía una forma más sofisticada que ahora. No se estilaba tanto el autógrafo, el grito en la calle, sino que era un respeto casi reverencial. Al mismo tiempo, existía una cierta frustración al ver cómo se instalaba el cinismo, la mentira y una cierta comodidad en la sociedad, tras asentarse la democracia. La transición, con su animada pelea, su fiebre aperturista, dejó un país a los pies de banqueros y empresarios, del pelotazo y la cultura del éxito más superficial. Audiencia, recaudación, ventas, por ejemplo, es en esos años cuando se imponen sobre otros baremos. De ese malestar nació la idea de esta película, que es como siempre, más la idea de dos personajes que de una trama. Por azar, cuando preparaba el proyecto, acepté el encargo de El País de llevar una columna diaria porque quería conocer ese aspecto del personaje de Sacristán, acercarme a su rutina, comprenderlo mejor. Esa frase de Renoir tan recordada, esa de que todos los personajes tienen que tener sus razones, me sigue gustando aún más hoy que la primera vez que la leí. Creo que es la única motivación que debe guiar la escritura de personajes. Mucho más que el juicio o la dirección hacia una tesis establecida desde el inicio. Y no solo en el cine, nos debería dar una pista para relacionarnos con los demás y con lo que pasa por el mundo. Fabricaríamos menos integristas, menos prejuicios.


P: ¿Cuáles fueron las principales dificultades para poner en pie un proyecto tan singular, tan desnudo literalmente, tan hermético?

R: Con un guión así, era un atrevimiento pensar en levantarlo financieramente. Así que en lugar de enfrentarme con frustración al rechazo, lo consideré una motivación mayor para ponerlo en pie. Tenía que hacer esta película, aunque ahora fuera inoportuno hacer una película de época sin decorados, una película de largos diálogos sin género ni acciones adrenalínicas, una película de personajes que sostienen intereses intelectuales y culturales. Yo no podía quejarme de que este proyecto no interesara a las cadenas de tele, más bien al contrario. Si les hubiera interesado habría pensado que algo había hecho mal, que había exagerado el morbo de la desnudez, o que iba a utilizar eso u otras cosas como un añadido artificial. Así que la película ganó en pureza, en precisión, en mayor elaboración y rigor. Como el propio rodaje, que fue un esfuerzo concentrado.


P: ¿Cómo fue el trabajo con dos actores tan distintos, de generaciones tan distanciadas, de técnicas seguramente tan opuestas?

R: Eso es la maravilla del trabajo. El guión marca la pauta, da los personajes. Elegir a José Sacristán no fue complicado. Es un actor que regalaba al personaje también una relevancia icónica. Él fue una de las caras más brillantes de ese periodo de la transición. Me servía para transportar aquellos personajes algo retóricos, intelectuales, pero vivos y reales. María Valverde pertenece a una generación que ya no admira como nosotros, desde la parálisis. Carecen de complejos y se colocan en su trabajo de actor sin referencias ni interioridades. Ella además va con una sonrisa entre infantil y sabia a buscar el oro de cada día. Sacristán me sorprendió por su sencillez, su entrega, su facilidad para sumarse a un proyecto tan particular, su falta de imposiciones y su disposición a jugar, a probar, incluso a obedecer a un director cuya experiencia no supera el uno por ciento de la suya en esta profesión. Y nos hizo reír cada día con su actitud bromista, con sus anécdotas que son una enciclopedia viva del cine. María jamás trajo al rodaje la chica bella de las portadas de revistas femeninas, sino a la actriz entregada y con hambre de riesgo. Ambos son la película, tenía que ser así. Había que borrar todo lo demás, del director al decorado, del guión a la trama, para dejarlos a ellos a solas frente al espectador. Ojalá se haya logrado.


P: ¿Qué respuesta espera del público a una película tan datada desde el título, tan personal?

R: No existe otra posición en la relación con el público que entregar lo que tú tienes y que ellos decidan. Al público no hay que perseguirlo ni temerlo, hay que aceptar sus designios, pero a tiro pasado, cuando tu trabajo ya ha sido terminado a tu gusto. Me apetecía proponer una película de época que ya desde el título te dice que no va a destacar un suceso memorable, una fecha para el recuerdo, un 23 F o un 11-S, como se señala ahora el calendario para los futuros historiadores. No, quería una película de época, pero no como esas recreaciones donde se persigue el peinado, el decorado, los objetos y la ropa de un tiempo pasado, pero no se retrata la personalidad de entonces. Es cansado ver películas de época donde, por poner un ejemplo, todas las mujeres son feministas y avanzadas, los valores de los protagonistas son los que hoy defendería cualquiera sin rubor. ¿Dónde queda el retrato de que las mentalidades no eran como las nuestras? ¿Que la gente podía ser brillante, irrepetible, pero tener una forma de ser de su tiempo? Quería hacer época pero sin cosmética. De ahí el cuarto de baño, de ahí el desnudo. Quería que fuera la forma de ser, sus ambiciones y sus derrotas, sus miedos y sus méritos, lo que contara a los personajes, no todo lo de alrededor. Me gusta además cuando te refieres a un periodo histórico del pasado, pero lo haces para analizar su influencia sobre el hoy. Así me enfrenté a "Soldados de Salamina" y eso me guió en "Madrid, 1987". En realidad la película habla de lo que somos hoy, termina proponiendo un mañana para el personaje de María, el mañana de entonces, que es el hoy de ahora, con todos los problemas, la confusión, las carencias que arrastramos, 25 años después. Bueno, esto suena un poco grandilocuente. Yo solo quería hacer una película, claro. Sobre el deseo y la edad. Nada más ni nada menos.


Entrevista con José Sacristán

P: ¿Cómo llegó a tus manos este proyecto y cuales fueron tus primeras reacciones o sensaciones?

R: David Trueba me hizo llegar un guión cinematográfico; era este proyecto tan especial. Debo confesar que me encantan las llamadas películas "literarias" siempre y cuando estén escritas por escritores como el escritor Trueba: la construcción de personajes, su relación, los diálogos, los silencios, la administración de tiempos y ritmos…La mirada del escritor Trueba era precisa, magnifica.


P: ¿Qué condicionantes tuvo trabajar encerrados durante tanto metraje, en esas condiciones?

R: Trabajamos con un equipo tan justo en el número como incontable en entusiasmo y buen hacer. Ni la película ni yo echamos de menos nada ni a nadie en ningún momento. Es más, razones de presupuesto aparte, fue una pena que rodáramos la película en tan poco tiempo.


P: ¿Cómo fue la relación con María Valverde, alguien tan distante generacionalmente. ¿Se reprodujo en alguna medida el enfrentamiento que retrata la película?

R: Si no enfrentamiento, si hubo una evidencia curiosa de la distancia generacional: hacia el final de rodaje, María me regaló tres películas estúpidas cuyo titulo ni recuerdo y que a ella le encantaban y yo le correspondí con "El crepúsculo de los Dioses" "Un lugar en el sol" y creo que "Picnic". Ahora bien, no dudaría en rasparme las tres otra vez con tal de volver a coincidir con tan buena actriz y tan buena gente.


P: ¿Qué destacarías de la película terminada, de su propuesta al espectador?

R: Si antes me refería a lo preciso de la mirada del escritor, la cámara del director Trueba, siempre pegada a su ojo, lograba con igual precisión encontrar el lugar desde donde proponer al espectador cómo mirarnos, cómo seguirnos, cómo interesarle en lo que estos personajes, "como dos trenes que se cruzan un instante", tenían que decirse. Cuando vi la película, mi primera sensación fue descubrir la habilidad con la que había pasado de las palabras a los planos, magníficamente. La crónica de un tiempo contada en el transcurso de unas pocas horas, sin los elementos al uso. Nunca una película con tan poco reparto, tan poco equipo, tan pocos decorados, tan poco vestuario, ha contado tanto sobre aquella España de 1987.


Entrevista con María Valverde

P: ¿Cómo te implicaste en un proyecto así? ¿Qué fue lo que te atrajo de la película y de tu personaje en particular?

R: El guión me llegó a través del propio David. Era un guión muy condensado, lleno de diálogos, de época y muy, muy especial. Llena de curiosidad, no dudé en leérmelo. Desde el primer momento me atrapó. Mientras viajaba a través de la conversación de estos personajes, iba deseando verla en pantalla. Sentí tantas emociones leyéndolo que quería hacer esa película, lo tenía claro. Lo sentía en la tripa. Y mi tripa siempre lleva razón.

David me enamoró de "Madrid, 1987". Y se convirtió en un gran reto al que me quería enfrentar. Me daba miedo, mucho miedo y eso me gustaba y me asustaba a la vez. De hecho, unos días antes de empezar el rodaje estuve a punto de bajarme del barco. Me daba miedo exponerme tanto, pero mi gente me apoyó recordándome la ilusión que sentí al leer el guión.


P: ¿Cómo encaraste un rodaje tan particular, donde la desnudez era absoluta tanto interior como exteriormente?

R: Era un reto en todos los sentidos. Y David era la pieza más importante. Él lo tenía todo en su cabeza, pero lo importante era ponerse manos a la obra. Todo tiene sentido en la película. Los desnudos están justificados por la historia. Y estoy a favor de ellos cuando hay un porqué si es importante y razonable. Me daba vértigo, si. Eso no lo dudo.


P: ¿Significaba eso problemas añadidos?

R: No era fácil tener que estar desnuda mientras tenías que hablar y estar escuchando. Muchas veces no sabía donde meterme. Pero el equipo fue íntimo, cuidadoso, muy implicado y gracias al ambiente relajado y lleno de bromas en el set me sentí cómoda y me olvidaba de que estaba desnuda.


P: ¿Tú naciste en Madrid en 1987, en qué medida la película retrata algo que desconocías? ¿Te ha enseñado cosas?

R: Un montón de cosas. Tengo la oportunidad en cada película o trabajo que hago de conocer cosas que desconocía.


P: ¿Cuál crees que será la reacción de un público de tu generación?

R: No sé cual será la reacción del público. Y menos el público de mi generación. Sólo deseo que la disfruten.


P: ¿Cómo fue para ti trabajar junto a José Sacristán, un actor que roza las doscientas películas, que solo su experiencia en la profesión dobla en años tu edad?

R: Fue maravilloso trabajar con él. La primera vez que su voz sonó en el decorado, me quedé paralizada, era impresionante. Pese a su experiencia, es un gran ejemplo de la sencillez y eso me apasiona. Todo era fácil, todo era a favor. Me sentía muy cómoda y tuve la suerte de aprender todos los días a su lado. Un lujo.