Notas del director
El telón de fondo de Vivir es fácil con los ojos cerrados es la España de los sesenta: contradictoria, gris, bajo el autoritarismo y la tutela, con una generación sobre la que aún planeaba el miedo de la guerra pasada y otra más joven que anhelaba las libertades morales y sociales.
Especialmente acrecentado este contraste en el sur, en la pobrísima provincia de Almería, donde al primer turismo masivo y la llegada de los rodajes de superproducciones extranjeras, se le enfrentaban los atrasos y la precariedad.
En este contexto, la llegada de John Lennon para participar en el rodaje de Cómo gané la guerra de Richard Lester, despertó el ánimo de una parte de la juventud. Aterrizaba en España uno de los símbolos vivos de la libertad juvenil, de la nueva moral y el progreso.
Aunque el Lennon que llega a España es un sujeto en crisis. Acaba de lanzar su canción, bien expresiva, Help. Con dudas con respecto al futuro del grupo, experimentando con las drogas y a punto del divorcio personal y profesional, Almería significó para él una posibilidad de aislamiento y reflexión. Un periodo introspectivo donde las canciones comenzaron a hablar de él mismo de modo extrañamente íntimo, de sus recuerdos de infancia y sus frustraciones vitales, muchas de ellas desencadenadas por las contradicciones del éxito masivo. Para la historia de la música queda que en su retiro de Almería compuso una de sus piezas más íntimas: Strawberry Fields Forever.
Pero Lennon no es en el protagonista de esta historia, sino un reclamo inalcanzable, un símbolo...
Los protagonistas, en cambio, son tres personajes de la España de ese momento. Un profesor exigente y vitalista, que sospecha que las reformas sociales tienen más que ver con ambiciones personales que con planes políticos, que se deja llevar por el entusiasmo y las ganas. Y dos jóvenes que se enfrentan, de modo bien distinto, a las frustraciones sociales y a que los demás decidan sus destinos.
Los tres representan tres formas de rebeldía frente a un orden establecido. No son personajes históricos sino seres anónimos que con su pelea, particular, íntima y esforzada, ayudaron a cambiar el país. Verdaderos protagonistas de una reforma llevada a cabo por termitas y no por héroes.
Con vocación de soñadores, los tres protagonistas tendrán su contraste con los secundarios más cerrados y representativos de una España rancia y ramplona, aunque también retratados con lo que tienen de humanismo condicionado. Entender a todos es el reto de una película que no pretende representar esa división como una acartonada metáfora, sino ayudar a comprender que la situación vital es bien distinta en unos y otros.
La fórmula para recrear ese tiempo es hacerlo desde la cercanía personal, desde la identificación con peripecias cotidianas pero de una resonancia absoluta. Al fin y al cabo, los verdaderos héroes sociales son siempre gente insignificante que fue capaz de desbordar las expectativas y los márgenes.
SOBRE LOS ACTORES
En las películas de época, siempre me impongo una regla, tratar de encontrar actores que transmitan el carácter y la forma del ser de ese tiempo que retratas. Primo ese valor de antaño sobre la caracterización o los disfraces. Se trata de encontrar a alguien que transmita los valores de ese periodo que retratas, de un modo interiorizado y no cosmético.
Para el personaje de Antonio necesitaba a alguien como Javier Cámara, que es un actor de hoy pero con matices de un actor de siempre. Me basta mirarlo en ciertas escenas para saber que habría podido desenvolverse sin problemas entre Alfredo Landa, López Vázquez o Agustín González. Sin perder la sutileza, sabe moverse con transparencia por la escena.
Su tono, su disposición física, lo hacían perfecto para encarnar ese destilado que requería el personaje. Una pincelada de Sancho y otra de Quijote. Una aspiración al ideal pero desde la rotunda proximidad realista. Javier Cámara contenía para mí la ternura y la cercanía de algún profesor de nuestra infancia, de los que te cambian la manera de pensar, de los mejores ejemplares de aquello que Machado sintetizó como la estampa de un hombre bueno, en el buen sentido de la palabra.
Para la elección de actriz para el personaje de Belén las complicaciones eran mayores. Porque los veinteañeros son casi siempre la más pura expresión del tiempo contemporáneo y yo quería alguien que transmitiera una juventud de entonces. A eso se le sumaba el origen andaluz que marcaba el guión y por todo ello, cuando Natalia de Molina apareció en las pruebas, siendo una desconocida absoluta, atrajo mi atención de manera inmediata. Hasta el nombre lo tenía de actriz de los sesenta. Podía ser ella la que coronara los meses de búsqueda infructuosa del personaje.
Era directa y con una pureza que envolvía su belleza y su forma de ser. Pese al riesgo evidente de elegir a alguien nuevo para un papel de tanta responsabilidad, mi sorpresa en el rodaje fue descubrir su seguridad, sus aportaciones constantes, su firmeza en el empeño. Tanto es así que a veces me preguntaba si no me había engañado en el currículum y me ocultaba diez películas de protagonista. Luego me di cuenta de que ni más ni menos respondía al perfil de una actriz nata, de esas que a uno le elogian por haber descubierto, cuando sabes perfectamente que en realidad tú, como director, eres el afortunado por haberte cruzado en su camino y no viceversa.
Con Francesc Colomer teníamos la ventaja de conocerlo por el papel de "Pan negro" y percibir casi al instante la intensidad de su mirada rasgada. Pese a ello, venir de una vida fuera de las grandes ciudades le otorgaba una pureza difícil de encontrar. Y ya no era un niño, sino un chico de 16 años, con las dificultades que eso conlleva. El personaje de Juanjo era alguien tan cercano a mí, por muchas razones, que hacía más difícil decidirte por alguien. Ese valor de tiempo antiguo acabó de decidirme por él.
Es difícil encontrar a alguien en la adolescencia que sea tan honesto y directo, tan inteligente de una manera nada exhibicionista. Sedujo al equipo entero con su disposición y una humildad que puede que también sean valores de antaño. Francesc es alguien que hace poderosos los silencios y las miradas. En este personaje, que calla más de lo que dice, no puedo imaginar a nadie mejor que él. Y añadía algo hermoso cada vez que se paraba a observar a actores más veteranos y bregados que él, una sincera admiración, un deseo de aprender que hoy resulta infrecuente.
La música de la película
Charlie Haden y Pat Metheny, dos auténticas leyendas del jazz contemporáneo, han compuesto en Los Ángeles la música de la película "Vivir es fácil con los ojos cerrados", escrita y dirigida por David Trueba.
Es la primera vez que estos dos genios de la música se unen para componer una B.S.O. aunque por separado han colaborado en otras bandas sonoras ("El juego del halcón" de John Schlesinger o "Mi mapa del mundo" de Scott Eliott, ambas de Metheny; o la colaboración de Haden en la B.S.O. de la reciente "On the road" de Walter Salles, compuesta por el oscarizado Gustavo Santaolalla).
Ambos compusieron uno de los discos más escuchados de jazz moderno y una auténtica joya musical: Beyond the Missouri sky.
Vivir es fácil con los ojos cerradosDirigida por David Trueba