Desde los burdeles y los teatros de Lima del siglo XVIII a las majestuosas cortes de España, de los Palacios de los Arzobispos Peruanos a las Misiones Inquisidoras de Madrid, y desde el Santuario del Inca, situado entre las aldeas indias de la cima de las montañas, hasta los estrechos de las costas americanas se origina una historia de casualidades.
Quizás un accidente
Quizás no. Pero una cosa es cierta, cinco viajeros se encuentran con un mismo destino, cinco personas diferentes, en viajes motivados por razones diferentes, cruzan por una misma casualidad el Puente de San Luis Rey en el mediodía del fatídico 20 de Julio de 1714 en el que el popular puente se vino abajo.
Fue el azar o la mano de Dios lo que reunió a estas cinco personas en ese lugar y en ese momento fatal? O, por el contrario, fueron ellos mismos los responsables de lo ocurrido?
Comenzamos con el anuncio de una gran catástrofe. La gente de Lima se arrodilla en la gran catedral elevando plegarias en susurrante tono trágico. Sin duda algo terrible ha ocurrido, afectando a cada una de las personas de la ciudad.
Los cuerpos de las víctimas son recogidos, separados y puestos en ataúdes, cinco, a un lado del altar de la gran Catedral de Lima. El dolor y la arenga continúan. Solo una persona, El Hermano Junépero, parece estar aparte del tumulto emocional.
Observando la escena, cuaderno en mano, su atención es capturada por una sumisa Monja de luto. Velo y corona negra, la Monja se ocupa no sólo de uno o dos, sino de los cinco féretros con el mismo dolor.
Él se dirige a ella y le explica su resolución de tomar la teología y darle su legítimo lugar entre las ciencias exactas, de conocer empíricamente cuál fue el propósito de Dios cuando decidió arrancar de entre nosotros aquellas cinco almas. Ya ha empezado a recopilar miles de datos, rellenando cuadernos en su esfuerzo por establecer una teoría de cada hecho acontecido. En memoria de los cinco muertos en el accidente, documentará sus historias:
La Marquesa de Montemayor y Pepita
Publicadas tras el accidente, las famosas Cartas de Doña María, Marquesa de Montemayor, a su Hija salieron a la luz.
A través del libro todavía incompleto Doña María describe, a modo biográfico, su vida. La hija de un comerciante de ropa con gran dote pero no muy agraciada fsicamente, recuerda su infancia infeliz.
Tartamudeaba desde pequeña. Todavía tiene vestigios que le recuerdan a su madre persiguiéndola con sarcasmo en un esfuerzo por despertar en ella algún encanto social, forzándola a ir al pueblo envuelta en joyas y a casarse con un noble y arruinado hombre de extracción española.
Su única hija, Clara, resultó ser, al igual que su padre, una niña fría e intelectual. A la edad de ocho años, Doña Clara, corrige tranquilamente el tartamudeo de su madre. Cuanto mayor es el amor y la atención que Doña María pone en su hija, mayor es el rechazo y la determinación de escapar por parte de la joven niña y en la primera oportunidad de un casamiento que podría distanciarlas, la quinceañera Doña Clara acepta la oferta de un Conde que mantiene relación con la Corte de España.
Su cambio de residencia a Madrid es obligado por lo que, después de la acostumbrada bendiciŽŽon a los barcos que partían hacia España, Doña Clara se marcha, comenzando así los escritos que transformarán las normas de las cartas literarias entre Madre e Hija.
Sola en Lima, la vida de Doña María se ve alimentada únicamente por las famosas cartas, cartas de un lenguaje exquisito y una enorme gracia que su hija nunca supo apreciar y que tan solo respondió para realizar frías peticiones de dinero para fomentar la carrera de su marido.
Todos los aspectos en la existencia de Doña María se desmoronan. Su apariencia se deteriora. A menudo se puede ver su peluca medio caída sobre su oreja, el colorete descolocado, su quijada húmeda, sus labios siempre mascullando texto de diálogos interminables que tenía el coraje de poner por escrito. Una rigurosa y diaria rutina es establecida con el apoyo de su nueva sirvienta, Pepita, idas y venidas a la iglesia, visitas a sabios y conversadores, grandes borracheras de Chicha previas a la hora de dormir, una rutina salpicada por la visita al teatro y la humillación pública de la actriz La Perichola y que verá su fin con la noticia de la futura maternidad de Doña clara.
Pepita llega hasta Doña María por medio de El Convento de Santa María de Las Rosas a petición del Arzobispo, quien teme que sin algo de compañía Doña María pueda perder el juicio. Pepita será la encargada de trasladar a Doña María de su palco real en el teatro con el fin de evitar más humillaciones, ya que está al tanto de que su ama es ridiculizada en toda Lima.
En casa, las alucinaciones de Doña María por influencia de la bebida son comunes, y los insultos que acompañan su estado son suficientes para enviar a Pepita de vuelta al convento. Es la fuerza y el propósito espiritual de sus directrices lo que le lleva a perseverar en su cometido de acompañar a Doña Maria hasta el santuario de Santa María de Cluxambuqua.
Emprenden el viaje como final de una larga y compleja serie de supersticiones y ritos religiosos cuyo objetivo es propiciar un feliz y saludable embarazo a Doña clara. Cada rito de paganismo y cada prescripción de cristiandad son duplicados y triplicados. Dos días antes del viaje por el Puente de San Luis Rey camino a Cluxambuqua, Pepita realiza una visita a La Abadesa en El Convento de las Rosa, así como lo hace también su protegido niño, Esteban.
Esteban
Fue descubierto junto con su hermano gemelo, Manuel. Alguien, unos veinte años atrás, los abandonó en una cesta, fuera de la puerta del convento. Los gemelos crecieron allí hasta que su presencia empezó a distraer a las novicias, motivo por el que se les envió fuera a ejercer de monaguillos en la sacristía de la Catedral y más tarde de escribas en los teatros de Lima.
Los gemelos permanecen aparentemente apartados del mundo y, aunque leen y escriben perfectamente, se comunican con un lenguaje secreto. Muchos filólogos, incluyendo El Arzobispo de Lima piensan que su escasa tendencia a comunicarse con los demás se debe a una razón divina.
Una noche detrás del escenario son abordados por la famosa actriz La Perichola. Sus brillantes zapatos rojos y sus medias le causan una particular impresión a Manuel que se transformará en su escriba personal. Ella confía en que Él es mudo y no podrá contar los secretos de sus cartas para El Matador, un amorío que simultanea con su romance con el Virrey.
El amor de Manuel por La Perichola inevitablemente pone en conflicto la relación entre los dos gemelos, que por primera vez pelean. Después de lo cual Manuel se niega a escribir más cartas para La Perichola y, en muestra de su amor fraternal, se abre una vieja herida de la pierna para unirse a su hermano en sangre. Es una herida de sus días en el puerto, cuando trabajaron como uno más entre los Indios para el Capitán Alvarado.
Reabierta la herida, sube la fiebre y la pierna empieza a gangrenarse. Esteban atiende a sus delirios y alucinaciones pero no llega a recuperarse y muere.
Esteban toma las calles con su inconsolable dolor. EL Capitán Alvarado lo encuentra dos años más tarde en el callejón de un bar y le intenta persuadir para unirse a su próxima expedición pensando que ello podría ayudarle superar su gran pérdida.
Esteban pide que su salario sea pagado por anticipado a La Abadesa, así ella podría continuar su trabajo con los huérfanos.
Durante el viaje, camino a El Puente de San Luis Rey coinciden con un hombre que porta a un niño en hombros, Tío Pío.