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Las estaciones cartel reducidoLas estaciones(Les saisons)
Dirigida por Jacques Perrin, Jacques Cluzaud
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Jacques Perrin
Donde estamos ahora, ya sea París, Londres, o Berlín, solía estar cubierto de inmensos bosques que llegaban hasta donde alcanza la vista. El sotobosque resonaba con los cascos de los bisontes, los uros, los caballos y ciervos, con sus bramidos y sus estampidas. Toda Europa vivía la edad de oro de los bosques, un periodo durante el cual los árboles podían morir de viejos, podían morir de pie.

Esos árboles que, en el transcurso de miles de años, se transformaron en un suelo rico y fértil, esos bosques de otra época que hacen que nuestras cosechas sean tan abundantes hoy en día. Sin bosques no tendríamos tierra, ni agua potable y no habría vida. La humanidad creció con los bosques durante un periodo de 10.000 años. Nos alimentaron, nos calentaron y nos protegieron. Y lo que es todavía mejor, alimentaron nuestros sueños, nuestros cuentos de hadas y nuestras leyendas. Son nuestro parque de recreo en la infancia y el último espacio libre en nuestro mundo urbanizado. Los seres humanos necesitan árboles. Pero hoy, son los árboles los que nos necesitan a nosotros, los seres humanos. Vivimos una época caótica pero no por ello menos fascinante. La civilización rural ha desaparecido en una generación. La agricultura se ha convertido en una industria y el campo se ha vaciado casi completamente de sus gentes, sus flores, sus mariposas y sus golondrinas. Nos felicitamos por la continua expansión de los bosques, tanto franceses como europeos, que han duplicado su superficie desde Napoleón, y al mismo tiempo, estamos destruyendo nuestros bosques tropicales y ecuatoriales. Vemos el bosque como una de las mejores armas para luchar contra el calentamiento global, pero sabemos también que la mayoría de los árboles del planeta, si es que no se están talando, están sufriendo una embolia a medida que el clima es más caluroso y sobre todo más seco. Dentro de poco, estos gigantes frágiles ya no podrán ayudar a contrarrestar la crisis a la que se enfrenta nuestro clima.

Tenemos que aceptar que estas especies silvestres no se rigen por nuestras reglas y nuestros cálculos, y no responden a nuestras exigencias de rentabilidad ni a nuestros criterios estéticos.

La raza humana no sólo necesita lo que produce el bosque, también necesita la imprevisibilidad de la Naturaleza.

Necesita sueños, aventuras y sorpresas. Nuestra sed de perfección es insaciable. Necesita un parque de aventuras que se corresponda con su inmensidad.

Antes de cualquier negociación, la Confederación de Nativos Americanos Iroqueses elegía a uno de sus miembros para hablar en nombre del lobo, una figura emblemática de su civilización. ¿Quién habla hoy en día en nombre de los árboles y las mariposas, los sapos y los lobos, los elefantes y las ballenas, en nombre de todas esas criaturas, grandes y pequeñas?.

El biólogo canadiense David Suzuki, un especialista en bosques, escribió: “Para entender a los árboles, debes entender el bosque”. Y terminaba pidiendo una nueva declaración universal, no una declaración de independencia como tantas otras, sino una declaración de interdependencia de todas las criaturas vivas.


Jacques Cluzaud
Trabajar con Jacques Perrin en una nueva película significa asumir nuevos retos. Está claro que volar con los pájaros por encima de la Tierra, o nadar con criaturas marinas por los mares es un reto, un reto espectacular.

Pero, ¿cómo podemos ver con nuevos ojos a esos animales tan familiares y tan filmados como lo son los de nuestros bosques, los erizos, los zorros, los ciervos o los jabalíes? ¿Cómo podemos volver a descubrir a esas criaturas familiares? ¿Cómo darnos cuenta que esos animales son tan extraordinarios como los que surcan los cielos o nadan en los mares? Y ese no es el mayor reto.

No sólo tenemos que acercarnos a los habitantes del bosque y ser testigos de sus momentos más íntimos y de sus frenéticas persecuciones, también tenemos que acompañarlos en un viaje a través del tiempo y de la historia. Debemos recorrer con los animales salvajes los 12.000 años que nos separan de la última Edad de Hielo. Tenemos que revisitar la historia desde el punto de vista de los animales y hacer una película que cambie la forma de ver nuestra propia historia. Estos son los retos que entraña esta nueva película titulada LAS ESTACIONES. La película comienza cuando la fisonomía del continente europeo se vio alterada por un período de calentamiento repentino.

El mundo congelado dio paso a un enorme bosque que cubrió Europa. Este enorme territorio verde fue el telón de fondo de una edad de oro para las especies animales, y para un puñado de cazadores-recolectores, anunciando miles de años de convivencia pacífica entre los que veneraban a los árboles y el mundo de la Naturaleza.

A continuación se talaron los árboles, se cortaron con hachas de piedra, y empezó la historia de la humanidad. ¿Qué pasaría si tuviéramos que ver con ojos nuevos la compleja y tumultuosa relación que mantenemos con la naturaleza? ¿Podemos acercarnos lo bastante a la vida silvestre para sentir el yugo que la raza humana ha colocado alrededor de su cuello?.

No nos reconocemos en las palabras que nos hablan de esos milenios de convivencia, sino en la emoción que debe transmitir una película sobre naturaleza sin necesidad de recurrir a la voz. Para nosotros, acercarse a un animal no trata sólo de observarlo, y menos aún de aprender sobre él; se trata de capturar una actitud, una mirada que, en una enorme diversidad de situaciones, despertará un sentimiento creativo dentro de nosotros, no sólo de compasión, sino sobre todo de empatía con esas criaturas salvajes.


Una breve historia de Europa (Stephane Durand)
urante millones de años, Europa se ha visto sumida con regularidad en periodos de frío, similares al clima que se experimenta hoy en día en Groenlandia.

Y fue durante la última Edad de Hielo que el Homo Sapiens llegó al continente, hace unos 40.000 años. Descubrieron tundras que acogían a gigantescas manadas de renos, bueyes almizcleros, mamuts, rinocerontes lanudos, antílopes saiga, y alces irlandeses. Peleaban por sus presas con lobos y leones, y a la hora de buscar refugio, competían con osos y hienas por las cuevas, además de dibujar imágenes impactantes en sus paredes. Esa fue la larga era paleolítica. Después, hace unos 12.000 años, una pequeña oscilación en el eje de rotación de la Tierra provocó un repentino calentamiento. Los glaciares se derritieron y los grandes rebaños huyeron a Siberia, y el nivel del mar aumentó en 120 metros.

En oleadas, llegaron a Europa diferentes especies de árboles. Los seres humanos vieron como los árboles invadían sus tierras de caza, y los árboles se volvieron sagrados, alabando el vínculo entre la tierra y el cielo a través de sus troncos. Los seres humanos se convirtieron en cazadores solitarios, apuntando con sus arcos y flechas a los bisontes, uros, caballos, ciervos y jabalíes que pasaban. Después, hace 6.000 años, la vida nómada del cazadorrecolector desapareció cuando se domesticaron plantas y animales. Ese fue el inicio de la era neolítica.

Los seres humanos se convirtieron en agricultores, gente sedentaria que trabajaba y desbrozaba la tierra, construía asentamientos, aprovechaba y desviaba cursos de agua y desecaba pantanos. Modificaron la evolución del mundo natural, pero los progresos fueron lentos y abarcaron miles de años.

Muchas especies se beneficiaron de los nuevos entornos creados por los seres humanos, incluyendo el hogar. Le gente fue creando por todo el continente un mosaico de pequeñas poblaciones que ayudaron a fomentar la biodiversidad en espacios abiertos. Pero poco a poco, la humanidad dio la espalda a la Naturaleza y se encerró en ciudades cada vez más grandes y cada vez más pobladas.

En los dos últimos siglos, nuestro consumo masivo de combustibles fósiles ha dejado su huella en la tierra, y ésta es cada día más profunda. Ahora la humanidad está saturando el espacio y es la Naturaleza la que se encuentra aislada. El equilibrio se ha visto interrumpido y el mundo está cambiando. Los seres humanos se han convertido en una fuerza geológica. Las modificaciones que hemos impuesto han sucedido tan deprisa que muy pocas especies pueden seguir nuestro ritmo. De repente, los animales que hemos amado durante siglos están amenazados: pájaros, ranas, caracoles, insectos... lo que fue abundante ahora es escaso. Nuestras primaveras han quedado en silencio porque los gorriones y las golondrinas desaparecen de nuestras ciudades sin que nos demos cuenta.

Pero en nuestra huida a las megalópolis, hemos dejado atrás enormes territorios que habíamos poblado hasta hace muy poco. Vuelven a estar cubiertos de vegetación, regresan los árboles y también los grandes animales, lobos y buitres, especies que habíamos dejado atrás y que se vuelven a apropiar del espacio despoblado. ¿Está regresando paulatinamente la naturaleza salvaje?.


Bruno Coulais (compositor de la banda sonora)
Para la música de LAS ESTACIONES, quería situar la película dentro de una historia de naturaleza.

Pensaba constantemente en equilibrar la densidad musical con la densidad de la imagen. De esa forma la música se percibe a menudo en la distancia, como las canciones en medio de los sonidos del bosque. Impregna la banda sonora de cierta melancolía porque no comenta la situación. También marca el tiempo y el cambio inmutable de las estaciones con campanas, marimbas, vibráfonos, cajas de música y un tenue rasgueo de arpas y cuerdas. Hice que los arreglos de orquestación encajaran con la espacialización, con ecos de instrumentos de viento, percusión y cuerdas.

Bruno Coulais es un compositor francés nacido en París el 13 de enero de 1954. De formación clásica, comenzó su carrera como compositor de música contemporánea de concierto antes de labrarse una reputación como compositor de música para el cine. Su carrera se desarrolló a través de sus diversas composiciones y, en particular, de sus colaboraciones con el director François Reichenbach, que en 1977 le encargó componer la música del documental MÉXICO MÁGICO.

Escribió su primera banda sonora para el cine en 1986, QUI TROP EMBRASSE, de Jacques Davila.

MICROCOSMOS marcó el comienzo de una larga y estrecha colaboración con Jacques Perrin y Bruno Coulais, con películas tan diversas como HIMALAYA, NÓMADAS DEL VIENTO, LOS CHICOS DEL CORO y OCÉANOS.


Buscando imágenes fabulosas
amuts deambulando por París; ballenas, delfines y focas nadando por el Sena; uros bramando en los bosques de Borgoña; esturiones bloqueando el Ródano; cabras montesas bailando en los arroyos cerca de Marsella; lluvias repentinas que refrescan las noches de verano... Hemos recopilado miles de esas historias indagando en libros y centros de investigación, reuniéndonos con científicos y buscando más puntos de vista. Somos buscadores que quieren encontrar imágenes fabulosas.

Para hacer un recuento de 20.000 años de historia de la fauna salvaje de Europa, nos tomamos tiempo para detenernos en el enorme universo de las ciencias, tiempo para pensar, para soñar, y para engañarnos a nosotros mismos. ¿Acaso es posible hacer una película sobre un tema que uno no domina completamente? Hay que estar muy loco para lanzarse a una aventura de esta índole. Cada película es un juego de azar, y el entusiasmo nuestro único guía. Y LAS ESTACIONES entraña un doble riesgo porque hemos añadido una dimensión temporal a la espacial. Hay que atreverse a perderse para encontrarse a sí mismo. Durante el mayor tiempo posible, nuestro guión siguió abierto a lo imprevisto, a la duda y a la sorpresa. Hubo total libertad en su escritura.

Todo es posible sobre el papel. Y mantuvimos esa libertad hasta el montaje, lo que complicó sobremanera el trabajo de todos los que se ocupaban del calendario, la gestión del presupuesto, las localizaciones y el trabajo con los animales. Escenas enteras podían desaparecer de la noche a la mañana, lo que reducía todos sus esfuerzos a la nada. En particular, pasamos mucho tiempo en las localizaciones, con los animales salvajes, tratando de capturar ese momento mágico. La Naturaleza es un plató en el que no puedes controlar la iluminación. Hay que esperar, armarte de paciencia y fundirte con el paisaje.

No saber a dónde vas es la única manera de preservar intacta la curiosidad que nos ha impulsado desde el inicio, el deseo de obtener un plano más cercano. Se trata de entender a criaturas que a veces están muy cerca y que también se expresan, sienten, se estremecen de deseo o de miedo, y compartir nuestro territorio y nuestra historia. Algo sucede a nuestro alrededor que hace que valga la pena preocuparse un poco, detenerse... experimentar esos momentos siempre es enriquecedor. Para conseguir transmitir esa emoción tenemos que abandonar nuestra posición de observadores distantes y mirar sin prejuicios para participar en un momento de la vida en estado puro, sumergirse en el núcleo de la acción, entre esas criaturas a las que estamos «observando», y vivir el mundo en el que están de la misma manera que lo hacen ellas.


Asimilación
La asimilación es una técnica que nos permite obtener la proximidad que necesitamos para transmitir las emociones que estamos buscando. Nos permite recuperar una familiaridad que se ha perdido después de siglos de caza intensiva. Los animales salvajes han desarrollado un reflejo para huir de los seres humanos que es mucho más poderoso que el reflejo de huir de sus depredadores «naturales».

Hay que entender que este comportamiento de supervivencia no es natural. De hecho es anormal teniendo en cuenta los milenios durante los cuales seres humanos y animales salvajes vivieron en una proximidad muy estrecha. Eso es algo que hoy en día sólo se puede encontrar bajo el agua o en lugares muy remotos, como por ejemplo las regiones polares o los grandes parques nacionales, donde rodamos secuencias para OCÉANOS y NÓMADAS DEL VIENTO. La asimilación permite al animal vivir sin miedo, dedicarse a sus actividades sin restricciones, y hacer caso omiso de los realizadores que están tan cerca, y cuya tarea consiste en capturar las imágenes de sus mejores momentos. El animal joven nace con el miedo en el vientre, pero también con una necesidad vital de contacto y calor corporal. El reto del asimilador es neutralizar ese miedo atávico lo más rápidamente posible adoptando al animal nada más nacer. De esa forma, el asimilador desempeña el papel de madre sustituta. Él o ella se aseguran de que su presencia se asocia con momentos de placer, como la succión, el sueño, o el juego. A diferencia de adiestrar a un animal, la asimilación crea una relación casi simbiótica de confianza. Los asimiladores suelen decir que se necesita tener un exceso de amor maternal para hacer el trabajo, que además requiere muchas otras habilidades. Y también disponibilidad completa, porque a los animales no les importan nada las vacaciones o los fines de semana libres...