Sección Oficial - Festival de Valladolid 2015.
Entrevista con Robert Guédiguian
P: La película se centra en el genocidio armenio y sus consecuencias. Explora temas directamente relacionados con su origen y su historia personal. Sin embargo, llega bastante tarde en su filmografía, ¿por qué?
R: Por dos razones. La primera es que, durante mucho tiempo, mis preocupaciones eran lo que suele llamarse "internacionalistas". Como comunista e internacionalista, las cuestiones de identidad eran totalmente secundarias. Importantes, sí, pero secundarias. La segunda, y tiene que ver con la primera, es que el tema de la identidad se ha vuelto muy importante desde los años noventa, quizá el tema más importante, hasta convertirse en el núcleo de numerosos debates políticos en Francia. En consecuencia, aunque el tema no preocupaba en absoluto a la izquierda, de pronto fue de gran importancia encararlo sin dilaciones. Y eso mismo he hecho, empezando con mi propia identidad.
Me sentí obligado, pero obligado en el sentido que da el francés a la expresión "Je suis votre obligé" (Estoy a su disposición). En cierto modo, estoy a la disposición de todos los armenios del mundo, me debo a ellos, ya que me apellido Guédiguian y, me guste o no, soy el embajador de su causa. Con esta película, cumplo con mi responsabilidad.
Si fuese palestino o kurdo, hablaría del problema palestino o kurdo. Pero soy de ascendencia armenia y presento el problema armenio.
P: ¿Por qué se habla tan poco de estos acontecimientos y por qué se llega incluso a negarlos?
R: En parte se puede explicar porque se trata del primer genocidio. No debemos olvidar que la palabra "genocidio" no existía cuando ocurrió. Se hablaba de exterminio antes de que apareciera la noción de "crímenes contra la humanidad" al final de la Primera Guerra Mundial.
El término "genocidio" fue creado por Raphael Lemkin inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial. Siendo aún un joven abogado en prácticas, estuvo presente durante el juicio a Soghomon Tehlirian, el hombre que en 1921 asesinó Talat Pashá en Berlín. Pasha fue uno de los responsables del genocidio y se habla de él en la película. Al igual que muchos otros de su generación, como Jaurès o Gramsci, el abogado Lemkin reflexionó detenidamente acerca de lo ocurrido.
Ahora bien, todos los genocidios, y este no es una excepción, comparten las mismas características: hace falta deportar a muchas personas; por lo tanto, hay que reunirlas, exiliarlas, llevarlas a campos de concentración y deben encontrarse formas de matarlas...
Pero cada genocidio tiene rasgos propios. En el caso del genocidio armenio, es la negación de dicho genocidio. La negación por parte de un Estado, Turquía, que hace uso de todas las armas a su disposición, económicas, mediáticas, diplomáticas, comerciales y legales. El país ha invertido una enorme cantidad de dinero en los últimos cien años con el fin de negar deliberadamente el genocidio de forma organizada y perfectamente orquestada.
P: Ha escogido explorar el tema a través de la ficción. ¿Un documental no habría sido más adecuado?
R: Ya se ha realizado un buen número de documentales en francés, y sobre todo en alemán, ya que gran parte de los documentos están en Alemania, que fue un aliado del Imperio Otomano. Algunos de estos trabajos están muy bien hechos y muy bien documentados.
Decidí usar la ficción porque, a pesar de haber producido varios documentales, nunca he dirigido ninguno. No es un formato con el que me siento cómodo. Pero lo más importante es que la ficción permite universalizar las ideas y su impacto. El efecto de una buena ficción es un millón de veces más fuerte. Desde luego, el documental es más preciso histórica y teóricamente. Una película de ficción no puede tomarse la libertad de serlo tanto porque debe ser concreta. Pero la mayor cualidad de la ficción es la personalización: se pueden crear personajes que el espectador jamás olvidará.
P: ¿Cómo se habla de genocidio en el cine? ¿Cómo enfocó la escritura del guión y qué le empujó a escoger ciertas cosas y a descartar otras en el relato?
R: Durante mucho tiempo, desde Le voyage en Arménie (Viaje a Armenia), que rodé hace casi diez años, me dije que el centenario se aproximaba y que debía hacer una película en torno a ese momento histórico. Pero no conseguía ver cómo hacerla. Contar la historia del genocidio no me interesaba mucho. Quería contar cien años de historia, es decir, hablar del genocidio y del efecto que ha tenido en varias generaciones. Quería contar la historia de la memoria de este genocidio y, más aún, la historia de la memoria de esta historia. Y todo a través de personajes.
Entonces, un buen día conocí a José Gurriarán. Fue durante una feria del libro. Le vi cruzando el escenario con dos bastones y un calzado especial, muy pesado. Presentaba un libro, La bomba, que cuenta una historia alucinante, la suya. Es la historia de un joven periodista que en 1981 fue víctima en Madrid de un atentado perpetrado por el Ejército Secreto Armenio para la Liberación de Armenia, el ASALA. Sobrevivió, pero quedó medio paralítico. Él no sabía nada del tema armenio y para superar su situación, intentó entenderlo. Empezó a documentarse acerca del genocidio y de su negación. Leyó, investigó, se hizo con documentos. Al final del proceso, estaba convencido de que la causa armenia era justa y decidió conocer a los hombres que habían puesto la bomba. Después de muchos intentos fallidos - todos temían ser manipulados por los servicios secretos turcos o la Interpol -, recibió una llamada citándole en Beirut tal día a tal hora. Acudió acompañado por un fotógrafo y pasó el día hablando con dos representantes de alto rango del ASALA, que acabaron por llevarle al valle de la Becá, donde conoció a los responsables del atentado.
P: La experiencia fue decisiva, cambió su vida.
R: Así es. José Gurriarán ha escrito dos libros sobre el tema, La bomba y, más tarde, Armenios; El genocidio olvidado, el único libro publicado en España en torno al genocidio. Hoy día encabeza el movimiento para que España reconozca el genocidio armenio, ya que el gobierno sigue ignorándolo. Cada mes de abril dedica gran parte de su tiempo a dar conferencias al respecto. Por cierto, el principal fundador del ASALA acaba de escribir el prólogo a la segunda edición. Es una historia maravillosa. Y no se trata de un caso de síndrome de Estocolmo, sino de alguien que quiso entender antes de juzgar. Su historia fue clave para mi película, me ofreció el resquicio por donde meterme para ver cien años de historia. En cierto modo, me ofreció el punto de vista de un espectador, de alguien que, en principio, no sabe nada de la situación.
P: Sin embargo, la experiencia vivida por José Gurriarán no es más que el punto de partida. Para contar la historia del genocidio y sus consecuencias, la película también trata de la familia, de la diáspora, de una cultura desarraigada en el transcurso de un siglo.
R: Sí. Una vez que tuve el punto de partida, pensé que no era bastante. Necesitaba una idea que me ofreciera una dimensión más trágica, más universal que una simple crónica. Tuve la idea de una madre que empuja a su hijo a tomar las armas. Es una madre muy armenia, pero cuando ve el resultado del atentado de su hijo y la injustica cometida hacia un inocente, hace todo lo posible para ayudar a la víctima y para salvar a su hijo, hasta el punto de hacerle ver las consecuencias directamente y, por lo tanto, conocer a su víctima. Consigue que los dos se encuentren, pero por un acontecimiento trágico, la víctima se convierte en una especie de nuevo hijo. Cuando se me ocurrió eso, solo me quedó ponerme a escribir.
P: Pero habría sido imposible no incluir ciertos hechos del genocidio. En vez de hacer que uno de los personajes hable de eso o de recurrir a imágenes de archivo, decidió usar un prólogo muy original.
R: No puede filmarse un genocidio. No veo cómo rodar destripamientos, decapitaciones, gente quemada viva, sin que se convierta en un espectáculo. A menos, claro está, que se acepte la paradoja de rodar todo esto de tal forma que nadie pueda soportar verlo, como hizo Pasolini en Saló o los 120 días de Sodoma. Para hablar del genocidio desde un punto de vista histórico, recurrí a un prólogo bastante largo. La palabra me pareció una buena forma de contar los acontecimientos. Decidí empezar la película con el emblemático juicio a Soghomon Tehlirian, el asesino de Talat Pashá, celebrado en Berlín, que acabó absuelto a pesar de haber confesado la autoría del crimen. En contra de toda posibilidad, creo que el jurado reconoció maravillosamente el genocidio al contestar negativamente a la siguiente pregunta del juez: "¿Es Soghomon Tehlirian culpable de asesinar a Talat Pashá?"
En el sentido más estricto de la palabra, el jurado miente. La respuesta debía ser afirmativa, ya que Thelirian había reconocido que fue un asesinato premeditado. Además, dijo que había sentido "cómo la felicidad invadía su corazón". Pienso que el jurado quiso decir que era culpable, pero que no era el responsable de la muerte de Talat Pashá; este era responsable de su propia muerte. A pesar de la súplica del juez, el jurado no cambió de opinión.
Escogí este prólogo como punto de partida del genocidio. También me permitía examinar la cuestión de la venganza.
P: Exacto. El atentado que describe, un acto clave en la película, es en realidad la continuación del asesinato de Talat Pashá. Digo esto porque en los ochenta, el ASALA ya no atacaba a los responsables del genocidio, lógicamente, pero sí se metía con los que seguían negándolo. Su objetivo, según lo que ellos decían, era despertar la memoria de los países de Occidente. ¿Cree que han servido a la causa armenia a pesar de las víctimas que han dejado atrás?
R: No me cabe la menor duda. Hoy en día no queda más remedio que aceptar, pensemos lo que pensemos de dichos atentados y de su legitimidad, que no habríamos llegado hasta aquí sin ellos. Han despertado, dinamizado y reunido a los armenios en todo el mundo que, como pensaban los jóvenes que estuvieron en el origen de esos atentados, se habían adormecido y se conformaban con las conmemoraciones habituales. De hecho, es lo que le reprocha el hijo al padre en la película: "Hablamos un poco en armenio, comemos pasturma, el 24 de abril vamos a iglesia y punto". Ningún armenio estaba a favor de los atentados, pero tampoco estaban en contra. Era un poco "no estamos de acuerdo, pero..." Una actitud algo esquizofrénica.
P: Tanto en su película Le voyage en Arménie, que ya abordaba el tema, como en esta última, parece que hay un salto en la memoria. La joven generación actual está más preocupada por reapropiarse de la historia de Armenia que las anteriores, ¿es así?
R: Ocurre con los armenios, pero me parece una regla general en cualquier inmigración. Los primeros en llegar solo se preocupan por sobrevivir. Hay que encontrar trabajo, aprender el idioma, tener hijos y hacerlo todo para que esos niños se integren. Algunos inmigrantes de la primera generación dejan de hablar su idioma, de decir de dónde vienen. Pero la segunda generación se siente más libre, empieza a interrogarse y a hacer preguntas. Quiere saber de dónde viene. Es ahí donde, a menudo, vuelven a aparecer los fantasmas, los espectros. Los miembros de la segunda y tercera generación empiezan a reivindicar su identidad. Incluso ocurre más tratándose de una inmigración ligada a la muerte y, en este caso, al exterminio.
P: Aunque en el sentido estricto de la palabra, su película no sea de mensaje o militante, no deja de plantear unas cuantas preguntas que van más allá de la problemática propiamente dicha del genocidio y de su reconocimiento. Cuando Aram, el protagonista, le dice a su víctima: "Eres inocente, pero yo tampoco soy culpable", toca el tema de los límites de la lucha armada y de la legitimidad de la violencia.
R: La frase resume lo que pienso. Soy contemporáneo del ASALA y de los atentados de los ochenta. En la época, condené las prácticas de la organización, sobre todo cuando actuaba a ciegas. Es más, no creo que un solo armenio en todo el mundo esté de acuerdo con el atentado de Orly en 1983. Pero tampoco estaba de acuerdo con los atentados del FLN en los cafés de Argelia en los años sesenta, de los que se hablaba mucho en el colegio en la época. Toqué el tema con L'armée du crime. Imaginé una escena en la que los partisanos no tiran una granada en un burdel donde trabajan jóvenes francesas porque no quieren matarlas. Tampoco digo que esté en contra de cualquier lucha armada; en algunas situaciones es necesaria. Sobre todo cuando no hay ningún otro medio, tal como ocurrió durante la ocupación alemana de Francia. Pero los atentados del ASALA no son tan justificables porque las víctimas no eran responsables del genocidio, lo eran sus padres y sus abuelos por apoyar a un Estado fascista que encarcelaba y mataba en su propio país.
P: Los decorados naturales son muy importantes. Aportan mucha veracidad a la película, por ejemplo, a las escenas rodadas en Beirut.
R: Rodé en Marsella, en Armenia y en Beirut. Creo que es importante rodar en decorados auténticos. La imagen no es igual. Rodamos en Beirut, y los actores son libaneses. No me planteé una reconstitución. No solo me interesaba el lugar, sino también los diferentes idiomas, la luz, la morfología de la ciudad. En un caso como este, es fácil caer en la trampa y rodar los decorados antes que la narración porque entran muchas ganas de filmarlo todo. Pero me aguanté. Hay que estar vigilante y atenerse a un solo principio: el relato debe permanecer en primer término. En Beirut también me interesó mucho la relación que mantenía el ASALA con los kurdos y los palestinos. En los años ochenta, la ciudad se había convertido en el hogar principal de la revolución mundial. Cualquier persona de izquierdas o de la extrema izquierda que empuñara un arma estaba en Beirut. Había italianos, alemanes, el Ejército Rojo japonés, irlandeses, vascos. Me apetecía plasmarlo en la película.
P: Al final de la película no zanja la cuestión. Todo queda en suspense. Estamos divididos entre la gran y la pequeña historia.
R: El diálogo entre dos señores mayores que tiene lugar al comienzo de la película cuando empieza el juicio de Soghomon Tehlirian en Berlín, ilustra todo lo que quise decir. Puse en boca del primero una frase del escritor israelí David Grossman: "Me gusta pensar que los momentos más importantes de la Historia no tienen lugar en los campos de batalla o en los palacios, sino en las cocinas, los dormitorios o las habitaciones de los niños". Y el otro le dice: "Quizá por eso las guerras nunca acaban, solo cambian de rostro". Porque permanecen en la memoria de esas personas, de esos niños... "Por desgracia, puede que tengas razón", contesta el primero. En ese momento, una joven madre que les escucha se vuelve hacia su bebé y le dice: "No hagas caso a los viejos. Nunca más habrá guerra". Estas cuatro frases resumen la Historia de la humanidad. Al fin y al cabo, siempre necesitamos pensar que la guerra por la que acabamos de pasar será la última, que esta vez se acabó de verdad. Luego, cuando la locura de los hombres regresa de nuevo, golpeando dos, tres, cuatro, diez generaciones después, el conflicto reaparece y todo explota. Es la historia del Oriente Próximo hoy...
Quería contar cien años a través de algunos dormitorios, algunos salones, los personajes que los ocupan... para que cada uno juzgara por sí mismo.
P: ¿No teme que le reprochen esta idea, este humanismo que algunos tacharán de fatalismo?
R: Puede ser, pero solo las personas que tengan una visión simplista de la historia. Además, sin acciones individuales o colectivas, sería aún peor. He enseñado la película a amigos, entre ellos tres antiguos miembros del ASALA que estuvieron encarcelados, y a todos les ha parecido justa. Pienso en la famosa frase de Macbeth: "La vida no es más que una historia contada por un idiota, llena de ruido y de ira, y que nada significa". ¿Y todo esto para qué en el fondo? Basta con volver a examinar la historia y preguntarse qué habría pasado si no se hubiese negado el genocidio, si Mustafá Kemal Atatürk hubiese hecho regresar a los armenios. Quizá Turquía sería ahora un Estado democrático pluriétnico. Los dirigentes turcos quizá habrían olvidado el sueño absurdo de un Estado químicamente puro. Solo puedo expresarlo con una expresión popular: "Es una historia de locos". Los genocidios son una locura. Siempre se encuentran razones objetivas o seudobjetivas, pero siguen siendo locuras absolutas, con consecuencias delirantes.
P: ¿Ese es el origen del título?
R: No es el único. También pensé en la historia de los armenios en el siglo XX, en lo que consiguieron hacer. Me parece sorprendente, admirable y casi milagroso. Es un pueblo que fue diseminado, dispersado en múltiples diásporas, un pueblo pequeño que habría podido extinguirse. Pero sus miembros consiguieron, y para eso deben de estar locos, guardar dos cosas en principio insostenibles psicoanalíticamente hablando: Olvidar para poder sobrevivir estuviesen donde estuviesen y seguir siendo fieles a sí mismos. Olvidar del todo y conservar toda su memoria. No parece posible, pero lo hicieron. En los lugares donde se instalaban, los armenios se integraban de maravilla. Que yo sepa, nunca sufrieron actos racistas en ningún país. Sin desarrollar sentimientos ni comportamientos comunitarios, siguieron fieles a su Historia y a su cultura. Cualquier armenio que se respeta habla un poco el idioma, conoce la música armenia, cocina a la armenia y va a la iglesia armenia, aunque no sea creyente, porque es el lugar donde se desarrolla la actividad religiosa y cultural.
P: Su película coloca una nueva piedra en el conocimiento del genocidio armenio, que sigue cuestionado o ignorado en muchos países. ¿Qué puede hacerse para cambiar esta actitud?
R: Creo que se debe seguir con el asedio diplomático. En otras palabras, la presión en todos los países del mundo. Muchos no reconocen el genocidio, Estados Unidos, por ejemplo, a excepción de California. En paralelo, es necesario seguir con los trámites de acercamiento a la sociedad civil turca. Un sondeo reciente ha demostrado que más del 30% de la población turca de menos de treinta años está a favor de que se reconozca el genocidio. Creo que la generación actual está harta, tiene ganas de democracia, de verdad. En Turquía hay una petición, no para el reconocimiento del genocidio, ya que sería ilegal, sino pidiendo perdón. Es una forma de saltarse la prohibición. Creo que poco a poco, y eso gracias a Internet, la verdad puede extenderse cada vez más. Conozco a intelectuales turcos de mi generación que, por muy increíble que suene, jamás habían oído hablar del genocidio durante su juventud. También pienso que reconocer el genocidio armenio sentaría muy bien a Turquía. Gran parte de lo que no funciona en Turquía se debe a esa negación.
P: ¿Qué espera que el espectador conserve de la película?
R: Que se emocione. "Emoción", etimológicamente significa "poner en movimiento". Me gustaría que gracias a la emoción, el espectador entendiera mejor esta historia y, pero eso ya es el colmo de la ambición, que entendiera mejor la Historia en sí.
En el fondo es muy sencillo. Quisiera que el espectador, al acabar la proyección, estuviera más emocionado y fuera más inteligente que al entrar en el cine. Pero es el deseo de cualquier cineasta, ¿no es así?
Filmografía de Robert Guédiguian
2015 - UNA HISTORIA DE LOCOS (Festival de Cannes, fuera de concurso)
2014 - EL CUMPLEAÑOS DE ARIANE
2011 - LAS NIEVES DEL KILIMANJARO (Festival de Cannes, Una cierta mirada)
2009 - LARMÉE DU CRIME
2008 - LADY JANE (Festival de Berlín, Sección oficial)
2006 - LE VOYAGE EN ARMÉNIE
2005 - PRESIDENTE MITTERRAND (EL PASEANTE DEL CHAMP DE MARS) - (Festival de Berlín, Sección oficial)
2004 - MI PADRE ES INGENIERO (Festival de San Sebastián, Sección oficial)
2002 - MARIE-JO Y SUS DOS AMORES (Festival de Cannes, Sección oficial)
2001 - LA CIUDAD ESTÁ TRANQUILA
2000 - ¡AL ATAQUE !
1998 - A LA PLACE DU CUR (Festival de San Sebastián, Premio Especial del - Jurado, Premio OCIC)
1997 - MARIUS Y JEANNETTE (UN AMOR EN MARSELLA) (Tres premios César)
1995 - A LA VIE À LA MORT !
1993 - EL DINERO DE LA FELICIDAD
1990 - DIEU VOMIT LES TIÈDES
1985 - KI LO SA?
1984 - ROUGE MIDI
1981 - DERNIER ÉTÉ
Críticas (Cannes 2015)
MONDOCINE
Cautivadora, lúdica e instructiva gracias a la riqueza de su guión, es una obra a la vez personal y general, a menudo valiente y apasionante. Merece ser alabado el proceso artístico del cineasta, que no abandona la película a la emoción y prefiere inclinarse por una narración justa, en la justa medida de lo púdico.
LE MONDE (Thomas Sotinel)
(...) no es un fresco ni una epopeya. (...) Tampoco es una lección de historia, sino más bien una conversación apasionada y apasionante acerca del recuerdo de la venganza, de la justicia y del perdón.
THE UPCOMING (Nina Hudson)
Un prólogo en blanco y negro capta al espectador y le sumerge en los antecedentes históricos de la narración. Unas intenciones muy nobles, así como unas sólidas interpretaciones, lo convierten en un relato tan impactante como emocionante.
THE GUARDIAN (Andrew Pulver)
Guédiguian tiene algo interesante que contar y la película es más que buena.