Cinemanía > Películas > En la flor de la vida > Comentario
Destacado: En cines comerciales 'Anora' Palma de Oro en Cannes
En la flor de la vida cartel reducidoEn la flor de la vida(La fleur de l'âge)
Dirigida por Nick Quinn
¿Qué te parece la película?

En la flor de la vida retrata la conmovedora reconciliación entre un padre y su hijo cuyas vidas se habían distanciado y que finalmente descubren que la felicidad reside en las pequeñas cosas de la vida.

Protagonizada por dos grandes intérpretes del cine francés (Pierre Arditi y Jean-Pierre Marielle) y por las inestimables Julie Ferrier ("Tournée", "Los seductores") y Audrey Fleurot ("Intocable"), "EN LA FLOR DE LA VIDA" narra con gran sensibilidad cómo las circunstancias de la vida pueden forzar una reconciliación entre un padre y un hijo que por sus respectivos caracteres y ocupaciones se habían ido separando gradualmente hasta el punto de no tener contacto y nos transmite que, a pesar de todo, la familia es el núcleo donde uno siempre puede refugiarse.


Entrevista con el director: Nick Quinn

P: En EN LA FLOR DE LA VIDA, un productor en plena gloria (Pierre Arditi) debe enfrentarse a una doble pena: la cadena de televisión para la que trabaja quiere jubilarle, y su padre, hasta ahora autosuficiente (Jean-Pierre Marielle), ya no puede vivir solo tras romperse la cadera.

R: Cuando le conocemos, al principio del film, es un personaje que arremete en la vida sin pensar siquiera un instante en que la máquina puede detenerse. Gaspard, el personaje que encarna Arditi, vive en un mundo donde únicamente prima la juventud. Me gustaba la idea de que trabaje en el audiovisual. La televisión es un concentrado de la sociedad: se niega la vejez, no se acepta la idea de la muerte.


P: Precisamente, todo el film se dedica a mirar de frente ambos extremos ineluctables. Gaspard se ve en la tesitura de tener que aceptar que debe soltar la presa, debe admitir que ha llegado al final de su carrera, y que va a tener que acompañar el declive de un padre con el que mantiene relaciones cuando menos distantes.

R: Efectivamente, salimos del gran barniz mediático para llegar a una pequeña música de cámara; un movimiento minúsculo que sin embargo me parece doloroso. Para mí, EN LA FLOR DE LA VIDA es la historia extremadamente simple de un hombre que al principio del film es incapaz de abrazar a su padre y que al final lo consigue; es la historia de una reconciliación. Siempre experimento el placer de ver o de narrar historias que giran alrededor de la familia: me parece que hay algo fascinante en el análisis de las relaciones que se entretejen en su seno, porque son universales. Todos venimos de alguna parte, y nadie puede escapar a ello.


P: Usted trata esas relaciones con mucho humor; un humor en ocasiones chirriante.

R: Sin duda, mi infancia inglesa. Aunque tengo doble nacionalidad –mi madre es francesa y mi padre inglés- nací y viví mis primeros diez años de vida en Inglaterra. El lugar donde se pasa la infancia siempre me ha parecido más importante que la nacionalidad de uno. Ahora bien, contrariamente a Francia, o los países latinos, los ingleses tradicionalmente no se muestran inclinados a tocarse ni tampoco a abrazarse: todo pasa por la comedia, se puede decir todo por ese medio. He aprendido ha desarrollar esta fibra.


P: Desde hace veinte años, se le conoce sobre todo por sus documentales, de los que algunos –KARAOKE ANGELS (2000)—o más recientemente una serie sobre la historia de las ciudades a través de sus basuras domésticas, han tenido gran éxito en la cadena Arte.

R: Hice mis estudios de cine en Francia en la sección de realización de La fémis. El azar y las oportunidades de la vida me llevaron rápidamente, casi a pesar mío, a especializarme en ése género. El documental es una escuela formidable: se nos pide entrar en la vida de gentes a las que no conocemos y a interrogarles acerca de los motivos que les llevan a actuar como lo hacen. Se hace preciso saber mirarles con humanidad y ternura, y también con cierta crueldad; estar en condiciones de decirles: «Esto es lo que yo veo». Se aprende a captar lo real.


P: EN LA FLOR DE LA VIDA es su primer largometraje de ficción. ¿Qué le hizo dar el paso?

R: Desde siempre he tenido el deseo. Así que salí de la escuela, comencé a rodar cortometrajes y a desarrollar guiones. En ocasiones, incluso tuve el encargo de escribir algunos. Pero mis proyectos, a menudo escritos en inglés con todo y estar destinados a Francia, no se materializaban, hasta que mi productor, Laurent Lavolé, conoce a Andreia Barbosa en un taller de escritura. Juntos, hemos desarrollado el guión de EN LA FLOR DE LA VIDA durante un año, con Gloria Films y la inestimable colaboración de Santiago Amigorena.


P: ¿Y cómo se apropió del proyecto?

R: Una de mis preocupaciones estaba en que al final no muriera el personaje de Jean-Pierre Marielle. Pero tenía la sensación de que al dejar las cosas tal cual, se esquivaba el tema. Entonces, Andreia y Santiago tuvieron la idea formidable de hacer morir a los hijos del viejo amigo que se cruza con el personaje de Marielle en el restaurante. De tal modo que se trata el tema de la muerte, pero nuestros dos personajes permanecen intactos.


P: En EN LA FLOR DE LA VIDA actúa un trío de actores excepcionales.

R: En una primera instancia, tuvimos que dar con el actor que pudiera encarnar a Hubert: se trataba del papel más complejo que ofrecer. No hay muchas estrellas de esa edad, y se hacía impensable convocarlas para una audición. Me acordé de una película que me había marcado mucho: El AMOR ES TRISTE, EL AMOR ES ALEGRE (L’AMOUR C’EST GAI, L’AMOUR C’EST TRISTE, 1971), de Jean-Daniel Pollet. Marielle da vida a un macarra que conoce en la calle a una joven de provincias, a quien encarna Chantal Goya. Es un tipo divertido, estúpido, lleno de vida, extraordinario. Pensé en él muy pronto. Cierto día, al final de una larga espera, me convoca. «He leído su guión» --me dice-- «Es formidable. Pero, francamente, no veo qué puedo hacer en él.»

No comprendía muy bien por qué me pidió que fuera a verle si no quería hacer la película. Pero comenzamos a discutir. Hablamos de nuestros respectivos padres. Y entonces, tras media hora de conversación me dice: «voy a sumergirme de nuevo en el texto» --asegura--, «y desayunaremos juntos para hablar de ello.» Hubo feeling. A partir del momento en que Jean-Pierre dio su visto bueno, la película adquirió otro status.

Quedaba Gaspard, un personaje igualmente difícil de interpretar, ya que a lo largo del metraje, observa. Necesitábamos a un actor muy poderoso, que pudiera proyectarnos su universo interior. Pierre Arditi se apropió del rol inmediatamente. «Gaspard, soy yo», dijo entusiasmado al instante. Conoció una situación parecida con su padre. Cuando rodamos, estaba realmente sumergido en las angustias del personaje, y fue muy valiente de su parte el enfrentarse a ellas.


P: Los dos componen un tándem profundamente apasionante.

R: Tienen una presencia absolutamente imponente. Jean-Pierre Marielle posee ese lado infantil, humorista, que ha logrado conservar a pesar de su edad y experiencia. Pierre Arditi retiene esa humildad que es su marca. Pierre tiene un oficio increíble, pero conserva la frescura de la gente que cada noche hace teatro: por ejemplo, jamás se le pasará por la cabeza no mantener la posición para hacer el contracampo a otro actor que sólo estará allá durante una jornada. Es alguien que respeta profundamente el juego. Su presencia obliga al equipo a ponerse a su nivel. Es gracias a ellos y a Julie Ferrier que la película ha logrado acabarse.


P: Háblenos de Julie Ferrier.

R: He visto sus espectáculos y ya nos habíamos conocido para un proyecto precedente que no logró montarse. La quería absolutamente para el personaje de Zana. Todavía otro papel muy peligroso que fácilmente podía derivar en lo extravagante, lo ridículo o la estupidez. Sabía que Julie evitaría los escollos y llevaría a Zana al terreno de lo poético. La actriz está formidable cuando hace burbujas con su escoba en el comedor, o cuando convence a Gaspard de que los melones tienen un corazón. Julie se ha apropiado totalmente del personaje;
es sabida la fuerza cómica de su interpretación, pero mucho menos la fuerza emocional que puede desprender. Y esa emoción era necesaria para enfrentar a esos dos monstruos sagrados. Me gustaba la idea de que ella funcionara como vínculo de unión entre Gaspard y Hubert. Zana obliga al primero a ralentizar y convence al segundo para que acelere. La veo un poco como una especie de Mary Poppins. Tiene una misión, cumple con ella, y luego se va.


P: Dejándoles llenos de tristeza: padre e hijo llegan a estar tanto bajo su encanto que acaban por enamorarse locamente de ella.

R: Casi que compiten. Queda bien claro en esa escena donde Gaspard, Hubert y Zana desayunan en el restaurante. Hubert se encuentra con un antiguo colega. Se divierte presentando a Zana como su futura esposa, lo que despierta los celos de Gaspard. En cierto modo, gracias a Zana, Gaspard por fin va a lo esencial, aunque ello no sea siempre de manera agradable. Hasta aquel momento, no había mucho amor en su vida: hay una joven amante, a la que da vida Audrey Fleurot, pero es pura fachada.


P: La Familia de Zana, tendente a entrometerse mucho, juega un papel igualmente importante en la reconciliación entre padre e hijo. Se tiene la sensación de que la precariedad de su situación contribuye a abrir los ojos de los dos hombres.

R: Se dicen que no están tan mal. Y ello contribuye también, es cierto, a hacerles aceptar su suerte. Acaban por comprender que la familia no es el peor de los males.


P: En la película hay muchísimas escenas de comedia. Como si usted tomara al espectador de la mano para llevarle a lo esencial al liberarle de sus angustias.

R: Me gusta el cine cuando me hace reír, me emociona, mientras narra cosas que cabe la posibilidad de que resuenen en mi, a las que puedo adherir mis miedos y anhelos.


P: La escena de la ducha, cuando Gaspard lava a su padre y se queda bajo él, es tremenda.

R: Todo el equipo se mostraba horrorizado ante la idea de filmarla. «¡No lo has pensado!», me repetían. La idea no consistía, evidentemente, en filmar la caca por todos lados. Lo que me interesaba era mostrar el desamparo de ese hombre anciano que pierde sus recursos, y la reacción de su hijo frente a esa situación humillante. ¿Y qué hace el hijo? Estalla en risas. Es lo que haríamos todos en un caso así. No es si no más tarde que se encaja el golpe. Cuando Pierre y Jean-Pierre rodaron el plano, yo lloraba ante el monitor. Hasta tal punto que por poco no ruedo la secuencia siguiente, cuando se hallan sobre la cama. Tuve la impresión de que era una repetición. Hicimos la toma de todos modos. Y fue todavía más fuerte. Cuando Hubert dice a Gaspard: «Eres mi niño pequeño», se comprende que en ese justo momento ambos encajan verdaderamente lo que ha pasado.


P: En el film hay un lado muy táctil.

R: Tengo dos pequeños y me fascina el modo en que saltan a mis brazos. Es algo que perdemos cuando envejecemos. Por ejemplo, yo ya no abrazo a mi padre. Sin embargo, estoy convencido de que es tocándose unos a otros que nos reencontramos.


P: Mientras rueda, ¿tiene en mente películas en concreto?

R: BEGINNERS – PRINCIPIANTES (BEGINNERS, 2010), de Mike Mills, que también narra la historia de un padre y de un hijo; A PROPÓSITO DE SCHMIDT (ABOUT SCHMIDT, 2002), de Alexander Payne, un film sobre la vejez muy divertido; y, en menor medida, INTOCABLE (INTOUCHABLES, 2011), d’Olivier Nakache y Eric Tolédano, por la humanidad que desprende.


Entrevista con Pierre Arditi

P: Háblenos de su encuentro con Nick Quinn.

R: Me había enviado su guión, que me gustó mucho, y pidió encontrarnos. Vino a mi casa. Me pareció simpático, y acepté la película casi inmediatamente.


P: ¿Qué le evoca la expresión «estar en la flor de la vida»?

R: Una etapa dolorosa. Es ese momento turbador en el que las cosas pueden cambiar violentamente. De un día para el otro, te ves huérfano de cosas que ingenuamente creías tener para siempre.


P: Es exactamente lo que le pasa a Gaspard, su personaje.

R: Es un productor y presentador de televisión conocido y respetado. Su programa disfruta de una gran audiencia, está bien con su vida y entonces, súbitamente, se le hace comprender que todo eso se ha acabado. Es un poco como si cerrara el puño para retener aire cuando creía tener todo el poder en sus manos. Le tengo afecto: lo que le pasa me puede pasar mañana a mí perfectamente. Al encarnarle, he podido proyectar acontecimientos poco agradables que desafortunadamente pueden sobrevenir a lo largo de una existencia.


P: EN LA FLOR DE LA VIDA es el primer largometraje de ficción de Nick Quinn. ¿Conoce usted los documentales que había realizado antes?

R: No, no los he visto. Un amigo productor me habló del proyecto. En el cine, el argumento y la arquitectura de lo que se va a narrar son siempre criterios determinantes en lo que atañe a mis elecciones. Y el guión de Nick respondía a tales extremos. Este Dassonville que se ve brutalmente forzado a encargarse de su padre al tiempo que su propia vida está basculando de modo tan radical me llegó personalmente a lo más hondo. Se es siempre el niño de alguien a lo largo de toda una vida, y llega ese extraño periodo en que se acaba ésta para pasar a ser el padre de tus padres. No hace mucho, he vivido esto con mi propio padre (el pintor Georges Arditi). Estaba afectado por la enfermedad de Alzheimer y falleció poco después de finalizar el rodaje. Los accesos de ira de Jean-Pierre Marielle, quien da vida a mi padre en el film, su lado insoportable, me recordaban los estados que atravesaba el mío.


P: EN LA FLOR DE LA VIDA es una comedia y también un bello film acerca de la reconciliación entre un padre y un hijo que se habían perdido de vista desde hacía mucho tiempo.

R: Gaspard y Hubert pertenecen a dos generaciones diferentes y no ven las cosas del mismo modo. Al principio, existe un tremendo antagonismo entre los dos. Lo que me parece conmovedor y tierno es que van a encontrar, primero cada uno por su lado, y luego juntos, algo nuevo que está relacionado con la vida. Me apetece decir que van a reconciliarse con los niños que los dos albergan.


P: Y ello gracias a un tercer personaje del film, Zana, la asistenta social que encarna Julie Ferrier.

R: Zana atraviesa la vida de estos dos hombres como un cometa; se presiente que no va a quedarse. Salvando las distancias, me hace pensar en el visitante de TEOREMA (THEOREM, 1968), de Pasolini: ese hombre que pasa por la vida de determinado número de personas transformándolas profundamente. Con su estupenda salud, increíble humor, ternura, paciencia y gracia, Zana rompe la coraza que Hubert y Gaspard se han fabricado para protegerse. En el fondo, son como dos inválidos que ella expone a ellos mismos al hacerles redescubrir elementos esenciales de su personalidad. Actúa como un catalizador.


P: Zana es un personaje lleno de poesía. La escena en la que hace burbujas de jabón con su escoba en el comedor, cuando conoce a Gaspard, resulta inenarrable.

R: En ese preciso momento, Gaspard acaba de saber que le dejan en la cuneta. Con todo y haber una sensibilidad auténtica en su persona, ahora es un hombre que en cierto modo se ha aislado de la humanidad: ella se la insuflará nuevamente con una jeringuilla invisible. Zana es alguien que genera bocanadas de vida como él no ha respirado desde hace mucho. Julie Ferrier está formidable en este papel.


P: Por otro lado, padre e hijo se enamoran de ella al instante.

R: Porque ella les hace descubrir los pequeños placeres de la vida que ignoraban y que resultan ser la sal de la vida. Pero Zana acaba por irse; ha cumplido su misión. Tras su partida, Gaspard y Hubert están preparados para afrontar de ahora en adelante su nueva cotidianeidad.


P: Elle y su familia viven en condiciones bastante difíciles. Se tiene la sensación de que esa situación social contribuye a que los dos hombres abran los ojos.

R: Si. Se percibe que aquellos que deberían tener motivos para ser felices no lo son porque están liados en contradicciones que lo impiden. Mientras que del otro lado, Zana y los suyos desarrollan una extraordinaria creatividad que les permite disfrutar del mundo que ellos mismos se han creado.


P: Eso nos lleva a la posición de Gaspard, muy maltratado por los jóvenes lobos de la cadena de televisión en la que ha trabajado.

R: Para él, esos jóvenes que desembarcan a la cabeza de la empresa son lo mismo que ángeles de la muerte. Se trata de pasajes del film con los que me resulta sencillo identificarme: aunque soy un actor conocido y más bien estimado, sé que cierto día es perfectamente posible que se me notifique mi despido.


P: ¿Cómo ha construido el personaje de Gaspard?

R: Burlándome de mí mismo. Gaspard es un poco el arquetipo del hombre que somos todos. Se ha forjado una imagen más bien del estilo adulado: soy el más bello, el más fuerte… que oculta un barniz mucho más interesante. He trabajado la imagen y el barniz. El mayor placer de un actor deviene no obstante ser capaz de mirarse y reírse de uno mismo. Es, créame, el mejor de los medicamentos.


P: Usted evoca la enfermedad de su padre. ¿Se ha servido de ella?

R: Sobre todo, he pensado mucho en él. Mi padre es una persona muy importante en mi vida; fue un faro para mí. Y Jean-Pierre Marielle me lo ha recordado mucho. Es una especie de niño loco, muy creativo y con una humanidad desbordante. Me he abocado por completo a la relación que mantenía con él. Cuando se es actor, uno se pasa la vida interpretando pequeños trozos de uno mismo al servicio de otro. Siempre he sido un stanislavskiano curtido.


P: La escena de la ducha, cuando Gaspard lava a Hubert, resulta perturbadora. Se desprende una ternura extraordinaria.

R: Marielle y yo comprendíamos mucho esta escena, y dejamos a un lado todo pudor para rodarla. Literalmente, nos lanzamos al agua. Esta escena yo la veo casi como una relación amorosa. Todo está dicho en ella: Gaspard parece lavar a su padre. Pero en realidad es éste quien lava: Gaspard se deshace de todas las ideas preconcebidas que tenía, de ese barniz inútil. Por fin existe.


P: Los dos personajes tienen un humor en ocasiones bastante mordaz.

R: Tienen mucho espíritu. Eso les ayuda a atravesar las pruebas.


P: Usted ha rodado pocas comedias en el cine, cuando es evidente que destaca en ellas.

R: He participado en muchas para teatro. El cine tiene menos imaginación: la gente del oficio a menudo te tienen por lo que pareces ser, no aceptan que puedas ser distinto.


P: Recientemente, se le ha visto en dos películas, ADIEU BERTHE (2012), de Bruno Podalydès, y VOUS N’AVEZ ENCORE RIEN VU (2012), d’Alain Resnais. Actualmente, interpreta «Comme s’il en pleuvait», la pieza de Sébastien Thierry, puesta en escena por Bernard Murat en el teatro Edouard VII. No tiene nunca un receso.

R: El tiempo vuela, y como cada vez queda menos, en lugar de vivir una jornada normal, vivo tres en una sola. Eso me da la impresión de multiplicar mi vida por tres. Siempre me siento insaciable del mundo, trato de no perderme nada por el camino.


Entrevista con Jean-Pierre Marielle

P: Usted otorga de buen grado una oportunidad a los realizadores jóvenes. En 2010, a Jean-Teddy Philippe por LE MYSTÈRE; en 2012, a Olivier Van Malderghem por la muy bella RONDO, y al principio de 2013, a Stéphanie Murat por MAX. ¿Qué le interesa de ellos?

R: El encuentro, siempre el encuentro. Sabe, en este oficio la edad no dice gran cosa. Me ha ocurrido trabajar en películas de directores jóvenes que rodaban como los veteranos y trabajar con directores veteranos tremendamente creativos. El documento de identidad no cuenta.


P: EN LA FLOR DE LA VIDA narra el acercamiento entre un padre y un hijo. ¿Qué le seducía de esta historia?

R: Me parecía muy conmovedor ese reencuentro entre dos hombres que al principio de la película se sienten algo alejados. Yo mismo tengo un hijo mayor. En toda una vida, se percibe que siempre hay el momento en el que los hijos se van. Los padres pierden importancia hasta que, con la llegada de la vejez, acaba por producirse el reencuentro de nuevo. Es el momento de las constataciones, cuando se dice: «mira, quizá me he equivocado en ciertas cosas»; por supuesto, por ambas partes. Así que, claro, el tema me afectó personalmente.


P: Su personaje, Hubert, es un hombre irascible que maneja un humor muy mordaz; tanto más cuanto que el accidente del que ha sido víctima le deja en adelante en una situación de vulnerabilidad. Por ejemplo, dice: «¡A mi no me gusta relacionarme con la gente de mi edad!»

R: ¡Cómo le comprendo! ¡Siento lo mismo! Siempre me siento algo perdido en medio de gente de mi generación. Me place más estar con los jóvenes, y ello pese a que hay jóvenes que quizá no se enrollen del todo.


P: También hay en Hubert una verdadera desesperación. Esa escena en la que logra irse con la ayuda de un andador tras semanas de esfuerzos, en la que pronuncia esa reflexión terrible: «Me voy, ¡y qué! ¿Adónde me voy?»

R: No me sentía muy cómodo rodándola. Por lo que se refiere al resto, este personaje me ha costado. No era confortable encarnarle. Se necesitaba mucha delicadeza, verdad y humanidad para lograrlo. Y la cosa fue viniendo poco a poco. A menudo es así como suceden las cosas.


P: Dar vida a un anciano que pierde su autonomía ¿le disgustaba?

R: Ah no. De todos modos, ya no tengo la edad de encarnar a alguien joven. Incluso hay muchas cosas que me gustan de este anciano: es un hombre que no está completamente en la vida, no se resigna ni a su edad ni a su enfermedad, le gusta tomar decisiones. Y tiene sentido del humor. El sentido del humor ¡es indispensable! Me encanta su temperamento redomado, ese lado gamberro. Es un poco ambiguo, un poco molesto. Estos son siempre los papeles más interesantes a nivel interpretativo.


P: Usted reivindica el hecho de trabajar poco sus personajes. ¿Pecado de orgullo?

R: En absoluto. Es exactamente eso. Siempre he procurado hacer familiares las siluetas que se me han propuesto y que me interesan sin querer ir demasiado lejos… La relación con un personaje es un encuentro extraño, ya sabe: uno cree delimitarlo, se dice cosas sobre él, busca un montón de explicaciones y, en ocasiones, se equivoca. No es necesario pelearse con él, sino más bien dejarlo venir.


P: Pero en un plató, se sabe que usted no se priva jamás de improvisar.

R: ¡Claro! Es preciso crear la sorpresa. Sin ella, nos convertiríamos en máquinas. No somos loros.


P: Siempre hay una frescura extraordinaria en su interpretación. Un lado un tanto travieso.

R: ¡Nunca me he separado realmente del chaval pícaro que alborotaba la clase! Se trata de mi naturaleza más profunda. Todavía oigo a mis profesores: «¡Compórtese, Marielle! ¡No dice más que tonterías!»


P: En la película, se encuentra con Pierre Arditi, que usted conoce bien.

R: Él y Julie Ferrier aportan una auténtica ternura a los personajes. Es muy importante para el encanto que tiene el film.


P: Usted tiene con Arditi una escena muy impactante en la ducha.

R: Una escena muy fuerte, es verdad. Forma parte de los momentos extraños que tiene nuestro oficio: a menudo, hay que recurrir a cosas tremendamente personales y ello en ocasiones resulta difícil de vivir; tanto que llego a preguntarme qué es lo que estoy haciendo en el plató. De todos modos, se trata de un oficio muy extraño. Después de tanto camino recorrido, no siempre he logrado acostumbrarme.


P: Se percibe algo muy humilde en este padre e hijo que se reencuentran. Ambos se hallan desarmados. Uno ha perdido su trabajo, el otro su autonomía. Y sin embargo, se siente que por fin ambos llegan a lo esencial.

R: Se deshacen de lo superfluo. Me parecen muy conmovedores.


P: Háblenos del personaje de Zana, la asistenta social que encarna Julie Ferrier.

R: Me parece que da a mi personaje una profundidad que no alcanzaría sin ella. Ella permite ensanchar el tema. Me gustaba la idea de que mi personaje no le sea indiferente, que no se interese exclusivamente por el hijo. Al contrario, ejerce como vínculo de unión entre los dos. Y me gustaba la idea de enamorarme. Julie Ferrier es una actriz muy generosa. Ha aportado mucho a la película.


P: ¿Qué tipo de director es Nick Quinn en el plató?

R: Instala un clima de confianza muy agradable. Hace pocas repeticiones, pocas tomas, es muy amistoso.


P: ¿Y usted? ¿Qué tipo de actor es usted?

R: Cuando llego a un plató, siempre me veo a mí mismo como un debutante. Escucho, me cocino lo mío aparte… Por supuesto que si se intenta imponerme cosas que no siento, ¡me resisto!


P: ¿Y qué pasa entonces?

R: Me encierro. Me siento desarmado, lo dejo estar, me aburro.


P: Actualmente, ¿qué le gustaría interpretar?

R: Lo que algunos tengan la valentía de proponerme. Jamás me he peleado por un papel. En los años 60, ni siquiera iba a ciertas audiciones cinematográficas. En aquella época, actuaba en el teatro con mi compañero Rochefort y Delphine Seyrig. Esto me bastaba por completo, no necesitaba nada más…


P: ¿Le invade la nostalgia de aquella época?

R: Ya no existe. El tiempo ha pasado. El cine ha cambiado, y nosotros también, más o menos.