Elenco artístico: Clara Riedenstein / Marcello Urgeghe / Ingrid Caven / Rita Durão / Pierre León / João Vicente / Luna Picoli-Truffaut / Manuela de Freitas / Alexandre Alves Costa / Adelaide Teixeira / Marie Carré
Notas de la directora
Aquí, como en mis películas precedentes, todo comienza en mi imaginación, después pasa a mi vida y en ella se mantiene una vez finalizada la película. La realidad es muy compleja, las historias le dan forma. El reflejo de la vida es, a veces, más interesante que la propia vida.
Este cuento de Robert Musil, enigmático y libre de psicología, tiene algo que ver con esto. Agustina Bessa-Luís, en una escritura sin vacilaciones, inserta los espacios insondables de la novela de Musil en trazos muy concretos pero que, al mismo tiempo, no nos dicen todo, nos intrigan. Lo no dicho seduce mucho.
Todo lo que pasa entre la portuguesa y su marido (von Ketten) reposa sobre lo no dicho. Nadie sabe con certeza si realmente han existido o no. No es la veracidad de esto lo que importa. Esta historia tiene lugar durante el Principado Episcopal de Trento, pero refleja, en muchos aspectos, el tiempo actual. Partimos del principio de que nuestros antepasados no eran diferentes, simplemente vivían en un tiempo diferente. No me interesa tanto de dónde vienen las cosas como hacia dónde las quiero llevar. Si es verdad que una persona realiza la misma película toda su vida, también es verdad —por lo menos en mi caso— que el filme se rompe cada vez en mil pedazos para volver a reconstruirse de otra manera. En ese sentido siempre seré una aprendiz. No procuro la reconstrucción histórica. No deseo recuperar el pasado, y menos uno tan lejano, no creo que eso sea posible ni tenga razón de ser. Del texto de Musil me gusta especialmente lo que en él hay de contemporáneo.
Cuando el mundo exterior pesa sobre nuestra lengua y sus discursos se mezclan, cuando entendidos y charlatanes usan las mismas fórmulas con mínimas diferencias, creo que La portuguesa hablará por sí sola. Las películas no salvan nada. Y no estamos en condiciones de salvarnos a nosotros mismos, sobre eso no hay duda. Pero una película donde estos temas estén implícitos me parece apropiada y justa en nuestros días.
Me interesa todo lo que hay de decisivo en la vida; lo que desafía al destino y lo que sucede más allá del entendimiento. Como Musil dijo alguna vez: la grandeza humana tiene raíces en lo irracional. Y si filmo un árbol, un río, una carretera, es sólo eso lo que procuro entender y expresar.
Un remolino de emociones sin aparente explicación
Por Erik Negro (Cinelapsus)
La relación del cine portugués con la literatura siempre ha sido esencial, luminosa y extraordinaria. La misma Rita Azevedo Gomes ha llevado a la pantalla textos importantes e imponentes en la búsqueda de nuevas trayectorias, leyendo entre líneas lo que permanece oculto en el medio de las páginas. En su ejemplar mirada al texto de Robert Musil, La portuguesa recoge la continua deriva de mistificación y metáfora del escritor austríaco, con una deliberada reconstrucción del tiempo, el lugar, el espacio y los personajes que se convierten en símbolos de la condición humana. El amor, como espacio de reconstrucción de la distancia y la memoria, es la esencia de esta historia circular en la que nos encontramos inmersos e iluminados.
Estrenada en el Berlinale Forum, La portuguesa se presenta como una película de superación. Los paisajes oscuros e inmersos en la niebla se transforman, de repente, en espacios brillantes y bañados por el sol, entre la soledad y la espera. En el sutil trabajo de Gomes encontramos los gestos mínimos y las miradas profundas para describir la historia, fragmento a fragmento. Empezando por la portuguesa, una joven enamorada y confinada, inicialmente presa de su destino pero que rápidamente se abre al poderoso espectáculo del mundo, sus misterios y destinos. A su alrededor todo continúa destruyéndose, en cada batalla, en cada guerra, drama tras drama. ¿Pero sabemos con seguridad que esta historia se limita al pasado?
Rita Azevedo trabaja la película con una sensibilidad extraordinaria, en paralelo a la fisicidad de la escritura de Robert Musil, construyendo un imaginario sublime y misterioso en la relación entre el hombre y la mujer, la guerra y el amor, la realidad y el sueño. Esta serie de dicotomías nos devuelven el sentido de un cine antiguo y abstracto que desarrollaron las Nouvelles vagues de todo el mundo. Encontramos, sin duda, las lecciones de Manoel de Oliveira y Raoul Ruiz, de un cinema de belleza abrumadora, de la espléndida fotografía de Acácio de Almeida a la utilización de la palabra como vórtice sinestésico del universo. Azevedo Gomes deja la guerra en el fuera de campo, generando un movimiento continuo de nuestra fragilidad en la que la existencia es un remolino de emociones sin aparente explicación.
Entrevista con Rita Azevedo Gomes
Por Paulo Portugal (Insider)
P: ¿Por dónde comenzó el viaje de La portuguesa? ¿Has llegado primero al libro de Robert Musil o al texto de Agustina Bessa-Luís?
R: Fue casi simultáneo. Había comprado Tres mujeres hace muchos años, en una librería de segunda mano en Oporto, porque me gustaba mucho la portada. A veces me sucede eso [risas]. Compré el libro pero se quedó ahí sin leer. Mucho tiempo después, hablando con Agustina, supe que el libro tenía un texto llamado La portuguesa. Fue entonces cuando leí los tres cuentos, todos extraordinarios. Musil tiene una escritura muy enigmática. Finalmente le pregunté a Agustina si estaría dispuesta a hacer una adaptación para el cine y ella dijo que sí.
P: La fotografía de Acácio de Almeida es bellísima. ¿Cómo fue trabajar con él?
R: Él estuvo desde el principio, en O Som da Terra a Tremer (1990), pero trabajar con él es siempre un placer. Acácio me conoce bien y siempre propone ideas acertadas. Además de ser muy creativo me gusta mucho como persona. No consigo trabajar con personas que no me gustan.
P: En la película se siente la influencia de Manoel de Oliveira. ¿Cómo fue su colaboración conjunta?
R: Realmente Manoel no hablaba mucho de cine. Él tenía unas ideas muy precisas y concretas que repetía siempre y que tenía como reglas importantes. Yo lo observé mucho y trabajé con él en Francisca (1981). No volvimos a trabajar juntos, pero fue una experiencia muy buena. Recordemos que yo no he ido nunca a la escuela de cine.
Entrevista con Rita Azevedo Gomes
Por Marina Richter (Cineuropa)
P: ¿Qué te atrae de la literatura clásica?
R: Cuando tengo un buen libro en las manos me sirve de base para nuevas ideas. Al leer una novela que me interroga e intriga empiezo a formular preguntas. Me gustan las historias que no se explican al lector, que poseen incontables interpretaciones. Inmediatamente creo imágenes en mi cabeza. Creo que todo buen libro habla el idioma de la gente real. La naturaleza humana no ha cambiado mucho y podemos encontrar la misma verdad en Dostoievski que en los mejores autores contemporáneos.
P: En la película combinas textos clásicos con poemas de diferentes épocas, como Under der Linden de Walther von der Vogelweide.
R: Estuve escuchando mucha música medieval y di con esta particular pieza que me llevó a buscar el poema. Encajaba perfectamente en la historia de la película pues habla de un paraíso perdido. Al comienzo, la portuguesa es bastante feliz en su luna de miel y cuando su marido regresa por primera vez hay goce y juego, como en la escena del baño. Pero la sensualidad se va perdiendo con el paso del tiempo. El poema me interpelaba y conté con Ingrid Caven para cantarlo en la película.
P: ¿Cómo fue la decisión de incluir en el elenco a Clara Riedenstein e Ingrid Caven?
R: Yo ya tenía en mente trabajar con Ingrid antes de Correspondencias (2016) pero realmente fue nuestra primera colaboración. Ella no es solo una consumada profesional, es también muy divertida y elocuente. En La portuguesa su personaje contrasta con el clasicismo de la época de narración. Ella es la visitante que vaga a través de la película, comentándolo con diferentes canciones. Su personaje tiene un pie en el pasado y otro en el presente. En cuanto a Clara, cuando la vi supe inmediatamente que tenía que ser mi portuguesa, aunque sólo tuviese 16 años en ese momento.