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La calle de la amargura cartel reducidoLa calle de la amarguraDirigida por Arturo Ripstein
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Es la madrugada y dos putas de edad provecta vuelven a sus cuchitriles. No están cansadas de trabajar. Están cansadas de no hacerlo. Una, en su casa, tiene problemas con su hija adolescente y con su marido transvertido. La otra con su soledad. Pero para esa noche, tienen compromiso para celebrar la victoria en el ring de dos luchadores enanos. En el hotel de paso y para despojar a los hombres minúsculos de las ganancias, los narcotizan con gotas oftálmicas. Pero la dosis resulta letal. Los asesinan sin querer. Asustadas y confusas, cometen todos los errores posibles. Las aprehenden.


Argumento de un guión de Paz Alicia Garciadiego (Spoiler)
En una mañana de un día cualquiera una pareja de luchadores enmascarados, La Akita y la Muerte Chiquita salen de sus casas. Son luchadores sombra, remedos, copia calca diminuta de sus versiones tamaño natural, La Muerte y Aka 47. Son serios, formales, entrenadores; su madre diría que buenos chicos y maridos perfectibles apuntarían sus mujeres, jóvenes y apetitosas.

Andan invariablemente enmascarados. No se han quitado la máscara jamás, ni enfrente de sus mujeres, ni en frente de su madre que los vio nacer y que además los regentea. Serán cosas de la identidad, porque el par de luchadores además de ser de estatura disminuida, por decirlo de una manera elegante, son gemelos idénticos.

Esa noche tienen pelea y por ello se irán de farra. Noche de alcohol y mujeres. Lo saben y lo planean de antemano, lo sabe incluso su madre que controla a sus hijos controlándoles la cartera.

Las elegidas de esa noche son dos putas de edad provecta. O al menos bastante entradas en años. Probablemente su preferencia por las putas añosas tenga que ver con su estrecha relación con la madre dominante, para darnos una explicación psicoanalítica, o tal vez -y más probablemente- a la creencia popular de que mientras más viejas las putas más tibias y comprensivas. Buena onda, pues.

De camino al Gimnasio pactan para esa noche con Dora, una puta que aún anda en la actividad y a quien su vida familiar la agobia. Su hija adolescente se lleva mal con su nuevo marido . Los constantes enfrentamientos entre ambos la crispan: Por un lado la criatura de sus ojos, no deja de gastar y exigirle a Dora dinero que su mermada clientela ya no puede proporcionarle y por otro lado su marido la elude física y emocionalmente. Max siente rechazo hasta de mirarla y Dora se da cuenta y lo padece, porque Dora adolece de esa femenina tendencia de necesitar a un hombre.

Necesitarlo para mantenerlo, para soportarlo, para plancharle las camisas y hacerle la comida, necesitarlo para reprocharle las penurias de su vida.

Dora necesita a Max para tener un macho. Milenaria necesidad de las hembras, pero Max necesita a jovencitos... A pesar de su pasado heterosexual, crecientemente encuentra consuelo en jovencitos firmes y correosos . Particularmente lo encandila en usar la ropa de su mujer.

Esa mañana Dora lo descubre. Se arma un Sanquintín. Dora no le perdona que use su ropa de trabajo. Es doble, triple humillación. Peor a que tenga a un adolescente imberbe entre las piernas.

Por otro lado Adela, vieja compañera del oficio de Dora y conocida de andanzas ha sido jubilada de la prostitución. Ahora ejerce a hurtadillas, cobrando centavos y sin protección alguna.

No tiene esquina, ni compañeras de trabajo. Nada ni nadie. Sólo cuenta con una anciana con la que mendiga por las calles. La ochentona moribunda es su instrumento para generar la compasión. Pero la vieja ya está en las últimas y dentro de poco pasará a la condición de cadáver.

Pero es además y por sobre todo, la muda e inerme compañía de Adela.

Las dos putas se encuentran en la calle casualmente y Dora recluta a su vieja compinche para la noche de hoy con los luchadorcitos enmascaraditos.

Esa tarde, luego de rememorar viejos tiempos, Dora le propone a Adela que saquen partido a su noche y que, como antaño, no sólo provean el servicio sexual a los musculosos liliputienses, sino que además les roben la cartera, haciendo uso de unas gotas oftalmológicas que hacen caer a la clientela en profundo sopor.

Han usado el sistema muchas veces en otros tiempos, pero siempre bajo la supervisión de un padrote, ahora irán por la libre. Ganancias totales.

Dora necesita el dinero desesperadamente. Adela necesita sentirse parte de algo, pertenecer… Aunque sea a este plan tan mal planeado.

Por lo que esa noche ya listas y vestiditas de putas almidonadas, van a una farmacia a comprar las gotas. Casi están a punto de no comprarlas, ya que el encarecimiento de las medicinas y de ese colirio en particular las escandaliza. Finalmente vence la razón y se llevan las gotas. Imprudencia, las mujeres, sus quejas y sus cuentas despertaron la curiosidad de la joven empleada.

Porque esa noche, luego de la pelea, cuando se reúnen en el hotel de paso con los gemelos, las cosas salen mal. Seguido del sexo furioso -más o menos- y de drogarlos, las mujeres con las carteras se escabullen en la noche…

Pero Adela tiene una corazonada. Dormidos los dos luchadores, tan pequeñitos, tan proporcionados, tan parecidos a dos niños compartiendo la cama del motel, han despertado sus instintos maternos. La flaca regresa al hotelucho de mala muerte en el barrio de la Merced.

Su corazonada se cumple: La policia ha llegado. Los gemelitos están muertos.

Adela corre a darle aviso a Dora. No sólo la policia lo sabe. Se ha armado un escándalo mayúsculo, que el par de putas no acierta a comprender. No es el primer par de clientes que muere bajo las substancias que le dan las hoy puntillosamente llamadas sexo servidoras… Ni serán los últimos…

Pero contra toda lógica, el escandalo crece.

Probablemente el hecho de que sean luchadores de un regular renombre ayude a la batahola y al estrépito. El que fueran de los llamados luchadores sombras o réplicas de los tamaño normal también favorezca a exacerbar el furor; o tal vez y sobre todo el que fueran gemelos lo que aunado al llanto de la madre, doloroso y airado al mismo tiempo, despiertan en el Respetable pensamientos supersticiosos y compasivos.

Una que sufre por su muerte es la jovencilla que atiende la farmacia en la que las mujeres compraron las gotas. Esas putas, quejosas y viejas no corresponden a los luchadores diminutos, jovencillos, bien casados, con hijos y esposas normales y una madre con el corazón hecho trizas que aparecen en la tele. Viejas abusivas, se dice la muchachilla, y contra todo pronóstico, denuncia a las zarampagüilas.

La policia no tarda en ir por ellas.

Dora lo intuye y escapa. Busca a Adela.

Ninguna de las dos tiene antecedentes policiacos, si se sumen en la ciudad y se van a provincia, por más que tengan la filmación de ambas en el motel, jamás podrán encontrarlas.

Dora quiere cortar bártulos con los suyos: la hija avariciosa y el marido travesti. Probablemente por sobre todo, desee protegerlos. Su huida les garantiza que la policia, luego de un rato, los dejará en paz.

Le propone a Adela irse a lo más olvidado y recóndito, perderse y volverse familia la una de la otra… Y la flaca acepta. Ella que pregona a cuatro vientos que es libre de ataduras y cargas familiares, en el fondo añora y siempre ha añorado tener una familia.

Acepta, pero antes de huir decide regresar a darle las gotas oftálmicas a su viejita ,la mendiga, por años de años su única familia y compañía. Tiene que ayudarla a bien morir, cuidada y no abandonada a la buena de Dios… los caminos de la eutanasia desembocan siempre en el mismo lado.

Los minutos que pierde Adela en despedirse de la anciana son cruciales. En el zaguán de la vetusta vecindad del centro de la ciudad la policía las espera.

Mientras la madre de los luchadores pena a sus hijos muertos, las dos putas añosas son encarceladas. Su único deseo es estar en la misma cárcel, verse a veces. Ahora son familia. Lazos de sangre se suele decir…

El escarnio de la sociedad es total. La gente no se indigna porque hayan asesinado a los luchadores miniatura, sino porque ellos siendo exitosos hayan terminado con dos güilas viejas, muy muy viejas