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Inch'Allah cartel reducidoInch'AllahDirigida por Anaïs Barbeau-Lavalette
¿Qué te parece la película?

Sección Panorama Berlinale 2013.


Una entrevista con Anaïs Barbeau-Lavalette (Realizada por Michel Coulombe)

P: ¿Por qué se interesó por Palestina?

R: Fui por primera vez a Palestina cuando rodé el documental Si j’avais un chapeau. Filmamos en un campo de refugiados, con niños. Tuve una especie de revelación, de pronto vi todas las ambigüedades de la situación. Una mezcla de amor y odio, de fascinación y enfrentamiento, y decidí regresar para más tiempo. Estudié Política y Árabe, hice amigos, pero mi estancia no fue fácil. Presencié situaciones que me trastornaron, especialmente como mujer. Me preguntaron más de una vez qué hacía allí. Es una sociedad en el polo opuesto de lo que me define más profundamente, la libertad. Posiblemente fuera esa paradoja lo que me atraía: el hecho de que un lugar que amo, lleno de personas maravillosas y actos diarios de resistencia, carezca de libertad, algo esencial para los seres humanos, tanto internamente (la libertad de las mujeres) como exteriormente (la ocupación). En cierto sentido, eso me atraía. Volví varias veces, visité diversas ciudades, y cuanto más veía, menos entendía, pero más quería sumergirme en ese mundo. Empecé a escribir el guión estando allí, y la mayoría de los personajes están basados en personas que realmente existen.


P: ¿Cree que no se entiende, o se entiende mal lo que ocurre en esa región?

R: Basta con meterse de lleno en un tema semejante para que la exploración se convierta en un proceso sin fin. Incluso ahora no me atrevería a decir que entiendo Palestina o el conflicto palestino-israelí. Conozco a gente de allí, por eso para mí es una guerra con rostros de personas, lo que me aproxima más al conflicto, lo hace más accesible, más transparente. Pero para nada soy una experta. Mi conexión con la región es emocional (por mis amistades) y sensorial (por los viajes, sonidos, olores, las experiencias que viví). Probablemente me sienta más cerca del conflicto que la mayoría de la gente, pero no significa que esté equipada para debatir seriamente sobre el tema.

Además, el mundo árabe se describe a menudo de forma muy superficial, como una cultura monolítica. Los árabes nos asustan. No les entendemos, y tampoco nos esforzamos en hacerlo. La naturaleza monstruosa del terrorismo (que lleva mucho tiempo existiendo en todo el mundo) se exacerba, se saca de contexto, no se explica y siempre se asocia a “los árabes”. Nos aterroriza, nos distancia, y reduce el deseo de diálogo. Fue el contexto para trazar el camino de mis personajes. Quería acercar al público a algo que parece incomprensible a primera vista. Aunque sin justificar sus decisiones, he querido poner cara a un acto inhumano. Es inquietante, pero creo que puede contribuir al proceso de construcción de la paz y de apertura hacia el otro. Al menos, eso espero.


P: Su película sigue a Incendies, de Denis Villeneuve. ¿Es una coincidencia, o hay una razón más profunda por la que los cineastas de Quebec se interesen por esa región?

R: Empecé a escribir Inch’Allah mucho antes de enterarme del proyecto de Denis Villeneuve. Me alegré mucho de que el público de Quebec se interesara por un tema que puede parecer muy lejano. Dicho esto, no creo que esa región en particular interese más que otra a los cineastas de Quebec, les interesa el mundo en general. Sentimos la creciente necesidad de vernos más claramente alejándonos de casa. La identidad de Quebec se está redefiniendo, y aunque el tema del nacionalismo aún no está zanjado, podemos existir fuera de nuestras fronteras. También forma parte de Quebec nuestra visión de otros lugares. El cine ha empezado a reflejar esta nueva apertura a otros horizontes, Incendies, Monsieur Lazhar y Rebelle son los ejemplos perfectos. Alejarse de la zona cómoda ayuda a respirar con mayor libertad. Aporta una contribución activa a la narración y a cómo nos definimos.


P: La película gira en torno a una mujer joven procedente de Quebec sumergida en una realidad totalmente ajena. En cierto sentido, puede decirse que es su reflexión. ¿Fue ese punto de vista extranjero lo que le permitió escribir y realizar una ficción acerca de la cuestión palestina?

R: No me habría atrevido a realizar una ficción sobre la región si no fuese desde el punto de vista de alguien de Quebec. De hecho, es lo que me interesa de la película, ¿hasta qué punto puede el conflicto de otros convertirse en propio? Con el tiempo, el personaje de Chloe se convierte en un campo de batalla, la guerra la devora. Quería expresar que no puede permanecer como una simple testigo. En un marco como ese, todas las protecciones se derrumban. Es la guerra. Puede penetrar en nuestro interior y destrozarnos, no somos inmunes. La guerra no es solo cosa de los otros. Creo que centrarme en un alter ego, me facilito entender la “humanidad” que hay detrás de la “inhumanidad” de la guerra. Chloe podría ser yo, mi hermana, mi vecina, y su camino podría ser el mío. Más aún, hay unas cuantas mujeres estadounidenses, inglesas, incluso israelíes que están encarceladas en Israel por actuar como Chloe. No me he inventado nada.


P: ¿Rodó en los mismos decorados donde trascurre la historia?

R: La historia transcurre en un campo de refugiados a las afueras de Ramala, en Palestina, donde trabaja Chloe, y en Jerusalén, donde vive. Rodamos algunas escenas en Ramala y en la barrera fronteriza, así como en Tel Aviv, pero la mayoría del rodaje tuvo lugar en Ammán, Jordania, en dos campos de refugiados.


P: ¿Cómo la recibieron?

R: Muy calurosamente. Pero tampoco nos presentamos allí sin más. Teníamos contactos en los campos que se encargaron de presentarnos a gente y de organizar el rodaje. Las personas que viven en los campos nos ayudaron con la seguridad y haciendo de figurantes. Además, el rodaje fue recibido con entusiasmo, aunque intentamos minimizar las escenas nocturnas al ser mucho más peligrosas.

Gran parte del casting tuvo lugar en los campamentos de refugiados. Valía la pena ver a cien personas haciendo cola delante de la casita donde habíamos improvisado una sala de pruebas. No se simula haber nacido en un campo, se lleva en la forma de moverse, de hablar. Por eso, todos los niños proceden de los campamentos y del basurero que se ven en la película.


P: Para muchos de los actores, la ficción gira en torno a una realidad que conocen en carne propia. ¿Tuvo que dar muchas explicaciones, negociar y justificarse?

R: El guión gustó a la mayoría de los palestinos e israelíes que lo leyeron. Les pareció atrevido, original y nada maniqueísta. Da mucha seguridad escuchar comentarios así cuando te enfrentas a un tema tan alejado de tu realidad. Pero INCH’ALLAH no es una película acerca del conflicto palestino-israelí, sino acerca de una mujer de Quebec en Palestina, acerca de una doctora que acaba metida en una guerra. Ante todo, quería hablar de algo que no nos pertenece, de lo que ocurre cuando nos enfrentamos a una realidad mucho mayor que nosotros, con la guerra. Era mi punto de vista, y los habitantes de la región lo comprendieron inmediatamente. Mi perspectiva no es política, solo cuento la historia de una mujer que se ve atrapada entre la espada y la pared. He querido mostrar que no estamos protegidos y que cuando nos enfrentamos a lo peor, incluso los valores morales que creemos más arraigados pueden desvanecerse.


P: ¿Cómo trabajó con Evelyne Brochu, que da vida a Chloe? ¿Conocía la región? ¿Tuvo que aprender algo de árabe ya que su personaje lo habla?

R: Me reuní con Evelyne en varias ocasiones, y le sugerí varios libros y películas. No estaban necesariamente relacionados con el tema en sí, pero de algún modo me habían inspirado. También me acompañó en el primer viaje que hicimos para localizar decorados. No había estado en esa zona y queríamos que la conociera antes del rodaje. Hicimos pruebas con ella en París y Tel Aviv para que pudiera conocer a los actores que interpretan a Rand y a Faysal. Recorrimos Israel y Palestina para que viera lo que significa el muro, los controles, los campamentos, para que conociera a palestinos e israelíes, para que sintiera la diferencia en primera persona. Era muy importante porque la mayor parte de la película no se rodaría en Palestina, sino en Jordania. Cuando regresamos a Quebec, trabajó los diálogos en árabe con Ruba Ghazal, un palestino afincado en Montreal. Durante el rodaje, siguió mejorando la pronunciación y el vocabulario.


P: ¿Cómo escogió al resto del reparto? Aparte de los niños, ¿los demás son actores profesionales?

R: Nos costó mucho encontrar actores para los papeles de Rand y de Faysal. Estaba empeñada en que una actriz palestina diera vida a Rand, pero nos dimos cuenta de que sería muy difícil encontrar a una joven palestina que pudiera desplazarse fácilmente a Jordania para rodar. Además, ninguna de las actrices a las que habíamos entrevistado tenía la energía que buscábamos, una mujer niña trágicamente vital y fuerte. Había visto a Sabrina Ouazani en varias películas, La escurridiza, De dioses y hombres, y llevaba tiempo pensando en ella. Hizo una prueba magnífica en París. Sus padres son argelinos y no habla el mismo árabe que en Palestina, pero trabajó mucho para conseguir el acento correcto. Interpretó a Rand con mucho valor.

Yousef Sweid, un actor conocido en Oriente Próximo, interpreta a Faysal. Es palestino y vive en Israel. Sivan Levy da vida a Ava. Es actriz profesional, nació en Tel Aviv y actualmente estudia francés en París. Estaba encantada con la idea de trabajar en francés por primera vez. El francés es un idioma bastante popular en Israel.

Y luego está Hammoudeh Alkarmi, el niño que interpreta a Safi, el tesoro que descubrimos en un casting en un campamento de refugiados. Fue uno de los cien niños que se presentaron. Destacaba entre sus compañeros por desprender una cierta extrañeza y una profunda ternura. Era exactamente lo que buscaba para el personaje: un niño alejado del mundo sin ser débil o infeliz. A pesar de ser diferente, tenía orgullo. El personaje de Safi es muy importante para mí. Es un personaje secundario, pero aporta un toque poético; sin él, la película estaría anclada en el realismo. No tiene nada que ver con la política, solo sueña con volar por encima de las fronteras y, en cierto modo, lo consigue.


P: Compartió la experiencia del rodaje con su hijo Manoé, al que dedica la película. ¿Dudó en llevarle con usted?

R: Cuando descubrí que estaba embarazada (no me lo esperaba), pensé que sería imposible conseguir la financiación de una película de presupuesto mediano rodada en el extranjero. Siempre me habían dicho que era imposible ser madre y realizadora a la vez. Por suerte, SODEC y Telefilm Canada no se inmutaron. Los productores, Kim McCraw y Luc Déry aceptaron la noticia con alegre pragmatismo: ya encontraríamos una fórmula para que todo funcionara. Me facilitaron las cosas durante el rodaje, tenía un apartamento para mí, viajaba con una cuidadora. La primera vez que viajamos, Manoé solo tenía unos meses. Le llevaba a las sesiones de casting porque le daba el pecho entre prueba y prueba. Gateó en Jerusalén y aprendió a andar en Ammán. Tenerle conmigo me dio fuerzas. No solo estaba mejor equipada para rodar la escena del parto, ya no tenía ideas preconcebidas, también estaba segura de hacer una película mejor gracias a él. No suelo hablar de mi vida privada, pero en este caso quiero decir que es posible rodar una película teniendo un niño pequeño. No me preocupo por las directoras de cine, hemos recorrido mucho camino gracias a las que lo desbrozaron antes que nosotras.

La presencia de mi padre, Philippe Lavalette, el director de fotografía de la película, también ayudó a que la experiencia se convirtiera en una historia familiar. Philippe nunca se niega a hacer algo, nunca está cansado. Incluso bajo un sol de justicia, en medio del caos, quiere seguir buscando, encontrar la solución. Explora constantemente, nunca toma la ruta más cómoda, siempre se pone a prueba y, de paso, a mí también.


P: Y los decorados de la película, ¿existen realmente o tuvieron que construir mucho?

R: André-Line Beauparlant es la diseñadora de producción. Hizo un trabajo asombroso. El basurero existía, ya había niños trabajando con sus burros, hogueras aquí y allí. Pero lo ampliamos bastante para que fuera más impactante. No quería rodar en un basurero triste y miserable. Los niños ríen y trabajan como pequeños adultos, la vida triunfa. Pero lo más difícil fue reconstruir el muro que rodea parte del basurero. Para eso hubo que levantar 300 metros de barrera de bloques de cemento idénticos a los del muro. André-Line dirigió la operación en un país donde las mujeres no suelen dar órdenes.

Después, el muro se trasladó en camiones a otro punto, el control donde trabaja Ava. Recreamos la zona fronteriza desde cero, en medio del desierto de Jordania, en una base del ejército. Parece totalmente real, pero todo es un montaje. En la mayoría de escenas, los figurantes están perfectamente coreografiados. Sin embargo, al haber rodado cámara en mano al estilo documental, da la impresión de que todo es real, de que está ocurriendo.


P: Enseña el muro, los controles, la vida diaria de la gente, pero los primeros planos también ocupan un lugar preponderante en la película. Estamos a menudo muy cerca de Chloe.

R: Efectivamente, estamos muy próximos a Chloe. Fue algo que me vino instintivamente. No ignoramos el paisaje, lo exploramos con ella, la oímos respirar, sentimos sus reacciones, su piel. Vemos Palestina, la vida, la gente, el conflicto, a través de ella. No quería una simple postal, ni contextualizar. Sobre todo quería que Chloe fuese nuestro país, y que los elementos del territorio, el muro, los controles, los campamentos, sirvieran de puntuación dramática en vez de ser un mero telón de fondo.


P: Chloe pasa por toda una gama de emociones, resignación, melancolía, asco, culpabilidad, derrota. ¿También pasó por una montaña rusa de emociones similar?

R: No me parece que la experiencia de Chloe sea una montaña rusa, más bien fue una caída libre. El conflicto se apodera de ella gradualmente, pierde el rumbo, la situación la abruma. No me pasó lo mismo, pero me di cuenta de que era posible perderse del todo. Es lo que me interesa de la evolución de Chloe. En lo que a mí respecta, me pasó lo mismo, me sentí profundamente perturbada en varias ocasiones, y acabé haciendo la película.


P: Hay personas que le dicen a Chloe que no es su guerra y la rechazan. Si se lo dijeran a usted, ¿qué contestaría?

R: ¿Y si también fuera mi guerra en parte? Se convierte en la guerra de Chloe con todos sus absurdos. Aunque no sea mi guerra, es una guerra que forma parte de mí, guste o no. No pretendo describir el dolor de otros, de los que viven con la guerra, de los que piensan en ella cada día. Pero tampoco siento que soy una impostora. Encontré la guerra y la guerra me encontró.


P: Desde Le Ring a INCH’ALLAH, desde Hochelaga-Maisonneuve a Cisjordania, es un gran cambio de escenario, ¿no le parece?

R: Quiero hablar de cosas que llevo dentro. Llevo el barrio de Hochelaga- Maisonneuve de Montreal dentro de mí. Entré en contacto con la zona siendo consejera infantil, luego rodé un documental (Si j’avais un chapeau), escribí un guión de ficción (Le Ring) y una novela (Je voudrais qu’on m’efface). Acabo de rodar un cortometraje, Ina Litovski, codirigido con André Turpin, basado en mi novela. Cuando descubro un país, y Hochelaga lo es, quiero contar su historia. Pero para hacerlo, necesito vivirlo físicamente, a través de mis cinco sentidos. Sin eso, no me autorizo ni me siento inspirada para hacerlo.

Me pasó lo mismo con INCH’ALLAH. Fui a Palestina y después rodé Si j’avais un chapeau, un documental compuesto por cuatro segmentos, cada uno en un país diferente, antes de regresar a Palestina para estudiar y escribir una serie de columnas, Embrasser Yasser Arafat, que se han publicado hace poco. Luego escribí parte del guión en Quebec y de nuevo en Palestina para documentarme. Nunca olvidaré aquellos días que pasé escribiendo en un jardín muy pequeño perteneciente a una anciana de Nablus, entre tazas de café al cardamomo y encuentros con los padres de terroristas suicidas.

Hay una conexión entre Hochelaga y Palestina, entre Le Ring e INCH’ALLAH, y es la resistencia. La llama interior de la preservación, la llama que arde dentro de Jessy y de Safi.


Críticas francesas
La Croix – Jean-Claude Raspiengeas (****)
Contra unos decorados realistas y con una trama creíble, Anaïs Barbeau-Lavalette ha realizado una obra impactante por su fuerza acerca del callejón sin salida de un conflicto que no tiene fin.

Le Journal du Dimanche – Danielle Attali (****)
La muy premiada Inch’Allah es la crónica sobrecogedora y púdica de un atentado anunciado.

TéléCinéObs – Sophie Grassin (****)
Una película que, sin olvidar la risa y la poesía, arde con una violencia seca y confirma la ambición de los cineastas de Quebec.

Télérama – Mathilde Blottière (****)
La fuerza de la película, y su honradez, se debe a que nunca abandona el punto de vista de la protagonista. Rodada cámara en mano, con planos cortos de rostros terribles, no podemos cerrar los ojos ante otra vuelta de tuerca.

Le Figaroscope – Emanuelle Frois (***)
Siguiendo el recorrido de una matrona de Quebec que hará algo irreparable, se nos muestra toda la complejidad del conflicto palestino-israelí, que no parece en vías de solución.

Première – Eric Vernay (***)
La película encuentra un soplo novelesco a través de un bello reparto femenino (sobre todo por parte de la volcánica Sabrina Ouazzani) y de algunas brechas poéticas en medio de los escombros.