Una ciudad ni grande ni pequeña. Una estación. Al final del día. Un tren se para: baja un hombre. Un tipo solo, que llega a la ciudad por primera vez. Se llama Milan, un hombretón con aire de desencanto y una bolsa de viaje al hombro, tan desgastada como su propietario.
Una farmacia a punto de cerrar. Entra buscando aspirinas efervescentes y encuentra a Manesquier, profesor de lengua jubilado,
mayor que él. La cruz verde de neón se apaga. Los dos hombres se encuentran en la calle ya desierta, caminando en la misma
dirección. Aunque no pueden ser más opuestos o, al menos, más distintos, parece que simpatizan, muy poco a poco, y por una simple razón: curiosamente, a cada uno le hubiera gustado llevar la vida del otro.
El profesor soñaba con ser un aventurero, el aventurero podía imaginarse como un hombre casero. Dentro de tres días, Milan tiene que atracar el banco local. Por eso está aquí. Dentro de tres días, Manesquier tiene que someterse a un triple by-pass.
Por eso tiene miedo.
Tres días para conocerse. Tres días para creerse ilusioramente que habría sido posible llevar otra vida. Tres días antes del triple salto mortal. Pero, y si todo sale mal...