Cinemanía > Películas > Crónicas diplomáticas > Comentario
Destacado: Llega a las salas de cine comerciales 'Vaiana 2'
Crónicas diplomáticas cartel reducidoCrónicas diplomáticas(Quai d'Orsay)
Dirigida por Bertrand Tavernier
¿Qué te parece la película?

Una entrevista a 3 bandas con Bertrand Tavernier, Antonin Baudry y Christophe Blain

P: Bertrand Tavernier, ¿cómo descubrió la novela gráfica Quai d’Orsay?

Bertrand Tavernier: Un periodista amigo mío, Edouard Duprey - de hecho sale en la película -, me regaló el primer volumen de Quai d’Orsay, que acababa de publicarse. Lo leí esa misma noche. Al día siguiente, le pedí a mi productor y socio, Frédéric Bourboulon, que comprase los derechos de adaptación. Lo que me sedujo fue el perfecto equilibrio entre una fuerza cómica irresistible y el realismo, la autenticidad de los personajes, las situaciones y los diálogos. El tema y el motor de QUAI D’ORSAY, como pasó en LEY 627 y HOY EMPIEZA TODO, es el trabajo. A esto se añade la vertiente de la crónica, en mi opinión una de las formas más cinematográficas.


P: QUAI D’ORSAY se publicó en junio de 2010, justo entre la presentación en Cannes de LA PRINCESA DE MONTPENSIER y su estreno comercial. ¿Buscaba un tema para una película?

Bertrand Tavernier: Sí, ya trabajaba con un par de ideas, pero el azar me llevó a QUAI D’ORSAY. Mi reacción fue inmediata, no podía dejarlo pasar. Además, estaba en el extremo opuesto de la película que acababa de terminar. QUAI D’ORSAY es una realidad actual, contemporánea, la del gabinete de un ministro, mientras que LA PRINCESA DE MONTPENSIER es una historia de amor pasional con las guerras de religión como telón de fondo. Del mismo modo que LA PRINCESA DE MONTPENSIER está en las antípodas de la Luisiana de James Lee Burke de EN EL CENTRO DE LA TORMENTA. Más aún, QUAI D’ORSAY es un mundo del que no sabía nada, lo ignoraba todo del trabajo cotidiano de la diplomacia. Mi deseo de hacer cine suele despertarse cuando tengo la oportunidad de explorar mundos, épocas, ambientes que desconozco. La fuerza y el interés de esta novela gráfica fuera de lo común reside en que revela en tono de comedia la cara oculta de la política, esa que nunca sale en los medios.

Como autores de la novela gráfica, ¿pensaron en algún momento en la posibilidad de adaptar la historia a la gran o pequeña pantalla?

Christophe Blain: Mientras la escribíamos, pensamos en la posibilidad, pero no le dimos mayor importancia, estábamos concentrados en terminar la novela. Nada más publicarla, recibimos tres propuestas simultáneas, y todas eran muy diferentes. Había una serie para televisión que debíamos rodar nosotros, por ejemplo. La propuesta de Bertrand nos pareció la mejor y más concreta.

Antonin Baudry: Seré sincero. Al principio, la idea de una adaptación cinematográfica no me convenció en absoluto. La novela ya me parecía cinematográfica de por sí y me daba miedo que la mataran, que se convirtiera en un producto derivado. Cambié de opinión cuando conocí a Bertrand, cuando me contó sus motivaciones, su preocupación por preservar el espíritu del dibujo. Además, era Bertrand con su personalidad y todo lo que representa en el cine. Me bastó con una sola reunión para pensar: “La aventura merece la pena, hay que intentarlo”.


P: ¿Tenían miedo de llevar hacia el realismo una obra cuya fuerza reside en la transposición, el desplazamiento de la realidad mediante el dibujo?

Antonin Baudry: Elaborar un relato significa encontrar soluciones. Al principio pensé en una historia concreta que había vivido en el Ministerio de Asuntos Exteriores. Christophe supo contarla con su idioma, el de la novela gráfica. Pero con Bertrand ya era otro idioma, otro medio, el de la acción real, y eso planteaba una serie de retos. Se necesitaban soluciones diferentes para describir el mismo tema con sus contradicciones, sus claves, su vertiente humana… La adaptación era una doble traducción; no solo había que traducir la novela gráfica, sino la historia en sí. Pero fue genial. Desde un principio, Bertrand creó una atmósfera fraternal, un espíritu transmisor. Durante las sesiones de trabajo, nos avisaba: “Cuidado, no hagáis la tontería que hizo Richard Thorpe en tal película de 1952”. Siempre intentaba ver lo que se había rodado durante el día y me daba cuenta de que tenía razón. Fue fantástico estar conectado con los aspectos técnicos, con la escritura del guión y, además, con la historia del cine. Ha sido la mejor experiencia profesional que he vivido hasta la fecha.

Christophe Blain: También hay una cuestión de ritmo. El ritmo interno de Bertrand es muy diferente al de Antonin y al mío. Aun así, consiguió deslizar su personalidad en nuestro trabajo. La novela gráfica Quai d’Orsay ya es una fusión entre Antonin y yo, tanto en el fondo como en la forma. A eso debemos añadir la voz y la dirección de Bertrand, que son muy diferentes de las nuestras. Con la llegada de un tercero, se crea un mestizaje suplementario y la historia se vuelve más interesante. Si se cuenta la vida de forma naturalista, el resultado será plano. Hay que estilizar la historia, y añadirle un toque de singularidad para que parezca más verdadero. O por lo menos para que se parezca a la vida.


P: ¿Qué imagen tenían de Bertrand Tavernier antes de conocerle? ¿Qué películas, qué aspectos de su cine han marcado su recorrido de cinéfilos?

Christophe Blain: Mi película de culto es QUE EMPIECE LA FIESTA. La he visto en diferentes periodos de mi vida. Cuando era más joven me parecía desenvuelta y truculenta; ahora siento su gravedad y, sobre todo, su melancolía. Al volver a ver el cine de Bertrand, me he dado cuenta de que su particular esquema reaparece en QUAI D’ORSAY: se trata de una exposición muy densa, cargada de información que no captamos de inmediato. Poco a poco, todo se reagrupa, las metas se hacen patentes, se entienden mejor las motivaciones aparentes o secretas de los personajes. Siempre acaba de una manera muy melancólica, a menudo con un solo personaje ante sí mismo.

Antonin Baudry: Creo que Bertrand es el realizador que sabe colocar la ficción en el lugar donde debe estar para que suene auténtica. Y eso me interesa: estamos en una especie de mezcla, en un ínterin donde lo falso solo sirve para revelar lo verdadero. Tiene el sentido del espectáculo y, al mismo tiempo, acerca la ficción a la vida. Sobre todo, acaba de decirlo él hace un momento, en lo que respecta al trabajo. En QUAI D’ORSAY, cuando Arthur reescribe un discurso por enésima vez, la situación hace gracia, pero suena auténtica. Por algo lo digo, lo viví en mis propias carnes.


P: Bertrand, ¿le pareció evidente desde el principio adaptar la novela gráfica con los autores de la misma?

Bertrand Tavernier: Sin duda alguna, nunca se me ocurrió otra cosa. En general, el cine utiliza novelas sin preocuparse del autor, sin intentar implicarle en la escritura. En este caso, habría sido un error. La novela gráfica es una fuente inagotable de diálogos de calidad apoyados por observaciones impecables en el dibujo; tenía que colaborar con Antonin y Christophe. Y cuando empezamos a trabajar a seis manos, fue como un torbellino. No podíamos parar. Creo que acabamos la primera versión del guión en diez días.

Antonin Baudry: ¿Qué dices? ¡Ocho días! Como yo vivo en Nueva York, Christophe y Bertrand decidieron trasladarse allí. Trabajamos sin parar, con algunos descansos para comer y cenar, pero también nos saltamos algunas comidas.

Bertrand Tavernier: Nos reímos mucho. Yo no paraba de preguntar porque de las respuestas podían surgir escenas que no están en el libro. Y cuanto más me contestaba Antonin, más le preguntaba. Quería entender cómo se escribe un discurso, a qué hora, cómo afecta a la vida de una pareja… ¿De dónde sale el gato que aparece en el despacho de Maupas? ¿Por qué los consejeros siempre tienen hambre cuando deben preparar las respuestas del ministro para la Asamblea Nacional?

Antonin Baudry: No solo había que escribir las respuestas del ministro, sino también las preguntas de los diputados. Cuando le conté esta situación incongruente a Bertrand, la integró automáticamente en el guión.

Bertrand Tavernier: Es la primera vez que se menciona en el cine lo que el personaje del consejero Cahut describe como “un simulacro de democracia”. También está la prohibición de usar Internet…

Christophe Blain: El trabajo con Bertrand nos permitió explotar el yacimiento de situaciones que habíamos inventariado con Antonin al preparar la novela gráfica. Muchas eran muy buenas, pero no podíamos utilizarlas en la novela. Exigían un dispositivo complicado de varias páginas para acabar en un detalle demasiado anecdótico. La curiosidad de Bertrand puso en marcha la vertiente documentalista de nuestro trabajo.


P: La novela gráfica es, al mismo tiempo, una comedia acerca de la atracción del poder, el relato de un aprendizaje y una crónica de la vida de un Gabinete ministerial visto desde dentro. Para la película era necesario tender una cuerda, encontrar un punto dramático que la recorriera de un punto a otro…

Bertrand Tavernier: Es un problema recurrente que intenté resolver en LEY 627, HOY EMPIEZA TODO, LA PEQUEÑA LOLA e incluso en LA VIDA Y NADA MÁS. Estas películas describen acciones múltiples, repetitivas o simultáneas; poco a poco se crea un vínculo que las une. En QUAI D’ORSAY había que utilizar la crisis en Lusdem – que se convierte en Lusdemistán en la película – y transformarla en el hilo conductor de la historia, para acabar con el discurso del ministro Taillard de Worms en la ONU. El discurso está en la segunda entrega de la novela, que aún no había leído y que descubrí a mi llegada a Nueva York.

Antonin Baudry: Exacto, el discurso crea un crescendo dramático. Fue idea de Bertrand y la secundamos inmediatamente.


P: Uno de los cambios más importantes en la película es el papel de Marina, la chica de Arthur. Al contrario que en el libro, viven juntos, ella tiene una profesión que le gusta. Su vida diaria no se parece en nada a la de su compañero…

Bertrand Tavernier: Me pareció necesario. Quería saber más sobre la compañera de Arthur, hacerla existir, anclarla en un mundo muy real. Así podría servirle de espejo, hacerle dudar.


P: ¿Los tres estaban de acuerdo en todo? ¿O hubo opiniones realmente divergentes?

Antonin Baudry: No, generalmente uno de los tres proponía algo, otro le apoyaba y el tercero decía: “De acuerdo, pero también podríamos…” Teníamos tendencia a apoyarnos mutuamente para encontrar la mejor solución.

Bertrand Tavernier: Entre nuestros escasísimos desacuerdos estuvo la música que escucha Arthur. Antonin estaba empeñado en Metallica y yo defendía a Led Zeppelin. (Risas) También insistí mucho en añadir todo el proceso de la escritura del último discurso en la ONU. Me parecía esencial.

Antonin Baudry: La escena es un compendio de unas quince reuniones con sus variantes. Es una compresión, una síntesis de la realidad.

Bertrand Tavernier: Para mí, el peor escollo era que tomáramos la novela gráfica como el story-board de la película. La idea era respetar el espíritu de la novela y no intentar respetar a ultranza los dibujos de Christophe. ¿Cómo plasmar en la pantalla a un ministro que se multiplica? ¿Cómo imitar la locura que permite el dibujo? Por ejemplo, propuse hacer volar los papeles cada vez que el ministro entra en un despacho. Es un auténtico tornado. Se le oye llegar, pero nunca se le ve recorrer los pasillos. Cuelga el teléfono, se levanta y un segundo después aparece en el despacho de Odile. Es muy elíptico, casi roza lo sobrenatural, pero en la pantalla parece de lo más realista.


P: ¿Fue una ventaja escribir el guión en Nueva York, lejos de Francia?

Christophe Blain: Acababa de terminar un periodo de trabajo de seis meses seguidos para varias novelas, un periodo muy intenso que se clausuró con la escritura del segundo volumen de Quai d’Orsay en sesiones que se prolongaban hasta la madrugada con Antonin. Al bajar del avión en Nueva York, pensé: “Bertrand tiene una mente metódica, con él no trabajaremos hasta las tantas”. Pero lo primero que dijo fue: “He venido hasta aquí para trabajar con vosotros, aprovecharemos al máximo. Si hace falta, seguiremos hasta bien entrada la noche”. Casi me da algo.

Bertrand Tavernier: Me gusta la sensación de dejar atrás todos los problemas cotidianos, desde la SACD (Sociedad de Autores), pasando por Little Bear, hasta la reparación de la lavadora. Desde EL RELOJERO DE SAINT PAUL siempre he intentado alejarme para escribir. Da cierta libertad, se dejan atrás las costumbres. Adaptamos Quai d’Orsay en una megaciudad que acababa de ser devastada por un huracán. Nos abríamos camino entre coches aplastados por árboles. Una de las escasas veces que salimos a comer, fuimos a un restaurante italiano muy elegante… con goteras. Cambiamos tres veces de mesa, y luego de sitio en la mesa. Al que le caían las gotas se concentraba menos que los otros dos. (Risas)


P: ¿Pensaron desde el principio en respetar los capítulos de la novela con los fragmentos del filósofo griego Heráclito?

Antonin Baudry: Sí. Aportan una iluminación inesperada a las situaciones ministeriales, en ocasiones al límite del absurdo. Cuando escribimos la novela, pensé que no le gustaría a Christophe, pero la idea le hizo gracia. Y se impuso de forma natural para la película.

Bertrand Tavernier: Conservamos algunos de los fragmentos, modificamos otros, añadimos nuevos. Al final, Antonin sacaba propuestas de lo más radical: citas de Heráclito reducidas a dos palabras, incluso una sola. Reflexionamos mucho con Romain Le Grand y Florian Genetet-Morel, de Pathé, acerca del orden de los fragmentos, de su graduación, con el fin de crear una progresión. No son citas anodinas, sino una forma de pasar de un momento a otro, de un decorado a otro. Una de mis favoritas sigue siendo: “Ante un discurso, el estúpido se queda pasmado”.

Antonin Baudry: Es conmovedor. Estoy seguro de que en la historia del cine nunca se habían usado pensamientos de Heráclito a modo de encabezamientos. (Risas)


P: QUAI D’ORSAY, tanto la novela gráfica como la película, describe una época relativamente cercana, aunque ya nos parece lejana gracias a pequeños detalles cotidianos: el cigarrillo, las pantallas de los ordenadores…

Bertrand Tavernier: Eran dos detalles muy importantes. En cuanto a poder fumar en el ministerio, nos cercioramos con Antonin, por lo que quitamos los ceniceros en el patio del edificio.

Antonin Baudry: Bertrand no podía creerse que yo fumaba en mi despacho, en las reuniones. Creo que el corte entre las dos épocas es el 11 de septiembre y la guerra de Irak. Los dos acontecimientos dieron pie a un periodo de desorden, de caos, que sigue hoy en día.


P: Las apuestas políticas y geopolíticas son casi las mismas que en 2002 y 2003. La diferencia está más en los detalles tipo ordenadores portátiles o móviles…

Christophe Blain: Pero si QUAI D’ORSAY transcurriese en 1998, habría sido otra época, anterior a Internet.

Antonin Baudry: Tienes razón. Cuando trabajaba en el Quai d’Orsay, el ministro nos llamaba a todas horas del día o de la noche. Hoy, además de las llamadas, mandaría sms y un sinfín de correos electrónicos con el móvil.


P: Bertrand Tavernier, ¿por qué le apeteció cambiar de colaboradores artísticos y técnicos?

Bertrand Tavernier: Formaba parte del reto. Iba a explorar un mundo desconocido y me apetecía hacer lo mismo con mis colaboradores. Me gusta tener la impresión de que cada película es la primera, de no caer en la rutina ni en los automatismos. Me esfuerzo en evitar, como decía Jacques Brel, “despertarme una buena mañana con gramo y medio de habilidad”. Aunque hay elementos cómicos en LEY 627, LA PEQUEÑA LOLA o SALVOCONDUCTO, QUAI D’ORSAY es mi primera comedia verdadera. A pesar de los elementos de realidad política y las reflexiones, no deja de ser una comedia. La iluminación audaz e inventiva de UNE NUIT, de Philippe Lefèvre, me hizo descubrir el talento del director de fotografía Jérôme Alméras, al que había conocido como primer ayudante del operador en LA HIJA DE D’ARTAGNAN. También me pasó lo mismo con el montador Guy Lecorne, cuyo trabajo admiraba en las películas de Bruno Dumont y Guillaume Nicloux. En cuanto a la música, compartí la tarea con mi viejo cómplice Philippe Sarde y con Bertrand Burgalat para los temas de rock. De los cuatro jóvenes intérpretes de LA PRINCESA DE MONTPENSIER, me apetecía seguir el camino con Raphaël Personnaz, que para mí era el perfecto Arthur Vlaminck. Adoré a Anaïs Demoustier en DE AMOR Y DE AGUA FRESCA y en BELLE ÉPINE, y me pareció que podían formar una pareja joven muy creíble. Quería ver a Anaïs en un papel cómico rápido, lleno de vida, sexy. QUAI D’ORSAY es mi primera colaboración con otros actores, como Niels Arestrup, Julie Gayet, Thierry Frémont, Thomas Chabrol…


P: ¿Hablaban de los actores cuando escribían el guión?

Bertrand Tavernier: Sí, hablamos mucho de los actores entonces. Me temía la reacción de Antonin y de Christophe cuando les hablé de Niels Arestrup para el papel de Maupas y de Bruno Raffaelli para Cahut. Noté su aprensión. Los guionistas suelen preguntarse si algunos actores podrán encontrar otros matices y alejarse de sus papeles anteriores.

Christophe Blain: Sí, el reparto era una obsesión. ¿Quién sería capaz de encarnar a unos personajes tan truculentos? Es como transponer la realidad mediante el dibujo. No es necesario que sea fiel, debe ser una interpretación.

Bertrand Tavernier: Les pedí a los dos que estuvieran presentes en las primeras lecturas con los intérpretes. Cuando presenté a Raphaël Personnaz a Antonin, me encontré con las dos caras de Arthur.

Antonin Baudry: Me acuerdo del encuentro con Niels Arestrup, absolutamente grandioso. Bertrand y él eran dos animales salvajes que iban a domesticarse mutuamente. A Niels le preocupaba la idea de tener que imitar al personaje de la novela gráfica. De hecho, Bertrand me hizo pasar por un mal trago cuando me pidió que imitara al auténtico Maupas delante de Niels Arestrup, que lanzó una mirada asesina, aterrado ante la idea de pensar que debía encarnar a un personaje con una voz aguda. No sabía dónde meterme y tenía la impresión de que me iba a estrangular. Obviamente, desde el primer día de rodaje, Bertrand animó a Niels a que encontrara el tono ideal, original y matizado que encaja con la energía de la película.

Bertrand Tavernier: Niels me dijo en varias ocasiones que le pedía lo opuesto a lo que piden desde hace treinta años, y para ello necesitaba una tremenda concentración. Debía estar lo más alejado posible de su naturaleza más profunda (la interiorización) y exteriorizar sus sentimientos. Se limitó a ver un vídeo del verdadero Maupas, al que robó el tic de frotarse las manos.

Antonin Baudry: Está muy cerca del personaje auténtico, aunque con una diferencia. En el Maupas de Niels se percibe al felino a punto de lanzarse contra el interlocutor. Hay una especie de salvajismo controlado, incluso cierta perversidad. Por su mirada se entiende que ha visto y vivido mucho, que tiene un pasado. El Maupas de la película es más complejo, más amable y, a la vez, amenazador.


P: Encontrar al actor para interpretar a Taillard de Worms no debió ser sencillo. Sobre todo porque se conoce al modelo, al original…

Bertrand Tavernier: Siempre pensé en Thierry Lhermitte. Hace años que nos conocemos. Debutó en QUE EMPIECE LA FIESTA y luego le di un papel en LOS INQUILINOS. Es un actor que me dejó asombrado en varias películas producidas por Little Bear, pero hace varios años que no tiene un papel donde pueda demostrar todas sus capacidades. Ocurre a menudo. Hay un enorme potencial que se queda sin explotar en muchos intérpretes por culpa del conformismo, la pereza o la falta de audacia de los que deciden. Al darle el papel de Taillard de Worms, le lancé un reto, como hice con Michel Galabru en EL JUEZ Y EL ASESINO.


P: Desde UNE AFFAIRE PRIVÉE, Thierry Lhermitte no había tenido un papel protagonista. ¿Se sintió motivado por el reto?

Bertrand Tavernier: Desde luego. Pero tenía una dificultad añadida: todos sabemos qué ministro inspiró el personaje de Taillard de Worms. Thierry no podía caer en la trampa de la calcomanía; al contrario, debía encontrar su propio camino. Desde el principio me propuso una idea original que le permitía hacerse con el personaje. Haría un gesto extravagante para ilustrar sus frases. El ministro imita una espiral, un trueno, una urgencia… Y como Taillard usa parábolas, pocas veces se ha visto en una película a un personaje haciendo tantos gestos cósmico-geométricos. (Risas) Pero más determinante aún fue el hecho de que Raphaël Personnaz y él se llevaran bien inmediatamente. Es raro ver una complicidad tan rápida. En general, me interesan los actores de acción tanto como los de reacción. Ante el tornado Lhermitte, las reacciones de Raphaël no tienen precio. Basta con ver su cara para descubrir cincuenta matices de abatimiento, de irritación o de asombro.


P: Christophe y Antonin, ¿fueron a menudo al rodaje?

Christophe Blain: Unas siete u ocho veces. La sensación más extraña fue ver a Raphaël Personnaz en el papel: era Antonin. Había captado cómo se vestía entonces, su mentalidad, su reacción ante el universo paralelo que representaba el ministerio. Incluso consiguió reproducir cómo sujetaba el cigarrillo. Fue una recomposición del personaje nacido a partir del Arthur de la novela gráfica y de su encuentro con el auténtico Antonin.

Antonin Baudry: Reconozco que casi me hace perder el juicio. Bertrand me pidió que hiciera un papel de figuración en la secuencia en que Arthur trabaja provisionalmente en el despacho de la secretaria de Maupas. Su mesa está colocada de forma que todo el que entra le molesta, y soy uno de los que entra. En ese momento me pregunté: “Pero ¿qué haces? Le molestas y eres tú hace diez años”.


P: Descubrieron otra de las caras de Bertrand Tavernier, la de capitán de navío.

Christophe Blain: No me parece que haya tanta diferencia. No para de hacer el tonto mientras rueda, cuenta chistes, canta. Se sabía todos los diálogos de memoria, pero cuando oía a los actores, se moría de risa, como si acabase de escucharlos por primera vez. Tiene un tremendo poder de concentración, pero se esfuerza para que el equipo lo pase bien. He anotado y dibujado todos los números de Bertrand en el plató. Quizá un día haga algo con eso…

Antonin Baudry: Lo que más me sorprendió fue ver a Bertrand haciendo valer su autoridad sin que se notara. Crea un vínculo de otra naturaleza. Me enseñó mucho, es un auténtico líder.

Bertrand Tavernier: QUAI D’ORSAY fue un rodaje bendecido por los dioses, con actores siempre impecables, un equipo técnico muy motivado y eficaz. Generalmente hablando, trabajar duro no impide el humor ni los disparates. Hay que concentrarse, obtener lo que se quiere y aliviar la presión. Nunca he olvidado mi aprendizaje con Melville por el ambiente de dureza, de terror, de humillación que imponía en el plató. Yo tenía veinte años y pensaba que si algún día llegaba a ser realizador, crearía otra idea de trabajo conjunto. Es como la música. Se conoce a los grandes directores de orquesta por su humanismo, no por su carácter tiránico.


P: ¿Qué piensan de la película acabada?

Antonin Baudry: Aún no he visto las mezclas finales, pero el resultado me ha dejado estupefacto. Es increíble descubrir hasta qué punto Bertrand se ha hecho con un universo que desconocía, adentrándose en una aventura que va más allá de una simple adaptación. QUAI D’ORSAY cuenta cómo unos seres humanos se ven atrapados por un flujo de fuerzas, objetivos, tensiones y también de ideales. Me gustó el respeto que demuestra por los personajes. Sus modelos son personas a las que conozco, con las que he trabajado y a las que, en muchas ocasiones, he apreciado. No habría podido colaborar con Bertrand si hubiera notado que se mofaba o que los despreciaba.

Bertrand Tavernier: Hay que querer a los personajes, nunca burlarse de ellos ni intentar ser más listo que ellos. Por ejemplo, quería que la consejera Valérie Dumontheil (Julie Gayet) no se limitase a acuchillar a Arthur por la espalda. Debía tener otra dimensión. Cuando está en África, supera su miedo y sale del coche para unirse al ministro. El consejero Cahut me asombra. A pesar de su malhumor, hace unos análisis muy pertinentes de Oriente Medio, a lo que añade su obsesión por los sándwiches y los bocadillos.


P: Lo que acaba de decir resume la dirección de la película. No es una hagiografía ni en un folleto, como lo demuestra la última secuencia con el discurso de Taillard de Worms en la ONU. Transmite una sensación de grandeza inmediatamente contrapeada por un comentario lleno de ironía…

Antonin Baudry: Corresponde perfectamente con el espíritu de principios de 2003, durante la crisis iraquí. El ministro vivía en una exaltación permanente, le explicaba a todo el mundo que salvaba al planeta, pero en off tenía otra perspectiva. Todavía le oigo decir: “Por mucho que nos rompamos el culo, no nos mencionarán en los libros de historia. O quizá en una nota a pie de página”.

Bertrand Tavernier: De hecho, Taillard no se da cuenta de que acaba de dar uno de los mayores discursos de la historia francesa de los últimos treinta años. Quiero agradecer a Frédéric Bourboulon y François Hamel su obstinación, que nos permitió rodar en la sala del Consejo de Seguridad. Fue algo insólito: que un actor repita un discurso con espíritu fundador en el mismo lugar donde se pronunció por primera vez diez años antes.

Christophe Blain: Al fin y al cabo, Quai d’Orsay es como una cadena. Hay seres de carne y hueso a ambos lados, y en el centro, una encarnación a través de dibujos. Todos los que han visto la película dicen que es positiva, una “feel good movie”. Tomando nuestro trabajo como base, Bertrand ha construido una obra en primera persona. No faltan los hilos conductores con sus otras obras, por ejemplo, en la música de Philippe Sarde, en la vertiente de la crónica, en la representación del trabajo. Pero también hay tonos que nunca había tocado, como la farsa, lo burlesco, lo absurdo. La película QUAI D’ORSAY no me alegra, me hace feliz. Me hace reír, sonreír y pensar. Me parece que en este equilibrio hay una especie de ideal, de concepto soñado del cine.