C'EST LA VIE ("Le sense de la fête") es una película de los directores Eric Toledano y Olivier Nakache, tras el éxito logrado con sus anteriores trabajos: "Intocable" y "Samba".
C'EST LA VIE clausura el Festival de Toronto, y pocos días premiere europea en la 65ª edición del Festival Internacional de Cine de San Sebastián. A diferencia de "Intocable" y "Samba" que clausuraron el festival de Donostia en 2011 y 2014 respectivamente, la comedia de Eric Toledano y Olivier Nakache compete en la Sección Oficial y lucha por la Concha de Oro.
C'EST LA VIE cuenta con un reparto coral compuesto por Jean Pierre Bacri ("Como una imagen", "Como en las mejores familias"), ganador de un premio César en 1997 como actor secundario por su papel en "On connaît la chanson"; el popular actor francés Gilles Lellouche ("Cuenta atrás", "Conexión Marsella"); la actriz canadiense Suzanne Clément ("Mommy", "Laurence Anyways") y Jean-Paul Rouve ("La vida en rosa"), entre otros.
Entrevista con Eric Toledano y Olivier Nakache
P: ¿Cuándo les sobrevino la idea de C’est la vie?
Éric Tolédano: Esta película nace en el contexto bastante fatigoso de 2015. Olivier y yo estábamos quizá un tanto tristes y se hizo sentir la necesidad de ir hacia algo más festivo. La meta estaba en reír, en pasarlo bien al tiempo que describíamos las peculiaridades de la sociedad en la que vivimos. Y este deseo nace conjuntamente con el de ofrecer el papel principal a Jean-Pierre Bacri...
Olivier Nakache: De manera más anecdótica, también he de decir que la idea de una película se origina a menudo en el rodaje de la precedente, ya que la emulación hace emerger ideas. Pues bien, la primera escena de Samba transcurría en una boda: un largo plano secuencia nos llevó de la sala a estar entre bastidores. Era un buen compendio de lo que deseábamos hacer.
P: Para escribir, ¿proceden siempre del mismo modo?
Olivier Nakache: En general, sí. Primeramente, durante doce o dieciocho meses investigamos sobre el tema escogido. Para esta película, hemos juntado nuestros recuerdos, pues en una época de vacas flacas, con el fin de financiar nuestros cortometrajes, Éric y yo ejercimos juntos gran número de trabajos en el ámbito de las fiestas, entre ellos el de camarero en las bodas. Hemos vivido, pues, entre bastidores, sentido la presión de este oficio y recogido muchas anécdotas acerca de la cuestión. Pero en el curso de la escritura, quisimos sumergirnos en las brigadas de camareros actuales, con el objeto de ver cómo trabaja en la sombra toda esa gente para lograr que los acontecimientos fueran extraordinarios. Fue en el curso de estas andanzas que comenzamos a dibujar nuestros personajes.
Éric Tolédano: Las más de las veces disponíamos todas nuestras ideas sobre la mesa, las trasladábamos a un tablón y luego las organizábamos en secuencias que nos repartíamos para escribirlas. Dado que nuestros dos ordenadores estaban cara a cara, y que cada uno de nosotros era el primer espectador del otro, nos enviábamos mutuamente lo escrito para comprobarlo de inmediato. Pero esta vez era algo atípica pues se había incorporado una tercera persona: Jean-Pierre Bacri. Siendo él mismo guionista, propuso sus servicios rápidamente. Disfrutamos del privilegio de disponer de su opinión acerca de las distintas versiones del guión, de probar las escenas y las réplicas con él tan pronto como se habían escrito. Era como un sueño, pues al tener su música en nuestros oídos, regresábamos al trabajo con energía redoblada.
P: ¿Por qué motivo soñaban con dirigir a Jean-Pierre Bacri?
Éric Tolédano: Sencillamente porque para nosotros ¡se trata de uno de los más grandes actores franceses! Siempre nos ha impresionado por la precisión de su interpretación, su ritmo y su manera de dar la réplica. Con él, no hay sino precisión. Me acuerdo de una escena en la que estaba al teléfono; era fascinante lo creíble que era. Los otros actores lo miraban como anhelantes por aprender de él. Por cierto, nunca ha habido tantos actores tras el monitor que cuando Jean-Pierre actuaba.
Olivier Nakache: Y además, si lo pensamos bien, Bacri está en el núcleo de todo lo que se quiere en el cine: resulta tan creíble en las películas de autor como en las comedias más populares, como Didier, mi fiel amigo. Cuida su singularidad, y cuando acepta un proyecto lo asume en su totalidad. Es todo un personaje del que nos encanta su modo de funcionar. Hemos tenido el privilegio de dirigir grandes actores como Gérard Depardieu (Je préfère qu’on reste amis), François Cluzet (Intocable) y él mismo.
P: ¿En qué fue la boda un tema inspirante?
Éric Tolédano: Se trata de un evento en que cada detalle se escenifica. Es como una obra de teatro: un público, el vestuario apropiado y los papeles distribuidos (los testigos, los parientes, los compañeros...). La organización aparatosa que implica esta fiesta provoca inevitablemente gran stress, tensión, una mezcla de emociones... es un momento que concentra por fuerza desafíos conocidos. Es un contexto familiar para todo el mundo y al que siempre gusta volver; era un escenario ideal. Pero nuestro criterio estribaba en observar esa velada a través del prisma y la mirada de los que trabajan en la misma, los que la ven como un día cualquiera. La comparación, la diferencia nutren por fuerza las escenas cómicas.
P: Se palpa gran filia respecto de su décimo largometraje: Aquellos días felices. ¿La tenían presente desde la fase de escritura?
Olivier Nakache: La conexión se ha ido haciendo poco a poco. Como en Aquellos días felices, hay un lugar único, una temporalidad, un equipo de animadores y de participantes. También Jean-Paul Rouve y unas auténticas ganas de comedia. En este sentido, se podría decir que es un poco «Aquellos días felices de los mayores».
Éric Tolédano: Aquellos días felices es una película que ha cristalizado una nostalgia por la infancia. ¿Hacemos a menudo referencia a la noción de grupo en nuestras películas porque Olivier y yo coincidimos en colonias de vacaciones? En todo caso es lo que nos permite existir porque el cine es ante todo un asunto de equipo: nos encontramos, vivimos momentos intensos, establecemos fuertes lazos, y luego nos vamos... para mejor reencontrarse en otros proyectos.
P: ¿Tuvieron en mente referencias cinematográficas?
Olivier Nakache: Desde luego, muchas de Garçon!, de Claude Sautet. Generalmente, la filmografía de Sautet nos ilustra grandemente. Así, esta película nos ha inspirado en lo referente a los movimientos efectuados desde la cocina a la sala; muestra cómo se pasa de un universo a otro en un único plano, y cómo describir del mejor modo las relaciones entre los camareros que conforman la brigada de esa gran brasserie parisina. Y Sautet dispone todo de un cierto modo para que el espectador pueda entrar en la historia inmediatamente.
Éric Tolédano: Relatos salvajes, de Damián Szifrón, también ha sido una referencia, pues esta película es como una radiografía de la sociedad argentina actual. Estábamos en plena escritura cuando descubrimos la película.
Olivier Nakache: Y cuando vimos el último sketch, uno de los más brillantes, comprendimos que estábamos definitivamente en la misma onda, pues a través de una velada organizada por inútiles que «se ajustan» a las circunstancias, el sentido de la fiesta resulta un tanto un reflejo de la Francia actual.
P: ¿Cómo llegó al proyecto Gilles Lellouche?
Éric Tolédano: Desde el principio lo habíamos imaginado en la piel del animador de la velada. Gilles forma parte de esos actores que apreciamos particularmente pues es capaz de pasar fácilmente de un registro a otro. Encarna perfectamente ese tipo un tanto frágil cuyo sueño seguramente habría sido vivir bajo la luz de los focos, pero que finalmente acaba encadenando bodas. Tenemos mucha ternura y afecto por estos personajes que a veces se dejan llevar un tanto por su papel y que tienen una verdad y un repliegue bastante imprecisos acerca de ellos mismos.
Olivier Nakache: Este personaje parte de un cliché. La ventaja está en que se le identifica inmediatamente, y a medida que el film avanza, se puede perfeccionarlo, aportarle matices. Gilles leyó el guión, y aceptó de inmediato el proyecto y demostró una gran disponibilidad. Al pedirle que trabajara, con un cantante especializado en bodas, piezas como Se bastasse una canzone, éxito de de Eros Ramazzotti, o Lovely Day, de Bill Whiters, lo abordó con gran seriedad. Verdaderamente se avino a lo requerido. Como Benjamin Lavernhe, por otro lado, quien tras estar tres horas cada noche en el escenario de la Comédie-Française, llegaba a media noche para actuar a treinta metros de altura equipado bajo ese enorme globo, una escena complicada...
P: Es la tercera vez que les hago reparar en Jean-Paul Rouve pues tiene un papel en su película. ¿Qué les gusta tanto de él?
Olivier Nakache : Con Jean-Paul se trata de una historia a parte. Tiene un lugar especial en nuestro cine. Comenzamos con él, nos presentó a Gérard Depardieu para nuestra primera película, nos permitió existir y avanzar. Y además, tuvo el papel protagonista de Aquellos días felices, una película determinante para nosotros, que nos genera toda suerte de emociones intensas y que permanece como un recuerdo increíble.
P: ¿Qué peculiaridades hay en el rodaje de un film coral?
Éric Tolédano: El inconveniente estriba en que cuando los actores se congratulan del reencuentro, ello puede convertirse rápidamente en un patio de recreo, y se hace necesario poner orden; la ventaja está en el estímulo general que circula por el plató. Pero lo excitante está en lograr que exista cada personaje y en que evolucione para que tenga una función en la historia. Hay algo de musical: somos los directores de orquesta y según el modo en que la película evolucione, se puede proponer a los intérpretes que añadan una pequeña nota o incluso que intenten un solo. Para componer una obra que suene bien, es preciso crear con cada actor una verdadera relación.
Olivier Nakache: Reunir, en un mismo film, universos tan distintos como los de Vincent Macaigne, de Alban Ivanov, de Jean-Pierre Bacri, de Gilles Lellouche, de Suzanne Clément o de Jean-Paul Rouve es muy motivante. Cada día estimulábamos a nuestros actores para que la partitura fuera creativa y harmoniosa.
P: ¿Elaboraron coreografías con anterioridad para rodar la brigada?
Éric Tolédano: Hemos realizado un sinnúmero de repeticiones y de mises en place para que cada uno pudiera intervenir en el momento adecuado y en el lugar preciso. Se hace necesario esforzarse muchísimo para lograr que la ilusión funcione y que todos los movimientos parezcan naturales. La única cuestión a plantearse es «¿es esto creíble?» Ése es realmente nuestro caballo de batalla, pues lo que nos gusta como espectadores está en creer en lo que vemos desde el primer segundo.
Olivier Nakache: El riesgo, cuando se narra una historia que evoluciona durante una velada y en un lugar concreto, está en que devenga demasiado teatral. Para evitarlo, hemos tenido que encontrar, en un mismo enclave, escenarios variados con mucha circulación. De este modo, la cámara no está nunca estática, y sus movimientos aportan una energía, una tensión que corre a lo largo de toda la velada.
Éric Tolédano: Ese enclave lleno de recursos, inspirado por películas como Las reglas del juego o El guateque, es casi metanarrativo para con nuestros oficios. Algunos tienen la sensación de que hablamos del séptimo arte a través de Cést la vie puesto que ésta se hace eco de ese mundo de hormigas que resulta un rodaje. En el cine, mucha gente prepara los planos entre bastidores para que todo sea lo mejor posible en la pantalla.
P: ¿Dónde han rodado?
Éric Tolédano: En el castillo de Courances, cerca de Fontainebleau. Se trata de una construcción del siglo XVII que perteneció a Luis XIII...
Olivier Nakache: ...y que tiene la peculiaridad de disponer en sus tierras de trece fuentes naturales. El terreno está impregnado de agua; hemos tenido que adaptarnos. Hemos de reconocer que este rodaje ha sido épico, pues el tiempo fue muy lluvioso y nos las vimos con situaciones muy difíciles. A manera de eco en el film, como Max y su equipo, hemos tenido, nosotros también, que adaptarnos a diario, y cada diálogo resonaba en el seno del equipo técnico como una evocación, un estado de espíritu.
P: La música juega un papel clave en la película. ¿Cómo la aprehendido?
Olivier Nakache: Durante todo el proceso de escritura, estábamos mecidos por el jazz de Avishai Cohen. Ese tempo y ese ritmo tan particulares nos inspiraban pues sugieren improvisación aunque todo esté muy trabajado. Ello se ajustaba perfectamente a la historia que queríamos contar. Este músico no había compuesto nunca música para cine, pero dado que queríamos evolucionar hacia otros universos musicales, acudimos a él a la salida de un concierto para proponerle que subiera a bordo, y aceptó de inmediato. Fue una sorpresa magnífica, un encuentro muy agradable.
Éric Tolédano: En efecto, nuestra voluntad siempre ha estado en elegir un artista dispuesto a verter su mirada sobre otro trabajo artístico. El jazz es el género musical que más nos atrae pues, como en el cine, se requiere que todo el mundo se sincronice a fin de hacer que nazca una emoción. El jazz de Avishai Cohen resulta un auténtico personaje de la película, una música de mestizaje, con percusión, darbourka, contrabajo, piano, todo con un ritmo fuera de toda norma. Ilustró perfectamente esa velada llena de sorpresas y de imprevistos, y es con esa idea que hemos querido que la película se acabe con un auténtico fragmento musical donde todo el mundo se encuentra.
P: ¿Creen que en ocasiones el cine francés carece un tanto de sentido festivo?
Éric Tolédano: En efecto, muchas películas nos exponen hasta qué punto el mundo es duro, violento y angustioso. Esta película, si bien escrita durante el caos que vivimos en 2015, propone precisamente esta cuestión: ¿cómo retener, pese a todo, el sentido festivo?
Entrevista con Jean-Pierre Bacri
P: ¿Qué le ha interesado de este proyecto?
R: Ha sido la marca de fábrica del dúo formado por Olivier Nakache y Éric Tolédano. Al leer el guión, encontré todo aquello que me gusta de ellos y lo que no estamos acostumbrados a ver en el cine: una comedia franca que hace reír mucho pero en la que también se descubre gran benevolencia hacia los personajes. Los autores poseen una mirada sobre la gente, una humanidad que adoro y que me emociona. Es lo que ya me había complacido mucho en Aquellos días felices, y luego, naturalmente en Intocable. Estas cualidades me los hizo simpáticos incluso antes de encontrármelos, pues en el fondo no se puede ser malo cuando se hace tales películas.
P: ¿Siente filia entre ellos y usted?
R: En la escritura, sí. No me corresponde decirlo, pero es cierto que tenemos en común nuestra inclinación por el humor y no poder prescindir de él al escribir. Así pues, si bien cada uno tiene su estilo y su modo de hacer cine, se puede constatar efectivamente que existen semejanzas entre nosotros.
P: Usted ha estado presente en el proyecto desde la misma fase de escritura. ¿Resulta habitual para usted?
R: Eso depende de los guionistas y de los realizadores. Algunos resultan muy celosos de sus textos; no es que se lo reproche, pues Agnès Jaoui y yo mismo, cuando escribimos un guión, somos así: trabajamos de tal modo la escritura y los diálogos que para hacernos cambiar una línea hace falta realmente un argumento de peso. Sobre todo porque lo que nos proponen los actores a menudo resulta algo que ya ensayamos y que no nos funcionaba. Todo eso para decir que Nakache y Tolédano, ellos, son muy flexibles en lo que se refiere al texto. Y como que vi rápidamente que había modo de intercambiar ideas, propuse algunas. Por ejemplo, recuerdo que prácticamente no había mujeres en las primeras versiones del guión que había leído, ni siquiera aparecía la novia. Era una lástima hablar de boda sin ella. Este género de reflexiones generó discusiones fecundas. Poco a poco se fue generando una complicidad entre nosotros, y como se mostraban flexibles y cordiales, fue muy agradable trabajar con ellos.
P: ¿Y fue el tema de la boda lo que le inspiró?
R: No, pues no soy ningún fan de las bodas, y la boda aquí no es más que un pretexto para reunir gente. Es el modo en que Nakache y Tolédano trataban esa fiesta desde dentro lo que me inspiraba. Pues al mostrar la organización del equipo evolucionando entre bastidores, hicieron emerger esa humanidad que tanto me gusta. Entre los empleados hay muchos inútiles, ello crea situaciones cómicas pero también emotivas pues la gente a menudo resulta emotiva en su evolución. Lo que me complace mucho aquí es que a través de este equipo se describe una pequeña sociedad. En cada país, hay gente dotada y otra que menos, pero el objetivo estriba en hacerlos trabajar juntos. No todo el mundo puede ser Presidente de la República, o el menor de los fulanos conductor de metro, pero cada uno puede arreglárselas para hacer algo útil y encontrar su lugar.
P: Usted encarna en cierto modo el director de esta historia dado que se trata del jefe del equipo. ¿Qué es lo que le llega de este personaje?
R: Es la manera que tiene de obstinarse incluso con los más vulnerables. Bajo sus aires hoscos, hirientes, alguien que se exaspera rápidamente, resulta extremadamente humano, y se ocupa de todos sus chicos sin dejar de lado a nadie. En la vida, me encanta esta gente que, como él, dan muchas ocasiones a aquéllos con problemas. Van de aquí para allá, adoptan dispuestos un tono dictatorial, pero tan pronto como se les conoce un poco, se percibe que tienen un gran corazón.
P: Lo que también resulta emotivo en él es su soledad ante el grupo...
R: Es cierto que se ocupa de todo el mundo, pero nadie lo estima verdaderamente. Atraviesa un periodo difícil sentimentalmente y trata de arreglárselas encajando su tristeza y lo que tiene que hacer aquí.
P: ¿Qué placer le produce actuar en un film coral?
R: Un placer inmenso. Agnès y yo no hemos escrito jamás películas con dos papeles protagonistas rodeados de comparsas pues mi placer no es completo si soy el único en disfrutar. Estar ante alguien que me sirva la sopa me pondría de mal humor; no es para eso que estoy en este oficio. Podría pensar que esto me viene del teatro, del espíritu de troupe, pero constato que se trata simplemente de carácter, una actitud casi política, que comparto con Éric y Olivier.
P: ¿Qué ha aprendido de los actores jóvenes con los que ha actuado?
R: Aprendo siempre de gente dotada, y hay muchos aquí. Sobre el plató, me sorprendía su flexibilidad y su sentido de la improvisación. Éric y Olivier, al permitir con frecuencia que la gente se expresara, posibilitaban que surgieran buenas ideas. Había efervescencia en esos jóvenes actores. Era visible que disfrutaban actuando. Por otro lado es el punto en común de los actores: cualquiera que sea su edad, les encanta divertirse.
P: Una película coral donde todo es coreografía ¿deja lugar a la improvisación?
R: Es más difícil. Pero de todas maneras me parece que en la improvisación a menudo hay un 90% de residuo, puesto que la mayor parte del tiempo se trata de cosas fáciles o propias de colegial. No hay nada como una escritura ajustada, resultado de pensarla y de aplicar reflexión. Incluidas las bromas.
P: ¿Cuál era el ambiente de rodaje?
R: Fue a un tiempo alegre y concentrado. Éric y Olivier hacen las cosas seriamente; hacen muchas tomas para cubrir sus exigencias. Siempre he pensado que tras cinco o seis tomas no tengo nada más que decir, pero ellos me han demostrado lo contrario. A veces, surgía algo porque también ellos encontraban la inspiración durante el rodaje de la escena, y nos proponían otras réplicas. En el plató, se trabajaba mucho para llegar a algo positivo, en todo caso a sus ojos, y ello se tomaba su tiempo. Pero dado que era lúdico, participaba de buen grado.